La conciencia deja al
hombre sin excusa. Existe en el hombre un sentimiento de
responsabilidad y, a causa de la caída, un conocimiento del
mal y del bien. El hecho de que un hombre juzga a otro es prueba de
esto mismo: «pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti
mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo».
¡Cuán cierto es esto, sea que se trate de judío,
gentil o cristiano profesante! El hombre no puede engañar a
Dios. «Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que
practican tales cosas es según verdad».
«¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que
tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del
juicio de Dios?» ¡Qué pregunta más solemne!
Puede que juzguemos y castiguemos a otros por acciones malvadas en
este mundo, pero si nosotros hemos de acudir con todos nuestros
pecados a juicio y el juicio ha de caer de cierto, y será
según la verdad ¿cómo escaparemos? El castigo del
mal entre las naciones demuestra que admitimos que el mal
debería ser castigado. El justo gobierno de Dios demanda,
así, que después de la muerte haya el juicio. Considera
esta cuestión. Lector, ¿crees tú que
escaparás del juicio de Dios?
Versículo
4. «¿O
menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad,
ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?»
¿Cuántos son los que hacen esto? Desde luego, la forma en
que se predica el arrepentimiento tiende a llevar a los hombres a
menospreciar y a dejar de lado totalmente la maravillosa gracia de
Dios. Muchos predican el arrepentimiento como una obra para
salvación, como precediendo a la fe en las riquezas de la
bondad de Dios.
Sabemos y creemos que la bondad de Dios al enviar a Su amado Hijo a
morir por nuestros pecados nos lleva a y produce arrepentimiento en
nosotros y lo cierto es que sólo podemos conocer la
profundidad de nuestro pecado y de nuestra culpa cuando llegamos a
conocer las profundidades a las que Él descendió para
salvarnos. Así, la bondad de Dios nos lleva a un cambio total
de pensamiento acerca de nosotros al juicio pleno de nosotros mismos
en profundo aborrecimiento de nuestros pecados y a una total
confesión de los mismos ante Dios, y al mismo tiempo a un
total cambio de manera de pensar acerca de Dios. Así, la
diferencia entre la verdad y el error es ésta: No es nuestro
arrepentimiento lo que lleva a o es causa de la bondad de Dios para
con nosotros, sino que es la bondad de Dios la que nos lleva a y es
causa del arrepentimiento en nosotros.
¡Oh, cuídate de menospreciar la gracia de Dios de tal
manera que «por tu dureza y por tu corazón no
arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira
y de la revelación del justo juicio de Dios». Observa
esto, tiene que ser o bien la bondad de Dios ahora y el
arrepentimiento aquí, o bien el justo juicio de Dios en aquel
día venidero de la ira en el futuro.
Algunos tienen dificultades en comprender el capítulo 2,
versículos 6-29; otros han pervertido estas declaraciones como
si enseñasen la salvación por las obras. Esto
estaría en contradicción directa con toda la
enseñanza de la epístola. Así, ¿qué
es lo que aprendemos aquí? En primer lugar, la justicia de
Dios en Su recompensa al judío bajo la ley, o al gentil que no
está bajo la ley. Esto se declara de una manera clara y plena.
En segundo lugar, tenemos a continuación el interrogante:
¿Hay acaso ningún judío o gentil que responda a
estos requisitos de Dios y que pueda recibir dicha recompensa?
Comenzamos, así, con la certidumbre de que en el día de
la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, Él
«pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a
los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e
inmortalidad». Del mismo modo, en aquel día,
«tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo
malo». Esta es así la base del justo juicio sobre la que
Dios actuará «en el día en que Dios juzgará
por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi
evangelio». La policía pasa por las calles y arresta a
hombres y los lleva para ser juzgados por crímenes
públicos, pero, ¿no es igualmente cierto que la Muerte
pasa por las calles como policía de Dios, para llevar a los
hombres, que, tras la muerte, tendrán todos sus hechos
secretos juzgados? ¿Podrás tú resistir este juicio
escrutador? Dios juzgará con justicia.
«Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo
malo.» Todo quedará a descubierto ¡todas las cosas
ocultas!
Es bueno meditar acerca de esto. De este justo juicio no habrá
entonces manera alguna de escapar. El hombre, al
ser dejado a sí mismo, se hundió a hacer el mal
continuamente. Como hemos visto, todo el mundo gentil se había
hundido en los más groseros pecados. ¿Qué, pues,
acerca del judío, el hombre religioso? Sí, el hombre
religioso ¿no es acaso él superior en todos los sentidos?
Se apoya en la ley, se gloría en Dios el Dios único y
verdadero. Conoce Su voluntad, está instruido y es un
instructor, un guía confiado de los ciegos. Ahora bien, si
conoce la voluntad de Dios y la cumple, y si tiene la ley y la
guarda, ¿no le dará esto confianza en el día del
justo juicio? Pero si no es hacedor de lo bueno, si es transgresor de
la ley, ¿en qué sentido es él mejor que el gentil
que no tiene la ley? Incluso aparece como peor. ¿Cómo
puede entonces el judío, bajo la ley, comparecer ante Dios en
juicio?
Lector, si esta es tu posición, la de un hombre religioso bajo
la ley, y con el más sincero deseo de guardarla, pero
quebrantándola, conociendo la voluntad de Dios pero sin
hacerla, ¿cómo puedes comparecer ante Dios en justo
juicio, por muy religioso que parezcas ante los hombres, para que
cada secreto quede allí a descubierto? ¿Acaso todos tus
esfuerzos te dan confianza ante el día de un juicio
cierto?