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«LOS HERMANOS»
(Según su designación común)
Su Origen, Desarrollo y Testimonio

UN BREVE BOSQUEJO

Andrew Miller


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CAPÍTULO 4

DETECCIÓN DE FALSA DOCTRINA

Después de la división de Ebrington Street, que se ha registrado en el capítulo anterior, los seguidores del Sr. Newton quedaron reducidos a un número relativamente pequeño, pero estos, en su mayoría, eran partidarios llenos de celo. Se tomaban notas abundantes de sus conferencias y lecturas, y eran «circuladas con tanta regularidad entre unos selectos pocos en diversas partes de Inglaterra, como los libros de una sociedad de lectura». Un paquete de estas notas cayó en manos del Sr. Harris en el año 1847, y ello de la siguiente manera. Una hermana en Exeter las prestó a su esposa como enseñanza del Sr. Newton, en la que ella había encontrado mucho interés y provecho. La Sra. Harris, no comprendiendo el significado de algunas de las expresiones del autor, consultó con su marido. «Entonces,» dice él, «al examinar el manuscrito y leerlo, me sentí sorprendido y sacudido al encontrar unas declaraciones y doctrinas tan antiescriturarias, que me parecieron que afectaban a la integridad de la doctrina de la cruz.» Tras haber examinado aquellas declaraciones con cuidado, publicó un tratado en el que denunciaba y sacaba a la luz aquel sistema de falsa doctrina que el Sr. Newton había estado enseñando diligentemente a sus pocos escogidos durante años.

Esta denuncia, como se puede suponer, produjo una gran alarma entre los Hermanos por todas partes, y naturalmente suscitó una respuesta del Sr. Newton. Pronto aparecieron dos opúsculos, en ninguno de los cuales repudiaba la doctrina que se exponía en la conferencia objeto de la reseña, sino que la exponía con mayor extensión, aunque de una manera menos ofensiva, y luego la defendía y sustentaba. La doctrina que se expone en esta conferencia acerca del Salmo 6 por parte del Sr. Newton, y publicada en un tratado titulado The sufferings of Christ, as set forth in a lecture on Psalm 6, considered by J. L. Harris [Los padecimientos de Cristo, según han sido expuestos en una conferencia sobre el Salmo 6, reseñada por J. L. Harris], es indudablemente la expresión más genuina de lo que estaba en la mente del autor. Fue pronunciada en presencia de sus amigos, de manera tranquila y deliberada teniendo en cuenta a las personas que estaban tomando las notas taquigráficas, de modo que podemos deducir con justicia que los verdaderos sentimientos de su alma estaban fluyendo libremente sin disfraz ni sin reservas. Pero al descubrir un ambiente de indignación universal generada por sus blasfemas doctrinas, e incluso que sus mismos amigos estaban dispuestos a abandonarle, accedió a retirar sus ofensivos tratados para consideración, y confesó que había caído en error en un punto que tenía que ver con la relación de Cristo con Adán como cabeza federal.

Si no fuese que incluso este breve bosquejo podría considerarse como incompleto si no dijésemos algo de la herejía, nos sentiríamos felices con pasar por encima de ella con un profundo y perpetuo silencio. Nos disgusta traer a nuestras páginas las sutiles y místicas expresiones en las que se enseñó este mortífero error. El bendito Jesús, Emanuel, Dios con nosotros, era presentado como nacido a distancia de Dios, envuelto en la culpa del primer Adán, debido a que había nacido de mujer y bajo la maldición de la ley quebrantada, debido a Su asociación con Israel.[1]

Es doloroso constatar que mediante estas doctrinas se nos privaría del verdadero Cristo de Dios —el Cristo del Nuevo Testamento. No hay necesidad de entrar en más detalles. Si nació a distancia de Dios, bajo maldición y heredero de muerte, queda Él totalmente descalificado para ser el Salvador de otros. Tuvo que librarse a Sí mismo de estas vinculaciones que le eran propias por nacimiento; y esto, se afirma, lo consiguió. Se admite que estaba libre de mancha en Su persona misma, y que por Su perfecta obediencia a la ley y en todas las cosas hasta la muerte, habiéndose entregado a Sí mismo, fue reconocido por Dios y aceptado por Él. Pero, al ser todo esto debido a Él por parte de Dios, ¿dónde queda el sustituto del pecador, la seguridad del pecador, el sacrificio del pecador, el evangelio para el pecador, el Salvador del pecador? ¿Y dónde quedan las doctrinas de la gracia, y dónde queda la iglesia del Dios viviente, y dónde quedamos nosotros, individualmente? ¿Y qué de la obra consumada de Cristo? ¿O qué significa el grito del vencedor: «CONSUMADO ES»?

La insensatez de esta teoría es tan clara como su condición de blasfema, aunque caracterizada por las profundidades de Satanás. Como resultado, es tan ruinosa como el arrianismo o el socinianismo, aunque menos lógica. Es autocontradictoria y habla más de la vanidad del autor y de su deseo de distinción que de una honrada convicción. Sólo tuvo que ser sacada a la luz para ser vista y detectada. Ésta fue la gran misericordia de Dios: no fue permitido que prosiguiera. Porque es cosa bien cierta que en Plymouth se estaba predicando a un falso Cristo, y se negaba la presencia del Espíritu Santo. Pero, con la excepción de un pequeño grupo, principalmente de los amigos personales del Sr. Newton, la gran mayoría de los Hermanos estuvieron de acuerdo, después de una debida investigación y oración, que las doctrinas que el Sr. Newton había estado enseñando y circulando en privado eran fundamentalmente heréticas respecto a Cristo y totalmente subversivas de todo lo que es esencial al cristianismo. Esta falsa doctrina fue condenada de una manera casi universal; pero no todos estuvieron de acuerdo acerca de sobre qué principio tratar con ella y de separarse de ella.

Bethesda y sus dirigentes

En el año 1848, mientras los Hermanos en todas partes estaban reuniéndose en diversos lugares para oración y humillación debido a la dolorosa obra del enemigo, los dirigentes de Bethesda El nombre de una capilla donde se reunía una congregación de hermanos en Bristol. recibieron a la mesa del Señor a varios de los íntimos amigos y partidarios del Sr. Newton, sabiéndose que sostenían su herejía. Este desdichado y precipitado paso por parte de estos dirigentes, y su deliberada defensa del mismo, tuvo resultados desastrosos; desgarró a los Hermanos, llevó a muchos a un dolor y angustia indescriptibles a nivel individual y familiar, mucho de lo cual no se ha remediado hasta el presente, además del gran daño hecho a la causa de la verdad, y de la deshonra al nombre del bendito Señor Jesús. Esta es la verdadera fuente de la contienda, de las divisiones, tergiversaciones, animosidades y malas sospechas, que muchos Hermanos siguen sintiendo, y que han puesto tantas armas en manos de sus enemigos. Fue fácil librarse del Sr. Newton y sus seguidores, pero la complicación de Bethesda fue sin remedio. Y este acto, aparentemente tan carente de consideración a los sentimientos cristianos de otros, no fue resultado de accidente ni de ignorancia, sino que se llevó a cabo de manera deliberada, a pesar de las protestas de piadosos hermanos entre ellos mismos, y de otros a distancia, que les advirtieron del carácter y de las opiniones de las personas mencionadas.

Viendo que las cosas habían adoptado un giro así, unos pocos y fieles hermanos de aquel lugar, miembros de la congregación de Bethesda, protestaron, y rogaron que aquella doctrina fuese examinada y juzgada, y que sus maestros fuesen excluidos de la comunión. Pero sus protestas no fueron oídas, y se vieron por ello obligados, para evitar la comunión con aquello que conocían como malo, a retirarse de la comunión en Bethesda. Y así lo hicieron; uno de ellos imprimió, para circulación privada, una carta a los hermanos dirigentes, explicando la razón de su separación. Esto suscitó una carta, firmada por diez hermanos principales en Bethesda, vindicando su conducta en la recepción de los seguidores del Sr. Newton, y rechazando todas las advertencias y protestas que les habían sido dirigidas.[2]

Por cuanto la cuestión de la comunión fue primeramente suscitada en Bristol y de allí se extendió a casi cada lugar sobre la faz de la tierra donde existen asambleas de Hermanos, bueno será considerar el trasfondo de esta congregación. Era sencillamente lo que se conoce como una congregación bautista, presidida por los Sres. Müller y Craik, y que se reunía para el culto en una capilla llamada «Bethesda» en Bristol. Algunos años antes de este período de prueba, esta congregación fue recibida en bloque en comunión con los Hermanos —recibida como un cuerpo. «Toda la asamblea,» dice el Sr. Mackintosh, «de una manera profesa y ostensible, pasó a tomar el terreno ocupado por los Hermanos. No mencionaré nombres ni iré a cuestiones de detalle; sencillamente narraré el gran hecho trascendental, porque ilustra un principio de suma importancia.

»Ha sido mi convicción durante muchos años que esta recepción de una congregación fue un error fatal de parte de los Hermanos. Incluso admitiendo, como lo admito de corazón, que todos los miembros y ministros pueden haber sido personas de lo más excelente a nivel individual, sin embargo estoy persuadido de que es un error en cualquier caso recibir a todo un cuerpo como tal. No existe algo que pueda considerarse como una conciencia corporativa. La conciencia es algo individual, y a no ser que actuemos de manera individual ante Dios, no habrá estabilidad en nuestro curso. Todo un cuerpo de personas, dirigido por sus maestros, puede profesar la adopción de un cierto terreno y la aceptación de unos ciertos principios; pero, ¿qué seguridad hay de que cada miembro de este cuerpo está actuando en la energía de la fe personal por el poder del Espíritu Santo, y basándose en la autoridad de la Palabra de Dios? Es de la mayor importancia que en cada paso que tomemos, lo hagamos con una fe sencilla, en comunión con Dios, y con una conciencia activa. ...

»La realidad es que Bethesda nunca debió ser reconocida como asamblea reunida sobre terreno divino; y esto se demuestra por el hecho de que cuando fue llamada a actuar en base de la verdad de la unidad del cuerpo, se desmoronó completamente.»[3]

«La Carta de los Diez»

El principal objeto del documento comúnmente designado como «La Carta de los Diez» era vindicar la conducta de los que habían recibido a los seguidores del Sr. Newton y que adoptaron una posición de neutralidad con respecto a las solemnes cuestiones que se les habían planteado a los Hermanos en general. En tanto que los firmantes de la carta, de manera individual y conjunta, repudiaban las doctrinas enseñadas por Newton, dicen de manera muy extraña, con referencia a la comunión: «Suponiendo que el autor de los tratados fuese fundamentalmente hereje, esto no nos justificaría para rechazar a los que acudieran a su enseñanza, hasta que quedásemos convencidos de que habían comprendido y asimilado enseñanzas esencialmente subversivas de la verdad fundamental». Así, se expresaba de manera clara la base de exclusión: «Que nadie defendiendo, manteniendo o sustentando los puntos de vista o tratados del Sr. Newton puede ser recibido a la comunión».[4]

Esta fue la posición adoptada por los más inteligentes hombres de Bethesda, según este notable documento, y ello antes que el error en cuestión hubiera sido juzgado. Rehusaron juzgarlo. Dijeron: «¿Qué tenemos que ver aquí en Bristol con errores enseñados en Plymouth?» Tampoco accedieron a que se leyeran ningunos extractos de los escritos del Sr. Newton ante la congregación, ni que se hicieran observaciones acerca de sus doctrinas, hasta que la carta fuese aprobada por la iglesia. Se convocó una reunión de iglesia con este propósito en julio de 1848; pero como algunos de los miembros objetaron a que la congregación diese su aprobación a un documento que no había sido explicado y que no era comprendido, el Sr. Müller se levantó y dijo: «Lo primero que la iglesia había de hacer era dar su aprobación a los firmantes del documento; y si esto no se hacía así, no podían seguir laborando en medio de ellos; y cuanto peores fuesen los errores, tanto más razón de que no fuesen expuestos.» Así se exigió a la congregación, bajo la amenaza de perder las labores de sus pastores, que asumieran una posición de neutralidad entre el autor de los tratados y sus partidarios, por una parte, y aquellos que los rechazaban de manera absoluta como heterodoxos y heréticos. La mayoría accedió: poniéndose en pie expresaron su aprobación de este documento «de los diez» y adoptaron una posición neutral respecto a la gran cuestión que entonces inquietaba la mente de los Hermanos tanto en el país como en el extranjero.

La División

Como cincuenta o sesenta miembros de la congregación, antes que dar su aprobación a un principio tan negligente de comunión, se retiró de Bethesda. Ahora existía una división tangible. Se suscitó evidentemente la cuestión de cuáles eran los Hermanos realmente reunidos sobre el terreno de la unidad de la iglesia, o cuáles estaban actuando meramente como congregaciones independientes. Bethesda había abandonado deliberadamente el terreno que había profesado ocupar en comunión con los Hermanos, había adoptado la independencia, y la mantenía de manera abierta. Todos los que se adherían al principio del «un cuerpo» como la verdadera y única base de la comunión cristiana, se mostraron directamente opuestos a esta independencia. Varias congregaciones por todo el mundo siguieron el ejemplo de Bethesda, mientras que otros mantenían con firmeza la posición que habían ocupado con anterioridad. Por todas partes, los Hermanos tenían que afrontar esta cuestión. Tenía que ser considerada de manera directa. Había llegado el momento de la prueba, y era imposible rehuirla. Para aquellos que no habían asimilado la verdadera idea de la iglesia de Dios, resultó ser un terrible tropiezo. Los sentimientos personales, el afecto hacia maestros y amigos favoritos, extraviaron a muchos. En muchos casos se prestó atención a la cuestión en sí y parecía correcta; pero en el momento de tener que aplicar el principio en referencia a alguna persona en particular, los argumentos eran desechados con esta precipitada conclusión: «¡Oh, este principio de comunión nunca puede ser correcto si va a excluir a este hombre tan querido y piadoso de la mesa del Señor!» Era difícil, con sentimientos tan vivos y fuertes, contemplar la cuestión sin prejuicios; a no ser que el alma estuviera liberada de personas y de su influencia, y firmemente fija en Cristo solo y en lo que le es debido a Él, sería imposible alcanzar cualquier decisión divina. Cuando se permitía que operasen elementos meramente naturales, la visión espiritual quedaba enturbiada, la mente más perpleja que nunca, y más susceptible a ceder bajo la presión de las circunstancias.

Como fue entonces, así es ahora. Cuando pensamos en lo que debemos a las personas, llegamos a una conclusión errónea. Cuando pensamos sólo en lo que es debido a Cristo, todo queda tan claro y sencillo como los elementos de la verdad misma. Cuando el bendito Señor toma Su puesto en la iglesia de Filadelfia, Él se manifiesta en el carácter que ha de constituir la norma de recepción a la mesa y del caminar público de los que son recibidos. Él dice: «Esto dice el Santo, el Verdadero». ¿Qué podría ser más sencillo que esto? Cristo está ahí en Su gloria moral como el Santo y el Verdadero; y debemos buscar más que inteligencia o entendimiento para responder a cuestiones; tenemos que buscar santidad y verdad en aquellos a los que recibimos a la mesa del Señor. Nada menos que la separación de todo mal conocido y la integridad en la fe será lo apropiado para Su presencia. Tenemos siempre que recordar que Él dice: «Allí estoy.»

A primera vista, y para las mentes de muchos, parece más grato, más amante, recibir a la mesa a aquellos que creemos que son verdaderos cristianos aunque procedan de una asamblea donde algunos de los miembros sostengan falsa doctrina, en tanto que ellos mismos sean sanos. ¿Es correcto —dirán los tales— excluir a toda una reunión debido a dos o tres miembros no sanos? La respuesta es: Nadie debería ser excluido sino «perversos»; pero la Escritura también ordena: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo». Esto no es excluir a nadie, sino apartarse de ellos; no tener que hacer nada con ellos en tanto que estén mezclados con iniquidad. Es cosa cierta que la herejía del Sr. Newton es iniquidad; nos dejaría sin Cristo, el único fundamento y centro de unión. De nada vale hablar de comunión en absoluto a no ser que tengamos el verdadero Cristo de Dios. Pero que tales verdaderos cristianos a los que uno se refiere se juzguen a sí mismos del mal conocido a la vista de Dios, se laven las manos por completo de la contaminación, y entonces serán recibidos con brazos y corazones abiertos a la mesa del Señor. Nuestro primer pensamiento con referencia a la mesa ha de ser, no lo que es apropiado para este o aquel hermano, o lo que parece más amante o caritativo, sino lo que es propio de Cristo como el Santo y el Verdadero. Cuando el ojo es simple, todo el cuerpo está lleno de luz; no hay tinieblas ni perplejidad en el camino.

También sabemos que se dice que los Hermanos Exclusivos —nombre que se asignó desde entonces a los que protestaron contra la acción de Bethesda— reciben a la mesa del Señor a hermanos procedentes de la Iglesia de Inglaterra, donde se mantiene mucho error, pero que rehusan al santo más piadoso de una congregación vinculada con Bethesda. Esto es cierto, y a menudo sumamente penoso y angustioso para los que tienen que actuar así. Nada sino la fidelidad a Cristo y Su palabra podría darles firmeza frente a los llamamientos que se hacen, y a los sutiles argumentos que se dan. La explicación es ésta: por extraño que pueda parecer, los Hermanos Neutrales, como ahora se les llamó [o, Abiertos], se reunían profesadamente sobre el principio de la iglesia de Dios como antes de la división, y profesaban reconocer la presencia del Espíritu Santo en medio de ellos. Se podrían observar varias cosas que son inconsecuentes con esta posición; con todo, como esta era y es el terreno que se pretende, las congregaciones tienen que ser tratadas como un solo cuerpo. Al reconocer la presencia del Espíritu Santo de esta manera, profesan ser un cuerpo aunque muchos miembros; por ello, al recibir un solo miembro de un cuerpo que profesa ser una unidad, todo el cuerpo es recibido en principio, sano o no sano. (Véase 1 Co. 12.) En cambio, la iglesia de Inglaterra y las diversas formas de los no conformistas no adoptan esta posición. Se reúnen sobre la base de un sistema particular; puede que sea el Episcopalismo, el Presbiterianismo, o la Independencia; y los miembros de los diferentes sistemas permanecen como tales individuos, y como tales deberían ser tratados. La posición eclesiástica de los tales es totalmente diferente de la ocupada por las reuniones vinculadas con Bethesda, y cada uno debe ser tratado en conformidad con el terreno que profesa ocupar. Puede que haya mucha simpatía y amistad entre las denominaciones, pero no existe el pensamiento de unidad; sin embargo, rehusar a un cristiano piadoso de la iglesia de Inglaterra porque opine que la Iglesia Establecida está en lo cierto sería hacer de la luz o inteligencia el derecho a la comunión, negando la unidad del cuerpo y constituyendo una secta. No se trata de una cuestión de grados de luz, sino de santidad y verdad.

Bethesda profesa purificarse

Al ir aumentando la presión del exterior, y comenzando Bethesda a comprender que su conducta había sido para tropiezo de miles de los santos de Dios y que estaba siendo causa de tanta división y controversia, se celebró una reunión en aquella capilla en octubre de 1848, con el propósito de vindicar a la asamblea de todas las acusaciones de comunión con las falsas doctrinas del Sr. Newton o con aquellos que las mantenían. En esta ocasión, el Sr. Müller dio su propio juicio individual acerca de los tratados. Declaró él que los escritos del Sr. Newton contenían un sistema de insidioso error, no aquí y allá, sino en toda su extensión; y que si las doctrinas que se enseñaban en ellos eran seguidas hasta sus últimas consecuencias, destruirían los fundamentos del Evangelio y destruirían la fe cristiana. Según estas doctrinas, insistió él, «el mismo Señor necesitaría un salvador, lo mismo que los demás». Con todo, a la vez que emitía un juicio concreto tan enérgico, el Sr. Müller añadió que no podía decir que el Sr. Newton fuese un hereje, que no podía negarse a llamarlo hermano.[5]

Después de transcurridos treinta años[6] y contemplando sosegadamente los hechos que se registran, pensamos que son extrañamente inconsecuentes. El autor de unas doctrinas que nos dejarían perecer sin el Cristo de Dios es ciertamente un hereje; ¿y cómo podríamos llamarlo hermano? ¿Y cómo podría haber hermandad? A la vez, el Sr. Müller fue cuidadoso en mantener que lo que él había dicho no era el juicio de la iglesia, sino su propio juicio individual, por el que sólo él era responsable. Con respecto al documento «de los Diez» y todos los pasos relacionados con el mismo, lo justificó todo íntegramente, y dijo que si volvieran a estar en las mismas circunstancias, actuaría de la misma manera.

Pero el sentimiento general se había hecho tan intenso, que los dirigentes vieron necesario examinar la cuestión con más detenimiento; y aunque habían dicho al principio de los problemas que no estaría bien de parte de ellos investigar y juzgar la falsa doctrina, y con ello enredarse en la controversia, ahora se vieron obligados a reconocer que era necesario y correcto examinar los tratados. Pero el triste mal ya estaba consumado; cincuenta o sesenta piadosos hermanos habían sido forzados a salir de Bethesda por causa de la perentoria negativa de los dirigentes de juzgar las falsas doctrinas, y multitudes por todo el país se encontraban en un estado de perplejidad, tristeza y contienda. En noviembre y diciembre de 1848 tuvieron lugar siete reuniones de iglesia, y se examinaron los tratados del Sr. Newton. La conclusión a que se llegó fue: «Que nadie defendiendo, manteniendo o sustentando los puntos de vista o tratados del Sr. Newton puede ser recibido en comunión». Pero esta conclusión dejó la puerta tan abierta como siempre para aquellos que estaban en abierta comunión con el Sr. Newton, siempre que no defendiesen, mantuviesen o sostuviesen sus puntos de vista o tratados. Pocos tendrán la franqueza de reconocer que hacen esto, aunque había muchos en aquel tiempo que estaban manchados con su herejía. «La carta de los diez» permaneció vigente, sin ningún cambio de criterio acerca de la misma, y sigue hasta el día de hoy como la estudiada y deliberada declaración de la verdadera base de la comunión de Bethesda.



Notas

 1. Para un resumen de la falsa enseñanza del Sr. Newton, véase una recapitulación en ocho puntos del Sr. J. E. Batten; se encuentra en la pág. 24 de Open Brethren: Their Origin, Principles and Practice [Los Hermanos Abiertos: Su origen, principios y práctica], por H. S. May, publicado por Bible Truth Publishers, P.O. Box 649, ADDISON, IL 60101, EE. UU. Volver al texto

2. Esta carta, conocida como The Letter of the Ten [La carta de los diez], puede leerse en su totalidad en el opúsculo The whole case of Plymouth and Bethesda [Todo el caso de Plymouth y Bethesda], por William Trotter, pág. 55. Publicado posteriormente con el título «The Origin of (so called) Open Brethrenism» [El origen de los Hermanos Abiertos (según su designación común)]. Volver al texto

3. Things New and Old, vol. 18, pág. 318. Volver al texto

4. En el Prefacio del libro Teachers of the Faith and the Future [Maestros de la Fe y el Futuro] (sin fecha, pero probablemente de alrededor de 1959), el Prof. F. F. Bruce se refiere a sí mismo como «un miembro de los Hermanos de Plymouth», y dice que el Sr. Newton era «un maestro la carrera total del cual proclama su ortodoxia totalmente ausente de contemporizaciones». Esto muestra dónde están los seguidores de Bethesda en la actualidad. (Ed.) Volver al texto

5. The whole case of Plymouth and Bethesda [Todo el caso de Plymouth y Bethesda], por William Trotter, pág. 43 (antigua edición); y Things New and Old, vol. 18, pág. 321. Volver al texto

6. Esto da como fecha aproximada de la redacción de este libro el año 1878. Volver al texto


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Traducción: © Copyright Santiago Escuain 2001 por la traducción.© Copyright SEDIN 2001 para la presentación electrónica. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.

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