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«LOS HERMANOS»
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DETECCIÓN DE FALSA DOCTRINA
Después de la división de Ebrington Street, que se
ha registrado en el capítulo anterior, los seguidores del Sr.
Newton quedaron reducidos a un número relativamente
pequeño, pero estos, en su mayoría, eran partidarios
llenos de celo. Se tomaban notas abundantes de sus conferencias y
lecturas, y eran «circuladas con tanta regularidad entre unos
selectos pocos en diversas partes de Inglaterra, como los libros de
una sociedad de lectura». Un paquete de estas notas cayó
en manos del Sr. Harris en el año 1847, y ello de la siguiente
manera. Una hermana en Exeter las prestó a su esposa como
enseñanza del Sr. Newton, en la que ella había
encontrado mucho interés y provecho. La Sra. Harris, no
comprendiendo el significado de algunas de las expresiones del autor,
consultó con su marido. «Entonces,» dice él,
«al examinar el manuscrito y leerlo, me sentí sorprendido
y sacudido al encontrar unas declaraciones y doctrinas tan
antiescriturarias, que me parecieron que afectaban a la integridad de
la doctrina de la cruz.» Tras haber examinado aquellas
declaraciones con cuidado, publicó un tratado en el que
denunciaba y sacaba a la luz aquel sistema de falsa doctrina que el
Sr. Newton había estado enseñando diligentemente a sus
pocos escogidos durante años.
Esta denuncia, como se puede suponer, produjo una gran alarma entre
los Hermanos por todas partes, y naturalmente suscitó una
respuesta del Sr. Newton. Pronto aparecieron dos opúsculos, en
ninguno de los cuales repudiaba la doctrina que se exponía en
la conferencia objeto de la reseña, sino que la exponía
con mayor extensión, aunque de una manera menos ofensiva, y
luego la defendía y sustentaba. La doctrina que se expone en
esta conferencia acerca del Salmo 6 por parte del Sr. Newton, y
publicada en un tratado titulado The sufferings of Christ, as set
forth in a lecture on Psalm 6, considered by J. L. Harris [Los
padecimientos de Cristo, según han sido expuestos en una
conferencia sobre el Salmo 6, reseñada por J. L. Harris], es
indudablemente la expresión más genuina de lo que
estaba en la mente del autor. Fue pronunciada en presencia de sus
amigos, de manera tranquila y deliberada teniendo en cuenta a las
personas que estaban tomando las notas taquigráficas, de modo
que podemos deducir con justicia que los verdaderos sentimientos de
su alma estaban fluyendo libremente sin disfraz ni sin reservas. Pero
al descubrir un ambiente de indignación universal generada por
sus blasfemas doctrinas, e incluso que sus mismos amigos estaban
dispuestos a abandonarle, accedió a retirar sus ofensivos
tratados para consideración, y confesó que había
caído en error en un punto que tenía que ver con la
relación de Cristo con Adán como cabeza federal.
Si no fuese que incluso este breve bosquejo
podría considerarse como incompleto si no dijésemos
algo de la herejía, nos sentiríamos felices con pasar
por encima de ella con un profundo y perpetuo silencio. Nos disgusta
traer a nuestras páginas las sutiles y místicas
expresiones en las que se enseñó este mortífero
error. El bendito Jesús, Emanuel, Dios con nosotros, era
presentado como nacido a distancia de Dios, envuelto en la culpa del
primer Adán, debido a que había nacido de mujer y bajo
la maldición de la ley quebrantada, debido a Su
asociación con Israel.[1]
Es doloroso constatar que mediante estas doctrinas se nos
privaría del verdadero Cristo de Dios —el Cristo del
Nuevo Testamento. No hay necesidad de entrar en más detalles.
Si nació a distancia de Dios, bajo maldición y heredero
de muerte, queda Él totalmente descalificado para ser el
Salvador de otros. Tuvo que librarse a Sí mismo de estas
vinculaciones que le eran propias por nacimiento; y esto, se afirma,
lo consiguió. Se admite que estaba libre de mancha en Su
persona misma, y que por Su perfecta obediencia a la ley y en todas
las cosas hasta la muerte, habiéndose entregado a Sí
mismo, fue reconocido por Dios y aceptado por Él. Pero, al ser
todo esto debido a Él por parte de Dios, ¿dónde
queda el sustituto del pecador, la seguridad del pecador, el
sacrificio del pecador, el evangelio para el pecador, el Salvador del
pecador? ¿Y dónde quedan las doctrinas de la gracia, y
dónde queda la iglesia del Dios viviente, y dónde
quedamos nosotros, individualmente? ¿Y qué de la obra
consumada de Cristo? ¿O qué significa el grito del
vencedor: «CONSUMADO ES»?
La insensatez de esta teoría es tan clara como su
condición de blasfema, aunque caracterizada por las
profundidades de Satanás. Como resultado, es tan ruinosa como
el arrianismo o el socinianismo, aunque menos lógica. Es
autocontradictoria y habla más de la vanidad del autor y de su
deseo de distinción que de una honrada convicción.
Sólo tuvo que ser sacada a la luz para ser vista y detectada.
Ésta fue la gran misericordia de Dios: no fue permitido que
prosiguiera. Porque es cosa bien cierta que en Plymouth se estaba
predicando a un falso Cristo, y se negaba la presencia del
Espíritu Santo. Pero, con la excepción de un
pequeño grupo, principalmente de los amigos personales del Sr.
Newton, la gran mayoría de los Hermanos estuvieron de acuerdo,
después de una debida investigación y oración,
que las doctrinas que el Sr. Newton había estado
enseñando y circulando en privado eran fundamentalmente
heréticas respecto a Cristo y totalmente subversivas de todo
lo que es esencial al cristianismo. Esta falsa doctrina fue condenada
de una manera casi universal; pero no todos estuvieron de acuerdo
acerca de sobre qué principio tratar con ella y de separarse
de ella.
En el año 1848, mientras los Hermanos en todas partes
estaban reuniéndose en diversos lugares para oración y
humillación debido a la dolorosa obra del enemigo, los
dirigentes de Bethesda El nombre de una capilla donde se
reunía una congregación de hermanos en Bristol.
recibieron a la mesa del Señor a varios de los íntimos
amigos y partidarios del Sr. Newton, sabiéndose que
sostenían su herejía. Este desdichado y precipitado
paso por parte de estos dirigentes, y su deliberada defensa del
mismo, tuvo resultados desastrosos; desgarró a los Hermanos,
llevó a muchos a un dolor y angustia indescriptibles a nivel
individual y familiar, mucho de lo cual no se ha remediado hasta el
presente, además del gran daño hecho a la causa de la
verdad, y de la deshonra al nombre del bendito Señor
Jesús. Esta es la verdadera fuente de la contienda, de las
divisiones, tergiversaciones, animosidades y malas sospechas, que
muchos Hermanos siguen sintiendo, y que han puesto tantas armas en
manos de sus enemigos. Fue fácil librarse del Sr. Newton y sus
seguidores, pero la complicación de Bethesda fue sin remedio.
Y este acto, aparentemente tan carente de consideración a los
sentimientos cristianos de otros, no fue resultado de accidente ni de
ignorancia, sino que se llevó a cabo de manera deliberada, a
pesar de las protestas de piadosos hermanos entre ellos mismos, y de
otros a distancia, que les advirtieron del carácter y de las
opiniones de las personas mencionadas.
Viendo que las cosas habían adoptado un giro
así, unos pocos y fieles hermanos de aquel lugar, miembros de
la congregación de Bethesda, protestaron, y rogaron que
aquella doctrina fuese examinada y juzgada, y que sus maestros fuesen
excluidos de la comunión. Pero sus protestas no fueron
oídas, y se vieron por ello obligados, para evitar la
comunión con aquello que conocían como malo, a
retirarse de la comunión en Bethesda. Y así lo
hicieron; uno de ellos imprimió, para circulación
privada, una carta a los hermanos dirigentes, explicando la
razón de su separación. Esto suscitó una carta,
firmada por diez hermanos principales en Bethesda, vindicando su
conducta en la recepción de los seguidores del Sr. Newton, y
rechazando todas las advertencias y protestas que les habían
sido dirigidas.[2]
Por cuanto la cuestión de la comunión fue primeramente
suscitada en Bristol y de allí se extendió a casi cada
lugar sobre la faz de la tierra donde existen asambleas de Hermanos,
bueno será considerar el trasfondo de esta
congregación. Era sencillamente lo que se conoce como una
congregación bautista, presidida por los Sres. Müller y
Craik, y que se reunía para el culto en una capilla llamada
«Bethesda» en Bristol. Algunos años antes de este
período de prueba, esta congregación fue recibida en
bloque en comunión con los Hermanos —recibida como un
cuerpo. «Toda la asamblea,» dice el Sr. Mackintosh,
«de una manera profesa y ostensible, pasó a tomar el
terreno ocupado por los Hermanos. No mencionaré nombres ni
iré a cuestiones de detalle; sencillamente narraré el
gran hecho trascendental, porque ilustra un principio de suma
importancia.
»Ha sido mi convicción durante muchos años que
esta recepción de una congregación fue un error fatal
de parte de los Hermanos. Incluso admitiendo, como lo admito de
corazón, que todos los miembros y ministros pueden haber sido
personas de lo más excelente a nivel individual, sin embargo
estoy persuadido de que es un error en cualquier caso recibir a todo
un cuerpo como tal. No existe algo que pueda considerarse como una
conciencia corporativa. La conciencia es algo individual, y a no ser
que actuemos de manera individual ante Dios, no habrá
estabilidad en nuestro curso. Todo un cuerpo de personas, dirigido
por sus maestros, puede profesar la adopción de un cierto
terreno y la aceptación de unos ciertos principios; pero,
¿qué seguridad hay de que cada miembro de este cuerpo
está actuando en la energía de la fe personal por el
poder del Espíritu Santo, y basándose en la autoridad
de la Palabra de Dios? Es de la mayor importancia que en cada paso
que tomemos, lo hagamos con una fe sencilla, en comunión con
Dios, y con una conciencia activa. ...
»La realidad es que Bethesda nunca debió
ser reconocida como asamblea reunida sobre terreno divino; y esto se
demuestra por el hecho de que cuando fue llamada a actuar en base de
la verdad de la unidad del cuerpo, se desmoronó
completamente.»[3]
El principal objeto del documento
comúnmente designado como «La Carta de los Diez» era
vindicar la conducta de los que habían recibido a los
seguidores del Sr. Newton y que adoptaron una posición de
neutralidad con respecto a las solemnes cuestiones que se les
habían planteado a los Hermanos en general. En tanto que los
firmantes de la carta, de manera individual y conjunta, repudiaban
las doctrinas enseñadas por Newton, dicen de manera muy
extraña, con referencia a la comunión: «Suponiendo
que el autor de los tratados fuese fundamentalmente hereje, esto no
nos justificaría para rechazar a los que acudieran a su
enseñanza, hasta que quedásemos convencidos de que
habían comprendido y asimilado enseñanzas esencialmente
subversivas de la verdad fundamental». Así, se expresaba
de manera clara la base de exclusión: «Que nadie
defendiendo, manteniendo o sustentando los puntos de vista o tratados
del Sr. Newton puede ser recibido a la
comunión».[4]
Esta fue la posición adoptada por los más inteligentes
hombres de Bethesda, según este notable documento, y ello
antes que el error en cuestión hubiera sido juzgado. Rehusaron
juzgarlo. Dijeron: «¿Qué tenemos que ver aquí
en Bristol con errores enseñados en Plymouth?» Tampoco
accedieron a que se leyeran ningunos extractos de los escritos del
Sr. Newton ante la congregación, ni que se hicieran
observaciones acerca de sus doctrinas, hasta que la carta fuese
aprobada por la iglesia. Se convocó una reunión de
iglesia con este propósito en julio de 1848; pero como algunos
de los miembros objetaron a que la congregación diese su
aprobación a un documento que no había sido explicado y
que no era comprendido, el Sr. Müller se levantó y dijo:
«Lo primero que la iglesia había de hacer era dar su
aprobación a los firmantes del documento; y si esto no se
hacía así, no podían seguir laborando en medio
de ellos; y cuanto peores fuesen los errores, tanto más
razón de que no fuesen expuestos.» Así se
exigió a la congregación, bajo la amenaza de perder las
labores de sus pastores, que asumieran una posición de
neutralidad entre el autor de los tratados y sus partidarios, por una
parte, y aquellos que los rechazaban de manera absoluta como
heterodoxos y heréticos. La mayoría accedió:
poniéndose en pie expresaron su aprobación de este
documento «de los diez» y adoptaron una posición
neutral respecto a la gran cuestión que entonces inquietaba la
mente de los Hermanos tanto en el país como en el extranjero.
Como cincuenta o sesenta miembros de la congregación, antes
que dar su aprobación a un principio tan negligente de
comunión, se retiró de Bethesda. Ahora existía
una división tangible. Se suscitó evidentemente la
cuestión de cuáles eran los Hermanos realmente reunidos
sobre el terreno de la unidad de la iglesia, o cuáles estaban
actuando meramente como congregaciones independientes. Bethesda
había abandonado deliberadamente el terreno que había
profesado ocupar en comunión con los Hermanos, había
adoptado la independencia, y la mantenía de manera abierta.
Todos los que se adherían al principio del «un
cuerpo» como la verdadera y única base de la
comunión cristiana, se mostraron directamente opuestos a esta
independencia. Varias congregaciones por todo el mundo siguieron el
ejemplo de Bethesda, mientras que otros mantenían con firmeza
la posición que habían ocupado con anterioridad. Por
todas partes, los Hermanos tenían que afrontar esta
cuestión. Tenía que ser considerada de manera directa.
Había llegado el momento de la prueba, y era imposible
rehuirla. Para aquellos que no habían asimilado la verdadera
idea de la iglesia de Dios, resultó ser un terrible tropiezo.
Los sentimientos personales, el afecto hacia maestros y amigos
favoritos, extraviaron a muchos. En muchos casos se prestó
atención a la cuestión en sí y parecía
correcta; pero en el momento de tener que aplicar el principio en
referencia a alguna persona en particular, los argumentos eran
desechados con esta precipitada conclusión: «¡Oh,
este principio de comunión nunca puede ser correcto si va a
excluir a este hombre tan querido y piadoso de la mesa del
Señor!» Era difícil, con sentimientos tan vivos y
fuertes, contemplar la cuestión sin prejuicios; a no ser que
el alma estuviera liberada de personas y de su influencia, y
firmemente fija en Cristo solo y en lo que le es debido a Él,
sería imposible alcanzar cualquier decisión divina.
Cuando se permitía que operasen elementos meramente naturales,
la visión espiritual quedaba enturbiada, la mente más
perpleja que nunca, y más susceptible a ceder bajo la
presión de las circunstancias.
Como fue entonces, así es ahora. Cuando pensamos en lo que
debemos a las personas, llegamos a una conclusión
errónea. Cuando pensamos sólo en lo que es debido a
Cristo, todo queda tan claro y sencillo como los elementos de la
verdad misma. Cuando el bendito Señor toma Su puesto en la
iglesia de Filadelfia, Él se manifiesta en el carácter
que ha de constituir la norma de recepción a la mesa y del
caminar público de los que son recibidos. Él dice:
«Esto dice el Santo, el Verdadero». ¿Qué
podría ser más sencillo que esto? Cristo está
ahí en Su gloria moral como el Santo y el Verdadero; y debemos
buscar más que inteligencia o entendimiento para responder a
cuestiones; tenemos que buscar santidad y verdad en
aquellos a los que recibimos a la mesa del Señor. Nada menos
que la separación de todo mal conocido y la integridad en la
fe será lo apropiado para Su presencia. Tenemos siempre que
recordar que Él dice: «Allí estoy.»
A primera vista, y para las mentes de muchos, parece más
grato, más amante, recibir a la mesa a aquellos que creemos
que son verdaderos cristianos aunque procedan de una asamblea donde
algunos de los miembros sostengan falsa doctrina, en tanto que ellos
mismos sean sanos. ¿Es correcto —dirán los
tales— excluir a toda una reunión debido a dos o tres
miembros no sanos? La respuesta es: Nadie debería ser excluido
sino «perversos»; pero la Escritura también ordena:
«Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de
Cristo». Esto no es excluir a nadie, sino apartarse de ellos; no
tener que hacer nada con ellos en tanto que estén mezclados
con iniquidad. Es cosa cierta que la herejía del Sr. Newton es
iniquidad; nos dejaría sin Cristo, el único fundamento
y centro de unión. De nada vale hablar de comunión en
absoluto a no ser que tengamos el verdadero Cristo de Dios. Pero que
tales verdaderos cristianos a los que uno se refiere se juzguen a
sí mismos del mal conocido a la vista de Dios, se laven las
manos por completo de la contaminación, y entonces
serán recibidos con brazos y corazones abiertos a la mesa del
Señor. Nuestro primer pensamiento con referencia a la mesa ha
de ser, no lo que es apropiado para este o aquel hermano, o lo que
parece más amante o caritativo, sino lo que es propio de
Cristo como el Santo y el Verdadero. Cuando el ojo es simple, todo el
cuerpo está lleno de luz; no hay tinieblas ni perplejidad en
el camino.
También sabemos que se dice que los Hermanos Exclusivos
—nombre que se asignó desde entonces a los que
protestaron contra la acción de Bethesda— reciben a la
mesa del Señor a hermanos procedentes de la Iglesia de
Inglaterra, donde se mantiene mucho error, pero que rehusan al santo
más piadoso de una congregación vinculada con Bethesda.
Esto es cierto, y a menudo sumamente penoso y angustioso para los que
tienen que actuar así. Nada sino la fidelidad a Cristo y Su
palabra podría darles firmeza frente a los llamamientos que se
hacen, y a los sutiles argumentos que se dan. La explicación
es ésta: por extraño que pueda parecer, los Hermanos
Neutrales, como ahora se les llamó [o, Abiertos], se
reunían profesadamente sobre el principio de la iglesia de
Dios como antes de la división, y profesaban reconocer la
presencia del Espíritu Santo en medio de ellos. Se
podrían observar varias cosas que son inconsecuentes con esta
posición; con todo, como esta era y es el terreno que se
pretende, las congregaciones tienen que ser tratadas como un solo
cuerpo. Al reconocer la presencia del Espíritu Santo de esta
manera, profesan ser un cuerpo aunque muchos miembros; por ello, al
recibir un solo miembro de un cuerpo que profesa ser una
unidad, todo el cuerpo es recibido en principio, sano o no
sano. (Véase 1 Co. 12.) En cambio, la iglesia de Inglaterra y
las diversas formas de los no conformistas no adoptan esta
posición. Se reúnen sobre la base de un sistema
particular; puede que sea el Episcopalismo, el Presbiterianismo, o la
Independencia; y los miembros de los diferentes sistemas permanecen
como tales individuos, y como tales deberían ser tratados. La
posición eclesiástica de los tales es totalmente
diferente de la ocupada por las reuniones vinculadas con Bethesda, y
cada uno debe ser tratado en conformidad con el terreno que profesa
ocupar. Puede que haya mucha simpatía y amistad entre las
denominaciones, pero no existe el pensamiento de unidad; sin embargo,
rehusar a un cristiano piadoso de la iglesia de Inglaterra porque
opine que la Iglesia Establecida está en lo cierto
sería hacer de la luz o inteligencia el derecho a la
comunión, negando la unidad del cuerpo y constituyendo una
secta. No se trata de una cuestión de grados de luz,
sino de santidad y verdad.
Al ir aumentando la presión del exterior,
y comenzando Bethesda a comprender que su conducta había sido
para tropiezo de miles de los santos de Dios y que estaba siendo
causa de tanta división y controversia, se celebró una
reunión en aquella capilla en octubre de 1848, con el
propósito de vindicar a la asamblea de todas las acusaciones
de comunión con las falsas doctrinas del Sr. Newton o con
aquellos que las mantenían. En esta ocasión, el Sr.
Müller dio su propio juicio individual acerca de los tratados.
Declaró él que los escritos del Sr. Newton
contenían un sistema de insidioso error, no aquí y
allá, sino en toda su extensión; y que si las doctrinas
que se enseñaban en ellos eran seguidas hasta sus
últimas consecuencias, destruirían los fundamentos del
Evangelio y destruirían la fe cristiana. Según estas
doctrinas, insistió él, «el mismo Señor
necesitaría un salvador, lo mismo que los demás».
Con todo, a la vez que emitía un juicio concreto tan
enérgico, el Sr. Müller añadió que no
podía decir que el Sr. Newton fuese un hereje, que no
podía negarse a llamarlo hermano.[5]
Después de transcurridos treinta
años[6] y contemplando sosegadamente los
hechos que se registran, pensamos que son extrañamente
inconsecuentes. El autor de unas doctrinas que nos dejarían
perecer sin el Cristo de Dios es ciertamente un hereje; ¿y
cómo podríamos llamarlo hermano? ¿Y cómo
podría haber hermandad? A la vez, el Sr. Müller fue
cuidadoso en mantener que lo que él había dicho no era
el juicio de la iglesia, sino su propio juicio individual, por el que
sólo él era responsable. Con respecto al documento
«de los Diez» y todos los pasos relacionados con el mismo,
lo justificó todo íntegramente, y dijo que si volvieran
a estar en las mismas circunstancias, actuaría de la misma
manera.
Pero el sentimiento general se había hecho tan intenso, que
los dirigentes vieron necesario examinar la cuestión con
más detenimiento; y aunque habían dicho al principio de
los problemas que no estaría bien de parte de ellos investigar
y juzgar la falsa doctrina, y con ello enredarse en la controversia,
ahora se vieron obligados a reconocer que era necesario y correcto
examinar los tratados. Pero el triste mal ya estaba consumado;
cincuenta o sesenta piadosos hermanos habían sido forzados a
salir de Bethesda por causa de la perentoria negativa de los
dirigentes de juzgar las falsas doctrinas, y multitudes por todo el
país se encontraban en un estado de perplejidad, tristeza y
contienda. En noviembre y diciembre de 1848 tuvieron lugar siete
reuniones de iglesia, y se examinaron los tratados del Sr. Newton. La
conclusión a que se llegó fue: «Que nadie
defendiendo, manteniendo o sustentando los puntos de vista o tratados
del Sr. Newton puede ser recibido en comunión». Pero esta
conclusión dejó la puerta tan abierta como siempre para
aquellos que estaban en abierta comunión con el Sr. Newton,
siempre que no defendiesen, mantuviesen o sostuviesen
sus puntos de vista o tratados. Pocos tendrán la franqueza de
reconocer que hacen esto, aunque había muchos en aquel tiempo
que estaban manchados con su herejía. «La carta de los
diez» permaneció vigente, sin ningún cambio de
criterio acerca de la misma, y sigue hasta el día de hoy como
la estudiada y deliberada declaración de la verdadera base de
la comunión de Bethesda.
1. Para un resumen de la falsa enseñanza del Sr. Newton, véase una recapitulación en ocho puntos del Sr. J. E. Batten; se encuentra en la pág. 24 de Open Brethren: Their Origin, Principles and Practice [Los Hermanos Abiertos: Su origen, principios y práctica], por H. S. May, publicado por Bible Truth Publishers, P.O. Box 649, ADDISON, IL 60101, EE. UU. Volver al texto
2. Esta carta, conocida como The Letter of the Ten [La carta de los diez], puede leerse en su totalidad en el opúsculo The whole case of Plymouth and Bethesda [Todo el caso de Plymouth y Bethesda], por William Trotter, pág. 55. Publicado posteriormente con el título «The Origin of (so called) Open Brethrenism» [El origen de los Hermanos Abiertos (según su designación común)]. Volver al texto
3. Things New and Old, vol. 18, pág. 318. Volver al texto
4. En el Prefacio del libro Teachers of the Faith and the Future [Maestros de la Fe y el Futuro] (sin fecha, pero probablemente de alrededor de 1959), el Prof. F. F. Bruce se refiere a sí mismo como «un miembro de los Hermanos de Plymouth», y dice que el Sr. Newton era «un maestro la carrera total del cual proclama su ortodoxia totalmente ausente de contemporizaciones». Esto muestra dónde están los seguidores de Bethesda en la actualidad. (Ed.) Volver al texto
5. The whole case of Plymouth and Bethesda [Todo el caso de Plymouth y Bethesda], por William Trotter, pág. 43 (antigua edición); y Things New and Old, vol. 18, pág. 321. Volver al texto
6. Esto da como fecha aproximada de la redacción de este libro el año 1878. Volver al texto
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