Dave Hunt
Más allá de la seducción — el
concepto de Autoestima
y las Escrituras
Extractos del libro Más allá de la
Seducción
— Editorial Portavoz — Grand Rapids,
Michigan
Traducción del inglés:
Santiago Escuain
Ideas similares a estas están siendo impulsadas por
líderes cristianos que arguyen que la meta primaria del
evangelio ha de ser suplir «la más profunda necesidad
de cada persona —su hambre de autoestima, de propia valía, y
de dignidad personal». [1]
Pero muchos otros están igualmente convencidos de que la
verdadera hambre del hombre es de Dios, y que lo que
está en juego es la gloria de Dios, y no la dignidad y la
propia valía del hombre.
Hay ciertamente un deseo legítimo que Dios ha puesto dentro
de todas las personas para encontrar propósito y significado
de su existencia. El error del humanismo y de la psicología
estriba en buscar en el yo aquello que sólo Dios puede
proveer. «Conozco, oh Jehová,» dijo
Jeremías, «que el hombre no es señor de su
camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos»
(Jeremías 10:23). Agustín dijo: «Oh Dios,
Tú nos has hecho para ti mismo, y no tenemos reposo hasta que
lo hallamos en ti.» El yoísta intenta encontrar
este reposo no confiando en Dios sino en aquella autoconfianza que
procede de una propia imagen positiva. Pascal habló del
vacío en forma de Dios en nuestro interior que sólo
Dios podría llenar. Pero en la actualidad este vacío
interior es explicado como una falta de propia valía y
carencia de autoestima; se ofrecen soluciones yoístas
que no dan satisfacción a la sed espiritual por el mismo Dios.
Estamos de vuelta a un error principal que ya hemos tratado de una
forma algo diferente: estamos viendo a Dios, de hecho, como poco
más que un medio de propia realización y contemplando
todo lo que Él ha hecho, incluyendo la cruz de Cristo,
primariamente desde una perspectiva egoísta de qué es
lo que nosotros conseguimos de ello. Es la misma antigua
rebelión, pero ahora justificada por las teorías de la
psicología. Al apartar la atención de Dios y dirigirla
al hombre, el evangelio yoísta echa a un lado la
gracia, que no puede tener parte alguna en la autoestima y propia
valía. Como ha observado Jay Adams:
Muchos proponentes del movimiento de la propia
valía están destruyendo la preciosa doctrina de la
gracia para apoyar una teoría humanista y no
cristiana....[2]
Los redimidos no deberían pensar acerca de sí mismos,
sino sólo acerca de agradar y glorificar a su Redentor. En el
cielo, toda la atención nuestra se centrará en nuestro
Señor, ninguna sobre nosotros. Ni querremos ninguna
atención, porque volvernos a nosotros mismos destruiría
el cielo. Es cierto que estaremos allí con cuerpos
glorificados y que recibiremos coronas y recompensas y que oiremos de
boca del Señor: «Bien, buen siervo y fiel ... entra en
el gozo de tu Señor» (Mateo 25:21). Pero, ¿nos
dará esto acaso una propia imagen positiva, un sentido de
propia valía y de autoestima, y nos hará sentirnos
cómodos con nosotros mismos? C. S. Lewis responde a esto:
El niño al que se le dan unas palmadas en la
espalda por haber hecho bien la lección, la mujer a la que su
amante le alaba su belleza, el alma salvada a la que Cristo le dice: «Bien hecho», se complacen, y deberían
complacerse.
Porque ahí la complacencia reside no en lo que tú
eres, sino en el hecho de que has agradado a alguien a quien
querías (y querías de manera muy justa) agradar.
El problema comienza cuando pasas de pensar: «Le he
agradado; todo está bien,» a pensar, «¡Qué excelente persona soy yo por haberlo hecho
así!» [3]
Lo que Lewis está diciendo ha sido el consenso general de
la iglesia desde su inicio. La teología de la autoestima ha
llegado sólo en los últimos tiempos a la escena y
está intentando de manera desesperada demostrar que de hecho
es «la fe que ha sido una vez dada a los santos».
Aprendemos mucho de la doctrina establecida de la iglesia en base de
himnos que han resistido el paso del tiempo. Consideremos estas
palabras, que fueron inspiradas por las cartas de Samuel Rutherford y
escritas por Anne Ross Cousin hace unos cien años, y
observaremos no sólo lo enfrentadas que están a la
nueva teología centrada en el yo, sino cuánto
mejores son:
No contempla la novia su vestido,
Sino el rostro de su Amado;
No miraré yo a la gloria,
Sino a mi Rey de Gracia lleno:
No a la corona que otorga Él,
Sino a Su horadada mano.
El Cordero es toda la gloria
En la tierra de Emanuel.
[4]
¡Aquí no hay pensamiento alguno acerca del yo!
Difícilmente podría uno decir que debido a que Cristo
sea «toda la gloria» que por ello mismo hemos perdido
algo, al no «sentirnos cómodos acerca de nosotros
mismos.» Un hombre que estaba verdaderamente lleno del
amor, de la paz y del gozo de su Señor, Samuel Rutherford
murió en 1661 repitiendo triunfante estas palabras: «¡Toda la gloria en la tierra de Emanuel!
¡Toda la gloria!» Podemos estar bien seguros de
que Rutherford no estaba pensando en sí mismo, sino en su
Señor.
El intento de bautizar la psicología humanista para
introducirla en la cristiandad va en contra de todo el tenor de la
Escritura. No hay ni un héroe o heroína de la fe
en toda la Biblia a quien se pueda señalar como ejemplo de una
persona que mantuviese una propia imagen positiva o que sufriese
debido a la carencia de cualquiera de los propulares
yoísmos actuales. Y la promoción del «yoísmo» está tan ausente de los
escritos de los santos a lo largo de toda la historia como lo
está de la Biblia misma. Entre sus muchas «propias
afirmaciones» el gran apóstol Pablo se designó
como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15), un «mísero hombre» (Romanos 7:24) y «menos
que el más pequeño de los santos» (Efesios 3:8).
Pablo apremió a los Filipenses (y con ellos también
a nosotros) a que pensasen «con humildad, estimando cada uno a
los demás como superiores a él mismo»
(Filipenses 2:3). Advirtió a los creyentes en Roma con estas
palabras: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada
cual que está entre vosotros, que no tenga más alto
concepto de sí que el que debe tener» (Romanos 12:3).
En ninguna parte de la Biblia se nos advierte a que no pensemos
más humildemente de lo que debiéramos, pero
debería haber muchas de estas Escrituras si nuestro problema
fuese la falta de autoestima. Evidentemente, no es este
nuestro problema; sí que ciertamente lo es el orgullo. C. S.
Lewis reconoció que lejos de carecer de autoestima y de amor
propio, su problema era precisamente el contrario:
¿Pienso bien en mí mismo, opino que soy un
buen chico? Bueno, me temo que así es a veces (y estos son,
indudablemente, mis peores momentos)....
Doy un paso más. En mis momentos más clarividentes
no sólo no pienso que soy una buena persona, sino que
sé que soy verdaderamente horrible. Puedo contemplar con
horror y asco algunas de las cosas que he
hecho.[5]
Esta sinceridad permite que uno se abra a la perspectiva
bíblica del yo. Cuando Dan Denk la aplicó en su
actividad de consejería, el efecto fue liberador. «Comencé a examinar a fondo la psicología del
mí-ismo», cuenta Denk, «cuando daba
orientación como pastor y más adelante como maestro en
una universidad cristiana. Doug vino a hablar un día conmigo
(como lo había hecho muchas veces antes). Se sentía
otra vez deprimido, abrumado por sus propias faltas. En anteriores
ocasiones había tratado de ayudarle a mejorar su concepto de
sí mismo. Esto funcionaba por un poco de tiempo —y luego
volvía a hundirse en la depresión.» Denk
prosigue diciendo:
Esta vez me llamó la atención lo absorto
que Doug estaba en sí mismo. No necesitaba centrar más
la atención en sí mismo.
«Doug,» le dije, «no creo que tu problema sea
que tengas un pobre concepto de ti mismo. Creo que en realidad eres
bien orgulloso. La razón de que te sientas inadecuado y
miserable en ocasiones se debe a que lo eres ... lo mismo que
todos nosotros. ¿Por qué no aceptas lo que eres y sigues
adelante con tu vida? Olvídate de ti mismo por un tiempo e
interésate en otras personas y en sus preocupaciones.»
La expresión del rostro de Doug cambió de la
sorpresa al horror, a la incredulidad ... y luego se relajó en
una sonrisa. Nunca había oído un consejo así.
Desde luego, no esperaba que iba a oírlo de mis labios. Pero,
al seguir hablando, sus ojos comenzaron a iluminarse, y le sobrevino
una nueva libertad —libertad de la esclavitud del ensimismamiento en
el yo, la libertad que viene de contemplarse uno a sí mismo
con sinceridad por primera vez.[6]
No yo, mas Cristo
La cuestión a la que hacemos frente es mucho más
grande que los pros o los contras de las teorías
psicológicas yoístas. Si nos tomásemos en
serio a Jesús, la diferencia entre Su mandamiento que Sus
discípulos han de negar el yo y la promoción del
nuevo evangelio del amor propio, de la autoaceptación y de la
propia estima podrían significar la diferencia entre el cielo
y el infierno (Mateo 16:24, 25). Evidentemente, hacemos frente a una
cuestión de la mayor importancia. Es asombroso darse cuenta de
que la psicología ha influenciado a la iglesia hasta tal punto
que un tema principal en la iglesia es ahora la honra del yo.
Dave Wilkerson observa:
Ve a cualquier librería y cuenta el
número de libros que tratan de los dolores humanos —como la
depresión, el temor, el rechazo, el divorcio y nuevo
matrimonio, la soledad, etc. Asiste a cualquier seminario o
campaña evangelística y obtendrás muchos
conocimientos acerca de como hacer frente al dolor y angustia
personales.
Pero, ¡cuán poco se escribe o enseña acerca de
compartir los padecimientos de Jesucristo, el Señor!
[7]
Georgi Vins, tanto tiempo preso de los soviéticos hasta
aquel histórico intercambio que lo trajo a Occidente, nos reta
con la elección que él y otros cristianos
soviéticos hicieron en 1962 en obediencia a Cristo: «Por todo el país, los creyentes estaban tomando
postura contra la apostasía. La perturbadora condición
espiritual de nuestras iglesias nos llevó a examinar nuestras
propias vidas.» El arrepentimiento trajo una decisión a
basar «todas las cuestiones de vida y de fe» a partir
de entonces únicamente «en base de la autoridad
absoluta de la Biblia».[8]
Aquello fue el origen de un avivamiento que prosigue hasta el
día de hoy. Aunque ha sufrido mucha persecución y
está encarcelado ahora, observemos el gozo y la victoria en
esta declaración de Gennady Kryuchkov, presidente de las
iglesias bautistas no registradas en la URSS:
Lo dejamos todo atrás y salimos de en medio de
ellos, sin poseer nada más que nuestra fe y las promesas de
Dios, y entramos en la abundancia de la bendición de Dios.
Que el Señor continúe Su poderosa obra entre
nosotros hasta que Él venga, que nuestro cántico de
alabanza a Él, comenzado en este valle de lágrimas,
pueda proseguir por toda la eternidad en Su Reino
celestial.[9]
Es bien evidente que no es el yo lo que está en
juego —ni su estima ni su amor, ni su valía ni su
aceptación— sino sólo Cristo. Si queremos permanecer
fieles a nuestro Señor, entonces debemos comenzar a practicar
un cristianismo puramente bíblico. Y este cristianismo lo
encontramos descrito en las cartas que el apóstol Pablo
escribió desde la cárcel en su época. Se expresa
también en las cartas procedentes de las cárceles
escritas por muchos del pueblo de Dios sufriendo incluso ahora en
campos de trabajo comunistas por todo el mundo. Consideremos esta, de
Vladimir Kosteniuk, un predicador de 57 años de una iglesia no
registrada en Ucrania, sirviendo su segundo período en el
Gulag y amenazado con una extensión de la sentencia:
Es el deseo de mi corazón que el Señor
me haga instrumento de Su paz, para que donde hay odio, yo pueda
sembrar amor; donde hay duda, fe; donde haya desesperanza, esperanza;
donde haya dolor, gozo; que en todo Él conceda que mi vida sea
un buen ejemplo....
Mis amados, hay tanto que querría deciros en esta carta....
¡Lo más que quiero es estar siempre listo para la venida
de mi Salvador! Estoy tan agradecido al Señor que Él me
esté llevando por este camino y que Él no me
dejará de Sus manos.
Cuando contemplamos el camino que anduvieron Cristo y Sus
seguidores, nuestras dificultades parecen pequeñas e
insignificantes. Porque lo más importante en la vida de un
cristiano es esto: ¿Qué llevaremos con nosotros cuando
estemos delante de Dios? ¿Qué tendremos para poner a Sus
pies?[10]
¿Cuál es la base de todos estos
yoísmos?
...
Un psicólogo cristiano destacado cita el Salmo 139 y
sugiere que «la maravillosa pauta de crecimiento, plenitud y
desarrollo» que «Dios introdujo en nuestros genes ...
es la base última de la
autoestima».[11]
Ciertamente, el ingenio revelado en el código genético
debería llevarme a postrarme y adorar ante la sabiduría
y el poder de Dios, pero, ¿autoestima? Ver las maravillas
del poder creador de Dios en mis genes no es más causa de
autoexaltación que ver el poder creador de Dios en los
genes en general o en una puesta de sol o en una hermosa flor —yo no he tenido nada que ver con la creación de
ninguna de estas cosas.
La maravillada contemplación de las hermosuras y maravillas de
la creación no potencia mi autoestima ni me hace sentir
cómodo acerca de mí mismo, sino que me mueve a
adorar al Creador. «Los cielos cuentan la gloria de
Dios,» no mi gloria. Si lo que Dios ha hecho al
crear el universo es para Su gloria, ¿no ha de ser
también para Su gloria lo que Él ha hecho en mí
y por mí como nueva creación en Cristo? Habría
de ser evidente que la autoestima no juega papel alguno en el gran
designio de Dios ni respecto a mí, ni respecto al resto de la
creación.
Incluso si yo estuviese mejor dotado física o mentalmente
que ninguna otra persona en el mundo, esto, según Pablo, no
sería una base para jactarme: «Porque,
¿quién te distingue?», preguntó él.
La respuesta es, evidentemente, Dios, aunque no debo achacarle a
Él los defectos que haya heredado de mis antepasados
pecadores. Pero en cuanto a sus talentos y oportunidades, y acerca de
cualquier cosa buena que se manifestase en su vida (y en particular
en su apostolado), Pablo declaró: «Por la gracia de
Dios soy lo que soy» (1 Corintios 15:10). ¡Aquí no
hay base alguna para la autoestima! Y prosigue diciendo: «¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7). La himnología de
la iglesia nos dice cuál ha sido el consenso. Esta estrofa fue
escrita por James M. Gray hace unos cien años:
Nada poseo que no haya recibido;
La gracia ha dado desde que he creído.
La jactancia excluida, el orgullo yo abato;
Solo un pecador soy por la gracia salvo.
Esta es mi historia: a Dios toda la gloria,
Solo un pecador soy por la gracia salvo.
Nadie sino pecadores salvados entrarán en el cielo. Y este
glorioso hecho jamás será olvidado. Cristo
llevará eternamente las marcas del Calvario. Las cicatrices de
lo que Él sufrió por nuestros peeados jamás
serán quitadas.
¿Osaremos pensar que jamás podremos borrar de nuestras
memorias el hecho de que somos pecadores salvos por la gracia?
¿Quién querría olvidar la deuda que tenemos
contraída con Aquel que nos ha redimido? El trono de Dios
será para siempre conocido también como el trono del
Cordero (Apocalipsis 22:3). Nuestro glorificado Señor y
Salvador se mostrará en Su cuerpo de resurrección por
toda la eternidad como el Cordero inmolado, y nuestro cántico
será para siempre: «¡Al que nos amó, y nos
lavó de nuestros pecados con su sangre!» El Salvador
crucificado y resucitado que lleva las marcas del Calvario
será la gloria del cielo. Lloyd-Jones lo ha expresado bien:
El orgullo es siempre la causa de nuestros problemas,
y nada hay que tanto daño le haga al orgullo del hombre como
la cruz de Cristo.
¿Y cómo lo hace esto la cruz de Cristo?
¿Qué ha sucedido que haya habido la necesidad de una
cruz? Se debe a que somos unos fracasados, debido a que somos
pecadores, debido a que estamos
perdidos.[12]
El cristiano no es una buena persona. Es un vil miserable que ha
sido salvado por la gracia de Dios.
[13] ....
Perversión de las virtudes
El Espíritu Santo revela la sórdida realidad a fin
de ayudarnos a ver la misma soberbia en nuestros propios corazones
que lo cierto es que la soberbia es el pecado dominante de la raza
humana. Y a pesar de ello, los líderes cristianos insisten en
que tanto la Cristiandad como el mundo secular están acosados
por una epidemia de «un deficiente concepto del yo»,
¡y para la que el remedio preciso es la promoción de un
alto nivel de autoestima!
Se trata de un enfoque humanista. Después de observar que
el orgullo «procede directamente del Infierno», C. S.
Lewis señala cuál extrechamente se relaciona con el
respeto a uno mismo, o autoestima y al sentido de la propia dignidad:
El orgullo puede a menudo emplearse para aplastar los
vicios más simples. De hecho, los profesores apelan
frecuentemente al propio respeto de un muchacho para hacer que se
comporte de una manera decente; muchos han vencido a la
cobardía, o los apetitos carnales, o el mal genio, aprendiendo
a pensar que son cosas por debajo de su dignidad: es decir, por el
Orgullo.
El diablo ... se siente perfectamente feliz de ver que te vuelves
casto y valiente y templado, siempre y cuando, con todo ello,
establezca sobre ti la Dictadura de la Soberbia
...[14]
Incluso el amor, la bondad y todas las demás virtudes han
sido pervertidas por el egocentrismo que nació en Edén.
El joven sentado en el auto y que le dice apasionadamente a la joven
que le acompaña: «¡Te amo!», puede que no
se dé cuenta de que lo que realmente quiere decir es «Me amo a mí mismo, y a ti te deseo.» Y la
muchacha puede que descubra esta verdad demasiado tarde. Quizá
ninguno de los dos se dará nunca cuenta de por qué el
ideal que los dos buscan parece siempre escapárseles por entre
los dedos. Como W. H. Mallock dijo de los primeros Fabianos hace
más de cien años, las modernas influencias han
destruido la fe que habían tenido, y sus «corazones
están anhelando dolidos el Dios en el que ya no
creen»[15] y que
insensatamente han sustituido con el ídolo «Yo».
Muchos maridos o mujeres han encontrado que su cónyuge ya
no era «atractivo» y han ardido de pasión por
alguna otra persona, convencidos en el calor de su egoísta
concupiscencia que la felicidad no podía encontrarse de otra
manera que librándose del primero para tener lo segundo. Es la
misma seducción a la que sucumbió Eva.
Una nueva visión de la felicidad
Los egoístas deseos carnales nos privan de la felicidad
misma que buscamos. La pasión tras nuestra voluntad nos
ciega al hecho de que la verdadera dicha se encuentra sólo en
hacer la voluntad de Dios. La «dicha» que
esperaba encontrar un adúltero o una persona que se haya
divorciado de su cónyuge para casarse con otra persona queda
finalmente destruida por la culpa que conlleva haber pisoteado el
honor y el compromiso y el verdadero amor. ¿Cómo puede
uno ser feliz, por mucha riqueza que se haya adquirido o por mucho
placer que se haya gozado (sexual o de cualquier otro tipo), sabiendo
que él o ella lo ha robado de otra persona y se ha burlado de
Dios? Un «gozo» así se transformará
finalmente en una «boca ... llena de cascajo»
(Proverbios 20:17) y será sustituido por un remordimiento
eterno en todos los que no hayan hallado arrepentimiento y
perdón en Cristo.
Que cedamos o no a la la tentación depende mucho de nuestra
perspectiva. Estas concupiscencias son llamadas «deseos
engañosos» (Efesios 4:22) y «codicias necias y
dañosas» (1 Timoteo 6:9) porque nos seducen con
placeres breves e involucrando desobediencia a Dios, y con ello
llevan a largo plazo al sufrimiento. Aquellos que se concentran en
sí mismos piensan en los mandamientos de Dios en
términos de placeres que les son negados. Pero los que han
negado el yo encuentran un placer verdadero y duradero en la
obediencia. Hay un gozo que proviene de agradar a Dios que
está tan más allá de todo placer de este mundo,
que en relación con él la tentación pierde todo
poder.
La
nueva teología nos niega este camino de victoria. Su
gozo es un gozo totalmente egoísta. El deseo de agradar a Dios
difícilmente puede ser nuestra sincera motivación si no
hay la negación del yo. Uno no puede negarse a sí mismo
y al mismo tiempo amar, estimar y aceptar el yo. En cambio, del nuevo
«evangelio positivo» se nos dice que «es la
senda de Dios a la dignidad
humana».[16] Poner al
hombre en el centro trastorna todo fuera de su sitio. Cosa asombrosa,
la propia negación se torna en propia realización:
¿Hemos de creer que la propia negación
significa la negación del placer, deseo, realización y
prosperidad personales? Durante demasiado tiempo los líderes
religiosos han sugerido esto con resultados trágicos....
Estas actitudes son peligrosas distorsiones y falsas
interpretaciones destructivas de versículos esparcidos de la
Biblia burda y erróneamente leídos por lectores de la
Biblia de pensamiento negativo que proyectan su propia imagen
negativa sobre las páginas de la Sagrada Escritura....
Por negación de uno mismo, Cristo no significa el rechazo
de aquella emoción positiva que llamamos autoestima —el gozo
de experimentar mi propia
valía....[17]
El «gozo de experimentar mi propia valía» es
un mísero sucedáneo del gozo mucho mayor de conocer que
Dios me ama a pesar de lo indigno que soy. La experiencia del amor
redentor y eterno de Cristo —la maravillosa intimidad de conocerle—
está mucho más allá de cualquier gozo que
jamás podría proceder de la estimación de
mí mismo. En verdad, quedar lleno de Cristo implica quedar
vaciado del yo.
REFERENCIAS
1. Schuller, Self-Esteem, pág. 35.
Volver al texto
2. Adams, Self-Esteem, pág. 94.
Volver al texto
3. C. S. Lewis, Mere Christianity,
pág. 112. Volver al texto
4. «Immanuel's Land», en Hymns
for the Little Flock, ed. J. N. Darby (G. Morrish, 1881),
Apéndice, No. 77. Volver al texto
5. C. S. Lewis, Mere Christianity,
pág. 105. Volver al texto
6. Dan Denk, «I Love Me!» en
Christian Reader, Sept./Oct. 1986, págs. 33-34.
Volver al texto
7. The Evangelist, oct., 1986, pág.
13. Volver al texto
8. Prisoner Bulletin, ed. Georgi Vins, P.
O. Box 1188, Elkhart, IN 46515, otoño de 1986, págs.
15-16. Volver al texto
9. Ibid.,pág. 17.
Volver al texto
10. Ibid., pág. 6.
Volver al texto
11. Bruce Narramore, You're Someone
Special (Zondervan, 1978), pág. 129.
Volver al texto
12. Lloyd-Jones, Cross, págs.
49-50. Volver al texto
13. Lloyd-Jones, Banner, pág. 11.
Volver al texto
14. Lewis, Mere Christianity, pág.
112. Volver al texto
15. W. H. Mallock, «Faith and
Verification», en Ninteenth Century, IV (1878), citado en
Norman & Jeanne MacKenzie, The Fabians (Simon &
Schuster, 1977), pág. 16. Volver al texto
16. Schuller, Self-Esteem, pág. 22.
Volver al texto
17. Ibid., págs. 113-115.
Volver al texto
© Ed. Portavoz 1995. Usado con permiso de la Editorial.
© SEDIN 1998
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