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Capítulo 2 Capítulo 4 Acceso al artículo original -Fossil remains of Early Man and the Record of Genesis |
La Fe Evolucionista «El hombre es un primate, y dentro
del orden de los primates está más
SÍ ESCRIBIÓ recientemente F. Clark
Howell,[1]
proporcionándonos un buen ejemplo de la clase de
confiadas afirmaciones que tanto abundan en la
literatura evolucionista. Tal como está enunciada, es
puramente presuntiva. Sólo porque los miembros de una
familia puedan tender a parecerse, no es en absoluto
seguro suponer que todos los «semejantes» están
relacionados. La primera afirmación de Howell, «el
hombre es un primate», es desde luego cierta; pero su
segunda afirmación, que se presenta como si fuese
también un hecho, es una simple suposición sin prueba
positiva de ninguna clase. Dentro del orden de los
Primates, puede que a quien más estrechamente se
asemeje el hombre desde un punto de vista anatómico
sea a los simios antropoides africanos vivientes, pero
otra cosa muy distinta es afirmar categóricamente que
está estrechamente relacionado con
ellos. La semejanza y la relación no son en absoluto
la misma cosa. Howell admite en la siguiente frase que
no está seguro de cuán lejana sea la relación, pero
sigue en pie la suposición fundamental de que existe
una relación de sangre. Muy pocos lectores excepto los
expertos en el tema discernirían la presuposición en
la afirmación de Howell. Todo lo que los hechos
indican es semejanza. La relación es completamente
indemostrable mediante una apelación a El grado en que los
antropólogos ejercen fe en la actualidad,
sosteniendo como cierto y firmemente establecido lo
que en realidad solo se cree a modo de esperanza,
queda expuesto en diversas citas que aparecen a
continuación, todas las cuales proceden de
prestigiosas autoridades en este campo. Raymond
Pearl, por ejemplo, dijo —y en ello tenemos un
espléndido ejemplo de optimismos esperanzados que se
expresan mediante circunlocución como elevadas
probabilidades:[2] En tanto
que todo el mundo concuerda en que los parientes vivos
más cercanos de los hombres deben encontrarse en los
cuatro simios antropoides, el gorila, el chimpancé, el
orangután y el gibón, no existe tal acuerdo acerca de
la estructura precisa de su linaje ancestral. Las
pruebas de que tuvo uno que fue perfectamente natural
y normal ... son de una magnitud y contundencia
abrumadoras. Pero cuáles fueron exactamente las etapas
individuales o cómo surgieron, está todavía por
aprender. Hay casi tantas teorías sobre esto como
estudiosos serios del problema. Pero todas ellas por
ahora carecen de aquella especie de prueba clara y
simple que evoca aquella clase de aceptación universal
que recibe, por ejemplo, la ley de la gravedad. En esta cita, la
frase «un linaje ancestral ... perfectamente natural
y normal» significa, naturalmente, un linaje
evolutivo. Pearl nos asegura que las pruebas de esto
son de una magnitud y contundencia abrumadoras, pero
acto seguido habla solo de posibilidades y añade que
incluso para estas posibilidades no existen ningunos
datos paleontológicos claros. Muchos antropólogos
actuales, veinte años después que se escribió lo
anterior, argumentarían que los datos
paleontológicos están ahora disponibles en la forma
de una amplia gama de antropoides catarrinos
catalogados juntos de forma flexible como pitecinos.
Estos seres incluyen tipos como el Dryopithecus,
Ramapithecus, Kenyapithecus, y naturalmente los más
popularmente conocidos como Australopitecinos. Pero
un estudio de la literatura en la que se describen
estos fósiles indica ante todo que hay un
considerable desacuerdo acerca de la relación
precisa entre ellos, y, en segundo lugar, que existe
un considerable debate acerca de si realmente se
encuentran en la línea que conduce al Homo
sapiens, aunque los hay. como Robinson, que
intentan deslizarlos dentro del árbol familiar de
modo que queden al menos bajo el encabezamiento de
hominoideos, de los que se supone que evolucionó el
hombre. Por ahora me parece que no ha habido
suficiente tiempo para llegar a una perspectiva
clara, e, incluso si la evolución fuese cierta,
parece sin embargo poco probable que el Homo
sapiens llegase siguiendo la ruta de los
pitecinos. El problema es que
los Australopitecinos tenían cerebros sumamente
pequeños, con una capacidad media de 575 cc,[3]
en comparación con la capacidad media normal del
hombre moderno de 1.450 cc, y que sin embargo
parecen haber sido usuarios de utensilios. Por
cuanto por definición el hombre es un animal culto,
y que los utensilios forman una parte esencial de su
actividad cultural, algunos han atribuido cultura a
estos primitivos simios, y por esta razón los han
elevado a la condición humana, aunque a un nivel muy
bajo, naturalmente. Pero hay muchos que mantienen
que no se puede decir de un animal que sea «culto»
meramente porque use utensilios. Por ejemplo, los
pájaros usan utensilios, pero esto difícilmente
puede considerarse como una actividad cultural.[4]
No hay pruebas inequívocas, que yo sepa, de que los
Australopitecinos fabricasen utensilios de forma
deliberada. Hay indicios de lo que parecen
herramientas fabricadas, pero es muy discutible si
realmente fueron obra de los Australopitecinos
mismos. Se ha argumentado que los Australopitecinos
eran objeto de caza del hombre antiguo y que estos
utensilios fueron abandonados por los cazadores. W.
L. Strauss Jr. dijo de los mismos, en una nota
aparecida en Science:[5]
En segundo lugar,
solía sostenerse que la capacidad craneana y la
inteligencia estaban estrechamente relacionadas.
Esto es objeto de serias dudas en la actualidad,
aunque hay un acuerdo general en que un ser humano
no puede ser normal con una capacidad craneana por
debajo de 800 cc., lo que se conoce como el «Rubicón
cerebral».[6]
Si no hay relación entre estos dos índices, entonces
el diminuto cerebro australopitecino podría ser
todavía considerado como «humano». Lo que es cierto
es que no existe un acuerdo general sobre este
asunto. En todo caso, el hombre moderno con su
cerebro mucho más grande está representado por
fósiles que fueron coetáneos con los últimos en la
línea de los Australopitecinos, por lo que parece
improbable que el Hombre sapiens
llegase a través de esta vía. Leakey, escribiendo
en 1966 con referencia al Homo habilis, un
supuesto fabricante de utensilios, rechazó por
diversas razones cualquier serie lineal del tipo
como Australopithecus africanus — Homo habilis — Homo erectus (siendo
éste esencialmente el hombre tal como ahora lo
conocemos). ...[7]
Decía así: «Me parece más probable que el Homo habilis y el Homo
erectus, así como algunos de los
Australopitecinos, estuvieron evolucionando a lo
largo de sus propias y distintas líneas durante la
época del Pleistoceno inferior».[8]
Y también: «Sugiero que morfológicamente es casi
imposible considerar al H. habilis como
representante de una etapa entre el Australopithecus
africanus y el Homo erectus».
Y añadía: Nunca he
podido aceptar el punto de vista que el Australopithecus
representaba una etapa ancestral directa que conducía
al H. erectus, y estoy todavía más
enérgicamente en desacuerdo con la sugerencia que se
hace actualmente de situar al H. habilis entre
ambos ... Es posible que el H. habilis
resulte ser el antecesor directo del H. sapiens,
pero esto no puede ser más que una teoría por ahora.
... El debate continúa,
y aunque «nadie» pone en duda el origen evolutivo
del hombre, los eslabones concluyentes siguen
estando ausentes. El problema es que
aunque hay un número sustancial de candidatos
fósiles que pueden manipularse a la clase apropiada
de secuencia, la cadena parece llevar más bien a los
modernos simios o a la extinción más que al hombre.
Para ciertos períodos de la historia geológica hay
prometedoras sucesiones de formas fósiles que
parecen como si debieran llevar al hombre, pero no
lo hacen. Recientemente, Elwyn L. Simons observaba:[9] Durante los últimos quince años se han realizado una cantidad de nuevos descubrimientos. ... Los primates más antiguos están ahora representados por muchos cráneos completos o casi completos, por algunos esqueletos casi completos, por diversos huesos de las extremidades, e incluso por huesos de manos y pies. En cuanto a su antigüedad, estos especímenes se extienden casi a lo largo de toda la era cenozoica, desde sus inicios en el Paleoceno, hace unos sesenta y tres millones de años, hasta el Plioceno, que acabó aproximadamente hace dos millones de años. ... Pero no se encuentran en la línea exacta del linaje humano. Hace muchos años,
Wilson D. Wallis[11]
observó que hay una especie de ley relativa al
pensamiento antropológico acerca de los restos
fósiles que se puede expresar de esta manera: cuanta
menos información tengamos debido a la escasez y a
la antigüedad de los restos, tanto más categóricas
pueden ser nuestras generalizaciones acerca de los
mismos. Si se encuentran los huesos de un hombre que
haya muerto recientemente, se debe tener una medida
de cautela sobre lo que se dice acerca de él, porque
alguien podría poner a prueba estas conclusiones.
Cuanto más se retrocede en el tiempo, tanto más
confiadamente se pueden presentar estas
reconstrucciones, porque hay menos posibilidades de
que nadie pueda ponerlas a prueba. Por consiguiente,
cuando solo se conocían unos pocos restos fósiles
del hombre antiguo, se podían realizar
generalizaciones muy amplias sobre los mismos y se
dibujaron toda clase de árboles genealógicos con
todo aplomo. Unos pocos antropólogos más prudentes
en la actualidad censuran la tentación de dibujar
árboles genealógicos que, como dijo I. Manton, son
en todo caso más como «manojos de ramillas» que
árboles.[12]
Y cuando se trata de la reconstrucción de un
hallazgo fósil para conseguir una cabeza y un rostro
de «carne y hueso», el grado de divergencia puede
ser aún más extraordinario, como se hace patente,
por ejemplo, en las realizadas para representar al
Zinjanthropus para el Sunday Times
(Londres), el Illustrated London News, y
para el Dr. Kenneth Oakley por Maurice Wilson,
respectivamente.[13]
La reconstrucción de la historia evolutiva del
hombre sigue siendo mucho más un arte que una
ciencia. He redibujado estas tres reconstrucciones a
partir de los originales (véase Fig.1).
Figura 1 - Superior
izquierda: El fósil original que formó la base de
las tres reconstrucciones del Zinjanthropus
que se han redibujado más abajo: Zinjanthropus,
tal
como se dibujó (A) para el Sunday Times de
Londres, 5 abril 1964; (B) por Neave Parker para el
Dr. L. S. B. Leakey y publicado en el Illustrated
London News and Sketch, 1 enero 1960; (C) por
Maurice Wilson para el Dr. Kenneth P. Oakley. Todos
estos redibujados El principio de
que cuanto menos sean los datos más libertad hay
para interpretarlos está ampliamente reconocido. En
1967, Takeuchi, Uyeda y Kanamori, refiriéndose a la
Teoría de la Deriva Continental, observaron que
«sucede con frecuencia en ciencia que cuando los
datos son escasos, la interpretación parece fácil,
pero que al ir aumentando los datos, la
argumentación consecuente se hace más y más
difícil».[14]
Hallam L. Movius escribió de forma muy parecida en
1953 con referencia a las culturas del Paleolítico y
a los datos actualmente disponibles con los que
reconstruirlas. Ahora tenemos tanta más información
que antes que «difícilmente podemos ordenarla en
nada incluso remotamente parecido al esquema
ordenado general concebido por los investigadores
anteriores».[15]
Es mi predicción que cuando tengamos suficientes
datos hallaremos que la perspectiva bíblica de la
historia antigua del hombre no solo resultará ser
estrictamente correcta, sino que además resultará
evidente para aquellos que posean este conocimiento
acumulado. De hecho, se extrañarán que la verdad no
fuese más patente para los que les precedieron. Es
sorprendente Además, como ha
estado reconocido durante muchos años y recalcado
muy recientemente por J. T. Robinson,[16]
los hábitos de vida, el clima y la dieta pueden
influir de forma enorme en los rasgos anatómicos del
cráneo, y por cierto hasta el punto que dos series
de formas fósiles que puedan pertenecer de hecho a
una sola especie sean clasificadas por algunas
autoridades en géneros diferentes. Tengo en mente al
Australopithecus y al Paranthropus. ¿Cómo puede
alguien tomarse en serio árboles genealógicos en los
que las líneas conectivas se dibujan solamente sobre
la base de las semejanzas o desemejanzas cuando
estas semejanzas o desemejanzas podrían ser tan solo
evidencia de una diferencia en la dieta? Estos
factores culturales o ambientales no solo pueden
hacer que dos miembros de una sola especie diverjan
lo suficiente como para ser clasificados en dos
géneros diferentes, sino que dos géneros diferentes
puedan por la misma razón converger hasta que posean
la apariencia de pertenecer a la misma especie. Hay
algunos casos extraordinarios de convergencia.[17] Hay otro factor que
bien podía haber arrojado confusión sobre esta
cuestión, debido a que es posible que, por razones
que vale la pena considerar brevemente, el hombre
antiguo hubiera tendido hacia la adquisición de una
cierta «apariencia simiesca» debido a la gran edad
hasta la que hubiera sobrevivido. La Biblia declara
categóricamente que antes del Diluvio los hombres
vivían durante siglos, e incluso después del mismo.
Tenemos registros específicos en las Escrituras
acerca de solo unas pocas personas que vivieron
siglos después del diluvio (Génesis 11:11-22), pero
difícilmente se puede cuestionar que estos
personajes se mencionan porque fueron importantes
por otras razones. No se puede dudar que muchos
hombres además de ellos sobrevivieran durante
siglos, aunque la duración de la vida del hombre fue
disminuyendo bastante rápidamente al irse sucediendo
las generaciones después del Diluvio. Ahora bien, uno de
los «descubrimientos» de los evolucionistas es que
determinados animales pueden, por razones no claras,
experimentar la persistencia de una forma juvenil en
la vida adulta. Esto se refiere técnicamente como neotenia. El proceso lleva a un
adulto que, aunque estrictamente adulto en un
sentido cronológico, es sin embargo de forma
«inmadura». De estos individuos se dice que son
pedomorfos. A modo de ilustración, se dice del
hombre que es pedomórfico por las siguientes razones
y en el siguiente respecto: Suponiendo que ha
derivado de algún antecesor antropoide cubierto de
pelo, se esperaría que él mismo estuviera cubierto
de pelo. Pero la pilosidad del simio adulto es
considerablemente mayor que la del simio recién
nacido. Si la condición relativamente lampiña del
simio recién nacido hubiera persistido por alguna
razón en la etapa adulta de modo que el individuo
plenamente adulto resultase tan relativamente
lampiño como lo suele ser el joven, entonces se
designaría al adulto como pedomórfico, esto es,
modelado (a este respecto) a semejanza de una forma
juvenil de su especie. Por cuanto el hombre es
relativamente lampiño en toda la superficie de su
cuerpo, se cree que es pedomorfo, esto es, un ser
peludo que no produjo de un modo pleno la pilosidad
que se esperaba de él en base de sus antecesores. A
este respecto, ha permanecido infantil. Sir Gavin de Beer es
quizá la autoridad más apropiada a la que remitir al
lector acerca de esta cuestión.[18]
La neotenia hace referencia a una condición que se
describe como debida a «un retardo relativo de la
tasa de desarrollo del cuerpo en
comparación con las glándulas reproductivas», de
modo que el cuerpo no pasa por tantas etapas en el
descendiente como el antecesor. Hablando de modo
estricto, la pedomorfosis se refiere a una situación
en la que «precozmente, la larva se vuelve
sexualmente madura, mientras que la neotenia se
refiere a una situación en la que el animal adulto
retiene caracteres larvales». «La producción de
cambio filogenético mediante la introducción en el
descendiente adulto de caracteres que eran juveniles
en el antecesor» mediante neotenia se designa
pedomorfosis. Así, la condición relativamente
lampiña del hombre como adulto se considera como un
caso de un simio peludo ancestral sustituido por un
descendiente lampiño que se considera que ha
retenido hasta la madurez la condición relativamente
lampiña de la forma infantil ancestral. Se hace además la
suposición de que si el hombre viviese durante un
tiempo suficiente, llegaría finalmente a una forma
plenamente adulta. El problema es que muere
demasiado pronto. Sea como sea que expliquemos que
la pilosidad del hombre aumenta con la edad, es una
realidad. Por ello, si el hombre fuese a vivir
durante siglos, es concebible que el proceso de
desarrollo que comparte hasta cierto punto con seres
de un tipo parecido al suyo pudiese llevar a una
medida de convergencia, no debido a ninguna relación
sino debido simplemente a su avanzada edad. Si un
hombre viviese hasta una edad de cientos de años, y
si las condiciones de su vida llevasen a que se
viese obligado a perder algunas de las influencias
suavizadoras que conlleva la vida en comunidad, de
modo que viviese y muriese como un eremita o en una
familia aislada, bien podría ser que sus restos, por
sus rasgos insólitos, pudieran confundir a su
descubridor a suponer que no fuese un hombre en su
ruina, sino un simio en su camino de ascenso a la
humanidad. Una longevidad tal prolongada podría
explicar las cantidades relativamente grandes de
armas y artefactos que constituyen la sustancia de
la prehistoria pero que van acompañados por tan
pocos restos esqueléticos. Una población muy pequeña
de individuos podría dejar los restos de sus
asentamientos por territorios muy extensos si estos
individuos sobrevivieron durante siglos. Y parece
muy probable que una experiencia muy extendida a lo
largo muchos años de prueba y error tendería a
acelerar hasta cierto punto los procesos de mejora
de modo que el progreso del Paleolítico al
Mesolítico y al Neolítico podría darse fácilmente en
una generación, y las armas neolíticas pudieran
haberse usado para matar al Hombre Paleolítico,
según Dawson comunicó en su momento.[19] Está claro, así, que
la morfología por sí misma no es en realidad ninguna
guía hacia relaciones lineales. De hecho, incluso la
posibilidad de encontrar juntos los esqueletos de
una madre y de un hijo, aunque pudiera constituir
una presunta prueba de una relación madre-hijo,
nunca podría considerarse una prueba absoluta. Casi
todos los restos fósiles se «demuestran»
relacionados de esta manera solo en el sentido de
que si se acepta la teoría de la evolución para
empezar, la relación se podría suponer de forma
razonable. Pero, por sí misma, la similitud de forma
no demuestra relación. Los que ven en sus propios
hallazgos, o que desean ver en ellos, más de hombre
que de simio, tienden a clasificarlos uniendo el
sufijo ‑anthropus a su nombre. Los que ponen
el énfasis más bien en la antigüedad de sus
hallazgos tienden a clasificarlos como ‑pithecus.
Así, hay dos tentaciones alternativas, una de ellas
la de poner el énfasis en la antigüedad de los
supuestos antecesores, y la otra en la condición
humana de los mismos. Hay otro factor que entra
claramente en estos juegos de designaciones, y es el
prestigio de haber hecho un hallazgo que inicia un
nuevo género, subfamilia u otra categoría de alguna
clase. Así, von Koenigswald designa a su
descubrimiento en Java como Meganthropus,
mientras que otros ven en el mismo a un mero
representante de una rama de los Australopitecinos.
De forma parecida, Leakey designa a sus hallazgos de
Olduvai como Zinjanthropus mientras que otros
eliminarían de tal posición singular a sus
especímenes reduciéndolos también a meros Australopitecinos.[20]
Lo lamentable es que la misma designación de estos
hallazgos puede darles un peso de importancia que
puede ser totalmente injustificada. El nombre crea
la significación, no el hallazgo mismo. Sir Solly Zuckerman,[21]
en un artículo con el curioso título de «An Ape or The Ape
[Un Simio o El
Simio]», hacía la observación de que se suele
asignar demasiada importancia a pequeñas diferencias
entre especímenes que excepto por estas diferencias
serían clasificados como una sola especie. Su
argumento era que el estudio de los simios modernos,
y de otros seres, demuestra clara y enfáticamente
que dentro de una sola familia de simios o de monos
puede haber individuos cuya divergencia respecto de
otro es mucho mayor que la divergencia que se puede
observar entre dos fósiles concretos que por esta
causa se clasifican no solo como pertenecientes a
diferentes especies, sino incluso a diferentes
géneros. Para citar uno de sus pasajes iniciales: Algunos estudiosos aseveran, o más bien suponen de manera implícita, que las relaciones filéticas de una serie de especímenes se puede definir claramente a partir de una valoración de las semejanzas y desemejanzas morfológicas, incluso cuando la evidencia fósil es a la vez de poco peso y geológicamente discontinua. Otros, que a la luz del moderno conocimiento de la genética están desde luego sobre un fundamento más firme, observan que diversos genes o diversos patrones genéticos pueden tener unos idénticos efectos filéticos, y que cuando tratamos con materiales fósiles limitados o relativamente limitados, la correspondencia en características morfológicas similares o en grupos de caracteres no necesariamente implica identidad genética ni relación filética. Entre varios cientos de monos de una especie, recogidos en el ambiente uniforme que rodea un campamento en la selva de Nicaragua, se encontraron especímenes con narices chatas y otros con perfiles rectos, algunos con orejas grandes y otros con pequeñas. En resumen, diferían entre sí tan ampliamente como diferirían entre sí una cantidad parecida de residentes de la ciudad humana y esto a pesar de que estos monos tenían todos la misma ocupación, se alimentaban de la misma dieta, experimentaban las mismas condiciones climáticas, y ello a lo largo de miles de generaciones. Los
primeros paleontólogos no tenían una verdadera idea de
la extensión de la variación morfológica que puede
darse en una sola especie. ... Los criterios
operativos se han conseguido solo de forma lenta, de
la mano con trabajos similares de neozoólogos y con
trabajos experimentales. ... A pesar de estas
advertencias, parece que exiguas diferencias en
mediciones entre este punto y aquel otro o alrededor
de algún eje u otro de un fragmento fósil que ya ha
quedado distorsionado por su largo enterramiento en
la tierra viene a ser la base de pronunciamientos
pontificales acerca de las relaciones y de las
líneas ancestrales de potenciales candidatos para la
condición protohumana. Cuando Zuckerman presentó su
ponencia, declaró de forma específica que tenía en
mente los actuales debates acerca de los
Australopitecinos y otros especímenes de primates
africanos fósiles. Él argumenta que estas
declaraciones son de una validez sumamente dudosa, y
estas dudas se extienden con la misma fuerza a las
estimaciones que se hacen de la capacidad craneana.
Y, por lo que se refiere a la dentición, argumenta
que las impresionantes tablas diseñadas para
ilustrar relaciones, u otros conceptos, son
fundamentalmente ejercicios «en anatomía dentaria,
no en filogenia de los primates». Una cosa sí es
cierta: nadie se siente jamás tentado a hacer ningún
pronunciamiento relativo a sus hallazgos en
particular que arrojen la menor duda sobre su origen
evolutivo. La evolución es incuestionable. Y desde
luego Zuckerman no la desafía. LeGros Clark ha
observado de «prácticamente ninguno de los géneros y
de las especies de los hominoides fósiles [y esto
incluye a todos los australopitecinos según
Robinson] que se han creado una y otra vez tienen
ninguna validez en absoluto en la nomenclatura
zoológica».[24]
Y otra vez:[25] Probablemente el único factor en
solitario que por encima de todos los demás ha
complicado de forma indebida, y muy innecesaria, toda
la panorámica de la filogenia humana es la tendencia a
la individualización taxonómica de cada cráneo o
fragmento de cráneo fósil, suponiendo que se trata de
un nuevo tipo que es distinto de todos los demás a
nivel de especie, o incluso a nivel de género. El público está
siendo constantemente bombardeado con la imagen de
que los Australopitecinos están poco a poco llenando
el hueco entre el hombre y sus antecesores animales,
y los «cazadores de fósiles» han caído en la
tentación de contribuir a esta confusión dando
nombres a sus hallazgos que tienen el objetivo de
reforzar esta impresión.[26]
En realidad, no solo estos nombres carecen de
justificación en muchos casos, sino que esta línea
misma parece ahora haber proseguido su imaginario
desarrollo evolutivo hasta adentrados los tiempos
del Pleistoceno, cuando ya existía el hombre
moderno. Esto ha tenido la desafortunada
consecuencia de hacer al hombre tan antiguo como sus
supuestos antecesores, lo que a mí me parece un
contrasentido, pero en el credo evolucionista, ésta
es la fe de ellos, «la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve ...». * * * * * Fe
sin razón suficiente
O CABE DUDA de que la teoría de la
evolución es útil como ayuda didáctica para ayudar en
la disposición ordenada de los datos disponibles. Y no
hay duda tampoco que cuando la teoría se presenta para
consumo popular, es decir, omitiendo cualquier mención
de los problemas que todavía quedan por resolver antes
que pueda considerarse de manera inequívoca como
establecida de manera fehaciente, tiene una cierta
cualidad compulsiva, porque parece explicarlo todo. En
realidad, esta es una razón por la que hay algunas
autoridades destacadas dentro de este campo que sin
embargo se sienten algo intranquilas acerca de la
actual formulación teórica. Porque una teoría que
puede explicarlo todo mediante la manipulación de los
hilos argumentales para ajustarse a la ocasión es
realmente poco sólida, por la razón fundamental de que
nunca podría ser refutada. Como observaba Medawar,[27]
si una teoría es tan flexible que se puede usar la
misma explicación para dar cuenta de dos tendencias
totalmente contrarias, entonces la teoría carece de
significado. En tiempos pasados se había sostenido que
el cerebro en crecimiento del hombre llevó a su
emergencia como Homo sapiens, el gran
usuario de herramientas, de modo que los seres con
cerebros más pequeños estaban más bajos en Hace unos cuantos
años, T. H. Leith[28]
recalcó el hecho, que a mi me parece de importancia
fundamental, de que para ser útil, una teoría debe
estar estructurada de tal manera que se pueda
concebir algún experimento crítico que, si realmente
la teoría es falsa, el experimento pudiera
demostrarlo. Como ha observado Medawar,[29]
por cuanto la prueba absoluta está más allá de
nuestra capacidad (porque siempre puede salir otro
dato que resulte irreconciliable), lo mejor que
podemos hacer en cualquier área de investigación es
buscar constantemente el error en la hipótesis. El
resultado de cada experimento que no demuestre un
defecto sirve bien para confirmar la presente
hipótesis, bien para purificarla forzando su
modificación. Pero la teoría de la evolución es tan
flexible que sencillamente no es posible concebir un
experimento crítico que pudiera refutarla. Toda
investigación parece en último término dedicada a
demostrar la teoría, no ha desafiarla. ¿Cómo podría
nadie desafiarla? Mientras, puede ser
cosa suficiente, heurísticamente, o incluso como una
filosofía que sirve a nuestro materialismo, pero es
sin embargo sostenida como un acto de fe —y desde
luego Huxley la define incluso como una religión.[30]
Y como tal religión, hay un gran elemento emotivo
que se involucra en su defensa. En su reciente libro
This View of Life, Simpson manifiesta esto de
una forma singular. Hay algunas secciones en las que
reitera hasta la saciedad el principio fundamental
de su fe: «La evolución es un hecho».[31] Los razonamientos en
círculos viciosos juegan un gran papel en la actual
antropología evolutiva, quizá un papel tan grande
como en la moderna geología aunque no haya tan buena
disposición a admitirlo. La circularidad del
razonamiento se da a veces de la siguiente manera:
sabemos que la evolución humana es cosa cierta y que
por ello tiene que haber una sucesión de formas
desde algún ser protohumano hasta el hombre,
distribuidas por una apropiada escala de tiempo de
millones de años. Gracias a que, si hacemos caso
omiso a la situación geográfica y si nos tomamos
unas ciertas libertades con una escala de tiempo en
expansión, podemos alinear una serie de candidatos
fósiles que constituyen lo que se designa de manera
eufemística como «una secuencia apropiada», esto
demuestra que la evolución humana es cosa cierta. La
posibilidad de que pudiera existir otra explicación
para la semejanza de forma ni siquiera se considera.
La cuestión es que la mera y arbitraria alineación
de fósiles humanoides, incluso cuando la ordenación
en el tiempo sea correcta, no demuestra
descendencia. Se hace la suposición de que la
explicación reside en la descendencia, y luego se
usa la alineación para demostrar la suposición.[32]
Esto es tan característicamente circular como muchos
de los razonamientos en geología. Este tipo de
secuencia evolutiva fue muy popular en el pasado en
el campo de la antropología cultural; los artefactos
se desarrollaron progresivamente de más simples a
más complejos a través de etapas conocidas; la
religión fue evolucionando de forma continua desde
el animismo hasta el monoteísmo; el arte pasó desde
una etapa muy inferior de burdas representaciones
hasta llegar a su moderno y sofisticado (?) nivel de
abstracción; en suma, todo evolucionó. Poco a poco,
estos esquemas evolutivos clásicos y conocidos se
han ido descartando bien como creaciones mentales
puramente arbitrarias, bien por ser positivamente
contrarios a los datos. Los lectores cristianos ven
a veces referencias al abandono de estas
construcciones culturales evolucionistas, y
lamentablemente adquieren la impresión de que se
están abandonando todas las ideas evolucionistas —lo
que no es cierto en absoluto. De manera constante,
los restos fósiles humanos y prehumanos se siguen
presentando de manera que den la impresión de que
realmente se han demostrado las relaciones lineales
entre ellos. Como lo dijo Howell: «El hombre ... está más estrechamente relacionado con
los simios antropoides africanos vivientes»
(!). Es demasiado
pronto para que podamos ver la verdadera
significación de los muchos nuevos fósiles
encontrados en África y otros lugares, cada uno de
los cuales suele ser proclamado por su descubridor
como el eslabón perdido, hasta que es desafiado
respecto a su relevancia por el hombre
suficientemente afortunado que ha encontrado otro
aún más primitivo (¡o más humanoide!). Cada
descubridor tiende a poner mucho peso sobre aquellos
rasgos de su hallazgo particular que lo distinguen
de forma señalada —según se afirma— de otros
hallazgos parecidos y, en base a esto, a justificar
sus pretensiones de que se trata de un nuevo eslabón
de la cadena y no de parte de un eslabón ya
existente. Ya nos hemos referido al hecho de que
dentro de cualquier especie puede darse una variedad
considerable, una variedad que es bien suficiente
para justificar el contraargumento de que muchos
supuestos eslabones no lo son en absoluto, sino
especímenes variantes de una sola especie. Es
instructivo observar un artículo de Stanley M. Garn
que, en su consideración de «el problema de las
diferencias entre fósiles», hace la siguiente serie
de observaciones que se extractan aquí en el orden
correcto procedente de su artículo, pero con mucha
información suplementaria que se omite para resumir.
Escribe él:[33] Al
describir los fósiles del Pithecanthropus/Sinanthropus
de Java y de China, y los diversos «Neanderthales»,
por lo general se pone un gran énfasis en las
diferencias entre ellos y nosotros. Según las
descripciones de los libros de texto (generalmente
copiadas de anteriores descripciones de otros libros
de texto), estos fósiles del viejo mundo eran
excepcionales en diversas maneras. Los «fósiles» están
supuestamente caracterizados por unos cráneos
extraordinariamente gruesos, por unos dientes
excepcionalmente grandes, por unas sínfisis
mandibulares enormes, y unas pautas de tamaños
dentarios y de erupción dentaria que no se encuentran
en el hombre actual. Estas descripciones potenciaron
la aceptación por parte de los investigadores del
concepto de que un «abismo taxonómico» separa al fósil
clásico del viejo mundo y al hombre contemporáneo ... Por cuanto se da
mucha importancia al rostro del hombre fósil, siendo
que la mayoría de las reconstrucciones ponen el
mayor énfasis aquí para mejor propaganda, es un
correctivo útil poner este extracto desde luego
bastante largo a la luz pública. Porque en el mismo
se demuestra que si uno está decidido a proporcionar
al hombre antecesores desde los que evolucionó, es
también necesario exponerlos como significativamente
diferentes en forma en diversas maneras, o en caso
contrario no se podría indicar ninguna evidencia de
«evolución». Evolución significa cambio; y si no hay
cambios demostrables, no se puede argumentar en
favor de la evolución. Así que debido a una fe
apasionada en una teoría por otra parte
indemostrable acerca de los orígenes humanos, es
necesario encontrar un fundamento para la misma
exagerando la evidencia hasta el punto de
distorsionarla fuera de toda proporción respecto a
su verdadera significación. Los hechos no justifican
esta distorsión como lo demuestra inequívocamente el
artículo de Garn. Se acepta generalmente como verdad
que un punto de vista que se sostiene sin pruebas
adecuadas se sostiene como un acto de fe, con
independencia de que pueda parecer muy razonable
aparte de esto. Lo que estoy
tratando de recalcar aquí es que toda esta cuestión
del supuesto linaje del hombre está cargada de
argumentos dudosos basados en una interpretación de
los datos que es a menudo totalmente arbitraria,
siendo su única justificación que sirve para apoyar
un punto de vista de los orígenes humanos que se
sostiene simplemente como un acto de fe. Incluso por lo que
se refiere a la Cuna del Hombre, se difunden los
mismos discutibles argumentos entre el público,
porque se ignoran alternativas perfectamente
válidas. Debido a que la mayoría de los fósiles más
recientes se han estado encontrando en África, es
popular considerar África en lugar del Oriente Medio
como la Cuna del Hombre, a pesar de que la línea de
los Australopitecinos conduce a los simios modernos
y no al hombre en absoluto, según muchos expertos.
... Pero hay maneras en que se puede fundamentar el
Oriente Medio como el emplazamiento más razonable de
la Cuna del Hombre, y que el grupo de fósiles
ampliamente esparcidos por el mundo (en Asia, África
y Europa), que por el consenso general de la opinión
representan al hombre primitivo, como la serie del
Homo erectus, puede recibir explicación sin hacer de
ellos los antiguos antecesores del hombre. A fin de
cuentas, no hay necesidad de suponer automáticamente
que todo lo que parece un antecesor es un antecesor
—podría ser un descendiente. Si uno cree en la
evolución, lo primero es desde luego una suposición
razonable, porque estos cráneos fósiles tienen una
apariencia muy primitiva. Si uno cree que el hombre
fue creado, la lógica del anterior argumento ya no
es ni de lejos tan convincente; porque la
degeneración es tan probable como la mejora, porque,
como esperamos demostrar, hay una manera en la que
todos estos restos fósiles que generalmente se está
de acuerdo que pertenecen a la familia del hombre,
Homo sapiens, pueden explicarse sin apelar a
procesos evolutivos de ninguna clase. Y esta manera
no es solo razonable por sí misma, sino que tiene un
respaldo sustancial de lo que sabemos de la historia
antigua del hombre gracias a la arqueología, a los
registros históricos de la antigüedad, y a la
moderna investigación acerca de los efectos de la
alimentación, del clima y de la forma de vivir sobre
el físico humano. * * * * * Una Fe Alternativa
ANTO SI CREEMOS que el Diluvio de los tiempos de Noé fue geográficamente local o universal, muchos que leen este artículo estarán desde luego de acuerdo que desde el punto de vista de la población humana mundial, el Diluvio fue un cataclismo abrumador, que dejó a esta tierra con solamente ocho supervivientes humanos. Este mismo acuerdo general se encuentra, me parece, respecto al período de tiempo transcurrido desde que estas ocho personas procedieron a repoblar el mundo, período que no puede ser muy superior a cuatro o cinco mil años como mucho. Parece improbable,
incluso si damos todo tipo de concesiones a huecos
en las genealogías que algunos están persuadidos que
deben existir,[34]
que se pueda empujar la fecha del Diluvio más allá
de unos pocos miles de años a.C. Con esto, estamos
obligados a concluir que, excepto por aquellos que
vivieron entre Adán y Noé y que quedaron atrapados por el Diluvio, y cuyos
restos me parece que no es muy probable que puedan
descubrirse, todos los hombres fósiles, todas las
culturas prehistóricas, todas las comunidades
primitivas del pasado o del presente, y todas las
civilizaciones que han existido, todo ello, tiene
que quedar comprendido dentro de este intervalo de
unos pocos miles de años. A primera vista, esta
propuesta parece enteramente absurda. Sin embargo, me
parece que hay líneas de datos de considerable peso
que respaldan este modelo. Ante estas palabras,
surgirá toda clase de objeciones en la mente del
lector si tiene cualquier conocimiento amplio de la
actual antropología física. Se ha hecho un intento
de tratar de manera específica con una cantidad de
estas objeciones en otros artículos de El Pórtico
por parte del presente autor,[35]
pero quedan algunos problemas sin resolver, en
particular la cuestión del elemento tiempo. Sin
embargo, uno no tiene que resolver cada problema
antes de presentar una reconstrucción hipotética. A
fin de cuentas, ¡el punto de vista dominante está
abarrotado de problemas, y sin embargo se considera
que es respetable! Pero puede que valga
la pena observar de qué manera tan constante el
factor tiempo en tantas secuencias prehistóricas ha
tendido siempre a ser reducido en lugar de a
extendido. Hay solo una posible excepción. La
excepción se refiere a la duración de los tiempos
del Pleistoceno, que ha sido extendida a casi el
doble del período original. El período más corto de
tiempo resultó ser en ciertas formas una fuente de
perplejidades porque se tenían que apiñar más
acontecimientos que lo que se consideraba factible.
Pero aparte de esta única excepción, la regla de la
reducción casi nunca se quiebra. Algunas reducciones
son tan drásticas que imponen un gran interrogante
contra la validez de dataciones que persisten
actualmente como incuestionables. En 1953, durante un
simposio sobre antropología que fue posteriormente
publicado por la Chicago University Press y que
proporcionó para aquel tiempo una especie de «última
palabra» sobre la posición de los antropólogos
modernos, aparecen frecuentes comunicaciones de
drásticas reducciones. Después de
cuidadosas críticas del sistema de datación de
Zeuner tal como quedó establecido en su clásico
estudio «Dating the Past», se nos presenta una serie
de incidencias en las que se han hecho severos
recortes de las fechas.[36]
Por ejemplo, una edad de 10.000 años se reduce a
3.000, una edad de Es mi intención de
dar, en otro artículo de El Pórtico, una cantidad
sustancial de ejemplos de reducciones de esta clase
que han sido adoptadas no por antievolucionistas,
sino por aquellos que sostienen firmemente la
creencia en la evolución humana y que justifican las
reducciones que proponen en base de pruebas ahora
disponibles y que están fundamentadas de forma mucho
más sólida que los indicios sobre los que se
hicieron las afirmaciones originales de grandes
intervalos de tiempo. Y a pesar de todo esto, se
sigue invitando al público a pensar en los orígenes
humanos como arraigados en un pasado tan distante
que hace parecer que la cronología bíblica es
totalmente absurda. Pero solo el uso de unas cifras
astronómicas permite al evolucionista el espacio
suficiente para sustentar sus teorías. Y esta
«antigüedad» se sigue presentando todavía como algo
indiscutible. Muchas de las fechas
que se proponen se afirma que se han basado en
procesos físicos y químicos que sirven como
marcadores cronológicos de una manera estrictamente
objetiva. Lamentablemente (o afortunadamente)
algunos de estos procesos están quizá leyéndose
erróneamente. Un ejemplo clásico fue la valoración
hecha por Lyell acerca del tiempo que había
transcurrido desde que el río Niágara comenzó a
erosionar el borde de las Cataratas. Admitió una
cierta cantidad de pulgadas cada año, acabando con Muchas fechas de
tiempos protohistóricos o de historia antigua han
sido también drásticamente reducidas, como, por
ejemplo, Pendelbury concluye que la cultura
neolítica minoica tiene que pasar de Hay otras
reducciones «potenciales» verdaderamente increíbles.
Por ejemplo, Ernst Berl desarrolló en 1940 un
proceso para convertir materiales con contenido de
hidratos de carbono en carbón y aceite en una hora.[41]
En cambio, los geólogos sostienen actualmente que
las capas de carbón precisaron de millones de años
para su formación. John Klotz se refiere a un
proceso similar de formación de petróleo que antes
se creía que necesitó varios millones de años, pero
que ahora se sabe que es posible en pocos miles de
años.[42]
Boucher de Perthes, que estimó la edad de ciertos
restos Neanderthales en Francia, basó sus cifras en
la suposición de que fueron necesarios hasta 20.000
años para depositar ciertas capas de turba de Mucho se ha escrito
en tiempos más recientes sobre el hecho de que los
antropólogos de una generación anterior tendían a
suponer que las «edades» eran consecutivas. Así,
habiendo hecho una estimación del período
supuestamente ocupado por el Hombre Paleolítico, el
Hombre Mesolítico y el Hombre Neolítico, la suma de
añadir las unas a las otras se suponía que daba la
cifra del tiempo involucrado. Ahora hay la
conciencia de que diversas edades pueden haber sido
coetáneas, así como los indios de Norteamérica
estaban todavía en una Edad de Piedra cuando la
Revolución Industrial comenzó en Europa, y algunos
aborígenes australianos seguían en una Edad de
Piedra cuando se lanzó la primera bomba atómica
sobre Hiroshima. Hallam Movius,[44]
en un artículo titulado «Old World Prehistory:
Paleolithic», hablando de coetaneidad cultural,
observaba: «En relación con esto es importante
observar que todos [énfasis suyo]
los procesos fundamentales usados por el Hombre
Paleolítico en Europa para producir herramientas
están siendo usados en la actualidad, o han sido
empleados durante tiempos recientes, por el aborigen
australiano». Uno de los primeros
en llamar la atención a estos paralelismos fue Sir
Edward Tylor que, hablando ante el Instituto
Arqueologico en Inglaterra en 1905, dijo lo
siguiente:[45] Puedo ahora seleccionar y exhibir ante el Instituto de entre los artículos y láminas de sílex procedentes de la cueva de Le Moustier, en Dordogne, especímenes que se corresponden en su factura de una manera tan curiosamente exacta con los de los nativos de Tasmania, que si no fuese por la piedra diferente de la que son desconchados, sería difícil distinguir entre unos y otros. Naturalmente, la
clase de marco cronológico que está aquí a la vista
sigue no estando nada cercano al marco cronológico
bíblico tradicional, incluso si se interpreta de la
manera más expansiva que lo pueda permitir un
respeto genuino para sus datos. Por lo que hace a
las técnicas de datación con C-14, hay sin embargo
graves dudas suscitadas por personas que sin embargo
aceptan cordialmente el punto de vista de que el
hombre ha evolucionado a través de un largo y lento
proceso. Como una ilustración solitaria, Charles A.
Reed, en un artículo sobre domesticación animal en
el Oriente Medio prehistórico, escribió como sigue:[46]
Se ha hecho un
cierto uso de las velocidades de crecimiento de las
estalagmitas y de las estalactitas para determinar
«edades antes del presente». El principio es que si
una cierta estalagmita se ha acumulado hasta una
cierta altura sobre algún resto fósil o algún
artefacto determinado, y si se conoce
aproximadamente la velocidad a la que crece,
entonces se puede hacer una estimación de una edad
mínima para los restos fósiles. Sin embargo, John
Curry, escribiendo en Nature,[47]
pudo demostrar que una estalagmita de
aproximadamente 15 años en una mina de plomo tenía
una forma y altura exactamente paralelas a la de una
estalagmita que en asociación con restos humanos
había sido evaluada por los expertos como de 290.080
años. No estoy sugiriendo que se estén cometiendo
los mismos errores en la actualidad, pero permanece
el hecho de que la profundidad de sepultamiento se
sigue considerando como un índice muy importante de
la edad probable —mediante un proceso de
razonamiento bastante similar que podría también
estar equivocado. Hace un tiempo, durante la
excavación de una localidad en Australia, se
encontró un pico de minero a una profundidad de 6
metros, que, según resultó posteriormente, lo había
perdido su dueño solo hacía 60 años.[48]
Tal como dice la comunicación: «La manera en que
llegó a esta profundidad es un total misterio».
Podría suceder lo mismo con otros hallazgos
parecidos. Algunas autoridades
mantienen incluso que la asociación de huesos
humanos con los huesos de animales que supuestamente
se extinguieron hace mucho tiempo puede que no sea
prueba de la antigüedad del hombre, sino más bien de
que estos animales sobrevivieron hasta tiempos mucho
más recientes de lo que se creía anteriormente.[49]
Estoy convencido de que no es por ahora necesario
ceder la posición que me parece a mí que la
Escritura adopta con mucha claridad, esto es, que la
raza humana comenzó con la creación de Adán hace
solo unos pocos miles de años. Ahora bien,
sostenemos que Noé y su familia fueron verdaderas
personas, los únicos supervivientes de un cataclismo
de importancia decisiva, cuyo principal efecto fue
aniquilar la anterior civilización que se había
desarrollado desde Adán hasta aquel momento. Cuando
el arca tocó tierra, quedaban ocho personas vivas en
el mundo, y ninguna más. Tras tocar tierra en
alguna parte de las tierras altas al norte de
Mesopotamia, comenzaron a extenderse al irse
multiplicando, aunque retuvieron por algún tiempo
una tradición cultural homogénea. El inicial patrón
familiar, establecido por la existencia de tres
hijos y sus esposas, dio origen con el paso del
tiempo a tres familias humanas definidas que, según
su linaje patriarcal, pueden designarse de forma
apropiada Jafetitas, Camitas y Semitas, pero que en
la terminología moderna quedarían representadas por
los pueblos indoeuropeos (caucásicos), los
mongoloides y negroides, y los semitas (hebreos,
árabes, y algunas ramas más antiguas de la familia
como los asirios, etc.). Al principio se
mantuvieron juntos, pero al cabo de un siglo, más o
menos, comenzaron a disgregarse. Posteriormente,
algunos de la familia de Sem, algunos de la familia
de Cam y quizá unos pocos de la familia de Jafet
llegaron desde el este a la región meridional de la
Llanura de Mesopotamia.[50]
Aquí parece, por datos tratados en otro artículo por
el presente autor,[51]
la familia de Cam devino políticamente dominante,
inició un movimiento para impedir cualquier
dispersión adicional levantando un monumento
suficientemente alto para que fuese un punto de
reunión en la llanura, y atrajeron sobre sí mismos
un juicio que los llevó a ser esparcidos de manera
forzosa y rápida por los cuatro puntos cardinales.
Parte de esto lo conocemos solo por la Biblia; pero
parte de esto lo conocemos también por los datos de
la arqueología. La realidad es que
en cada región del mundo donde se han asentado
posteriormente los jafetitas, siempre han ido
precedidos por los camitas. Este patrón es de
aplicación en cada continente. En los tiempos
prehistóricos esta circunstancia parece ser siempre
cierta, siendo los restos fósiles humanos más
antiguos bien mongoloides, bien negroides en
carácter y en forma de la cabeza, mientras que los
que llegaron últimos pertenecen a la familia de
Jafet, esto es, caucásicos. Lo cierto es que en
tiempos prehistóricos y de la historia antigua se
repite este patrón una y otra vez, que todos
aquellos avances culturales que los pioneros camitas
habían alcanzado tendían a ser asimilados por los
jafetitas que seguían. La historia de la expansión
más relajada de Jafet (esto es, «engrandecimiento»,
Génesis 9:27) ha quedado manchada constantemente por
su destrucción de las culturas que ya existían
cuando llegó con suficiente fuerza para conseguir el
dominio. Sucedió en el valle del Indo, sucedió en
Centroamérica, sucedió con las tribus indias de
Norteamérica, sucedió en Australia, y sólo la
superioridad numérica de la población nativa ha
preservado hasta ahora a regiones de África de la
misma suerte. Ahora bien, a pesar
de las afirmaciones realizadas relativas a los
hallazgos en África del Sur en años recientes, y de
las implicaciones basadas en los mismos, sigue
siendo cierto que tanto si hablamos del hombre
fósil, de antiguas civilizaciones, de pueblos
aborígenes coetáneos o extintos, o de las actuales
naciones del mundo, todas las líneas migratorias que
se pueden seguir o deducir en manera alguna parecen
irradiar como los radios de una rueda desde el
Oriente Medio. Antes de presentar
algunas de las pruebas mismas, será oportuno dar un
breve resumen de cuál es la naturaleza de la prueba.
A lo largo de la ruta migratoria habrá asentamientos
que diferirán ligeramente del que le ha precedido y
del que deriva de él. Como regla general, la
dirección del movimiento tiende a quedar reflejada
en la gradual pérdida de artefactos culturales que
siguen en uso más atrás de la línea, pero que o bien
desaparecen totalmente a lo largo de la línea o bien
son copiados de forma menos eficaz o meramente
representados en imágenes o se mencionan en el
folklore. Cuando varias líneas irradian desde un
solo centro, la situación que aparece es más o menos
la de una serie de círculos siempre más extendidos
de asentamientos, cada uno de los cuales comparte
menos y menos de los artefactos culturales
originales que persisten en el centro, y exhibiendo
cada uno de ellos la aparición de artículos
totalmente nuevos desarrollados para satisfacer
nuevas necesidades que no se encontraban en el
centro. Cuanto más se aleja uno del centro siguiendo
cualquiera de estas rutas de migración, tantos más
nuevos y singulares artículos específicos podrá uno
encontrar que no son compartidos por las otras
líneas, pero se seguirán preservando unos pocos
vínculos particularmente útiles o importantes con la
base original. Si se entra en un asentamiento así
sin un conocimiento previo de la dirección desde la
que llegaron los colonos, no se puede tener
certidumbre acerca de cómo deben seguirse las
relaciones sin un cierto conocimiento del contenido
cultural de los asentamientos arriba y abajo de la
línea en cada dirección. Pero sí que hay, sin
embargo, alguna clase bastante específica de prueba
que permite distinguir entre los artefactos que han
sido traídos por los recién llegados, y aquellos que
se han desarrollado en el lugar. Esto es así en
particular siempre que aparecen artículos complejos.
Frecuentemente, los materiales para su fabricación
no estarían disponibles en la localidad. A veces la
evidencia es de segunda mano, y aparece en forma de
un artículo que es evidentemente una copia y que
tiene algo en su construcción que lo demuestra. Por
ejemplo, ciertas vasijas de cerámica minoica son
claramente copias de prototipos de metal, tanto en
la forma que tienen como en su ornamentación. Allí
donde las asas de cerámica de estas vasijas se unen
a la vasija misma, se encuentran pequeñas
protuberancias de arcilla que no sirven a ningún
propósito funcional, pero que son un evidente
intento de copiar los remaches que antes fijaban el
asa metálica al cuerpo metálico del prototipo.[52]
Estos prototipos se encuentran en Asia Menor, y por
ello queda claro en qué dirección se tiene que
seguir la línea migratoria, porque es inconcebible
que la vasija de cerámica con sus pequeñas
protuberancias de arcilla hubiera dado al
metalúrgico la idea de donde situar los remaches. En las migraciones
más tempranas que, si somos guiados por la
cronología de las Escrituras, deben haber sido
bastante rápidas, fue inevitable que hubiese una
marcada tendencia hacia la pérdida de artículos
culturales comunes al centro al emigrar, en lugar de
a una ganancia de nuevos artículos.[53]
Así, el nivel general de la cultura decaería al
principio, aunque las tradiciones orales y cosas
como rituales y creencias religiosas tienden a
perderse o a cambiar con mucha mayor lentitud. A su
tiempo, cuando un grupo suficientemente grande de
personas superviviera en cualquier lugar que fuese
lo suficientemente acogedor para facilitar un
asentamiento permanente, surgiría un nuevo centro
cultural con muchas de las viejas tradiciones
preservadas, pero con algunas nuevas establecidas
con una importancia suficiente que oleadas de
influencia trasladarían tanto hacia adelante como
hacia atrás a lo largo de las líneas desde las que
habían procedido los colonos. Junto con estas
pérdidas culturales en la expansión inicial de los
pueblos camitas se
daría con frecuencia un cambio del físico a una
mayor tosquedad. No solo la gente tendería en muchos
casos a no estar preparada para los rigores de una
vida pionera de esta clase y en consecuencia a
sufrir una degradación cultural, sino que el
alimento mismo resultaría a menudo extremadamente
insuficiente o inadecuada para sus gustos no
acostumbrados, y no pocas veces sería al principio
inadecuada para mantener el pleno vigor corporal y
para el desarrollo de un crecimiento completamente
normal de los jóvenes, porque los trastornos de la
dieta tienen sus efectos en los patrones del
crecimiento. Lo cierto es que, como Dawson observó
hace mucho tiempo,[54]
cuanto más cultivado es un inmigrante cuando llega a
una tierra de frontera, tanto más gravemente sufre
las dificultades y tanto más es susceptible de
sufrir al verse privado de las comodidades de su
vida anterior. Esto ha sido observado por los que
han estudiado los efectos de las deficiencias
alimentarias sobre la forma del cráneo humano, por
ejemplo, un tema que este autor ha tratado con
cierto detalle en otro lugar.35 El efecto
sobre los logros tecnológicos de los recién llegados
es cosa bien obvia, porque una dama sumamente
educada que nunca haya hecho pan ni haya zurcido sus
propias prendas de vestir, ni cultivado un huerto,
se encontraría en una situación mucho peor recién
llegada a una tierra de frontera, que una mujer de
la limpieza de Londres. Así, la causa más probable
de una sociedad particularmente degradada al
comienzo sería no una procedencia cultural baja,
sino alta. Y esta es desde luego la situación que
nos presenta Génesis inmediatamente después del
Diluvio. Mientras tanto, el
establecimiento ocasional a lo largo de las varias
rutas de migración de lo que se podría denominar
centros culturales «provinciales», cuyas influencias
se extenderían en todas direcciones, complicaría
mucho los patrones de las relaciones culturales en
los tiempos más tempranos. En líneas generales, los
indicios que existen ofrecen un fuerte respaldo a la
Cuna de la Civilización en el Oriente Medio, desde
donde salieron estas oleadas sucesivas de pioneros.
Y estos casi con toda certeza no fueron indoeuropeos
(es decir, jafetitas). Fueron pioneros camitas, bien
de tipo mongoloide o negroide en su mayor parte,
aunque con alguna mezcla, que marcaron caminos y
abrieron territorios en cada parte habitable de la
tierra a menudo a gran coste para su propia herencia
cultural y para detrimento de la refinada apariencia
física que se podía todavía encontrar en sus
parientes que siguieron residiendo en su lugar de
origen. En cada localidad establecieron bien una
forma de vida que usaba al máximo los recursos
disponibles, o bien las circunstancias los abrumaron
y se extinguieron, dejando unos pocos restos
esparcidos tras ellos, cuya suerte debe haber sido
atrozmente difícil en su aislamiento, y cuyos restos
físicos dan testimonio a este efecto. Los jafetitas
siguieron a su debido tiempo, aprovechando a menudo
la tecnología establecida, como lo harían los
puritanos en Norteamérica miles de años después, a
veces desplazándolos totalmente, a veces
absorbiéndolos de modo que los dos grupos quedaron
fundidos, y a veces educándolos en nuevas formas y
luego retirándose. La India ha vivido estos tres
patrones. El pueblo del valle del Indo fue arrollado
y quedó totalmente desplazado o absorbido, y esta
mezcla fue miles de años después educada otra vez en
nuevas vías por otro influjo de colonos jaféticos,
que desde entonces han cedido su posición dominante. Como ya hemos
observado, hay un factor adicional que tiene que ver
con la forma degenerada que tantos de los más
tempranos fósiles humanos parecen exhibir. Aunque se
dice que la duración de la vida humana declinó muy
rápidamente después del Diluvio, durante varios
cientos de años muchos hombres sobrevivieron hasta
lo que hoy se consideraría una edad increíblemente
avanzada. Si añadimos al aislamiento y a las
privaciones de algunos de estos más dispersos y
tempranos pioneros la posibilidad de que viviesen
bien más allá de los cien años, o quizá incluso más
tiempo, el efecto cumulativo sobre su físico hubiera
resultado enormemente acentuado. Se ha observado, en
realidad, que las suturas de los cráneos están casi
desvanecidas en algunos especímenes, una
circunstancia que podría ser interpretada de manera
razonable como una prueba de una edad extremadamente
avanzada. Una edad extremadamente avanzada tendería
a menudo a modificar el cráneo hacia la forma
convencional de «hombre-simio».[55] Hasta aquí por lo
que se refiere a los grandes rasgos. Ahora pasaremos
a un examen más detallado de las pruebas (1) de que
la dispersión del hombre tuvo lugar desde un centro
situado en alguna parte del Oriente Medio y de que
esta dispersión da explicación del hombre fósil, y
(2) de que los que formaron la vanguardia
pertenecían al tronco camítico, usando el término
«camítico» para denotar a todos los descendientes de
Noé no pertenecientes a las líneas de Jafet o de
Sem. * * * * * ¿Dónde apareció el Primer Hombre?
NTES QUE SE PROPUSIERA un origen evolutivo para el hombre, había un acuerdo general acerca de que la Cuna de la Humanidad estaba en Asia Menor o al menos en la región del Oriente Medio. Cualquier evidencia de tipos primitivos en otras partes del mundo, fuesen vivientes o fósiles, se consideraban como prueba de que el hombre había degenerado al irse alejando del emplazamiento del Paraíso. Cuando el evolucionismo cautivó la imaginación de los antropólogos, entonces se aclamaron los restos fósiles primitivos como prueba de que los primeros hombres no estaban constitutivamente muy alejados de los simios. Sin embargo, ya desde el principio se suscitó un problema, que estos supuestos antecesores del hombre moderno siempre parecían surgir en los lugares donde no debían. Se seguía aceptando la suposición básica de que el Oriente Medio era el hogar del Hombre, y por ello estos tipos de fósiles primitivos, que aparecían en todas partes excepto en esta región, parecían totalmente fuera de lugar. Osborn, en su Men of the Old Stone Age, explicaba esta anomalía argumentando que se trataba de emigrantes. Expresó su convicción de que tanto los habitantes humanos como animales de Europa, por ejemplo, habían llegado allí como inmigrantes en grandes oleadas procedentes de Asia y de África. En este último caso, escribió que también era probable que la fuente de las oleadas migratorias fuese también Asia, siendo África del Norte simplemente la ruta de paso. Esta era su postura en 1915, y cuando apareció una tercera edición de su famoso libro en 1936, sólo había modificado sus puntos de vista originales ligeramente. Así, tiene un mapa del Viejo Mundo con esta nota al pie: «Durante esta larga era, Europa Occidental tiene que ser contemplada como una península, rodeada por todos lados por el mar, y extendiéndose hacia occidente desde la larga masa terrestre de Europa Occidental y Asia —que fue el principal escenario de la evolución, tanto de la vida animal como de la humana».[56] Sin embargo, en 1930, y en contra de las expectativas, H. J. Fleure tuvo que admitir:[57] No se han
encontrado claros indicios de los hombres y de las
culturas de la última parte de La situación permanecía básicamente igual cuando, veinte años después, Wilhelm Koppers observaba lo siguiente:[58] Es de resaltar que hasta ahora todos los hombres fósiles se han encontrado en Europa, el Lejano Oriente y África, es decir, en las regiones periféricas de Asia que tienen la menor probabilidad de haber constituido la cuna de la raza humana. No conocemos ningunos restos procedentes de Asia Central donde la mayoría de los investigadores que se han dedicado al origen del hombre situarían las razas más antiguas. Es cierto que se han
hallado ahora algunos hombres fósiles en el Oriente
Medio, pero lejos de militar en contra de esta área
como el centro de posteriores migraciones, me parece
a mí que apoyan de forma indirecta —y por ello con
tanto más peso— en favor de ello. Volveremos a esta
cuestión más adelante. Griffith Taylor, de
la Universidad de Toronto, escribió, refiriéndose a
los movimientos migratorios en general, tanto en
tiempos prehistóricos como históricos:[59] Se
demuestra que existe una serie de regiones en las
Indias Orientales y en Australasia que están
dispuestas de forma que las más primitivas se
encuentran a la mayor distancia de Asia, y las más
avanzadas, más cerca de Asia. Se demuestra que esta
distribución alrededor de Asia es cierta de otras
«penínsulas» [es decir, África y Europa], y es de
importancia fundamental al considerar la evolución y
la situación etnológica de los pueblos de que se
trata. ... Después de
considerar algunos de los indicios que emplea para
establecer unas posibles relaciones entre grupos en
diferentes áreas geográficas, comentaba:[60] ¿Cómo puede nadie explicar el estrecho parecido entre unos tipos tan distantes entre sí como los que aquí se exponen? Solo una expansión de zonas raciales desde una tierra-cuna común [su énfasis] puede llegar a explicar estas afinidades biológicas. Luego, y a
continuación, al considerar la etnología africana,
observaba:[61] El
primer centro de atención al estudiar la distribución
de los pueblos africanos es que se mantiene la misma
regla que hemos observado en los pueblos de
Australasia. Los grupos más primitivos aparecen en las
regiones más distantes respecto a Asia, o, lo que es
lo mismo, en las regiones más inaccesibles. ... En una línea
parecida, Dorothy Garrod escribía:[62] Se está haciendo más y más claro que no es en Europa que hemos de buscar el origen de los diversos pueblos paleolíticos que invadieron occidente con éxito. ... Así, la clasificación de de Mortillet sólo registra el orden de llegada [mi énfasis] a Occidente de una serie de culturas, cada una de las cuales se había originado y probablemente pasado la mayor parte de su existencia en otros lugares. También V. G. Childe
escribía en este sentido:[63] Nuestro conocimiento de
la arqueología de Europa y del Antiguo Oriente ha
fortalecido enormemente la posición del orientalista.
Desde luego, ahora podemos explorar provincias
conectadas de manera continuada a través de las que
vemos las culturas clasificadas por zonas en grados de
decadencia regular alrededor de centros de
civilización urbana en el Antiguo Oriente. Esta
zonación es la mejor prueba posible del postulado de
difusión de los orientalistas.
Henry Field,
escribiendo acerca de la posible cuna del Homo
sapiens, hizo una reseña muy general de los
principales descubrimientos sobre el hombre fósil
(hasta aquella fecha, 1932), incluyendo hallazgos en
Java, Kenia, Rhodesia [la actual Zimbabwe —N. del
T.] y Heidelberg, y luego daba un mapa donde los
situaba; y hace este comentario:[64] No me parece probable que ninguna de estas localidades pudiera haber sido el punto original desde el que emigró el hombre más antiguo. Las distancias, combinadas con muchas barreras geográficas, tienden a hacer insostenible una teoría de esta naturaleza. Sugiero que una región más o menos equidistante de los bordes exteriores de Europa, Asia y África puede ser ciertamente el centro desde el que tuvo lugar este suceso. Es cierto que estas
declaraciones fueron escritas antes de los recientes
descubrimientos de África del Sur, o en el Lejano
Oriente en Choukoutien, o en el Nuevo Mundo. Ya
hemos hecho referencia a los descubrimientos de
África del Sur —y no son relevantes aquí porque no
hay un acuerdo general de que sean verdaderos
fósiles humanos o ni siquiera, en opinión de
algunos, sus antecesores. Los descubrimientos en
Choukoutien, como trataremos de exponer, apoyan la
presente tesis de una manera interesante. Por lo que
se refiere al Nuevo Mundo, nadie ha propuesto aun
que fuese la Cuna de la Humanidad. Tampoco los
fósiles en el Nuevo Mundo antedatan a los hombres
fósiles supuestamente más antiguos del Viejo Mundo.
Así, el Oriente Medio podría seguir reteniendo la
prioridad como el hogar del Hombre, aunque en la
cuestión de las dataciones se debe admitir que
ninguna autoridad con una reputación de erudición
ortodoxa en juego propondría nunca que fuese un
hogar tan reciente —en nuestro cómputo de solo 4.500
a 5.000 años de antigüedad. Así, persiste el
problema cronológico. Y por el momento no tenemos
respuesta para el mismo, pero podemos seguir
explorando otras líneas indiciarias que en la mayor
parte de los otros respectos apoyan resueltamente la
tesis expuesta en este artículo. Parte de estos
indicios, cosa curiosa, es la diversidad de tipo
físico que se encuentra en lo que parecen haber
constituido unidades familiares (por cuanto los
fósiles se encuentran juntos y parecen ser
coetáneos). Esto ha sido motivo de algunas
sorpresas, aunque tienen una clara explicación en
base de la dispersión desde un centro. Hace algunos
años, W. D. Matthew hizo la siguiente observación:[65] Sea cual
sea la agencia que se asigne como causa de la
evolución en una raza, debería ser al principio más
progresiva en su punto de dispersión original. ... Aquí es necesario
comentar acerca de esta observación, porque tiene
importantes implicaciones. Lebzelter observó que
«cuando el hombre vive en grandes aglomeraciones, la
forma física tiende a ser estable, en tanto que la
cultura se especializa; cuando vive en grupos
aislados pequeños, la cultura es estable pero
evolucionan razas especializadas».[66]
Según Lebzelter, esta es la razón de que la
diferenciación racial fuese más marcada en las
etapas tempranas de la historia del hombre. La
explicación de este hecho es bien clara. En una
población muy pequeña y estrechamente consanguínea,
los genes para caracteres infrecuentes tienen una
mejor probabilidad de ser expresados
homozigóticamente de modo que dichos caracteres
aparecen en la población con mayor frecuencia, y
tienden a perpetuarse. Por otra parte, una población
tan pequeña puede tener una existencia tan precaria
que el margen de supervivencia sea demasiado
estrecho para alentar o permitir que las
diversidades culturales encuentren expresión. Así,
el tipo físico es variante pero va acompañado de
conformidad cultural. En cambio, en una comunidad
grande y bien establecida, comienza a aparecer una
norma física como característica de aquella
población, mientras que la seguridad que resulta de
los números permite una mayor variedad de
divergencia cultural. Así, en el mismo
comienzo podríamos esperar encontrar en la región
central una medida de diversidad física y de
uniformidad cultural; y en cada centro secundario o
provincial en sus etapas iniciales reaparecería la
misma situación. La diversidad física a esperar
sobre la base de lo dicho quedaría, como ahora se
sabe, exagerada incluso más por el hecho (reconocido
sólo recientemente) que cuando cualquier especie
establecida entra en un nuevo medio, da en el acto
expresión a una capacidad nueva y mayor de
diversificación en la forma física. Como lo expresó
LeGros Clark:[67] La elevada variabilidad (en el tipo) puede estar correlacionada con el hecho de que (en aquel tiempo) el ritmo de la evolución de los homínidos fuese procediendo con una cierta velocidad con el despliegue de unas poblaciones relativamente pequeñas y a menudo contiguas hacia áreas muy dispersadas con unos medios ambientes opuestos y cambiantes. El hecho de la
variabilidad inicial ha sido ampliamente reconocido.
Richard B. Goldschmidt se refirió a ello como un
fenómeno casi universal:[68] Los hechos de la mayor importancia general son los siguientes. Cuando aparece un nuevo fílum, clase u orden, sigue una diversificación rápida y explosiva (en términos de tiempo geológico) de modo que prácticamente todos los órdenes o familias que se conocen aparecen repentinamente y sin transiciones aparentes. Así, estos factores
se pueden resumir de esta manera: (1) Una nueva
especie es más variable cuando aparece por primera
vez. (2) Una pequeña población es más variable que
una de gran tamaño. (3) Cuando una especie (o unos
pocos miembros de la misma) se desplaza a un nuevo
medio ambiente, de nuevo aparece una amplia
variación que sólo se estabiliza con el tiempo. A
estos puntos se debería añadir un cuarto, esto es,
que las poblaciones pequeñas tienen propensión a ser
sumamente conservadoras en su cultura, manteniendo
por ello muchos vínculos con el cuerpo original
aunque estén muy extendidas geográficamente. Vere Gordon Childe
observaba:[69] Casos de atrincheramiento tenaz, supersticiones apasionadamente mantenidas, y abiertamente hostiles a cualquier cambio social y a los avances científicos que lo hacen necesario. Y la fuerza de tal reacción en una comunidad parece ser inversamente proporcional a la seguridad económica del grupo; un grupo siempre al borde de la inanición no se atreverá a arriesgarse a un cambio. Los restos fósiles
son un constante testimonio de la realidad de estos
factores, pero el testimonio tiene significado, y
los hechos reciben su mejor explicación solo si
suponemos que una pequeña población comenzó en el
centro y, al quedar firmemente establecida allí,
envió sucesivas oleadas de emigrantes que
generalmente estaban compuestas por muy pocas
personas en cada grupo, que a continuación
establecieron una adicional sucesión de centros,
repitiéndose el proceso una y otra vez hasta que los
primeros hombres se hubieron esparcido por todas las
regiones habitables del mundo. Cada nuevo centro
exhibía al principio una gran diversidad de tipos
físicos, pero al multiplicarse la población a nivel
local se conseguía una mayor uniformidad física con
el paso del tiempo. Cuando este centro subsidiario
quedaba eliminado antes que se hubiera logrado esta
uniformidad, y donde el azar ha preservado sus
restos, la diversidad quedó capturada y congelada
para nuestro examen. Al mismo tiempo, en áreas
periféricas adónde los que seguían atrás habían
empujado a individuos o familias, las circunstancias
se combinaron con frecuencia para degradarlos hasta
tal punto que el hombre fósil tiende naturalmente
hacia una forma bestial —pero por razones muy
secundarias. Esto está respaldado, por ejemplo, por
una afirmación de Le Gros Clark. Refiriéndose al
Hombre de Heidelberg, pregunta si representa una
especie separada del hombre o si puede tratarse
«meramente de un individuo aislado periférico
aberrante».[70]
Clark admite en la práctica la misma posibilidad
para el Hombre de Neanderthal. Después de referirse
a él como «una línea lateral aberrante ... una
especie de retrogradación evolutiva», prosigue
diciendo: «Si los restos del Hombre de Neanderthal
se sitúan en su secuencia cronológica, parece que
algunos de los fósiles más antiguos, que datan de la
etapa más temprana del período
musteriense, son menos “neandertaloides” en sus
rasgos esqueléticos (y por ello se acercan más al
Homo sapiens) que el tipo Neanderthal extremo de
fecha posterior [mi énfasis]».[71] En cambio, en las
etapas tempranas de las migraciones la uniformidad
cultural no sólo sería la norma en cada grupo, sino
que se encontraría necesariamente también entre los
grupos mismos. Y esto es también lo que se ha
constatado. De hecho, siguiendo la regla enunciada
más arriba, sería de esperar que los grupúsculos más
primitivos que habían sido empujados a lo más
alejado de la periferia mantuviesen la mayor
proporción de elementos culturales compartidos, de
modo que no sería sorprendente descubrir vínculos
entre áreas periféricas como el Nuevo Mundo, Europa,
Australia, etc. —exactamente como se ha observado. Estas líneas
indiciarias nos obligan a concluir que no deberíamos
contemplar estas regiones periféricas como la
representación de las etapas iniciales del
desarrollo cultural humano, ni como un retrato de su
apariencia original. Es precisamente en estas
regiones periféricas que no encontraremos tales
cosas. La lógica de esto se hizo evidente para E. A.
Hooten, que la rechazó de plano con este comentario:[72] La
adopción de un principio como este llevaría
necesariamente a la conclusión de que los lugares
donde uno encuentra la existencia de formas primitivas
de cualquier orden de animal son precisamente los
lugares donde estos animales no pudieron haberse
originado. ... Sin embargo, este principio puede ser verdadero —incluso si contradice las reconstrucciones evolutivas. William Howells
escribió con cierta extensión acerca de que, en sus
propias palabras, «todas las huellas visibles
conducen desde Asia hacia fuera».[73]
Luego examinó la situación con respecto a las líneas
migratorias tomadas por los «blancos» (caucásicos) y
observó que al principio estaban arraigados en el
sudoeste de Asia, «aparentemente con los
Neanderthales al norte y al oeste de ellos». Luego
propuso que mientras que la mayoría de ellos
emprendieron la marcha hacia Europa y el Norte de
África, algunos de ellos pueden haber viajado a
través de Asia central hasta China, lo que daría
explicación posiblemente a los ainus y a los
polinesios. Opinaba que la situación respecto de los
mongoloides era bastante clara, y que se habían
originado en algún lugar en la misma región que los
blancos, desde donde poblaron Oriente. Los pueblos
de piel oscura son, en sus palabras, «un enigma
mucho más formidable». Creía que los aborígenes
australianos podían ser seguidos hasta tan lejos
como la India, con algunos indicios de ellos quizá
en el sur de Arabia. Es de suponer que los negros
africanos deben ser seguidos también desde el
Oriente Medio, quizá llegando a África por el Cuerno
y por ello mismo también por vía de Arabia. Sin embargo, hay una
diversidad de pueblos de piel negra que parecen
esparcidos aquí y allá de una forma que él designa
como «el enigma supremo» —del cual un factor
primordial es la peculiar relación entre los negros
y los negritos. De estos últimos decía como sigue:[74] Se [encuentran] entre
los negros en la selva del Congo, y aparecen en la
periferia oriental de Asia (las islas Andaman, la
península malaya, probablemente la India y
posiblemente antiguamente en el sur de China), en las
Filipinas y en Nueva Guinea, y quizá en Australia con
trazas probables en Borneo, Célebes y diversas islas
de Melanesia.
Todas estas son áreas «de refugio», los indeseables lugares inhóspitos que los pigmeos han ocupado evidentemente, como más tarde gente más poderosa llegó tardíamente a las mismas regiones. ... Hay diversas consecuencias que se derivan de estos hechos. Los negritos deben haber migrado desde un punto común. ... Y es imposible suponer que su punto de origen estuviera en cualquier extremo de su ámbito. ... Es mucho más probable que procediesen de algún punto intermedio, que se encuentra en Asia. De modo que tenemos
una amplia medida de acuerdo en que las líneas
migratorias irradian no desde un punto en algún
lugar en África o Europa o el Lejano Oriente, sino
desde un punto geográfico que debe quedar
estrechamente asociado con aquella región del mundo
desde la que la Escritura no sólo parece decir que
el hombre comenzó a poblar físicamente el mundo
después del Diluvio, sino también culturalmente. Al
contemplar la expansión de la civilización tal como
hemos considerado la expansión humana, está claro
que las líneas siguen el mismo curso. La diferencia
esencial, si tomamos nota de las secuencias
cronológicas actuales, es que en tanto que se cree
que la dispersión de la humanidad tuvo lugar hace
centenares de miles de años, la dispersión de la
civilización es un acontecimiento que ha tenido
lugar recientemente. Creo que el hombre estaba
haciendo su largo viaje hacia los últimos confines
de la tierra mientras que al mismo tiempo la
civilización estaba floreciendo en el centro. Se solía argüir que
aunque el hombre civilizado es una sola especie,
estos dispersos restos fósiles del hombre formaban
especies separadas propias y que por ello no estaban
relacionados con el hombre moderno de ninguna forma
simple. Algunos, por ejemplo, han propuesto de forma
provisional un concepto como este, considerando al
Hombre de Neanderthal como una especie o subespecie
anterior que fue eliminada con la aparición del
llamado «hombre moderno».[75]
La asociación de Neanderthales con hombres modernos
en los hallazgos del Monte Carmelo parece
enfrentarse a esta postura.[76]
Y, desde luego, hay el acuerdo muy generalizado en
la actualidad de que, naturalmente con la excepción
de los descubrimientos sudafricanos más recientes,
todos los hombres —fósiles, prehistóricos,
históricos y modernos— forman una especie, el Homo
sapiens.[77] Ralph Linton
contemplaba las variedades de hombres reveladas por
los descubrimientos fósiles como debidas a factores
que ya hemos delineado. Tal como él lo expresaba:[78] Si
estamos en lo cierto en nuestra opinión de que todos
los hombres existentes pertenecen a una sola especie,
el hombre primitivo debe haber sido una forma
generalizada con potencialidades para evolucionar a
todas las variedades que conocemos en la actualidad.
Además, parece probable que esta forma generalizada se
extendiese amplia y rápidamente y que en el plazo de
unos pocos miles de años de su aparición, pequeños
grupos de individuos se hubiesen esparcido por la
mayor parte del Viejo Mundo. Bajo esta luz, los
especímenes fósiles degradados que aparecen en
regiones periféricas no deberían tratarse ni como
experimentos evolutivos «fallidos» hacia el
surgimiento de tipos de verdaderos Homo sapiens, ni
como fases ni vínculos «con éxito pero solo
parcialmente completos» entre simios y hombres. De
hecho, y como estaba dispuesto a admitirlo Griffith
Taylor, «la localización de estos eslabones
“perdidos” como el Pithecanthropus en Java, etc.,
parece tener poco que ver con la cuestión de la
tierra-cuna de la humanidad».[79]
Y, de hecho, bien hubiera podido decir: «con la
cuestión del origen del hombre». Concluye diciendo:
«Son casi con toda seguridad ejemplos de un tipo que
ha sido empujado a las regiones periféricas». En una reciente
conferencia de antropólogos, se informa que uno de
los ponentes dijo:[80] La mayoría
de los participantes estuvieron de acuerdo en que
puede ser que, después de todo, muchos de los llamados
pueblos «primitivos» del mundo en la actualidad no
sean tan primitivos. Sugirieron que ciertas tribus
cazadoras en África, la India central, Sudamérica y el
Pacífico Occidental no constituyen reliquias de la
Edad de Piedra, como se había pensado antes, sino que
se trata del «naufragio» de sociedades mucho más
desarrolladas que se vieron forzadas, por diversas
circunstancias, a llevar una vida mucho más simple,
menos desarrollada. Así, la manera en la
que uno estudia o contempla estos restos fósiles
queda en gran medida coloreada por la forma en que
uno piense, si en términos de procesos biológicos o
históricos. Y en relación con esto, A. Portmann de
Viena hace este comentario:[81] El mismo dato adoptará aspectos totalmente diferentes según la perspectiva, paleontológica o histórica, desde la que lo contemplemos. Lo contemplaremos bien como un vínculo en una de las muchas series evolutivas que el paleontólogo trata de establecer, o como algo conectado con acciones y acontecimientos históricos remotos que difícilmente podemos esperar reconstruir. Permitid que diga claramente que por lo que a mi respecta no me cabe la menor duda de que los restos del hombre primitivo que conocemos deberían ser todos juzgados desde una perspectiva histórica. Este planteamiento
general respecto a la interpretación del significado
del hombre fósil ha sido explorado con un cierto
detalle por Wilhelm Koppers, que pensaba que
«primitividad en el sentido de que el hombre esté
más cercano a la bestia» puede ser en ocasiones
«resultado de un desarrollo secundario».[82]
Creía él que sería mucho más fácil «evolucionar» al
Hombre de Neanderthal desde el hombre moderno que al
hombre moderno a partir del Hombre de Neanderthal.
De hecho, sostenía que eran un tipo especializado y
más primitivo —pero posterior al hombre moderno, al
menos por lo que se refiere a su presencia en
Europa. Lo que es bien
sorprendente es que una autoridad tan eminente como
Franz von Weidenreich estaba dispuesto a admitir
inequívocamente que «No se ha descubierto ningún
tipo fósil humano hasta ahora cuyos rasgos
característicos no puedan remontarse fácilmente hacia atrás al
hombre moderno» [énfasis mío].[83]
Griffith Taylor está de acuerdo con esta opinión, y
observaba: «se están acumulando desde luego los
indicios de que los pueblos paleolíticos de Europa
eran mucho más afines con las razas que ahora viven
en la periferia de las regiones Euroafricanas de lo
que se admitía anteriormente».[84]
De hecho, hace muchos años Sir William Dawson se
dedicó a este tema y lo examinó con cierto detalle
en su obra espléndidamente redactada pero casi
completamente ignorada titulada Fossil Man and
Their Modern Representatives.[85]
En el Simposio sobre Biología Cuantitativa de Cold
Springs Harbor celebrado en 1950, T. D. Stewart, en
una ponencia titulada «Earliest Representatives of
Homo sapiens», exponía sus conclusiones con las
siguientes palabras: «Al igual que Dobzhansky, por
tanto, no puedo ver actualmente ninguna razón para
suponer que haya existido más que una sola especie
homínida en ningún nivel cronológico en el
Pleistoceno».[86] Ernst Mayr está
dispuesto a admitir la posibilidad de que el Hombre
de Heidelberg pudiera ser meramente «un individuo
aislado periférico aberrante», lo que sugeriría que
ya no debería ser considerado como potencialmente un
antiguo candidato a antecesor debido a su apariencia
«brutal».[87] Los Pitecantropoides
son todos ellos más o menos periféricos en relación
con la Cuna del Hombre tradicional. Incluyen el
Hombre de Vértesszöllös en Hungría, el Hombre de
Ternifine, el Hombre de Olduvai en Tanzania, el
Hombre de Swartkranz en Sudáfrica, y el Hombre de
Lantian y de Pequín en China, y el Hombre de Java.
En cambio, el Hombre de Neanderthal ocupa una
posición intermedia respecto a las características
craneanas, faciales y dentarias entre el
Pithecanthropus y el Homo sapiens.[88] Estando los tipos más primitivos en los
márgenes y habiéndose descubierto hasta la fecha
solo tipos esencialmente modernos donde la
civilización tuvo su fuente, es de esperar que se
encontrasen combinaciones y formas intermedias en
las áreas geográficas intermedias. Alfred Romer
observó, al comentar sobre la colección de
descubrimientos fósiles en Palestina
(Mugharet-et-Tabun, y Magharet-es-Skuhl), que
«mientras que ciertos de los cráneos son claramente
Neanderthales, otros exhiben en un grado variable
numerosos rasgos neantrópicos (es decir, del «hombre
moderno»).[89]
Posteriormente identificó a estos cráneos
neantrópicos como pertenecientes al tipo general de
Cro-Magnon en Europa —un tipo humano que parece
haber tenido unos rasgos físicos espléndidos. Luego
propuso que el grupo del Monte Carmelo «puede
considerarse como resultado del cruce de la raza
dominante (Hombre de Cro-Magnon) con sus humildes
predecesores (Hombre de Neanderthal)». Se sigue
haciendo la suposición de que la forma Neanderthal
inferior precedió a la forma superior del Hombre de
Cro-Magnon. William Howells dijo del grupo fósil de
Skuhl: «es una variación extraordinaria. Parece
haberse tratado de una sola tribu que abarcaba la
gama de tipos desde casi Neanderthal
hasta casi sapiens».[90]
LeGros Clark estaba incluso dispuesto a prescindir
del «casi».[91] Como un ejemplo
extraordinario de la inmensa variabilidad que puede
exhibir una pequeña y aislada población primitiva en
la periferia, no se puede hacer nada mejor que citar
los descubrimientos en Choukoutien en China, en la
misma localidad donde se encontró al famoso Hombre
de Pequín. Estos restos fósiles procedieron de lo
que se conoce como la Cueva Superior, y consisten de
un grupo de siete personas que parecen ser miembros
de una familia; un anciano que se cree que tenía más
de 60 años, un hombre más joven, dos mujeres
relativamente jóvenes, un adolescente, un niño de
cinco años, y un recién nacido. Junto a ellos se
encontraron herramientas, ornamentos y miles de
fragmentos de animales. Un estudio de estos restos ha resultado en
algunos datos sumamente interesantes, el más
importante de los cuales, en nuestro contexto, es
que, a juzgar por la forma craneana, tenemos en esta
familia a un representante del Hombre de
Neanderthal, una mujer «melanesia» que nos recuerda
a los ainu, un tipo mongólico, y otra que es más
bien parecida a las modernas mujeres esquimales.
Weidenreich expresó su asombro ante la amplitud de
la variación. Y lo expresó con estas palabras:[92] Lo
sorprendente no es la aparición de tipos paleolíticos
del hombre moderno que se parecen a tipos raciales
actuales, sino su aparición conjunta en un lugar e
incluso en una misma familia, considerando que estos
tipos se encuentran en la actualidad localizados en
regiones remotas entre sí. Formas similares a
las del «Viejo», como ha sido designado, se han
encontrado en el Paleolítico superior en Europa
occidental y en el norte de África; formas muy
parecidas a las del tipo melanesio, en el Neolítico
de Indochina, entre los antiguos cráneos de la Cueva
de Lagoa Santa en Brasil, y en las poblaciones
actuales de Melanesia; las formas estrechamente
parecidas al tipo esquimal se encuentran entre los
amerindios precolombinos de México y otros lugares
en Norteamérica, y actualmente entre los esquimales
de Groenlandia occidental. Luego pasa a
observar que el crisol del Paleolítico superior de
Choukoutien «no se encuentra solo».[93]
En Obercassel, en el valle del Rin, se encontraron
dos esqueletos, un varón anciano y una hembra más
joven, en un sepulcro de alrededor de la misma época
que la sepultura de Choukoutien. Weindenreich dijo:
«Los cráneos son de apariencia tan diferente que uno
no vacilaría en asignarlos a dos razas si
procediesen de localidades distintas». La situación
es tan confusa que comentaba:[94] Los
antropólogos físicos se encuentran en un callejón sin
salida por lo que se refiere a la definición y a la
gama de razas humanas distintas y su historia. ... Sin embargo, esta
extraordinaria variabilidad sigue permitiendo el
establecimiento de líneas de relaciones que aparecen
entrecruzándose en cada dirección en una densa red
de indicios de que estos restos fósiles pertenecen
mayormente a una sola familia, a los descendientes
de Cam. Griffith Taylor
vinculó entre sí a los melanesios, negros y
amerindios.[95]
La misma autoridad propuso una relación entre el
Hombre de Java y el Hombre de Rhodesia.[96]
Relacionó a ciertas tribus suizas que parecen ser
una bolsa de un tronco racial más antiguo con el
grupo del norte de China, los sudaneses, los
bosquimanos de África del Sur, y los aeta de
Filipinas.[97]
También vincularía el
cráneo de Predmost con los pueblos auriñacienses y
con los australoides.[98]
Macgowan[99]
y Montagu[100]
estaban convencidos de que las poblaciones
aborígenes de Centro y Sudamérica contienen un
elemento de pueblos negroides así como de
australoides. Se admite casi universalmente que el
Hombre de Grimaldi era negroide aunque sus restos
yacen en Europa.[101]
Lo cierto es que el tipo negroide está tan extendido
que incluso el Pithecanthropus erectus fue
identificado como negroide por Buyssens.[102] Huxley mantenía que
la raza Neanderthal tenía que estar estrechamente
relacionada con los aborígenes australianos,
particularmente los de la Provincia de Victoria;[103]
y otras autoridades mantenían que este mismo pueblo
australiano se debe vincular con la célebre raza de
Canstadt.[104]
Alfred Romer relacionó al Hombre de Solo de Java con
el Hombre de Rhodesia de África.[105]
Igualmente, Hrdlicka relacionaba el cráneo de
Olduvai con la Mujer de LaQuina; La Chapelle y otros
con el tronco africano básico;[106]
y sostuvo que también se deben vincular con las
razas india, esquimal y australiana. Incluso
mantiene que la mandíbula de Mauer es de tipo
esquimal.[107] No
podemos
hacer nada mejor que recapitular toda esta
perspectiva general con las palabras de Sir William
Dawson que, adelantándose mucho a su tiempo,
escribió ya en 1874 acerca del hombre fósil en
Europa:[108] ¿Qué
relación precisa tienen estos europeos primitivos
entre sí? Sólo podemos decir que todos parecen indicar
un tronco común, y que está vinculado con el tronco
camítico de Asia del norte que tiene sus ramas
periféricas hasta este día tanto en América como en
Europa. Aunque es
perfectamente cierto que la tesis que estamos
presentando tiene en su contra en la cuestión de la
cronología el peso monolítico de la opinión
científica, es sin embargo igualmente cierto que la
interpretación de los datos en este sentido es
admirablemente coherente, y que desde luego hubiera
permitido predecir tanto la existencia de relaciones
físicas ampliamente extendidas como una excepcional
variabilidad entre los miembros de cualquier
familia. Además de estas «vinculaciones» anatómicas
existen, naturalmente, una gran cantidad de
vinculaciones culturales. Una de estas vinculaciones
es el acto de pintar los huesos de los difuntos con
ocre rojo —costumbre que no hace tanto tiempo era
todavía practicada por los indios americanos, y que
se ha observado en sepulturas prehistóricas en casi
cada región del mundo. Las circunstancias
en este caso son dignas de unos instantes de
reflexión, porque es difícil explicar este fenómeno
como sencillamente prueba de que «las mentes de los
hombres operan de una manera muy semejante en todas
partes». Esto podría ser cierto del uso del sílex
para las armas, de la elaboración de lanzas de
madera, o del uso de pieles para la vestimenta,
porque todas estas cosas sirven a necesidades que
los hombres en todas partes son susceptibles de
experimentar. Pero pintar huesos con ocre rojo no
sirve estrictamente a ningún propósito «útil», ni se
puede decir que en la mayoría de los casos esta
práctica contribuyese a la estética. Es difícil
saber precisamente a qué fin servía. Pero desde
luego era una práctica muy extendida. Una de las primeras
observaciones sobre esta práctica fue el
descubrimiento por William Buckland en 1823 de un
esqueleto hembra en una cueva cerca de Paviland, que
estaba pintado con ocre rojo.[109]
Su descubrimiento llegó a ser conocido como «La Dama
Roja de Paviland». En el Nuevo Mundo se repite la
misma práctica, aunque mucho más tardíamente. Así,
entre el 700 d.C. y 1100 d.C., en las secuencias
culturales que se han establecido en la región de
Illinois en los estados Unidos, existe lo que se ha
designado la «Cultura del Ocre Rojo», designada así
porque en casi cada caso los cuerpos aparecían
cubiertos con hematites. Sir William Dawson[110]
había observado esta circunstancia en otras partes
del Nuevo Mundo y la observó acerca de una sepultura
del valle del río San Lorenzo datada (en aquel
tiempo) en alrededor de 300 años, donde se
encontraban guerreros sepultados con un tratamiento
de óxido de hierro sobre el rostro precisamente
similares a los descubiertos por el Dr. Riviera en
una cueva en Mentone en la frontera entre Francia e
Italia. Dawson sugirió que en el caso de las
sepulturas indias, era un intento de proporcionar a
los muertos el medio para comparecer ante sus
antepasados con las apropiadas pinturas de guerra.
Quizá Dawson no estaba demasiado alejado de la
verdad cuando arguyó que el hombre prehistórico muy
probablemente había participado de una cultura muy
semejante a la de muchas tribus indias en el momento
de su descubrimiento por el hombre blanco. Propuso
que el mismo epíteto de «piel roja» deriva de este
uso del ocre rojo. Los indios crow pintaban a sus
recién nacidos con grasa y pintura roja,[111]
lo que parece sugerir que se creía que esta era una
sustancia potente para garantizar la vitalidad
—tanto la del recién nacido como la del guerrero y
de los que habían ido a unirse con los espíritus de
sus antepasados. Tan potente es este
pigmento, y tan extendido está su empleo, que los
aborígenes australianos en las regiones centrales de
Australia lo usan para recubrirlo todo excepto sus
lanzas y arrojalanzas.[112] Coon observa: «Es difícil decir hasta qué
punto esto les servía de protección y de
lubricante». Incluso algunos de sus arrojalanzas
están tratados con ocre rojo (yo poseo uno), aunque
es difícil saber si esto es una concesión a los
turistas. En el otro extremo
del mundo, parece que los sajones también sepultaban
a sus muertos, al menos ocasionalmente, acompañados
de ocre rojo, si no originalmente pintados
efectivamente con este pigmento.[113]
Desde luego, difícilmente pudo surgir esta costumbre
en todas partes de forma espontánea simplemente como
una expresión de la tendencia de las mentes humanas
a encontrar respuestas similares a similares
necesidades, porque, ¿dónde estaba la necesidad?
Parece más razonable suponer que fue extendida por
las gentes que la llevaron consigo al ir irradiando
desde alguna Cuna de la Humanidad central. Y esto nos devuelve
otra vez a la cuestión de la posición geográfica de
esta Cuna. La evidencia se acumula a diario de que,
desde un punto de vista cultural, el lugar del
origen del hombre fue en alguna parte del Oriente
Medio. Ninguna otra región del mundo tiene tantas
probabilidades de haber sido el Hogar del Hombre si
por hombre nos referimos a algo más que meramente a
un simio inteligente. Vavilov[114]
y otros[115]
han indicado repetidas veces que la inmensa mayoría
de las plantas cultivadas del mundo, especialmente
los cereales, remontan su origen a este lugar. Field
observó:[116] Irán puede
resultar haber sido uno de los viveros del Homo
sapiens. Durante los períodos del Paleolítico medio o
superior, el clima, la flora y la fauna del Altiplano
Iraní proporcionó un medio ambiente idóneo para la
ocupación humana. De hecho, Ellsworth Huntington ha
postulado que durante los tiempos del Pleistoceno
tardío, el sur de Irán era la única
[su énfasis] región en la que la temperatura y la
humedad eran ideales, no solo para la concepción y
fertilidad humanas, sino también para la posibilidad
de supervivencia. Hay muchas
especulaciones acerca de las rutas tomadas por los
caucásicos, negroides y mongoloides, mientras el
mundo iba siendo ocupado por el flujo y reflujo de
las migraciones, y en tanto que ninguna de estas
especulaciones establece realmente con certidumbre
cómo el hombre surgió como hombre,
casi todas ellas adoptan la suposición fundamental
de que el Asia occidental es su hogar como creador
de la cultura. Desde este centro se pueden seguir los
movimientos de una temprana migración de un pueblo
negroide, seguida de un pueblo caucásico, a Europa.
Desde esta misma región, sin duda alguna, pasaron
hacia el este y el Nuevo Mundo sucesivas oleadas de
pueblos mongoloides, y el tiempo que se tomaron no
fue necesariamente tan grande. Kenneth Macgowan dijo
que estos grupos pudieron haber cubierto los 6.400
kilómetros desde Harbin, Manchuria, hasta la isla de
Vancouver, en un tiempo tan breve como veinte años,[117]
mientras que Alfred Kidder dijo:[118]
«Un patrón de caza basado principalmente en la caza
mayor hubiera conducido al hombre al sur de
Sudamérica sin necesidad en aquel tiempo de una gran
adaptación localizada. Hubiera podido proceder con
una relativa rapidez, en tanto que hubiera
disponibilidad de camellos, caballos, osos perezosos
y elefantes. Todas las indicaciones apuntan a que
había esta disponibilidad». Según de Quatrefages,[119]
600.000 hombres hicieron un trayecto desde un punto
en Mongolia hasta China durante un invierno y bajo
un constante hostigamiento en solo cinco meses,
cubriendo una distancia de 700 leguas o 3.400
kilómetros. Y aunque parece que sea un viaje
asombroso para un tiempo tan breve, en realidad
resulta en una media de unos 23 kilómetros diarios. En África, Wendell Phillips,[120]
después de estudiar las relaciones de diversas
tribus africanas, concluyó que la evidencia ya
existente hace posible derivar muchas de las tribus
de un solo tronco racial (en particular los pigmeos
de la Selva de Ituri y los bosquimanos del desierto
de Kalahari), que en un tiempo pasado debe haber
poblado una parte más extensa del continente
africano solo para retirarse a regiones menos
acogedoras cuando tribus negroides posteriores
llegaron al país. H. J. Fleure[121]
sostenía que se discernían unos indicios de
naturaleza similar hacia el norte y el nordeste de
Asia, y hacia el interior del Nuevo mundo, por un
estudio en el cambio de las formas de las cabezas en
los restos fósiles, e incluso se ha sugerido que los
descubrimientos en Choukoutien significan que hemos
encontrado a algunos de estos primeros pioneros de
camino a las Américas. Además, siempre que la
tradición arroja luz sobre esto, apunta
invariablemente en la misma dirección y cuenta la
misma historia. Muchos pueblos primitivos tienen
memorias de una situación cultural anterior más
elevada, circunstancia que el autor ha explorado en
otro lugar con detalle considerable. Así, concluimos que de la familia de Noé han
surgido todos los pueblos del mundo, prehistóricos e
históricos. Los acontecimientos que se describen en
relación con Génesis Así, recapitulando lo que hemos tratado de
demostrar en este artículo, se puede exponer
brevemente que: (1) La distribución geográfica de los restos
fósiles es de tal naturaleza que tienen su
explicación más lógica tratándolos como
representantes periféricos de una dispersión amplia,
y en parte forzada, de gentes procedentes de un solo
grupo en expansión, establecido en un punto más o
menos central a todos ellos, desde donde salieron
sucesivas oleadas migratorias, cada oleada empujando
a la precedente más hacia la periferia. (2) Los especímenes más degradados son
representantes de este movimiento general que fueron
empujados a las áreas menos acogedoras, donde
sufrieron degeneración física como consecuencia de
las circunstancias en las que se vieron obligados a
vivir. (3) La extraordinaria variabilidad física de
sus restos deriva de que eran miembros de grupos
pequeños, aislados e intensamente endogámicos;
mientras que las similitudes culturales que vinculan
entre sí incluso a los más dispersos entre los
mismos indican un origen común de todos ellos. (4) Lo que es cierto del hombre fósil es
igualmente cierto de las sociedades primitivas
desvanecidas y actuales. (5) Todas estas poblaciones inicialmente
dispersadas pertenecen a un tronco común —la familia
camita de Génesis 10. (6) Fueron posteriormente desplazados o
arrollados por los indoeuropeos (es decir,
jafetitas), que sin embargo heredaron o adoptaron y
desarrollaron extensamente su tecnología y así
consiguieron el predominio en cada región en la que
se asentaron. (7) A todo lo largo de este movimiento,
tanto en tiempos prehistóricos como históricos,
nunca hubo seres humanos que no perteneciesen a la
familia de Noé y sus descendientes. (8) Finalmente, esta
tesis queda respaldada por la evidencia de la
historia, que demuestra que la migración ha tendido
siempre a seguir este patrón, y que ha ido
frecuentemente acompañada de ejemplos de
degeneración tanto de individuos como de tribus
enteras, y que resulta generalmente en el
establecimiento de un patrón general de relaciones
culturales paralelas con aquellas que la arqueología
ha dilucidado como existentes en la antigüedad. NOTAS† 1910 - 1985. Miembro de [1] Howell F. Clark, «The
Hominization Process» en Human
Evolution: Readings in Physical Anthropology,
dirigido por N. Korn y F. Thompson, Holt,
Rinehart and Winston, New York, 1967, p. 85. [2] [3] Clark; Wilfred LeGros,
«Bones of Contention», Huxley Memorial Lecture,
Journal of the Royal Anthropological
Institute, vol. 88, n.º 2, 1958, p.
136-138. [4]
Uso de herramientas: véase Kenneth P. Oakley,
«Skill as a Human Possession» en A History of
Technology, obra dirigida por Charles
Singer, E. J. Holmyard y K. R. Hall, Oxford
University Press, 1954, vol. 1, pp. 1-37 para una
discusión acerca de los animales usuarios de
herramientas. También
Mickey Chiang, «Use of Tools by Wild Macaque
Monkeys in [5] Strauss, W. L., Jr.,
«Australopithecines Contemporaneous with Man?» Science,
vol. 126, 1957, p. 1238. [6] Weidenreich, Franz, «The
Human Brain in the Light of Its Phylogenetic
Development», Scientific Monthly, vol.
67, agosto de 1948, p. 103-109. «Cerebral
Rubicon»: P. V. Tobias, «The Old Olduvi Bed I
Hominine with Specific Reference to Its Cranial
Capacity», Nature, 4 abril 1964, p. 3. [7] El Homo sapiens y el Homo erectus son al menos coetáneos y es muy posible que hayan sido una misma especie según los últimos estudios realizados sobre el cráneo de Talgai por el profesor de anatomía N. W. G. MacIntosh de la Universidad de Sydney, Australia, (Science News, vol. 93, 20 abr. 1968, p. 381). [8] Leakey, L. S. B. «Homo
habilis, Homo erectus and AUSTRALOPITHECINES»,
Nature, vol. 209, 1956, p. 1280, 1281. [9] Simons, Elwyn L. «The Early Relatives of Man», Scientific American, julio de 1964, p. 50. El reciente descubrimiento de Simons en el Fayum del Aegyptopithecus, comunicado en su artículo «The Earliest Apes» (Scientific American, dic. 1967, pp. 28-38) y que él describe como «el cráneo de un mono equipado con los dientes de un simio», no arroja luz alguna sobre la naturaleza del eslabón perdido entre los simios y los hombres — solo entre los monos y los simios. [10] Herskovits, Melville, Man
and His Works, Knopf, New York., 1950, p.
97. [11] Wallis, Wilson D.
«Pre-Suppositions in Anthropological
Interpretations», American Anthropologist,
jul.-sept., vol. 50, 1948, p. 560. [12] Manton, [13] Sunday Times ode 5 de abril de 1964; e Illustrated
London News and Sketch, 1 ene. 1960:
véase también La falacia de las
reconstrucciones antropológicas (http://www.sedin.org/doorway/33-falacia-rec.html)
riginal inglés: The Fallacy of Anthropological
Reconstructions», por el autor, Sección V en Genesis
and Early Man, vol. 2 en The Doorway
Papers Series. [14] Takeuchi, H., S. Uyeda,
H. Kanamori, Debate about the Earth,
Approoch to Geophysics through Analysis of
Continental Drift, traducido por Keiko
Kanamori, Freeman, Cooper & Co., San
Francisco, 1967, p. 180. [15] Movius, Hallam, «Old
World Prehistory: Paleolithic», en Anthropology
Today, obra dirigida por A. L. Kroeber,
University Chicago Press, 1953, p. 163. [16] Robinson, J. T., «The
Origins and Adaptive Radiation of the
Australopithecines», en Human Evolution:
Readings in Physical Anthropology, obra
dirigida por N. Korn y F. Thompson, Holt,
Rinehart & Winston, New York, 1967, pp. 277,
279, y 294. [17] Sobre convergencia: Ver el artículo de El Pórtico, Convergencia y el Origen del Hombre, en línea en http://www.sedin.org/doorway/07-doorway.html, del original ingles Convergence and The Origin of Man, Doorway Papers, n.º 7, Brockville, Canadá, 1970. También Leo S. Berg, Nomogenesis: Or Evolution Determined by Law, traducido del ruso al inglés por J. N. Rostovtov, Constable, Edinburgh, 1926; David Lack, Evolutionary Theory and Christian Belief, Methuen, London, 1957, p.65; Evan Shute, Flaws in the Theory of Evolution, Temside Press, London, Ontario (Canadá), 1961 pp. 138ss.; y también Sir Alister Hardy, The Living Stream, Collins, Londres, 1965, especialmente el capítulo acerca de la convergencia, «Convergence», pp. 138-146. [18] de Beer, Sir Gavin, Embryos
and Ancestors, Clarendon Press, [19] [20] Meganthropus: véase G. H.
R. von Koenigswald, citado por J. T. Robinson,
«The Origin and Adaptive Radiation of the
Australopithecines» en Human Evolution:
Readings in Physical Anthropology, obra
drigida por N. Korn y F. Thompson, Holt,
Rinehart & Winston, New York, 1967, p. 280;
para el Zinjanthropus: ver «The Fossil Skull
from Olduvai», comentario editorial en British
Medical Journal, 19 sept. 1959, p. 487. [21] Zuckerman, Sir Solly, «An
Ape or The Ape», Journal of the
Royal Anthropological Institute, vol. 81,
1951, p. 57. [22] Schultz, A. H., citado por Zuckerman, ibid., p. 58. [23] Simpson, G. G., citado por Zuckerman, ibid., p. 59. [24] Clark, LeGros, «Bones of
Contention», en Human Evolution: Readings
in Physical Anthropology, obra dirigida
por N. Korn y F. Thompson, Holt, Rinehart &
Winston, New York, 1967 p. 302. [25] Ibid., p. 299s. [26] Así se expresa Sir Solly Zuckerman, en «Correlation of Change in the Evolution of Higher Primates», en Evolution as a Process, volumen dirigido por Julian Huxley, A. C. Hardy, E. B. Ford, Allen & Unwin, London, 1954, p. 301. «La diferencia fundamental ha sido que en la inmensa mayoría de los casos las descripciones de los especímenes proporcionadas por sus descubridores se han presentado de manera que indiquen que dichos fósiles tienen algún lugar o significación de carácter especial en la línea del linaje humano directo, en contraste con el de la familia de los simios.» [27] Medawar, Sir Peter B., The
Art of the Soluble, [28] [29] Medawar, Sir P. B., The Uniqueness of the Individual, Basic Books, New York., 1957, p. 76. de forma similar, Rudolf Flesch observó: «El aspecto más importante de la ciencia es este: que no es una búsqueda en pos de verdad sino una búsqueda del error. ...» (véase su libro, The Art of Clear Thinking, reseñado por H. Kreighbaum en Scientific Monthly, vol. 74, (4), abril de 1952, p. 240). Véase también el comentario editorial bajo «The Discipline of the Scientific Method», (Nature, 1 ago. 1959, p. 295): «Por cuanto, según el código de la ciencia, ningunos asertos positivos son definitivos y todas las proposiciones son aproximaciones, y desde luego provisionales, se ve a la ciencia avanzando más negando lo que es erróneo que afirmando lo que es cierto —reduciendo, y finalmente erradicando errores más que dirigiéndose de forma directa hacia alguna verdad final preconcebida». [30] Huxley Julian, «New Bottles for New Wine: Ideology and Scientific Knowledge», Journal of the Royal Anthropological Institute, vol. 80, 1950, p. 7-23, especialmente p. 15b; y véase también su introducción a Teilhard de Chardin, The Phenomenon of Man, Collins, 1959, ¡donde Huxley lo saluda como el nuevo profeta de la nueva fe! [31] Simpson, Gaylord G., This View of Life,
Harcourt, Brace and World, New. York,
1964: [32]
R. H. Rastall de Cambridge escribió: «No se puede
negar que desde un punto de vista estrictamente
filosófico los geólogos están aquí arguyendo en
círculo. La sucesión de organismos ha sido
determinada por un estudio de sus restos
sepultados, mientras que las edades relativas de
las rocas se determinan por los restos de
organismos que las mismas contienen». (Encyclopedia
Britannica, 1956, Artículo
«Geology», vol. 10, p. 168). W. R. Thompson dice
de Simpson: «Simpson afirma que la homología está
determinada por la descendencia común, ¡y concluye
que la homología es evidencia de descendencia
común!» («Evolution
and Taxonomy», Studia Entomologica, vol.
5, 1962, p. 567). [33] Garn, Stanley M.,
«Culture and the Direction of Human Evolution»,
Human Evolution: Readings in Physical
Anthropology, volumen dirigido por N. Korn
y F. Thompson, Holt, Rhinehart & Winston,
New York, 1967, pp. 102-107. [34]
Sobre la cuestión de los huecos en las genealogías
bíblicas, véase «The Genealogies of the Bible»,
Secc. V en Hidden
Things of God's Revelation, vol. 7 en The
Doorway Papers Series. [35] Custance, A. C., «La supuesta evolución del cráneo humano», en línea en http://www.sedin.org/doorway/09-presionesamb.html; artículo original: «The Supposed Evolution of the Human Skull», Part IV; «Las culturas primitivas: un reexamen del problema de su origen histórico», en línea en http://www.sedin.org/doorway/32-culturas_primitivas.html; artículo original: «Primitive Cultures: A Second Look at the Problem of Their Historical Origins», Part II; y «La falacia de las reconstrucciones antropológicas», en línea en http://www.sedin.org/doorway/33-falacia-rec.html; artículo original: «The Fallacy of Anthropological Reconstructions», Part V; en Genesis and Early Man, vol. 2 en The Doorway Papers Series. [36] Para algunas reducciones,
véase Robert Heizer, «Long Range dating in
Archaeology» (pp. 9, 13) y Kenneth Oakley,
«Dating Fossil Human Remains», (p. 47) en Anthropology
Today, volumen dirigido por A. L. Kroeber,
University of Chicago Press, 1953, pp. 13, 9, y
47. [37] Véanse las observaciones
de Graham Clark en un panel en un Simposio en
1953 sobre «Problems of the Approach Methods», Appraisal
of Anthropology Today, volumen dirigido
por Sol Tax y Charles Callender,
University Chicago Press 1953, p. 7. [38] Para una serie de mapas, véase «Note on Niagara Falls», Transactions of the Victoria Institute, vol. 19, 1885, p. 90-92. Y para una bibliografía que cubre comunicaciones de mediciones, véase «Literature on Niagara Falls», Transactions of the Victoria Institute, vol. 40, 1908, p. 76. [39] Antevs, Ernst: citado por
Kenneth Macgowan, Early Man in the New
World, [40] Pendelbury, J. D. S., Archaeology
in
Crete, [41] Berl, Ernst, citado por
John DeVries, Beyond the Atom, Eerdmans,
Grand Rapids, 1950, p. 80. [42] Klotz, John, Genes,
Genesis, and Evolution, Concordia
Publishers, [43] Boucher de Perthes:
citado por Harold W. Clark, The New
Diluvialism, Science Publication, Angwin,
California, 1946, p. 187. [44] Movius, Hallam L., «Old
World Prehistory: Paleolithic», en Anthropology
Today, volumen dirigido por A. L. Kroeber,
University of Chicago Press, 1953, p. 163. [45] Tylor, Sir Edward: citado
por W. J. Sollas, «The Tasmanians» en The
Making of Man, volumen dirigido por V. F.
Calverton, Modern Library, Random House,
New York, 1931, p. 89. [46] Reed, Charles A., «Animal
Domestication in Prehistoric Near East», Science,
vol. 130, 11 dic. 1959, p. 1630. [47] Curry, John, Nature,
18 dic. 1873, p. 122. [48] Pico de minero:
comunicación [49] El hombre y los animales
prehistóricos: véase, por ejemplo, William
Howells, Mankind So Far, Doubleday,
Doran, [50] La existencia de las tres
«familias» en esta época es observada por Vere
G. Childe en su New Light on the Most
Ancient East, Kegan Paul London, 1935, p.
18, y What Happened in History, Penguin
Books, 1946, p. 81. [51] Custance, A. C., «The
Part Played by Shem, Ham and Japheth in
Subsequent World History», Part I; «The
Technology of Hamitic People», Part IV, en Noah's
Three Sons, vol. 1; y «La confusión de las
lenguas», en línea en http://www.sedin.org/doorway/08-confusion.html;
original: «The Confusion of Tongues», Part V en
Time and Eternity, vol. 6, de The
Doorway Papers Series. [52] Acerca de esto, véase J.
D. S. Pendelbury, The Archaeology of Crete,
Methuen, New York, 1939, p. 68; y V. Gordon
Childe, The Dawn of European Civilization,
Kegan Paul, 6ª edición, revisada, 1967, p. 19. [53] Perry, W. J., The
Growth of Civilization, Penguin Books,
1937, p. 123. [54] [55] Desaparición de las
suturas craneanas: Observación de Sir William
Dawson, Meeting Place of Geology and History,
Revell, New York, 1904, p. 63 [citado por James
Orr, God's Image in Man, Eerdmans, Grand
Rapids, 1948, p. 256, nota al pie 3]. Véase
también Gy. Acsadi y J. Nemereski, A History
of Human Life Span and Mortality, [56] Osborn, H. F., Men of
the Old Stone Age, [57] Fleure, H. J., The
Races of Mankind, Benn, [58] Koppers, W., Primitive
Man and His World Picture, traducido al
inglés por Edith Raybould, Shedd y Ward, New
York, 1936, p. 239. [59] [60] [61] [62] Garrod, Dorothy, «Nova et
Vetera: a Plea for a New Method in Paleolithic
Archaeology», Proceedings of the Prehistoric
Society of East, [63] Childe, V. Gordon, Dawn
of European Civilization, Kegan Paul, [64] Field, Henry, «The Cradle
of Homo Sapiens», American Journal of
Archeology, oct.-dic., 1932, p. 427. [65] Matthew W. D., «Climate
and Evolution», Annals of the [66] Lebzelter, citado por W.
Koppers en su obra Primitive Man,
traducida por Edith Raybould, Sheed & Ward,
New York, 1952, p. 220. Su punto de vista fue
apoyado por Le Gros Clark, Journal of the
Royal Anthropological lnstitute, vol. 88, Part II, jul. dic. 1958,
p. 133. [67] Clark, Sir W. LeGros,
«Bones of Contention», Human Evolution:
Readings in Physical Anthropology, volumen
dirigido por N. Korn y F. Thompson, Holt,
Rinehart & Winston, New York, 1967, p. 301. [68] Goldschmidt, Richard B.,
«Evolution As Viewed by One Geneticist», American
Scientist, vol. 40, ene. 1952, p. 97; y
para materiales adicionales acerca de este
extremo, véase «La supuesta evolución [69] Childe, V. Gordon, Man
Makes Himself, Thinker's Library, Watts, [70] Clark, LeGros, «Bones of
Contention», en Human Evolution: Readings in
Physical Anthropology, volumen dirigido
por N. Korn y F. Thompson, Holt, Rinehart &
Winston, New York, 1967, p. 239. [71] Clark, W. LeGros, History
of the Primates, [72] Hooten, A. E. «Where Did
Man Originate?» Antiquity, June, 1927,
p. 149. [73] Howells, William. Mankind
So Far, Doubleday, Doran, [74] Ibid., pp. 298, 299. [75] Weidenreich, Franz, Palacontologia Sinica, Serie Completa, No. 127, 1943, p. 276. [76] Romer, Alfred, Man
and the Vertebrates, [77] Fósiles del hombre como un todo: véase F. Gaynor Evans en una nota sobre «Los nombres de los hombres fósiles», Science, vol. 101, 1945, p. 16, 17. [78] Linton, Ralph, The
Study of Man, [79] [80] Comunicado en Science Yearbook, 1966, p. 256. [81] Portmann, A., Das Ursprungsproblem, Eranos-Yahrbuck, 1947, p. 11. [82] Koppers, Wilhelm, Primitive
Man and his World View, traducido al
inglés por Edith Raybould, Sheed y Ward, New
York, 1952, p. 220 y 224. [83] Weidenreich, Franz, Apes,
Giants and Man, [84] [85] [86] Stewart, T. D., «The
Problem of the eRliest Claimed Representatives
of Homo sapiens» en The Cold Springs
Harbor Symposia on Quantitative Biology: Origin
and Evolution of Man, Biological
Laboratories, Cold Spring Harbour, New York,
1950, vol. 15, p. 105. [87] Mayr, Ernst, «The
Taxonomic Evaluation of Fossil Remains» en Human
Evolution: Readings in Physical Anthropology,
volumen dirigido por N. Korn y F. Thompson,
Holt, Rinehart & Winston, New York, 1967, p.
239. [88] McCown, T.D., «The Genus
Palaeoanthropus and the Problem of Superspecific
Differentiation Among the Hominidae». Cold
Springs Harbor Symposia on Quantitative
Biology: Origin and Evolution of Man, Cold
Spring Harbor, New York, 1950 vol. 15, p. 92. [89] Romer, Alfred, Man
and the Vertebrates, [90] Howells William, Mankind
So Far, Doubleday, Doran, [91] Clark, Sir W. LeGros, en
Human Evolution, (ref. I), p. 802. [92] Weidenreich, Franz, «Homo
Sapiens at Choukoutien», News and Notes, en Antiquity,
junio 1939, p. 87. [93] Ibid. p. 88. [94] Ibid. [95] [96] Ibid., p. 60. Su argumento aquí se basa en la forma de la cabeza, que él considera concluyente. [97] Ibid., p.67. Cree que solamente «una tierra-cuna común» tiene la posibilidad de explicar la situación. [98] Ibid., p. 134. [99] Macgowan, Kenneth, Early
Man in the New World, [100] Montagu, Ashley, Introduction
to Physical Anthropology, Thomas, [101] Weidenreich, Franz, «Homo
sapiens at Choukoutien», News and Notes, Antiquity,
junio 1939, p.88. [102] Buyssens, Paul, Les
Trois Races de l'Europe et du Monde,
Brussels, 1936, reviewed by G. Grant MacCurdy, American
Journal of Archaeology, Jan.-Mar., 1937,
p.154. [103] Huxley, Thomas, citado
por D. Garth Whitney, «Primeval Man in Belgium»,
Transactions of the Victoria Institute,
London, vol. 40, 1908, p. 38. [104] Según D. Garth Whitney, ibid. [105] Romer, Alfred, Man
and the Vertebrates, [106] Hrdlicka, Ales. «Skeletal
Remains of Early Man», Smithsonian Institute,
Miscellaneous Collections, vol. 83, 1930, p.
342ss. [107] Ibid., p. 98. Y véase William S.
Laughlin, «Eskimos and Aleuts: Their Origins
and Evolution», Science, vol. 142, 8
nov. 1963, p. 639, 642. [108] Dawson, Sir J. William.
«Primitive Man and Revelation», Transactions
of the Victoria Institute, [109] Buckland, citado por
Kenneth Macgowan, Early Man in the New
World, [110] Dawson, Sir J. William. Fossil
Men
and Their Modern Representatives, Hodder
& Stoughton, [111] Murdock, G. P., Our
Primitive Contemporaries, [112] Coon, Carleton S., A
Reader in General Anthropology, Holt, New
York, 1948, p. 226. [113] Childe, V. Gordon, The
Dawn of European Civilization, Kegan Paul,
London, 3rd edition, 1939, p. 168; y en otros
lugares de Europa, véase pp. 209, 254, 259.
Véase también C. S. Coon, Reader in General
Anthropology, Holt, New York, 1948, p.
226; George P. Murdock, Our Primitive
Contemporaries, Macmillan, New York, 1934,
p. 275; Kenneth Macgowan, Early Man in the
New World, Macmillan, New York, 1950, p.
52; Sir J. William Dawson, Fossil Men and
Their Modern Representatives, Hodder &
Stoughton, London, 1883, p. 19, 143; y en Time
Life Publications, Early Man, volumen
dirigido por F. William Howell, Life Nature
Library, 1965, p. 156, y The Epic of Man,
volumen dirigido por Courtland Canby, Time Inc.,
New York, 1961, pp. 40, 41. [114] Vavilov, N. I., «Asia,
the Source of Species», [115] Cf. Harlan, T. R., «New
World Crop Plants in [116] Field, Henry, «The
Iranian Plateau Race», [117] Macgowan K. Early Man
in the New World, [118] Kidder, Alfred, «Problems
of the Historical Approach: Results», en Appraisal
of Anthropology Today, volumen dirigido
por Sol Tan y Charles Callender, [119] de Quatrefages, A., L'Espece Humaine, Balliere et Cie., Paris, 14ª edición, 1905, pp. 135,136. [120] Phillips, Wendell,
«Further African Studies», Scientific Monthly,
marzo 1950, p. 175. [121] Fleure, H. J., The
Races of Mankind, Benn,
Título:
Los restos fósiles
del hombre primitivo, y el registro histórico del
Génesis Autor:
Arthur C. Custance, Ph. D. Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.
©
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