| ÍndiceCapítulo
                    1: El
                        problema Capítulo
                    2: El dualismo
                        cartesiano: La interacción entre la mente y el
                        cerebro 
 
 
 Capítulo
                    5: El
                        establecimiento de las bases experimentales 
 
 Epílogo: Más allá de
                        la filosofía 
 Lecturas recomendadas Acceso al original del libro en inglés -The Mysterious Matter of Mind | Capítulo
                    1 El
                      problema Mente / Cerebro  
 
 Estudio del problema de
                    la distinción entre mente y cerebro 
 
 ace unos cuarenta años estaba
                      bajando por la calle Yonge en Toronto y me
                      encontré inesperadamente con un viejo amigo que se
                      había acabado de retirar después de practicar la
                      medicina en Ontario, y después en China durante
                      muchos años. Estaba claramente agitado. Fuimos a
                      tomarnos un café, y me relató que había vivido una
                      experiencia tan conmovedora que había necesitado
                      un fin de semana en el campo para recuperarse. Había crecido en el medio rural de
                      Ontario, el miembro más joven de una familia
                      granjera muy grande y muy unida. Ahora se había
                      retirado a su patria chica y estaba sencillamente
                      paseándose por la calle Yonge, gozando de las
                      viejas escenas y de los sonidos familiares cuando,
                      de repente y de manera totalmente inesperada, se
                      cruzó con una dama que llevaba un perfume de una
                      clase muy especial. Este aroma, aunque llegó a su
                      olfato solo un instante, lo devolvió a un
                      acontecimiento de hacía sesenta años, en su
                      primera adolescencia, y que había tenido olvidado
                      desde hacía muchísimo tiempo. Se vio de pie en un rellano a medio
                      camino en las escaleras de caracol en la vieja
                      casa de labranza. Era casi hora de cenar. Sus
                      hermanos y hermanas estaban preparando la mesa con
                      mucho ruido de los cubiertos y de los platos, con
                      risas y pasos apresurados. Desde la cocina podía
                      oír a su madre mientras preparaba la comida, y le
                      vino con una claridad increíble el ruido de la
                      leña cuando la echaban dentro de la vieja cocina,
                      y del poner y mover de las ollas y cazuelas. Y él
                      se moría de ganas de ir a formar parte de toda
                      aquella diversión, pero le habían mandado que se
                      quedase en aquel rellano con la cara a la ventana
                      como castigo por alguna fechoría que ahora ya no
                      recordaba. La ventana estaba totalmente cubierta
                      de escarcha, y en su memoria solo quedaban los
                      sonidos y los olores, porque no podía ver nada del
                      exterior. En el alféizar de la ventana había un
                      par de los guantes de su madre, y de ellos se
                      desprendía un perfume casi imperceptible —el mismo
                      perfume que había detectado al cruzarse con la
                      desconocida dama mientras paseaba por la calle
                      Yonge tantos años después. Este pequeño desencadenante para
                      esta mente desató lo que resultó ser un recuerdo
                      abrumadoramente emocional. Llamado tan de repente
                      al nostálgico pasado, tuvo que retirarse al campo
                      algunos días para recuperarse. Consideremos las implicaciones de
                      esta experiencia. El perfume, por pasajero que
                      fuera como estímulo físico, había de alguna manera
                      activado su memoria, prendiendo en su cerebro, por
                      así decirlo, como una pantalla de televisión que
                      le había parecido estar contemplando con su mente,
                      cautivado por la vivacidad de la vieja escena
                      familiar, que se le apareció con tan gran detalle.
                      Él no era la pantalla, sino el
                      espectador. Y parecía además ser el operador,
                      capaz de reponer la película e incluso de hacerla
                      pasar a cámara lenta y recuperar detalles que se
                      había perdido en su primera visualización. Es como si alguna clase de mente autoconsciente estuviese usando y manipulando un sistema de almacenamiento de memoria que había preservado, para su uso posterior a petición, un registro extraordinariamente vívido y completo de una serie compleja de acontecimientos que habían sucedido más de medio siglo antes de volver a ser «traído a la mente». Cuando nos encontramos, él estaba
                      tratando de encontrar a aquella dama —o más
                      particularmente el perfume—, con la esperanza de
                      poder experimentar algo más y ver qué más se
                      podría recuperar mediante el mismo mecanismo
                      desencadenante para reactivar su capacidad de
                      recuerdo. Hasta recientemente, una experiencia
                      de esta clase hubiera sido descartada en los
                      círculos científicos como una mera anécdota. Los
                      rígidos controles exigidos para la prueba
                      científica, así como el actual clima de opinión
                      acerca de la relación entre mente y cerebro, no
                      hubieran permitido dar ningún peso a estas pruebas
                      de dualismo. Se ha llegado a considerar que el
                      hombre es esencialmente una máquina
                      electroquímica. Desde tal perspectiva, la mente
                      autoconsciente no es un espectador
                      de la pantalla del cerebro en el sentido que se
                      implica en este relato, sino que la mente es
                      considerada meramente como una extensión del
                      mecanismo del cerebro y totalmente dependiente del
                      mismo. Este punto de vista es, por definición, monista: el cerebro actúa sobre la
                      mente, que es una mera extensión del mismo, pero
                      la mente no tiene capacidad de actuar sobre el
                      cerebro. El dualista, en cambio, adopta la postura
                      de que la interacción es posible en los dos
                      sentidos, con la mente actuando sobre el cerebro,
                      y el cerebro en ciertas formas limitando y
                      canalizando, y por ello actuando sobre la mente. En este caso, se podría argüir que
                      la mente era verdaderamente un agente
                      independiente activo, explorando el programa que
                      aparecía en pantalla y que estaba almacenado en el
                      cerebro. Además, el individuo mismo experimentaba
                      un intenso deseo de extender la extracción de la
                      memoria e incluso de rellenar los detalles. Estaba
                      pasando «la cinta» una y otra vez, con añadiduras
                      nuevas y a veces con correcciones cada vez que se
                      volvía a pasar. El aroma del perfume ya no era
                      necesario ahora para disparar el recuerdo. La
                      voluntad o la mente autoconsciente había asumido
                      el control. ¿Cómo vamos a evaluar la relación
                      mente/cerebro en una situación así? Una voluntad propia En 1961 Wilder Penfield comunicó una
                      espectacular demostración de la realidad de la
                      mente activa o de la voluntad en operación.
                      Observó a la mente actuando con
                      independencia del cerebro bajo
                      condiciones experimentales controladas y
                      reproducibles a voluntad. Su materia experimental
                      era un paciente epiléptico al que se había
                      expuesto el cerebro por medios quirúrgicos en el
                      área temporal de un hemisferio. El «disparador»
                      era la estimulación de la corteza con un solo
                      electrodo con una corriente de 2 voltios y 60 Hz. En un artículo ahora célebre,
                      Penfield escribía: Cuando el neurocirujano aplica un electrodo al área motora de la corteza cerebral del paciente y hace que se mueva la mano opuesta, y cuando luego le pregunta al paciente por qué ha movido la mano, la respuesta es: «No lo he hecho yo. Usted me lo ha hecho hacer». ... Se puede decir que el paciente piensa de sí mismo como poseyendo una existencia separada de su cuerpo. En una ocasión, cuando advertí a un paciente de mi intención de estimular el área motora de la corteza, y le animé a impedir que se le moviera la mano cuando le aplicase el electrodo, la asió con la otra mano y se esforzó por mantenerla quieta. Así se hizo que una mano, bajo el control del hemisferio derecho impulsado por un electrodo, y la otra mano, que él controlaba mediante el hemisferio izquierdo, luchasen la una contra la otra. Detrás de la «acción cerebral» de un hemisferio estaba la mente del paciente. Detrás de la acción del otro hemisferio estaba el electrodo. Y luego concluía:[1] Como se puede ver, existen muchos mecanismos demostrables (en el cerebro). Funcionan de forma automática para los propósitos de la mente cuando se los invoca. ... Pero, ¿cuál es la agencia que recurre a estos mecanismos, escogiendo uno en lugar de otro? ¿Se trata de otro mecanismo, o hay en la mente algo de esencia diferente? Decir que estas dos cosas son una y la misma no significa que sea así. Pero sí que bloquea el avance de las investigaciones. Está claro que el paciente
                      epiléptico de Penfield tenía no solo un cerebro
                      susceptible de una manipulación mecanicista, sino
                      también «una voluntad propia» por la que se podía
                      mandar al área contralateral* que operase de manera distinta. Aquí nos vemos tentados a recurrir a un modelo dualista, a tener en cuenta no meramente un cerebro físico, sino alguna clase de realidad independiente y posiblemente no física que interactúa con el cerebro, y posiblemente en el cerebro, pero que no es de él. Pero, ¿cómo podemos dar cuenta de la «mente» si no se originó en el mundo físico? ¿Cuál es exactamente la relación
                      entre mente y cerebro? ¿Se trata meramente de una
                      asociación de interacción? ¿Evolucionaron la mente
                      y el cerebro de manera independiente, y luego
                      corrieron un curso paralelo de desarrollo? En tal
                      caso podrían dar una apariencia engañosa de estar
                      relacionados causalmente cuando la relación causal
                      estaría realmente ausente. Este punto de vista se
                      designaría como paralelismo. No
                      es estrictamente una explicación de los hechos,
                      sino que tiene más la naturaleza de una
                      descripción de lo que pudiera estar sucediendo. ¿O tenía razón Berkeley cuando dijo
                      que el cerebro no existe en realidad, que la única
                      realidad es la mente, y que el
                      concepto de cerebro —en verdad de todo el mundo
                      físico— es una creación del pensamiento, un
                      producto de la mente, sin poseer ninguna realidad
                      propia, como tampoco la tiene un sueño? Uno de los
                      grandes clásicos del taoísmo, el libro conocido
                      como Zhuangzi o Chuang Tzu (300
                      a.C. aproximadamente), se atribuye a un sabio de
                      la dinastía Zhou, llamado Chuang
                        Tzu (Maestro Chuang, o Zhuang). Parece
                      que estaba rememorando al escribir, refiriéndose a
                      sí mismo en tercera persona:[2] Largo tiempo ha, Chuan Tzu soñó que era una mariposa. Se sentía alborozado como mariposa —bien complacida consigo misma, cumplidos sus objetivos. Nada sabía de Tzu. Pero pronto despertó y encontró que era Tzu. Y no sabía si como Tzu había soñado que era una mariposa, o si como mariposa soñaba que era Tzu. ¿O tienen razón los conductistas
                      cuando dicen que sólo existe el cerebro,
                      y que la mente es meramente un epifenómeno de la
                      misma, como la corriente eléctrica producida por
                      el generador? En este caso, la mente no tiene
                      existencia independiente, y la cuestión del origen
                      de la mente queda totalmente subordinada a la
                      cuestión del origen y de la naturaleza del tejido
                      del cerebro. Esto es lo que se designa como conductismo. El conductismo consiguió aceptación justo al principio del siglo 20 como la única posible opción porque se sostenía que el conocimiento científico (objetivo) era el único verdadero conocimiento que tiene el hombre. El conocimiento científico siempre depende de magnitudes: es cuantificable de una u otra manera. ¿Y quién puede cuantificar la mente? Paul Weiss dijo:[3] Quizá nuestro concepto de nuestro sistema nervioso sea igualmente inadecuado e insuficiente, porque en tanto que se recurra solamente al uso de instrumentos eléctricos, solamente se obtienen respuestas eléctricas; si se usan detectores químicos, se obtienen respuestas químicas; y si se determinan valores numéricos y geométricos, se obtienen respuestas numéricas y geométricas. De modo que quizá no hemos encontrado todavía el tipo concreto de instrumentos que nos revele la siguiente incógnita. Es obvio que ni tan siquiera
                      intentaremos inventar esta clase
                      particular de instrumento de investigación en
                      tanto que aceptemos la perspectiva monista de que
                      la mente es realmente solo el efecto de la
                      operación del cerebro. Y desde luego seguimos
                      atados a las antiguas tradiciones del mecanicismo.
                      No hace mucho tiempo que se citaba esta
                      observación de Lord Adrian: «El propósito último
                      de la investigación del cerebro tiene que ser el
                      de traer la conducta dentro del marco de las
                      ciencias físicas».[4] Este era el punto de vista (y el
                      objetivo último) de Claude Bernard, el padre de la
                      moderna fisiología. Sostenía él que la causa de
                      todo fenómeno es la materia, y que el determinismo
                      es «el fundamento de todo progreso y crítica en
                      ciencia».[5]
                      Thomas Huxley reflejó esta posición cuando observó
                      que «Los pensamientos son la expresión de cambios
                      moleculares en aquella materia de la vida que es
                      la fuente de nuestros otros fenómenos vitales».[6]
                      Y de nuevo: «La mente es una función de la
                      materia, cuando dicha materia ha alcanzado un
                      cierto grado de organización».[7]
                      Y otra vez más: «El pensamiento es tanto función
                      de la materia como lo es el movimiento».[8] Este reduccionismo atrae a la mente
                      que busca la imagen más simple y estrictamente más
                      cuantitativa de la realidad. Arthur O. Lovejoy, en
                      su obra La gran cadena del ser,[9]
                      examina la historia de la fascinante búsqueda de
                      conexiones a través del orden natural por el que
                      todas las cosas están relacionadas por derivación,
                      una relación que explica la supuesta progresión
                      lineal de lo más simple a lo más complejo. Como
                      «la naturaleza aborrece el vacío», así el hombre
                      aborrece las discontinuidades. Idealmente, no
                      debiera haber vacíos, ningunos eslabones perdidos
                      —en resumen, ninguna novedad en un sentido
                      estricto. Un simple principio da origen de forma
                      determinista a todas las realidades ramificadas, y
                      cada componente en el sistema evolutivo debe ser
                      susceptible de explicación en términos del resto,
                      y no en base de ningún otro criterio. Este principio fundamental parece
                      casi imponer el asentimiento de las mentes
                      reflexivas. En el orden natural, cada etapa es
                      meramente un despliegue de las tendencias de las
                      etapas anteriores. Esto ha de ser de esperar no
                      solo en el mundo de lo inanimado sino también en
                      el mundo de lo animado. Cuando el entendimiento
                      sea pleno, no habrá etapas, sino solo una
                      progresión suave y continua. En la segunda mitad del siglo 19,
                      tres gigantes del mundo científico publicaron un Manifiesto. Se trataba de Carl
                      Ludwig (1816—1895), que enseñó a la mayoría de los
                      grandes fisiólogos del mundo activos en aquel
                      tiempo; Emil du-Bois-Reymand (1818—1896), fundador
                      de la electroquímica; y Hermann von Helmholtz
                      (1812—1894), que no necesita presentación. Lo que
                      sigue es sustancialmente el contenido de su
                      acuerdo: «Todas las actividades de la materia
                      viva, incluyendo la conciencia, se deben explicar
                      en último análisis en términos de física y de
                      química».[10]
                      Es una especie de ideal científico que sigue
                      atrayendo con una fuerza enorme a la mente
                      científica moderna. Pero en tanto que pueden cumplirse
                      unos ciertos requisitos lógicos en la insistencia
                      en la perspectiva monista que hace de la
                      conciencia una mera derivación del cuerpo
                      material, para muchas personas resulta una
                      explicación insatisfactoria del fenómeno de la
                      conciencia del yo. El problema es encontrar una
                      forma de tratar la mente y el cerebro como un
                      fenómeno unitario pero sin embargo como dos
                      realidades. Una respuesta es la teoría
                        de la identificación. La teoría de la identificación se ha
                      conocido en dos formas diferentes. Ambas formas se
                      expresan de manera análoga —y muchos consideran
                      que es un argumento débil que parece explicar más
                      de lo que explica en realidad. Santayana y Thomas
                      Huxley propusieron, ambos, que así como el
                      murmullo de un arroyo cantarín es solo
                      consecuencia del agua que corre, así la mente,
                      aunque distinta del cerebro, es sin embargo solo
                      un subproducto del mismo. Así, el cerebro es causa
                      de la mente como el arroyo es causa del murmullo,
                      pero la mente no puede tener ninguna influencia
                      sobre el cerebro, como tampoco el murmullo puede
                      tener ninguna influencia sobre el arroyo. Esto se designó  [1] Penfield, Wilder: en el Simposio de
                          Control de la Mente celebrado
                          en el Centro Médico de la Universidad de
                          California, San Francisco, 1961, citado en
                          Arthur Koestler, Ghost in the Machine,
                          Londres, Hutchinson Publishing Group, 1967, p.
                          203-204. * Contralateral: el mismo sitio
                          en el lado opuesto (p.ej.,
                          el ojo izquierdo es contralateral respecto del
                          derecho). [2] Chuang Chou: citado en Edward H. Chafer, Ancient China en la serie de Time-Life: Great Ages of Man, Nueva York, Time-Life Books, 1967, p. 62. [3] Paul Weiss, en una reseña  [4] Lord Adrian, editorialista invitado, «The Brain as Physics», Science Journal, vol. 3, no. 3, 5 mayo 1967, p. 3. [5] Claude Bernard: citado por Seymour S. Kety, «A Biologist Examines the Mind and Behavior», Science, vol. 132, 1960, p. 1863. [6] Huxley, Thomas, «On the Physical Basis of Life» en Lay Sermons (sin editor), 1870, p. 152. [7] Huxley, Thomas, «Mr. Darwin's Critics», Contemporary Review, noviembre de 1871, p. 464. [8] Huxley, «Descartes» en Lay
                            Sermons, (sin editor), 1870, p. 371. [9] Lovejoy, Arthur O., The
                            Great Chain of Being,  [10] Véase Chauncey D. Leake,
                          «Perspectives in Adaptation: Historical
                          Background» en Handbook of Physiology,
                           1980 publicado por Probe Ministries (Texas) con Zondervan Publishing Co. 1997 primera edición en línea en inglés 2001 2ª edición en línea en inglés – corregida y con formato revisado Copyright © 1988 Evelyn White. Todos los derechos reservados Título: La misteriosa materia de
                    la mente Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos. 
 © Copyright 2008, SEDIN -
                  todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio
                  Evangélico | 
 Vuelta
                        al Índice de EL PÓRTICO         | 
| 
                ||| General English Index ||| Coordinadora Creacionista ||| Museo de Máquinas Moleculares ||| ||| Libros recomendados ||| orígenes ||| vida cristiana ||| bibliografía general ||| ||| Temas de actualidad ||| Documentos en PDF (clasificados por temas) ||| |