ÍndiceCapítulo
1: El
problema Capítulo
2: El dualismo
cartesiano: La interacción entre la mente y el
cerebro
Capítulo
5: El
establecimiento de las bases experimentales
Epílogo: Más allá de
la filosofía
Acceso al original del libro en inglés -The Mysterious Matter of Mind |
Capítulo
6 El
retorno de la persona integral
Reseña del diálogo
publicado entre el filósofo Popper y el
neurofisiólogo Eccles. Por diferentes vías, ambos
llegan a una creencia básica en el interaccionismo,
aunque están en desacuerdo acerca del origen y del
destino de la mente o alma.
a búsqueda de Sherrington en pos del
modo de acción de la mente sobre el cerebro fue
proseguida no sólo en Canadá por Penfield, sino
también por otro de sus discípulos que devino un
digno sucesor, esta vez en las Islas Británicas,
Sir John Eccles. Ecles, actualmente retirado, es
considerado por muchos de sus colegas como uno de
los neurofisiólogos más destacados del mundo, y el
reconocimiento de su talla científica le llegó a
su debido tiempo con el premio Nobel. Durante los
últimos doce años de su larga y activa carrera en
investigación, Eccles estuvo trabajando en los
Estados Unidos como director del Laboratorio de
Neurobiología en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buffalo. Su investigación lo condujo
finalmente a adoptar una forma de interaccionismo
muy parecido al propuesto por Descartes. Sin
embargo, llegó a esta posición en base a evidencia
experimental en lugar de mediante filosofía de
salón. Cuando se retiró, aprovechó la oportunidad
para reflexionar con más profundidad acerca de los
frutos de su investigación. Juntos, Popper y Eccles han expuesto
ahora la esencia de estas reflexiones en un
importante libro titulado El Yo y su
cerebro (Ed. Labor, Barcelona 1993), al que
ya se ha hecho referencia antes. ¿Evolución, o creación de la
mente? El formato de este volumen, El Yo y su cerebro, es inusual. Lo
singular de su carácter deriva de que en tanto que
ambos autores están de acuerdo en cuanto a la
proposición principal que se indica en el
subtítulo, «Un argumento en favor del
interaccionismo», el camino mediante el que cada
uno llegó a su posición fue muy diferente. Están
en desacuerdo en lo que respecta al origen de la
mente consciente, y están en desacuerdo en lo que
respecta a su destino. En la cuestión del origen
de la mente, Popper ve un origen evolutivo casi
cierto. Eccles parece favorecer alguna forma de
creación. Por lo que se refiere al destino, Popper
mantiene que no deberíamos comprometernos más allá
de la evidencia experimental, sino que deberíamos
mantener una postura totalmente abierta acerca de
esta cuestión. Eccles está claramente mucho más
comprometido con la idea de que la mente o «alma»
(como ahora la designa) tiene un destino más allá
del sepulcro, para el que esta vida presente es
estrictamente una preparación. Esencialmente, el punto de vista de
Popper es que el alma es una emergencia evolutiva
que de alguna manera surge de la
actividad del cerebro, pero que, una vez formada,
posee una medida de independencia que ya no admite
su descripción plena en términos de física y de
química. Este punto de vista lo desarrolla en la
primera parte del volumen, argumentando,
mayormente, desde una base filosófica. En la segunda parte, Eccles presenta
la esencia de los resultados experimentales y
algunas de sus conclusiones desde un punto de
vista más estrictamente analítico. Aquí
encontramos pruebas de una naturaleza
esencialmente científica interpretadas en apoyo de
la posición interaccionista, que ambos autores
adoptan. Pruebas experimentales de la
prioridad Eccles se refiere en particular a la
obra de H. H. Kornhuber publicada en 1974.[1]
Korhhuber descubrió la existencia de potenciales
eléctricos generados en la corteza cerebral
después del ejercicio de la voluntad de actuar y antes de la ejecución efectiva de
la actividad motora. Entre el acto consciente de
la voluntad y la actividad resultante de la misma,
observó de manera consistente un intervalo
mensurable de unos pocos segundos o menos.[2] Durante este
breve pero muy significativo intervalo se observa
un frenesí de potenciales eléctricos en una amplia
área que gradualmente centra o concentra las
señales que luego ejecutan el movimiento decidido.
Esto adopta la forma de «una especificidad en
desarrollo de las descargas pautadas del impulso»
hasta que las células piramidales en el área
pertinente de la corteza resultan activadas para
realizar el movimiento que se ha decidido. El
retardo entre la decisión de la voluntad y el
movimiento decidido es totalmente mensurable. La
naturaleza de la decisión voluntaria y la
resultante acción decidida por la voluntad se
corresponden. Sin embargo, persiste el problema de
cómo los impulsos neuronales son
activados de manera organizada por Eccles describe los experimentos de
Kornhuber de la siguiente manera: El sujeto
observado realizaba movimientos elementalmente
sencillos del dedo índice, totalmente a su
voluntad, mientras que se cronometraban los
potenciales sumamente pequeños desde la superficie
del cuero cabelludo en el área asociada de control
con respecto tanto al instante de decidir como al
instante del movimiento respuesta. Las apariciones
de los potenciales de la acción que resultaban del
movimiento de los músculos involucrados en una
rápida flexión del dedo se empleaban como
marcadores de tiempo y se comparaban
cronológicamente con los potenciales de la
superficie del cuero cabelludo. Los potenciales en
el cuero cabelludo precedían siempre a los
potenciales de la acción realizada. La misteriosa materia de la mente En cada caso, el sujeto inició «estos movimientos de manera voluntaria
a intervalos irregulares de muchos segundos,
poniendo todo empeño en excluir cualquier estímulo
desencadenante» [énfasis mío].[4]
De estos experimentos fue posible promediar 250
registros de los potenciales evocados en cada uno
de los diversos sitios sobre la superficie del
cuero cabelludo. Se descubrió que como regla
comenzaba un «potencial de preparación» unos 0,8
segundos antes del establecimiento de la acción
muscular del potencial específico de Eccles resume los resultados de
Kornhuber con estas palabras:[5] Los
sujetos entrenados hacen los movimientos desde
luego, literalmente, en ausencia de influencias
determinantes del medio, y cualesquiera
potenciales aleatorios generados en el cerebro
relajado quedarían prácticamente eliminados por el
promediado de 250 trazas. Así, podemos contemplar que estos
experimentos nos proporcionan una demostración
convincente de que los movimientos voluntarios
pueden iniciarse libremente de manera
independiente de cualesquiera influencias
determinantes que están totalmente dentro de la
maquinaria neuronal del cerebro. Si podemos
considerar esto Eccles observa que «muchos otros
movimientos de los miembros se han investigado con
resultados parecidos, e incluso la vocalización».[6] Los datos parecen indicar que la
«voluntad» inicia una señal preparatoria en el
cerebro, que es luego responsable del movimiento
que se desea realizar. La demostración de la
interacción puede por ello ser replicada y siempre
en las mismas relaciones secuenciales. El problema básico: La naturaleza
de la interfaz Sin embargo, Eccles se apresura a
señalar que el problema pendiente de resolución
reside en la naturaleza del mecanismo de control
voluntario que forma el puente «a través de la
interfaz entre la mente autoconsciente por una
parte, y los módulos de la corteza cerebral, por
la otra».[7]
La conexión a partir de allí, desde la corteza
hasta las neuronas motoras, parece bastante clara.
Todo lo que podemos decir ahora es que existe prueba experimental del
interaccionismo. Mucho de lo que
sigue en el tratamiento de la cuestión por parte
de Eccles es un intento de plantear el problema
mismo mediante una consideración del conocimiento
actual acerca de la segunda etapa de El último tercio del volumen es una
reproducción literal de una serie de discusiones
grabadas entre los dos hombres en las que queda
bien claro su acuerdo esencial acerca de posición
interaccionista. Pero hacia el fin se hace patente
una clara diferencia en el planteamiento
filosófico por el hecho (ya anunciado en la
Introducción escrita conjuntamente por los dos
autores) de que Popper no admite que las
inclinaciones hacia la trascendencia coloreen su
pensamiento, mientras que Eccles está claramente
bien dispuesto, y más aún, comprometido, con la
creencia en Dios y en un destino para el alma más
allá de la muerte. Tenemos así en este volumen el
interesante caso de dos hombres sumamente
informados e inteligentes que llegan a un acuerdo
sustancial acerca de la naturaleza de la relación
mente/cerebro pero que están en un cordial
desacuerdo en cuanto al origen de la mente
autoconsciente y de su destino después de Hasta el punto en que Eccles se
sintió con la libertad de seguir a Penfield en
«traspasar el lindero» sin abandonar el ejercicio
del «juicio crítico», sus observaciones al final
tienden a abrir unas amplias avenidas de discusión
y a llevar la materia de este presente estudio más
allá de los fríos datos del laboratorio, y a
adentrarse en el ámbito de la metafísica. Eccles quedó plenamente persuadido,
como resultado de sus experimentos, de que la
mente no era una emergencia del cerebro sino de
alguna manera una observadora y usuaria
independiente del mismo. Se refiere a la mente
como manipulando el cerebro, como siendo su ama y
no su sierva. La mente busca en el fondo de
información engramada en el cerebro e integra lo
que extrae de este fondo. Y se trata de una
búsqueda activa, no solo de una dedicación pasiva.
Puede seleccionar de entre la información que
explora en el cerebro, y combinar la información
que adquiere integrándola en un todo
significativo, rechazando algo de la información y
modificándola a voluntad. Este proceso deliberado,
impuesto sobre el producto del cerebro, contribuye
a su vez al sistema de circuitos y capacidades. De
ahí que el título del volumen mismo, que
originalmente fue propuesto como El
Yo y el cerebro, fue cambiado por acuerdo
mutuo por el de El Yo y su
cerebro. Aquí se contempla al cerebro como
utilizado por la mente de una manera plena de
propósito, y programado de una forma singular por
su mente correspondiente meramente por la razón de
que la mente misma es la programadora, y que
programa en el cerebro sólo aquello que le
interesa. Eccles: La mente es autónoma y
controladora Eccles contempla la mente y el
cerebro como una dicotomía clara[8]
y llega tan lejos como para identificar la mente
autoconsciente con una entidad llamada alma.[9]
Rechaza el punto de vista paralelista[10]
como una evasión del problema. La mente no es
meramente un espectador de una pantalla de TV
carente de control sobre el programa de TV. La
mente es un observador activo que puede
seleccionar el programa, cambiar los canales,
ajustar el color, e incluso tomar parte en la
programación original. Cree que existen datos
sustanciales que indican una influencia activa de
la mente autoconsciente sobre la maquinaria
neuronal. La mente no tiene interés en los
disparos de las células nerviosas individuales
como tampoco el espectador está interesado
normalmente en el funcionamiento de los
transistores, resistencias, condensadores, etc., o
el circuito como tal de su propio aparato de TV.
Estos disparos de las células nerviosas
individuales no proporcionan por sí mismos
información útil a la mente, aunque otra
mente pueda resultar profundamente preocupada en
el caso de un mal funcionamiento del mecanismo. Es
más bien la operación colectiva común de la gran
cantidad de neuronas lo que tiene que ser la base
de una lectura de salida inteligible y útil.[11]
Esta lectura de salida es normalmente una lectura
de salida bajo pedido y es integrada por la mente
en un mensaje con significado. La «imagen» de la
TV del cerebro es solo una imagen porque la mente
la constituye como tal. Por su misma constitución, la mente
es raras veces un espectador, e incluso entonces
solo por breves períodos. Como regla general, está
sumamente implicada. Esto es especialmente así en
el caso del pensamiento creativo, y en ocasiones
de recuerdo deliberado. Eccles se manifiesta
plenamente de acuerdo con la observación que hace
Popper a este respecto:[12] Recuerdo equivale
a He logrado recordar. De modo que solo en el momento en que
esta actividad tiene éxito es el yo
realmente un espectador (y nada más). En otro caso
está constantemente o casi constantemente activa. Eccles volvió posteriormente a
tratar el punto de vista paralelista y observó:[13] Podemos
pasar ahora a otros aspectos de la base de nuestra
hipótesis dualista fuerte. Quiero mencionar solo brevemente que
tenemos que suponer que nuestra mente
autoconsciente tiene alguna coherencia con las
operaciones neuronales del cerebro, pero tenemos
también que reconocer que no se trata de una
relación pasiva. Se trata de una relación activa
que busca y también modifica las operaciones
neuronales. De modo que se trata de un dualismo
muy fuerte y esto separa completamente nuestra
teoría de cualquier punto de vista paralelista en
el que la mente autoconsciente es pasiva. Esta es
la esencia de la hipótesis paralelista. Todas
las variedades de teorías de identidad implican
que las experiencias conscientes de la mente
tienen meramente una relación pasiva como una
derivación procedente de las operaciones de la
maquinaria neural, donde ellas mismas son
autosuficientes. Estas operaciones producen todo
el comportamiento motor, y además producen todas
las experiencias conscientes y accesos a Popper: Hay un activo «espíritu
dentro de la máquina» Popper estaba de acuerdo con esta
valoración global de la situación —lo que sugiere
que el dualismo de Eccles no fue el resultado de
su aceptación voluntarista de la realidad de un
mundo espiritual, porque es cosa declarada que
Popper no admite tal clase de mundo. Sin embargo,
concuerda con Eccles hasta este punto de decir con
respecto a lo anterior:[14] Esto es
exactamente lo que intenté expresar cuando, con
una sensación de desesperanza, dije en Oxford en
1950 que creo en el espíritu dentro de Esto suscitó de parte de Eccles el
siguiente resumen de sus propias conclusiones
personales basadas en muchos años de investigación
activa:[15] Como un
reto de mi parte, presentaré un resumen o bosquejo
muy breve de la teoría tal como A esto, Popper respondió:[16] Esto me
parece muy bien. El
único lugar donde quizá uno debería tratar de
presentarlo con más vigor es donde hablas acerca
del cerebro de contacto, esto es, podríamos
decirlo de manera más enérgica al poner en claro
que el cerebro de contacto es, por así decirlo,
casi un objeto de elección de la mente
autoconsciente. ... Así,
yo voy incluso más lejos que tú en mi
interaccionismo, en cuanto que contemplo el
emplazamiento mismo La mente como un «afloramiento»
evolutivo: Más adelante en el curso de este
diálogo, Eccles hizo lo que parece ser una
observación muy importante para aquellos que
proponen que la autoconciencia era una ventaja
para su poseedor y que fue por ello un
afloramiento evolutivo que resultó favorecido por
presiones selectivas. Aparte de que muchas formas
de vida inferiores a la humana —formas a las que
difícilmente se podría atribuir autoconciencia—
parecen tener unas capacidades mucho mejores de
supervivencia que el hombre, la derivación de una
mente autoconsciente parece inverosímil por otra
razón.[17] Desde la
perspectiva paralelista no hay ninguna razón
biológica por la que la mente autoconsciente
hubiera tenido que evolucionar en absoluto. Si no puede hacer nada, ¿cuál es su
significado evolutivo? ... Solo puede tener un
valor de supervivencia si puede hacer
cosas. [énfasis mío] Naturalmente, si la mente puede
actuar sobre el cerebro en este sentido dualista
como una fuerza independiente, entonces la
voluntad puede actuar sobre la materia sin estar
arraigada en la materia sobre la que actúa. Un
concepto así suscita unas inquietantes
posibilidades en la física, y de hecho podría,
como el mismo Eccles sugiere, involucrar una
verdadera transformación de la física.[18]
Eccles cita una observación de Erwin Schrödinger
en Este
impasse es un impasse. ¿Entonces, nosotros no somos los
actores de nuestras acciones? Sin embargo nosotros
nos sentimos responsables de las mismas, somos
castigados o alabados por las mismas, según sea el
caso. Tenemos aquí una horrible antinomia. Yo
mantengo que la misma no se puede resolver al
nivel de la ciencia de nuestro tiempo, que sigue
todavía inmersa en el «principio de exclusión» (es
decir, la exclusión de todas las fuerzas excepto
las físicas). ... Se tendrá que recomponer la
actitud científica. La ciencia se tiene que
rehacer de nuevo. Al final de este diálogo hay unos
planteamientos que nos llevan más allá del alcance
de la ciencia y quizá incluso más allá del alcance
de Yo quería
resaltar esta preeminencia de la mente
autoconsciente porque ahora planteo estas
preguntas: «¿Qué es la mente autoconsciente? ¿Cómo llega a existir? ¿Cómo está
acoplada al cerebro en todas sus íntimas
relaciones de dar y recibir? ¿Cómo llega a
existir? Y por fin, no solo cómo llega a existir,
sino, ¿cuál es su suerte última cuando, a su
debido tiempo, el cerebro se desintegra?» El origen de la conciencia del Yo permanece como un misterio Así observa él que el patético
problema que confronta a cada persona en su vida
es su intento de reconciliarse con su fin
inevitable en Creo que
hay un misterio fundamental en mi existencia, que
trasciende a cualquier explicación biológica del
desarrollo de mi cuerpo (incluyendo mi cerebro)
con su herencia genética y su origen evolutivo.
... No puedo creer que
este maravilloso don de una existencia consciente
no tenga más futuro, ninguna posibilidad de otra
existencia bajo algunas otras condiciones que no
podemos imaginar. Más adelante prosigue diciendo:[22] Nuestro
venir-al-ser es tan misterioso como nuestro
dejar-de-ser en la muerte. ¿Acaso no podemos abrigar esperanza,
debido a que nuestra ignorancia acerca de nuestro
origen concuerda con nuestra ignorancia acerca de
nuestro destino? ¿No se puede vivir la vida Eccles concluye que la ciencia ha
ido demasiado lejos en la destrucción de la
creencia del hombre en su potencial espiritual y
al inculcarle la idea de que es meramente un ser
insignificante en la frígida inmensidad cósmica,[23]
frase esta quizá inspirada (si es que esta es la
palabra adecuada) en la desapacible imagen del
futuro que da Jacques Monod en su obra Azar y Necesidad. A la mañana siguiente, Eccles
consideró necesario aclarar esta cuestión
diciendo:[24] Si [la
mente] es una derivación emergente de un mero
cerebro desarrollado hasta el nivel más elevado en
el proceso evolutivo, entonces, me parece, damos
paso finalmente a una perspectiva que hace de la
mente autoconsciente un mero producto secundario
del muy desarrollado cerebro. ... Mi
postura es esta: Creo que mi singularidad
personal, es decir, mi propia autoconciencia
experimentada, no se explica mediante esta
explicación de emergencia De
modo que me veo obligado a creer que existe lo que
se podría denominar un origen sobrenatural de mi
singular mente autoconsciente o de mi singular
identidad o Mediante
esta idea de creación sobrenatural escapo de la
increíble improbabilidad de que la singularidad de
mi propio yo esté determinada
genéticamente. No hay ningún problema acerca de la
singularidad genética de mi cerebro. Es la
singularidad El cerebro no es causa de la
mente, sino su condicionante De modo que el cerebro no es la causa fisiológica del yo,
sino que, en palabras de Viktor Frankl, lo condiciona.[25]
Existe una enorme diferencia entre causar y
condicionar. La posición que adoptan tanto Popper
como Eccles es la del interaccionismo, con la
mente gobernando y empleando el cerebro como un
dispositivo necesario para sus propios propósitos
conscientes, pero también, a su vez, influido por
la eficiencia, limitaciones, dotación genética y
condición sana o enferma del cerebro. El cerebro
queda limitado en su programación por parte de la
mente; la mente queda limitada en su programación
por la eficiencia y capacidad del cerebro como
máquina. Existe una interacción pero también
existe una separación entre las dos partes del
conjunto. La mente, si Eccles tiene razón, no es
una emergencia, un subproducto, un «brazo» del
cerebro. Existe por derecho propio. Penfield se encontró él mismo
impulsado por la evidencia a plantearse unas
preguntas fundamentales similares, y de forma
independiente llegó tímidamente a unas
conclusiones muy parecidas. Planteó la pregunta de qué sucede
con la mente después de Si la mente depende del cerebro para
su operación en tanto que dicha operación precisa
de alguna forma de energía, ¿de dónde procedería
tal energía en ausencia del cerebro? Penfield
sugiere que quizá la desintegración del cerebro al
morir libera a la mente para recurrir a alguna
otra forma de energía. A no ser que sea así,
parecería que después de la muerte, la mente
tendría que desvanecerse. ¿Puede establecer una
vinculación con «otra fuente de energía» fuera del
mundo mensurable?[26] Penfield parece tener en mente una
nueva fuente de energía y una nueva fuente de
vida. Esto no debe identificarse con el panteísmo,
porque la mente misma parece haber adquirido una
identidad personal autoconsciente que persiste
incluso cuando el cerebro sufre grandes daños. Lo que él sugiere es que quizá
incluso durante la vida algo de esta nueva energía
procede directamente del mismo Dios.[27] Orígenes y Destinos [1] Kornhuber, H. H., «Cerebral
Cortex, Cerebellum, and Basal Ganglia: An
Introduction to Their Motor Functions», en The
Neurosciences, Third Study Program,
dirigido por F. O. Schmitt y F. G. Worden,
Cambridge (USA), Massachusetts Institute of
Technology Press, 1973, pp. 267—80. [2] Popper, Sir Karl y Sir John
Eccles, The Self and Its Brain, Springer
Verlag International, 1977, p. 283. (Hay edición en castellano, El Yo y su cerebro (Ed. Labor,
Barcelona, 1993). [3] Ibid., p.
285. [4] Ibid., p.
283. [5] Ibid., p.
294. [6] Ibid., p.
283. Un haz de luz sobre la relación entre
pensamiento y acción que Eccles no menciona
podría ser el descubrimiento, conocido durante
algunos años, de que el pensamiento no
verbalizado va sin embargo acompañado de
pequeños movimientos detectables de las
cuerdas vocales. Cuando los sordos congénitos
piensan (aquellos que usan el idioma de
signos), estos mismos movimientos potenciales
pueden detectarse en los músculos de los dedos
en lugar de en las cuerdas vocales. En su
reseña de [7] Ibid., p. 294. [8] Ibid., p.471. [9] Ibid., p. 560. [10] Ibid., p. 474. [11] Ibid., p. 477. [12] Ibid., p. 488. [13] Ibid., p. 494. [14] Ibid., pp. 495—96. [15] Ibid., p. 589. [16] Ibid. pp. 559—560. [17] Ibid., p. 516. [18] Ibid., p. 543. [19] Schrödinger, Erwin, What
Is Life?[¿Qué es la
vida?, Tusquets Editores, Barcelona
1983] y Mind and Matter, Cambridge
University Press, 1967 [Tusquets Editores,
Barcelona 1983], pp. 131—32. [20] Popper, Sir Karl y Sir John
Eccles, The Self and Its Brain, Springer
Verlag International, 1977, pp. 552—53. (Hay edición en castellano, El Yo y su cerebro (Ed. Labor, Barcelona, 1993). [21] Eccles, John C., Facing
Reality, Nueva York, Springer-Verlag,,
1970, p. 83. [22] Ibid., chapter 5. [23] Ibid., p. 558. [24] Ibid., pp. 559—60. [25] Frankl, Viktor, en una discusión
del artículo de J. R. Smythies, «Some Aspects
of Consciousness» en Beyond Reductionism,
volumen dirigido
por Arthur Koestler y J. R. Smythies, Londres,
Hutchinson Publishing Group, 1969, p. 254. [26] Penfield, Wilder, The
Mystery of the Mind, [27] Ibid., p. 89. 1980 publicado por Probe Ministries (Texas) con Zondervan Publishing Co. 1997 primera edición en línea en inglés 2001 2ª edición en línea en inglés – corregida y con formato revisado Copyright © 1988 Evelyn White. Todos los derechos reservados Título: La misteriosa materia de
la mente Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.
© Copyright 2008, SEDIN -
todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio
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