La misteriosa materia de la mente

ARTHUR C. CUSTANCE, M.A., Ph.D.

Miembro de la Afiliación Científica Americana

Miembro de la Asociación Americana de Antropología

Miembro del Real Instituto de Antropología


con una respuesta de

Lee Edward Travis

 

1980

 
Traducción del inglés: Santiago Escuain

Pórtico

Índice


Epílogo

 

Más allá de la filosofía


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Una consideración del origen y del destino de la mente, mirando más allá de la indagación científica a la revelación bíblica y a la teología. Se pondera una perspectiva bíblica de siglos de antigüedad al lado de las modernas perspectivas del dualismo interaccionista.


P

or cuanto la búsqueda en pos del origen y la búsqueda en pos del destino están, ambas, decididamente fuera del ámbito de la indagación científica, parece que nos quedamos sólo con una especulación metafísica. Pero esta especulación no ha llevado hasta ahora a ninguna verdadera certidumbre. Está claro que carece de los datos brutos con los que la ciencia procede hacia el entendimiento. Entonces, ¿dónde podemos encontrar estos datos?

La respuesta usual es: Preguntemos a los que han experimentado la «extinción de la llama» y luego han vuelto. Pero esta fuente de información es insatisfactoria debido a que varía muy ampliamente de persona en persona, y debido a que no hay una seguridad absoluta de que la llama se hubiese realmente extinguido. Parece que no nos queda otra alternativa que volvernos a la Revelación Bíblica, un registro extraordinario que ha llevado a incontables millones de personas que han sido guiadas por ella a través de las pruebas más duras imaginables con una absoluta certidumbre de supervivencia en paz y gozo al otro lado del sepulcro.

Donde parece necesaria la revelación

Ahora bien, la especulación metafísica es la búsqueda en pos del conocimiento mediante el uso de la razón sola, sin la ayuda de la revelación, en tanto que la teología es la aplicación de la filosofía a la experiencia religiosa mediante el uso de la razón pero con la ayuda de la revelación. Si se admite esta fuente adicional de datos, puede que podamos echar con provecho una nueva mirada a lo que la teología bíblica ha estado diciendo a lo largo de siglos acerca de la relación mente/cerebro o alma/cuerpo. Y hagámoslo prestando especial atención a sus declaraciones acerca de lo que sucede cuando la mente ha quedado privada, por la muerte, del cuerpo del que depende para su expresión.

El hombre: Una dicotomía de mente y cuerpo

En primer lugar, se puede decir sin ningún tipo de ambigüedades que la teología bíblica siempre ha contemplado al hombre como un ser combinado, una dicotomía espíritu/cuerpo. Esta es la clara postura que se contempla tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Hasta este punto no hay ningún enfrentamiento entre la teología y los resultados de las recientes investigaciones. Además, la Biblia siempre ha contemplado la muerte como sencillamente la separación de estos dos componentes. Cuando el espíritu o alma* abandona el cuerpo, el cuerpo muere.

Además, ambos Testamentos concuerdan en contemplar la unión de ambas entidades como esenciales para la existencia real de la persona plena como tal. De ahí el enorme énfasis en la resurrección del cuerpo a lo largo de toda la Biblia. Si la Revelación estaba en lo cierto acerca de la unión de los dos constituyentes, quizá estará también en lo cierto en lo que revela acerca del destino del individuo después de la muerte.

Se debe tener presente que eran los filósofos griegos, no los teólogos cristianos, los que contemplaban el cuerpo como la cárcel del alma. Por cuanto Eccles emplea los términos mente y alma de forma intercambiable (igual que los teólogos han usado las palabras alma  y espíritu de forma intercambiable), todos están abordando la misma cuestión.

Mente y Cuerpo: Hechos el uno para el otro

Los teólogos europeos se han sentido particularmente interesados en resaltar que el cuerpo es el instrumento mediante el que el alma o mente se realiza y alcanza la propia expresión. A cambio, el alma o mente da al cuerpo el potencial para una actividad llena de propósito. Las capacidades del autómata epiléptico existen solo debido a que la mente ya ha programado el cerebro con propósito. Aunque los clínicamente muertos se puedan mantener con vida por algún tiempo con medidas extremas, está claro que el cuerpo carece esencialmente de propósito en su actividad cuando está ausente la conciencia.

La mente o alma proporciona al cerebro una economía significativa, valiosa y ordenada. El cerebro, a su vez, hace que el alma tenga efectividad. El alma encuentra una expresión plena mediante el cuerpo a través de la interacción con el cerebro. El alma, por tanto, anima el cuerpo. Al separar las dos, ambas sufren «muerte». Por lo que respecta a la persona como un todo, la Biblia indica claramente una forma de ruptura que no se anulará hasta que el cuerpo resucite y se reúna con el alma. El problema es que se ha tendido a minimizar la resurrección física, que ha quedado, por así decirlo, sepultada por el énfasis excesivo en la supervivencia del espíritu. Pero a la luz del conocimiento presente no podemos recomponer razonablemente al hombre como un todo sin la resurrección de su cuerpo, porque la existencia corporal parece esencial para su integridad. Por ello, no es sorprendente que a falta de una firme esperanza en la resurrección corporal, la experiencia de la muerte se afronte con tal repulsión, por cuanto es la disolución de una asociación de mente y cerebro esencial para la supervivencia personal. Mi cuerpo es el hogar apropiado para mi alma. Mi alma es el ama adecuada de mi cuerpo. Están hechos el uno para el otro.

A lo largo de la era cristiana, los teólogos han sostenido que el alma es una creación. Parece difícil explicarla de otra manera por lo que respecta a la evidencia actual.* Pero también parece haber una «idoneidad de ajuste» entre alma y cuerpo. Hay interacción, no meramente un desarrollo paralelo e independiente. Abraham Kuyper (1837—1920), un teólogo holandés, sostenía que «Dios crea el alma en el embrión que tiene una predisposición hacia el alma predestinada para él».[1]Así, el acto de lanzar los dados para determinar la dotación genética no se deja del todo al azar.

Por cuanto el niño recibe sus genes de sus padres, tiene un sesgo hacia la clase de personalidad que puede desarrollar. Si está dotado musicalmente, tendrá probabilidad de mostrar inclinación hacia la música, siempre y cuando las circunstancias permitan los medios durante su crecimiento. Por tanto, no comienza como una tabla rasa sino con un cierto marco dentro del que su alma encontrará expresión. Kuyper era muy específico. Según él, el alma es verdaderamente creada ex nihilo por Dios, pero no de una manera arbitraria. Es creada en este hombre, en este momento en la historia del mundo, en este país, en esta familia o raza determinada, y por ello con las características potenciales y, hasta cierto punto, las limitaciones que significa tal emparejamiento.

La fracción sujeto y la fracción objeto

Los teólogos hablan de la naturaleza dual como comprendida de una fracción objeto y de una fracción sujeto. La fracción objeto se designa en el Nuevo Testamento como soma, y la fracción sujeto como pneuma. Juntas, constituyen el «alma» o identidad propia, el individuo, la persona. Karl Barth sostenía que alma y cuerpo se distinguen entre sí como sujeto y objeto, donde el sujeto tiene la capacidad singular de poder conocerse tanto a sí mismo como a su cuerpo objetivo. El materialismo, con su negación del alma, deja al hombre carente de sujeto y por ello lo deja en una media entidad, mientras que el espiritismo, con su negación del cuerpo, lo constituye en carente de objeto y por ello solo como una media entidad. Cada una de estas perspectivas aniquila realmente al hombre como tal.

Cualquier sistema de psicología que intente que cualquiera de estas dos fracciones asimile a la otra, ya no está tratando con el hombre como tal. El conductismo, por tanto, no es una psicología del hombre, sino sólo de la fracción objeto del hombre. Tal como concluye Penfield, el hombre tiene un ordenador, no es un ordenador, y tratarlo como un ordenador es como decir que el único objeto de nuestro afecto debería ser la carta de amor —no quien la envía.

La muerte: el desgarramiento entre mente y cuerpo

La revelación deja bien claro que cuando el alma o espíritu deja el cuerpo, el cuerpo está muerto (Santiago 2:26), y que si el espíritu de alguna manera vuelve al cuerpo, toda la persona vuelve a la vida (Lucas 8:55). Esta dualidad se repite en cientos de lugares en la Biblia (cp., por ejemplo, Mateo 26:41; Romanos 8:10; 1 Corintios 5:5; 6:20; 7:34; 2 Corintios 7:1; Gálatas 5:17). Desde luego, se afirma expresamente que la formación de Adán como el primer ser humano es resultado de la animación de un cuerpo por un espíritu, que quedó por ello constituido como un alma viviente (Génesis 2:7).

Por lo que se refiere al estado del alma al otro lado del sepulcro, parece que nos encontramos totalmente dependientes de la revelación. La revelación nos proporciona con la única descripción coherente que tenemos. Sin ella no sabemos realmente nada excepto por extrapolación más allá de la evidencia experimental. El Nuevo Testamento nos asegura la resurrección del cuerpo, y Pablo explica con detalle la naturaleza de este cuerpo (1 Corintios 15:35—44). Y tenemos la descripción más completa del potencial de este cuerpo de resurrección al observar lo que se dice de Jesucristo después de Su resurrección, sabiendo por Pablo (Filipenses 3:20—21) que esta es la clase de cuerpo que también nosotros podemos llegar a tener, dependiendo esto de nuestra relación con Él durante nuestra vida en este mundo.

Aquí vemos un cuerpo que puede pasar libremente a través de barreras materiales, puertas aseguradas y similares, pero que puede ser tocado y examinado para fines de identificación. Será un cuerpo capaz de comunicación con el mundo físico —de hablar, de ser visto, oído y sentido; y será plenamente reconocible. Será un cuerpo capaz de compartir una comida, de ingerir alimento, y luego de desaparecer a voluntad para reaparecer en algún otro lugar.

Será un cuerpo que puede actuar sobre el mundo físico, desplazar objetos, hacer predicciones precisas, salir a pasear y (por lo que parece) capaz incluso de preparar y encender un fuego para preparar una comida. Un potencial así parece hacer virtualmente posible todo lo que nuestros cuerpos pueden hacer y mucho más en términos de movimiento dentro y a través del mundo material. Difícilmente se podría imaginar una mayor libertad respeto a las limitaciones de nuestra actual existencia sin aparentemente sacrificar ninguna de sus ventajas. Un cuerpo así ciertamente abrirá unas panorámicas inmensas de actividad humana en todas partes del universo.

Y esta es, en realidad, la esperanza cristiana. Y no es una especie de piadosa esperanza, sino que es muy específica. Será en cierta manera nuestro cuerpo animado por nuestro espíritu y por ello seremos de una forma verdadera e identificable nosotros mismos.

Esta esperanza fue durante un tiempo compartida por la gente de todas condiciones sociales, y hacía la vida soportable en circunstancias por otra parte insoportables. En la actualidad es una esperanza que se debate por sobrevivir bajo una enorme presión negativa producida mayoritariamente por la comunidad científica. Incluso los mismos humanistas están comenzando a preguntarse si no habremos sido desviados por un compromiso injustificado con un punto de vista mecanicista de la vida y con una filosofía materialista que parece acompañarlo ineludiblemente.

Escribiendo en la publicación periódica Bulletin of Atomic Scientists [Boletín de los científicos atómicos], el Profesor Roger W. Sperry, psicólogo del Instituto de Tecnología de California, observaba:[2]

Antes de la ciencia, el hombre solía considerarse como un agente libre que poseía libre albedrío. En lugar de esto, la ciencia nos da un determinismo causal en el que cada acto se ve como consecuencia inevitable de patrones precedentes de la excitación del cerebro. Allí donde solíamos ver propósito y significado en la conducta humana, la ciencia ahora sólo exhibe una compleja máquina biofísica compuesta totalmente de elementos materiales, todos los cuales obedecen inexorablemente las leyes universales de la física y de la química. ...

Descubro que mi propio modelo conceptual de trabajo del cerebro lleva a inferencias que están diametralmente opuestas con lo que acabo de decir; en especial tengo que discrepar con todo este concepto general materialista y reduccionista de la naturaleza humana y de la mente que parece surgir del planteamiento analítico objetivo actualmente dominante en las ciencias del cerebro y de la conducta.

Cuando se nos induce a favorecer las implicaciones del moderno materialismo en oposición a valores más antiguos e idealistas en estas cuestiones y otras relacionadas con ellas, sospecho que la ciencia puede habernos dado gato por liebre a todos, a la sociedad y a ella misma.

Y, desde luego, esto es lo que parece haber sucedido.



Respuesta

por Lee Edward Travis

Un supuesto dominante que los psicólogos mantienen en la actualidad es que el ser humano es cuerpo y nada más, y que lo que es real se puede percibir solo mediante los órganos de los sentidos o mediante un instrumento físico. En base de este supuesto, las personas se definen esencialmente y en su totalidad por las partes físicas que las constituyen, y para conocerlas es necesario conocer de manera exhaustiva su anatomía y su fisiología. Se las puede reducir enteramente a física y a química, y no queda nada fuera de este ámbito.

La persona normal y corriente no comparte esta presuposición. Estas personas creen que hay algo más, que hay una mente consciente que asume el control, posiblemente incluso de toda la vida, y que en buena medida determina su propio destino. Es cierto, creen ellos, que la genética tiene un gran papel en el desarrollo de la persona, y que el azar entra en la situación. Pero en lo principal creen que la conciencia les acompaña fielmente en tanto que viven y que parte a regañadientes a su muerte para vivir para siempre en otro mundo. Los científicos y filósofos han abandonado demasiado rápidamente el testimonio de la persona normal y corriente acerca de su propia experiencia. Como científico, el doctor Custance no solo respeta a la persona de la calle, sino que también solicita la ayuda de otros destacados científicos para que testifiquen desde toda la obra de sus vidas sobre las cuestiones de la relación mente/cuerpo.

Uno podría decir o bien que el cerebro produce la mente como un epifenómeno, la melodía que flota desde el arpa, o bien que la mente programa el cerebro, usándolo como un fiel criado en la complicada tarea de vivir. Las pruebas que el doctor Custance nos aporta respaldan enérgicamente la segunda posibilidad. Dichas pruebas proceden principalmente de los grandes trabajos de dos investigadores, el neurocirujano Wilder Penfield y el neurofisiólogo John C. Eccles.

Penfield estimulaba con electricidad la corteza motora apropiada de pacientes conscientes y los animaba a impedir que se moviese una mano cuando aplicaba la corriente. El paciente se asía de esta mano con la otra y se esforzaba por mantenerla quieta. Así, una mano bajo el control de la corriente eléctrica y la otra mano bajo el control de la mente del paciente se debatían la una contra la otra. Penfield arriesgó la explicación de que el paciente no solo tenía un cerebro físico que recibía un estímulo para la acción sino también una realidad no física que interaccionaba con el cerebro. ¿Podía ser esta realidad no física la mente? Con otros pacientes estimulados en otras áreas de la corteza, se producía una doble conciencia. Los pacientes, a la vez que permanecían totalmente alertas acerca de su ambiente inmediato en la mesa de operaciones, experimentaban a la vez una escena repentinamente recobrada del pasado, una escena tan clara que incluía sonidos e incluso el olor de café al fuego. Penfield consideró estas experiencias de doble conciencia como un argumento en favor de una acción mental independiente, de un dualismo de objeto y sujeto y de la separación entre el cerebro y la mente.

Eccles quedó totalmente persuadido, después de una investigación de toda una vida en neurofisiología, que la mente no era algo que emergiese del cerebro, sino de alguna manera un programador independiente actuando sobre el cerebro. La mente actúa sobre el cerebro manipulándolo de una manera llena de propósito y de actividad creativa. El doctor Custance llama la atención a la congruencia entre la revelación que tenemos en las Escrituras y las conclusiones de estos dos científicos modernos.

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento proclaman la unión de mente y cuerpo como esencial para la existencia de la persona en su integridad. La Biblia ve una forma de ruptura entre mente y cuerpo en la muerte que ni se deshará ni se remediará hasta que el cuerpo resucite y se reúna con la mente. Para la persona en su integridad tal como se presenta en la Biblia, la mente y el cuerpo se pertenecen mutuamente, siempre con la primera como la dueña y el segundo como el siervo. El conductismo no es una psicología del hombre, sino sólo del yo objeto del hombre. El hombre tiene un ordenador, no es un ordenador.

Me encanta la hermosa descripción que hace el doctor Custance del nuevo cuerpo al que vuelve la mente cuando la persona en su integridad vuelve a la vida. Básicamente, su descripción se basa en el testimonio de Jesucristo después de su resurrección.

Considero este pequeño volumen como una aportación sana y estimulante, y tengo el propósito de usarlo en mis clases.


Lecturas adicionales

Penfield, Wilder, El misterio de la mente, Pirámide, Madrid 1977. Publicado originalmente como The Mystery of the Mind, Princeton University Press, (Toronto, Little, Brown & Co.), 1975. Una perspectiva global de la investigación de Penfield mientras trataba a pacientes epilépticos en el Instituto de Neurología en Montréal. Lleva el subtítulo de «Un estudio crítico de la conciencia y del cerebro humano». Aunque la materia se trata a menudo de forma técnica, el eficaz estilo de Penfield, a la vez agradable e informativo, explica ágilmente los detalles de su obra pionera en esta área. Describe cómo sus descubrimientos llevaron a algunas extraordinarias demostraciones de la primacía de la mente (o de la «voluntad») sobre los circuitos del cerebro, demostrándose que la mente parece totalmente capaz de usar el cerebro como instrumento para sus propios fines.

Popper, Sir Karl, y Eccles, Sir John, El Yo y su cerebro, Editorial Labor, Barcelona 1980. Publicado originalmente como The Self and Its Brain, (Nueva York, Springer Verlag International, 1977). El subtítulo es «Un argumento en favor del interaccionismo».  Este volumen adopta esencialmente la forma de un debate entre un filósofo de talla internacional y un neurofisiólogo de reputación paralela, indagando en el origen, naturaleza e incluso el posible destino de la conciencia humana. Al considerar estos tres importantes asuntos, las diferencias de opinión en absoluto hacen que el volumen quede desarticulado ni sea contradictorio. Es un volumen considerable, tanto en tamaño como en alcance, y hace lo que quizá sea una contribución singular al actual debate entre los que ven la conciencia como un mero epifenómeno del cerebro y aquellos que la consideran como algo de origen independiente y cuya misma naturaleza sugiere su continuidad incluso después de la disolución del cerebro. Además, hay un verdadero acuerdo entre ambos autores acerca de que la mente es el ama del cerebro, haciendo de él su instrumento. El título original, «El Yo y el cerebro», fue posteriormente cambiado para que dijese «El Yo y su cerebro».

Sherrington, Sir Charles, El hombre en su naturaleza, Alhambra, Madrid 1947. Publicado originalmente como Man on His Nature, Cambridge University Press 1940, 1ª edición; 1951, 2ª edición. Se trata del texto de las Conferencias Gifford presentadas por Sherrington ante la Universidad de Edimburgo durante el invierno de 1937-38. Revisado y actualizado, representa actualmente la sabiduría destilada de un príncipe entre los científicos contemplando la naturaleza de la relación mente/cerebro. Está escrito como una mirada retrospectiva hacia una vida entera dedicada a la investigación, siendo las reflexiones de un hombre ya no más preocupado por preservar su reputación como ortodoxo, y por ello con entera libertad para expresar algunas dudas acerca de la suficiencia de las actuales perspectivas reduccionistas sobre la naturaleza del hombre.

En inglés:

Custance, Arthur, Journey Out of Time, Doorway Publications, Hamilton (Canada), 1981.

En la Parte II de este libro, el autor trata acerca de la cuestión de la constitución del hombre como entidad compuesta de cuerpo/espíritu.

Eccles, Sir John C., Facing Reality. Springer Verlag International, 1970.

Lleva el subtítulo de «Aventuras filosóficas de un científico del cerebro» y sería difícil describir este volumen de una manera más apropiada. Es en ocasiones un estudio bastante técnico que exige alguna dedicación, pero a lo largo del mismo hay pasajes que dan alivio con unas excursiones brillantes y relajantes a los aspectos más filosóficos de la interacción mente/cerebro que de cierto impactarán al lector.

Koestler, Arthur y Smythies, J. R., directores, Beyond Reductionism. Londres, Hutchinson, 1967; Nueva York, Macmillan, 1970.

Una recopilación del Simposio Alpach celebrado en Suiza en 1968 por iniciativa de Koestler. El elenco de participantes parece un «Quién es quien» de aquellos en la comunidad científica con la inquietud del problema del origen y de la naturaleza de la conciencia en el hombre y sus aspiraciones correspondientes. Se incluyen los intercambios totalmente libres que siguieron a la lectura de cada ponencia, lo que hace de este volumen un fondo de ideas frescas, estimulantes y a veces sorprendentes.

Koestler, Arthur, The Ghost in the Machine, Londres, Hutchinson, 1967; Nueva York, Macmillan, 1968.

Un estimulante volumen escrito por un autor que ha establecido una reputación a nivel internacional como un lego muy bien informado que aborda las pruebas en favor del reduccionismo y las encuentra insatisfactorias. Demuestra que la posición reduccionista es insuficiente para explicar los datos en la historia de algún defecto grave, de alguna deficiencia integrada en la operación de la mente humana, que resulta del crecimiento explosivo del cerebro humano. Este libro es un enfoque novedoso a un viejo problema: la incapacidad del hombre para diagnosticar su propia naturaleza de forma correcta y de ordenarse a sí mismo y a la sociedad de forma eficaz.

Luria, A. R., The Man With a Shattered World, Nueva York, Basic Books, 1972.

Este es un libro con un estilo más popular, y en ocasiones puede desilusionar, pero da un conocimiento valioso del mundo de un hombre que, como resultado de una herida en la cabeza, carece virtualmente de memoria a corto plazo. Tan corto es su período de memoria que incluso puede olvidar el comienzo de una oración antes de llegar a su final. El relato expone de una manera espectacular la gran importancia (y el por qué) de tener memorias a corto y a largo plazo con una operación normal.


ARTÍCULOS DE REVISTAS:

Best, J. Boyd., «Protopsychology». Scientific American, febrero 1963, pp. 55—62.

Kety, Seymour S., «A Biologist Examines the Mind and Behavior», Science, vol. 132, 1960, p. 1861—69.

Penfield, Wilder, «Engrams in the Human Brain», Proceedings of the Royal Society of Medicine, vol. 61, 1968, p. 831—40.

Penfield, Wilder, «Epilepsy, Neurophysiology and Some Brain Mechanisms Related to Consciousness» en Basic Mechanisms of the Epilepsies, dirigido por H. H. Jasper, et al., Toronto, Little, Brown & Co., 1969.

Penfield, Wilder, y Perot, Phanor, «The Brain's Record of Auditory and Visual Experience: A Final Summary and Discussion», Brain, vol. 86, 1963, p. 595—696.


* Alma y espíritu son identificados en francés mediante el uso de un solo término, âme, que también denota persona. Y mente y espíritu también quedan identificados en el término esprit. Asi también en alemán la palabra seele puede significar bien mente, bien alma.

* El punto de vista de Popper es que la mente (que en este contexto equivale a alma) simplemente apareció. Pero esto realmente no nos dice nada. No tiene ningún valor explicativo en absoluto, y aunque pueda ser un escape del creacionismo, esta declaración en sí misma no tiene más validez científica que la llana declaración de que el alma es una creación. Ambas declaraciones son expresiones de fe.

[1] Kuyper, Abraham, citado en G. C. Berkouwer, Man: The Image of God, Grand Rapids, Eerdmans, 1963, p. 290.

[2] Sperry, Roger W., «Mind, Brain, and Humanist Values», Bulletin of the Atomic Scientists, septiembre 1966, pp. 2-3.



1980 publicado por Probe Ministries (Texas) con Zondervan Publishing Co.

1997 primera edición en línea en inglés

2001 2ª edición en línea en inglés – corregida y con formato revisado

Copyright © 1988 Evelyn White. Todos los derechos reservados


Título: La misteriosa materia de la mente
Título original: The Mysterious Matter of Mind
Autor: Arthur C. Custance, Ph. D., con respuesta de Lee Edward Travis
Fuente: The Mysterious Matter of Mindwww.custance.org
Copyright © 1988 Evelyn White. All rights reserved

Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.


Traducción del inglés: Santiago Escuain

© Copyright 2008, SEDIN - todos los derechos reservados.

SEDIN-Servicio Evangélico
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