La misteriosa materia de la mente

ARTHUR C. CUSTANCE, M.A., Ph.D.

Miembro de la Afiliación Científica Americana

Miembro de la Asociación Americana de Antropología

Miembro del Real Instituto de Antropología


con una respuesta de

Lee Edward Travis

 

1980

 
Traducción del inglés: Santiago Escuain

Pórtico

Índice


Capítulo 5

 

El establecimiento de las bases experimentales


Icona


De Sherrington a Penfield y sus observaciones de memorias «revividas» causadas por estimulación con electrodos de los lóbulos temporales de pacientes plenamente conscientes.


U

no de los más destacados discípulos de Sherrington fue el neurocirujano canadiense Dr. Wilder Penfield. Penfield se ha hecho célebre por sus extraordinarios estudios y eficaz tratamiento de cientos de pacientes afligidos con epilepsia. Este trabajo comportaba la exposición quirúrgica y estimulación mediante electrodos de tejidos del cerebro en pacientes totalmente despiertos. Al observar la reacción del paciente al desplazar el electrodo gentilmente de punto a punto sobre el lóbulo temporal, demostró que era posible en muchos casos localizar el área de tejido dañado causante de la epilepsia.

La extirpación de estos tejidos dañados reducía y a veces eliminaba la reaparición de los ataques. Un descubrimiento inesperado fue el descubrimiento de que en muchos casos se suscitaba involuntariamente un recuerdo de escenas sumamente vívidas y a menudo espectaculares en el pasado del paciente, escenas que podía describir con gran detalle, a la vez que era plenamente consciente de la actividad del cirujano. Este trabajo se realizó en el Instituto Neurológico de Montréal durante un período de treinta años.

En sus estudios en Oxford bajo Sir Charles Sherrington y durante un breve período bajo el Dr. Santiago Ramón y Cajal en España, Penfield absorbió y aceptó completamente el principio de que todo este trabajo experimental debía realizarse con la presuposición de que la mente está en el cerebro, que la mente, a su debido tiempo, quedará totalmente explicada en términos de física, química y circuitos eléctricos.

En los últimos tiempos de su práctica quirúrgica activa, hizo la siguiente observación:[1]

A lo largo de mi propia trayectoria profesional como científico, y, como otros científicos, me he esforzado en demostrar que el cerebro explica la mente. Pero ahora quizá ha llegado el momento en que podemos considerar provechosamente las pruebas acumuladas, y hacer esta pregunta: «¿Explican la mente, los mecanismos del cerebro?» ¿Se puede explicar la mente mediante lo que se conoce actualmente acerca del cerebro? Si no es así, ¿cuál es la más razonable de las dos posibles hipótesis: que el ser del hombre está constituido por un elemento, o por dos?

Este cambio de opinión no fue fácil. En 1950 Penfield bosquejó brevemente pero de manera elocuente una interpretación completamente mecanicista del funcionamiento del cerebro. Pero indicios subsiguientes le convencieron gradualmente de que su perspectiva mecanicista y monista no explica los hechos de manera adecuada. Posteriormente escribió: «Hay alguna otra cosa que encuentra su morada entre el complejo sensorial y el mecanismo motor. ... Además de la centralita telefónica también está la telefonista».[2]

En su Mystery of the Mind aparece una franca exposición de los pensamientos que pasaban continuamente por su mente mientras sondeaba los tejidos cerebrales de pacientes de epilepsia en busca de las causas de raíz. Escribió que, a la vez que estaba de acuerdo con Lord Adrian en el sentido de que debemos estar siempre en guardia en contra de introducir ideas en nuestra ciencia que no sean parte de la ciencia, sin embargo debemos a veces someter nuestra investigación a nuestras propias especulaciones, y que, cuando lo hacemos, la valoración crítica sigue siendo posible.[3]

Luego describe muy sucintamente el procedimiento que llegó a adoptar en la sala de operaciones y el fundamento del mismo. El propósito era localizar, en personas epilépticas, la causa y la situación del punto de irritación del bombardeo neuronal que desencadena el ataque epiléptico, y, tras haberlo localizado de forma precisa, extirpar el tejido en aquella área. El procedimiento tuvo éxito en cientos de casos sin ningún efecto secundario perjudicial, a condición de que los daños estuvieran limitados a un solo hemisferio. El tejido contralateral en el otro hemisferio (cuando el lugar de desencadenamiento estaba ubicado en el lóbulo temporal) podía realizar la función del tejido extirpado. (Véase Figura 2 para la identificación de las áreas.)

Figura 2. La relación del lóbulo temporal con el resto del cerebro.

Figura 2. La relación del lóbulo
temporal con el resto del cerebro.

Penfield decía además que, por motivos de seguridad y de buena probabilidad de curación, es necesario poner a descubierto de forma extensa la superficie de un hemisferio del cerebro a fin de estudiar y posiblemente extirpar una parte dañada. Esta operación se consideraba menos peligrosa y más útil si el paciente estaba despierto y alerta durante todo el procedimiento, de modo que solamente se inyectaba un analgésico local en el cuero cabelludo del paciente. Penfield recalcaba que se precisa de una gran confianza y comunicación entre médico y paciente para que esta operación sea a la vez eficaz y humana.[4] Este procedimiento a veces revelaba el lugar que causaba ataques epilépticos desencadenando uno de ellos.

Para el lego, esta parece ser una empresa formidable. Pero el secreto del éxito depende de que el paciente pueda decir al cirujano cuál es su experiencia consciente mientras el operador explora el tejido cerebral expuesto con el electrodo.* Sin esto, la única guía para el cirujano serían unos movimientos musculares espasmódicos e involuntarios. Por cuanto la estimulación del lóbulo temporal no produce estos movimientos, solo el paciente consciente puede comunicar al cirujano los efectos de la exploración. (Véase Figura 3 para el mapa de las áreas de control motor.)

Fig. 3 Áreas de transmisión motoras y sensoriales de la corteza cerebral

Figura 3. Áreas de transmisión motoras y sensoriales
de la corteza cerebral



Una doble conciencia

Esto ha producido la sorprendente y extraordinaria experiencia en el paciente de una forma de doble conciencia, tal como la designa Penfield. El paciente no solo es plenamente consciente de su ambiente inmediato, de la sala de operaciones, del cirujano y sus ayudantes —de hecho, de toda la escena local—, sino también de la escena del pasado repentinamente revivida, una escena tan vívida que incluye sonidos, ¡y que en un caso incluía hasta el olor de café al fuego!

En sus registros aparece una ocasión en la que «un joven paciente sudafricano yaciendo en la mesa de operaciones exclamó, cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, que le dejó atónito darse cuenta de que estaba riendo con sus primos en una granja en Sudáfrica, mientras que era también plenamente consciente de estar en la sala de operaciones en Montréal». Penfiel observaba: «La mente del paciente era tan independiente de la acción refleja como la mente del cirujano que escuchaba y que trataba de comprender. Así, mi argumento favorece la independencia de la acción de la mente».[5]

Penfield fue así forzado a la conclusión de que el estímulo del electrodo era responsable en efecto de una especie de programa de TV que el sujeto estaba contemplando objetivamente, mientras que la propia mente del sujeto estaba dirigiendo la producción de un registro igualmente completo de los acontecimientos que tenían lugar en la sala a su alrededor. Así como podemos contemplar objetivamente un programa de TV en compañía de otros de cuya presencia somos plenamente conscientes, así aquí teníamos dos clases diferentes de conciencia. La mente estaba observando por su propia voluntad un programa que se le estaba presentando de forma mecanicista mediante estimulación por un electrodo de manera muy parecida a una TV operada independientemente por el espectador. Como Penfield lo expresa, si asemejamos el cerebro a un ordenador, el hombre tiene un ordenador, no es un ordenador.[6]

Este descubrimiento fue totalmente inesperado. Pero no fue singular en modo alguno. Se repitió una y otra vez en centenares de pacientes, cada uno de los cuales pudo identificar la escena evocada con facilidad y de manera totalmente instantánea. Los pacientes podían discurrir acerca de lo que veían, y explicar las circunstancias, de modo muy parecido a como un espectador de TV contemplando un programa de seriales podría explicar las circunstancias a un compañero que no conociese los episodios anteriores. En esta situación aparecen con claridad dos elementos: El espectador no forma parte del programa de TV, sino que es un observador. Pero es más que un observador en tanto que el espectador puede ajustar el aparato, dar más brillo a la imagen, cambiar el programa, y (en una situación de recuerdo) apagarlo a voluntad bajo circunstancias normales por un cambio de atención (esto es, pasando a otro canal). Aquí, entonces, tenemos un dualismo de objeto y sujeto, de cerebro y de mente.

Ya no es fiable contemplar la mente como un ordenador, aunque el cerebro es ciertamente un ordenador de un refinamiento extraordinario. Pero este ordenador tiene un programador y un operador que lo está usando como herramienta de recuperación de memorias y para control motor.[7]

Control supervisor por parte de la mente

Los pacientes epilépticos pueden a veces experimentar un total «desmayo» respecto a la conciencia, donde la mente parece abandonar totalmente el control del cerebro. A condición de que el cerebro haya sido ya programado, el paciente deviene un autómata y completa su tarea en un estado de inconsciencia total. Los pacientes pueden incluso acabar un viaje en automóvil del trabajo a casa. Siempre que la ruta sea habitual y que no haya ninguna interferencia inesperada, la navegación a través del tráfico y el recorrido por las calles se realiza por medio de reflejos puramente condicionados; después, no se recordará nada acerca del viaje. La eficiencia del cerebro como ordenador es verdaderamente extraordinaria. Penfield observó que las funciones continuas de la mente normalmente activa eran aparentes en estos viajes.[8] Pero recalcaba que es la mente la que tiene que programar primero el cerebro del ordenador, por cuanto el ordenador es solo una cosa, y, por sí mismo, no tiene capacidad de tomar decisiones totalmente nuevas para las que no está programado.[9]

Por maravilloso que sea el cerebro como ordenador, vemos sus limitaciones y su dependencia de las directrices conscientes de la mente para niveles decisorios de actividad normales de la vida humana. Es desde luego algo que el individuo posee, pero no algo que posee al individuo.

Penfield fue llevado a creer que sólo aquello a lo que la mente ha «prestado atención» queda aparentemente programado en el cerebro.[10] Si el sujeto ha caminado a través del tráfico, observando conscientemente pautas para mantener su propia seguridad, esta actividad motora será programada automáticamente en el ordenador, y en caso de un automatismo epiléptico, el sujeto, aunque totalmente inconsciente, sin embargo seguirá navegando con seguridad a través del tráfico, a no ser que surja alguna complicación no experimentada con anterioridad. Penfield describía a la persona normalmente sana como aquel individuo que va por su mundo dependiendo constantemente de su propio ordenador personal que él programa para que se ajuste a sus propios objetivos y preocupaciones en constante cambio.[11]

Penfield realizó muchos sorprendentes descubrimientos acerca del potencial de la exploración del lóbulo temporal de esta manera. Un lugar determinado, cuando es contactado por el electrodo, produce un recuerdo específico. Es tan específico que la experiencia que se revive comienza siempre en precisamente el mismo punto en la secuencia de acontecimientos. No hay una continuación donde la última escena acabó, sino una repetición de la representación. En un sujeto esto tuvo lugar ¡sesenta y dos veces sucesivas![12] Esto parece indicar un emplazamiento muy específico dentro de la corteza, algo así como colocar la aguja lectora en el mismo punto de un disco. (Ver Figuras 4 y 5.)


Figura 4. Diagrama del cerebro de uno de los pacientes epilépticos de Penfield

Figura 4. Diagrama del cerebro de uno de los pacientes epilépticos de Penfield. (Arriba: hemisferio derecho, vista lateral; abajo: hemisferio derecho, vista inferior.) Las letras A-F identifican puntos sobre el cerebro estimulados mediante un electrodo. Las respuestas verbales del paciente a dicha estimulación se dan más abajo. [De Penfield, The Mystery of the Mind, p. 25, con permiso.]


Reacción de un paciente tras el contacto sobre los puntos individuales según aparecen en la Figura 4.

A: «He oído algo, no sé qué era».

A: (repetido sin advertencia) «Sí. Señor, me parece que oigo a una madre llamando a su pequeñito en alguna parte. Parecía algo que sucedió hace años.» Cuando le pedí que explicase, me dijo: «Era alguien en el vecindario donde vivo». Luego añadió que ella misma «estaba en algún lugar cercano para poder oír».

B: «Sí. He oído voces ribera abajo del río en algún lugar —una voz de hombre y una voz de mujer llamando. ... Creo que he visto un río».

C: «Sólo un pequeño atisbo de un sentimiento de familiaridad y una sensación de que sabía todo lo que iba a suceder en el futuro próximo».

D: (se insertó una aguja, aislada excepto en el extremo, en la superficie superior del lóbulo temporal, profundamente dentro de la fisura de Sylvius, y se prendió la corriente) «¡Oh! Tuve este mismo recuerdo muy, pero muy familiar, en una oficina en algún lugar. Podía ver las mesas de despacho. Yo estaba allí y alguien me llamaba, un hombre inclinado sobre su mesa de despacho con un lápiz en la mano».

La advertí que iba a estimular, pero no lo hice. «Nada.»

E: (estimulación sin advertencia) «Tuve una pequeña memoria —una escena en una obra de teatro— estaban hablando y pude verla— era solo verlo en mi memoria.»


Esto, no obstante, no sucedía siempre así. Un sujeto, estimulado en la misma área, experimentó cuatro respuestas experienciales aparentemente no relacionadas. Primero oyó «pasos»; segundo, «un grupo de gente en la estancia»; tercero, «como estar en un gimnasio»; y finalmente, «una señora hablando con un niño en la playa».[13] En el caso de una memoria repetitiva, nada se ha perdido ni nada se ha añadido. En palabras de Penfield: «Los acontecimientos no están en absoluto adornados con fantasías, como suele suceder con los sueños cuando se recuerdan».[14] Y otra vez, en otro pasaje, Penfield escribía:[15]

La viveza o riqueza de detalles y el sentido de inmediatez que acompaña a sus respuestas evocadas sirve para ponerlas en una clase aparte respecto al proceso ordinario de recuerdo, que raras veces exhibe tales cualidades. Así, en el caso de la estimulación en el Punto n.º 11 en el sujeto J. V. (Caso n.º 15), el paciente dijo: «Ahí van — gritándome. ¡Paradlos!»

El individuo puede identificar conscientemente el significado de la experiencia revivida no como una especie de alucinación, sino como algo tan real como la vida, de la que sin embargo se encuentra aparte. Una mujer que escuchaba una orquesta bajo el electrodo estimulador de Penfield tarareaba la música que oía, verso y coro, acompañando así con un acto de esfuerzo consciente la misma música que estaba siendo suscitada de manera tan vívida. Estos recuerdos se suscitaban de forma totalmente involuntaria. No se trata de recuerdos traídos voluntariamente a la superficie. Son detallados y más vívidos de lo que nunca lo son tales memorias. Penfield comunica la experiencia de una paciente que experimentó una ocasión en la que ella se encontraba sentada en una habitación y escuchando a los niños jugando fuera. Los ruidos del tráfico exterior y todos los otros sones de la vida urbana proporcionaban el ambiente «natural». Estuvo hablando de todo esto con el Dr. Penfield mientras sucedía, y la experiencia era tan real que tuvo que dedicar un cierto tiempo después para convencerla de que él no había amañado todo aquello, incluyendo los ruidos exteriores. Desde luego, no había hecho tal cosa.[16]


Figura 5. Mapas resumen de los dos hemisferios cerebrales

Figura 5. Mapas resumen para indicar dónde,
en los dos hemisferios cerebrales,
se produjeron respuestas experienciales
de toda clase mediante estimulación eléctrica.


En ocasiones, la experiencia revivida es tan compleja que el paciente tiene que explicar sus antecedentes más tarde. ¡Una mujer de 23 años revivió lo que ella llamó un acontecimiento «fabuloso» en el que durante una comida había hecho añicos un plato con el codo y había disfrutado enormemente con esta experiencia![17] Y quiso explicar por qué había disfrutado tanto. Otra paciente se vio de repente sentada en el asiento trasero derecho de un automóvil, con la ventana ligeramente bajada, esperando en un paso a nivel que pasase un tren. Podía incluso contar los vagones del tren al pasar y allí estaban todos los ruidos y sonidos característicos. Después de haber pasado el tren y atravesar el paso a nivel para entrar en la población, incluso experimentó un viejo aroma familiar —el olor del café al fuego. Penfield dice que este fue el único caso de revivir un olor que se encontró en su estudio de más de mil pacientes cuya superficie cerebral fue expuesta de esta manera en un esfuerzo por localizar la causa de los ataques epilépticos.[18]

 Penfield descubrió que si el área cortical que había sido el lugar de estimulación para revivir alguna experiencia se extirpaba luego quirúrgicamente (cuando se creía que era para beneficio del paciente epiléptico), el paciente podía todavía evocar voluntariamente la experiencia con posterioridad. Es evidente que la memoria misma no se encontraba en este punto sino que estaba almacenada en algún área con la que estaba conectado el sitio. El corte de la conexión hacía imposible evocar la memoria mediante estímulo eléctrico, pero no erradicaba la memoria misma, que podía ser todavía suscitada voluntariamente.

Penfield se vio obligado a concluir que, aunque había pasado años intentando explicar la mente totalmente en base a la acción cerebral, sus años de estudio hacían que fuese mucho más simple y lógico explicar la mente y el cerebro como dos elementos en lugar de uno. Esta proposición parecía ofrecer el mejor camino para llevar a los científicos a una comprensión definitiva de la cuestión cerebro/mente. Creía que nunca sería posible explicar la mente a partir de la acción de las neuronas en el interior del cerebro, porque la mente parece desarrollarse de manera independiente a lo largo de la vida de la persona como si fuese algo continuado, y por cuanto un ordenador, que es lo que el cerebro es, ha de tener un agente controlador capaz de comprensión independiente.[19]

Penfield nunca ha sugerido que la mente pueda prescindir del cerebro, aunque evidentemente el cerebro puede proseguir por cierto tiempo sin mente, como sucede en el automatismo epiléptico. Pero la mente es el agente que programa el cerebro, que decide qué engramas* se codificarán en el ordenador para su futura recuperación.

El cerebro no explica la mente

Como observaba Penfield, y como esperaría el monista, si el ser humano se compone sólo de un elemento fundamental, entonces la acción neuronal del cerebro ha de explicar todo lo que hace la mente.[20] Pero en tal caso, ¿no hay ningún indicio de actividad neuronal específica que se corresponda con el pensamiento que está haciendo el individuo? A esto, Penfield responde que no. No se han encontrado indicios de esto en ningunos de sus pacientes. Pero es cuidadoso en admitir que pueda existir una actividad neuronal de esta clase que no haya quedado todavía demostrada. Además, ha observado que pueden extirparse áreas sustanciales de la corteza cerebral sin ninguna pérdida de conciencia por parte del sujeto incluso durante la operación, lo que sugiere que la conciencia no tiene una localización específica.

Luego resumía sus conclusiones resaltando que su propia experiencia en cirugía nunca reveló ningún área de materia en la que resultase una descarga epiléptica local que pudiera describirse como acción mental.[21]

Por cuanto no hay indicios de tal acción, Penfield concluía que la única explicación ha de ser que existe ciertamente otro elemento fundamental y otra forma de energía, que así como un programador actúa con independencia de su ordenador, incluso si depende de la acción del ordenador para ciertas cosas, así la mente aparentemente puede actuar con independencia del cerebro.[22]

Si nunca se explora la perspectiva dualista, nunca diseñaremos herramientas experimentales para desvelar el mecanismo de interacción entre los dos elementos. Por ello, parece lógico admitir el dualismo como hipótesis de trabajo y ver si no se pueden inventar nuevas maneras de abordar el problema en el clima más favorable que esta admisión generaría. Penfield estaba convencido de que debemos ampliar nuestra base hipotética.

Es en este espíritu que pasa luego a una consideración de algunas cuestiones más sutiles y quizá de importancia más fundamental que los indicios nos invitan a preguntar. Observa él que la historia del desarrollo de la mente a lo largo de la vida en contraste con el curso de desarrollo del cerebro es bastante diferente.[23] Por ejemplo, si se puntea una curva exponiendo la excelencia de la ejecutoria humana, se ve que la ejecutoria corporal (y del cerebro) mejora con el tiempo al darse la maduración, hasta después de una cierta etapa en la que comienza a darse el declive y finalmente se llega a la senilidad. En contraste, la mente no revela ninguna característica de declive inevitable. De hecho, en la vejez llega hacia su más pleno potencial de comprensión y de criterio, mientras que el cuerpo y el cerebro están volviéndose más lentos y a veces no funcionan como debieran.[24]

Luego hace una observación final en el sentido de que había trabajado como científico tratando de demostrar que el cerebro explicaba la mente, y que, investigando tantos mecanismos cerebrales como fuera posible, había abrigado la esperanza de demostrar cómo se podía explicar en dichos términos. Acaba sus reflexiones diciendo:[25]

Al final, concluyo que no existe evidencia, a pesar de los nuevos métodos, como el empleo de electrodos estimulantes, el estudio de pacientes conscientes, y el análisis de ataques epilépticos, de que el cerebro solo pueda realizar la tarea que realiza la mente. Concluyo que es más fácil racionalizar el ser humano sobre la base de dos elementos que sobre la base de uno.

Esta es, así, la opinión muy ponderada y cuidadosamente expuesta de un hombre que ha llegado a tener quizá más conocimiento experimental de primera mano que ninguna otra persona en nuestros tiempos.


[1] Penfield, Wilder, The Mystery of the Mind, Princeton University Press, 1975, p. xiii.

[2] Penfield, Wilder, The Physical Basis of Mind, dirigido por P. Laslett, Oxford, Basil Blackwell, 1950, p. 64.

[3] Penfield, Wilder, The Mystery of the Mind, Princeton University Press, 1975, pp. 4—5.

[4] Ibid., p. 12.

* Se emplea un punto único de contacto, con una corriente de 2 voltios a 60 Hz.

[5] Ibid., p.55.

[6] Ibid., p.108.

[7] Ibid., p.40.

[8] Ibid., p.45.

[9] Ibid., p.47.

[10] Ibid., pp.39-40, 58-59.

[11] Ibid., p.61. Nota: Se debería observar, sin embargo, que bajo hipnosis es posible algún recuerdo de detalles que sólo difícilmente se pueden atribuir a una atenta observación en el pasado. Por ejemplo, bajo hipnosis un hombre dibujó con precisión cada protuberancia y grano en la superficie superior de un ladrillo que había puesto en una pared hacía veinte años. Debido a que su ocupación era la albañilería, es difícil creer que examinara conscientemente las superficies de cada ladrillo que iba depositando de día en día. Ralph Gerard, que comunicó este ejemplo, en el que la exactitud de la memoria quedó verificada porque el edificio estaba siendo demolido, observó: «Los hombres recuerdan y traen a la memoria innumerables detalles nunca percibidos de manera consciente» («What is Memory?», Scientific American, septiembre 1953, p. 118). Parece improbable que percibamos conscientemente todo aquello que alcanza ociosamente a nuestros sentidos. Pero no hay forma de saberlo. Posiblemente el pasado no sea recuperable en su integridad, aunque solo porque necesitaríamos una segunda vida para revivirlo, y mucho de ello no tiene valor.

[12] Penfield, Wilder y Phanor Perot, «The Brain's Record of Auditory and Visual Experience: A Final Summary and Discussion», Brain, vol. 86, part 4, diciembre 1963, p. 685.

[13] Ibid., p.682.

[14] Penfield, Wilder, «Epilepsy; Neurophysiology and Some Brain Mechanisms Related to Consciousness», in Basic Mechanisms in Epilepsies, edited by. Jasper, Ward, and Pope, Toronto, Little, Brown, 1969, p. 796.

[15] Penfield, Wilder and Phanor Perot, «The Brain's Record of Auditory and Visual Experience: A Final Summary and Discussion», Brain, vol. 86, parte 4, diciembre 1963, p. 679.

[16] Ibid., pp. 645—46.

[17] Ibid., p. 643.

[18] Ibid., pp. 648—49.

[19] Penfield, Wilder, The Mystery of the Mind, Princeton University Press, 1975, p. 80.

* Un engrama es una traza de memoria.

[20] Ibid., p. 78.

[21] Ibid., pp.77—78. NOTA: La cuestión de si hay alguna traza de memoria concreta en forma de ARN relacionada específicamente con cada memoria sigue estando en pie. La evidencia experimental de que los gusanos planarios que han aprendido alguna acción de evitación tienen un ARN concreto que, cuando se alimenta a planarios no enseñados, les da una ventaja en el aprendizaje, sigue siendo materia de debate. Véase para lecturas adicionales: Arlene L. Harty, Patricia Keith-Lee, y W. D. Morton, «Planaria: Memory Transfer Through Cannibalism Reexamined», Science, vol. 146, 1964, p. 75; Allan L. Jacobson et al., «Planarians and Memory», Nature, vol. 209, 1966, p. 599—601; G. Ungar y L. N. Irwin, «Transfer of Acquired Information by Brain Extracts», Nature, vol. 214, 1967, p. 435—55; Ejnar J. Fjerdingstad, Chemical Transfer of Learned Information, Nueva York, Elsevier, 1971; R. M. Yaremiko y W. A. Hillix, «Reexamination of the Biochemical Transfer of Relational Learning», Science, vol. 179, 1973, p. 305.

[22] Ibid., pp. 79—80.

[23] Ibid., p. 86.

[24] Ibid., p. 87.

[25] Ibid., p. 113.



1980 publicado por Probe Ministries (Texas) con Zondervan Publishing Co.

1997 primera edición en línea en inglés

2001 2ª edición en línea en inglés – corregida y con formato revisado

Copyright © 1988 Evelyn White. Todos los derechos reservados


Título: La misteriosa materia de la mente
Título original: The Mysterious Matter of Mind
Autor: Arthur C. Custance, Ph. D., con respuesta de Lee Edward Travis
Fuente: The Mysterious Matter of Mindwww.custance.org
Copyright © 1988 Evelyn White. All rights reserved

Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.


Traducción del inglés: Santiago Escuain

© Copyright 2008, SEDIN - todos los derechos reservados.

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(Barcelona) ESPAÑA
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