ÍndiceCapítulo
1: El problema Capítulo
2: El
dualismo
cartesiano: La interacción entre la mente y el cerebro
Capítulo
5: El
establecimiento de las bases experimentales
Epílogo: Más
allá de
la filosofía
Acceso al original del libro en inglés -The Mysterious Matter of Mind |
Capítulo 3 ¿De
dónde vino la conciencia del Yo?
La conciencia animal y humana se
contemplan en un continuo en busca de una explicación del origen
de la mente. ¿Apareció la mente «de la nada»
como una especie de creación directa, o estuvo siempre (aunque
imperceptible) residente en sistemas vivos?
l hecho de que tenemos algo que llamamos
autoconciencia no puede ser objeto de duda alguna incluso si
encontramos que es
difícil de definir de forma precisa. J. R. Smythies
(Departamento de
Psiquiatría, Universidad de Edimburgo) escribió en 1969:
«La conciencia de los
demás puede ser un abstracción para mí, pero mi
propia conciencia es para mí
una realidad».[1]
Que hay animales por
debajo del hombre que tienen conciencia es algo que parece estar claro.
Que
tengan conciencia de sí mismos ya no está tan claro, a
pesar de recientes
experimentos de enseñanza impartida a los grandes primates de
alguna forma de
lenguaje de signos. Experimentos adicionales con un
chimpancé
han desvelado que se podía identificar a sí mismo en un
espejo, como queda
indicado en la conducta dirigida al yo. Esto lo presentan algunos como
demostrativo de la posesión de la conciencia del yo. Pero puede
que sea
necesario distinguir entre la autoconciencia humana por la que es
consciente de
su propia experiencia mental y la
autoconciencia de un animal por la que sea consciente de su propio cuerpo. Lo primero parece claramente
diferente de lo segundo. El diario The San Francisco Chronicle (21
de julio de 1968) comunicaba el caso de un chimpancé en el
Zoológico de
Chessington en Inglaterra que, tras haber sido durante años un
presumido y
divertido amigo del público, de repente se volvió
tímido y malhumorado, y
comenzó a ocultarse todo el día. Su guardador
pensó que quizá se sentía
avergonzado porque estaba quedándose con la cabeza calva. Se le
proporcionó una
peluca, y esto pareció restaurarle totalmente su
«confianza en sí mismo». Pero
debemos preguntarnos una vez más: «¿Debe
identificarse esta clase de conciencia
del cuerpo con la conciencia mental
que permite a un ser humano no solo pensar, sino también pensar
acerca de su
propio pensamiento?» El zoólogo W. H. Thorpe (Cambridge), una
autoridad reconocida en esta área, escribió en 1974:
«Sir Karl Popper está de
acuerdo, me parece, con la mayoría de los estudiosos de la
comunicación animal
que la conciencia del yo, es decir, una conciencia plenamente
autorreflexiva,
está ausente en los animales».[2] David Bidney (del Departamento de
Graduados, Universidad de Indiana) introduce su estudio de Theoretical
Anthropology [Antropología Teórica] con estas
palabras:[3] El hombre es un animal autoconsciente en cuanto a que sólo él tiene la capacidad de objetificarse, de mantenerse aparte de sí mismo, por así decirlo, y considerar qué clase de ser es, y qué quiere hacer y llegar a ser. Otros animales pueden ser conscientes de sus afectos y de los objetos que perciben; sólo el hombre es capaz de reflexión, de conciencia de sí mismo, de pensar acerca de sí mismo como un objeto. Con independencia de si los animales
tienen conciencia de sí mismos o no, por lo menos no cabe duda
de que tanto los
animales como el hombre poseen conciencia. Así, incluso si nos
limitamos a la
conciencia en contraste a la conciencia del yo, queda en pie la
pregunta: ¿Cómo
surgió? Stanley Cobb sugiere que la conciencia es un atributo de
la mente,
aquella parte que tiene que ver con el conocimiento del yo y del medio.
Varía
en grado de momento en momento en el hombre, y de los peces al hombre
en Es importante distinguir entre una
«novedad», que surge repentinamente pero que tiene su
origen dentro de un
sistema existente, y una «cosa nueva» que ha sido
introducida desde fuera del
sistema. Lo primero es algo de novo,
lo segundo es algo ex nihilo. Por
cuanto la ciencia no puede abordar con éxito lo segundo, no
considera admisible
la idea de una creación directa. Dentro del marco del
pensamiento científico,
un objeto que se afirma que es ex nihilo
resulta dudoso, y se emprenderá un decidido esfuerzo dirigido a
demostrar cómo
puede derivarse de lo que ya existe, por complejo y novedoso que pueda
parecer.
Si la mente surge de novo como algo
totalmente nuevo en la naturaleza, quizá como resultado de una
mutación de
alguna clase, se supone sin embargo que tiene que derivar directamente
de algo
que ya existe. El concepto de algo nuevo que ha aparecido ex
nihilo, es decir, de la
nada, es muy mal acogido en el actual clima del pensamiento
científico. Así, tenemos dos perspectivas
básicas
sobre el origen de la conciencia del yo, una que es aceptable a pesar
del
misterio que la rodea, porque deriva de la materia existente. Esto es
designado
como monismo. La otra perspectiva,
que la contempla como una creación directa, no derivada de la
materia
existente, sino «de la nada», se designa como dualismo.
Y no se considera científicamente respetable. Sin embargo, podemos establecer una
división adicional de esta perspectiva reconociendo que
según la postura
estrictamente monista la conciencia podría surgir de
novo de dos maneras diferentes. Podría surgir por una lenta
emergencia hasta que de repente se hiciese reconocible como conciencia.
O
podría aparecer súbitamente tan pronto la complejidad del
cerebro hubiera
alcanzado una cierta etapa crítica. Lo primero es una
formación gradual de la
conciencia que estuvo «siempre ahí», pero a un nivel
tan bajo que no se podía
reconocer. Esta es la posición del panpsiquismo,
que sostiene que toda la materia posee conciencia. La segunda manera
sería la
repentina aparición de la conciencia que a partir de entonces
tiene existencia
por sí misma, aunque nacida de la materia existente. El dualismo puede ser también concebido
como ocurriendo de dos maneras. Puede que la conciencia sea introducida
ex nihilo en una especie de forma
embrionaria que no se manifiesta hasta que se ha alcanzado una cierta
etapa de
desarrollo orgánico. O bien se introduce ex
nihilo sólo cuando se ha completado la etapa avanzada de
desarrollo. Así, aunque tenemos cuatro alternativas,
se pueden considerar como dos: monismo y dualismo. Así, podemos
decir que la
conciencia surgió porque la materia contenía en sí
misma el potencial para la
misma; o bien podemos decir que fue
introducida por algunos medios como externa a la materia. Cada punto de
vista
presenta un dilema que ha sido reconocido durante largo tiempo. En un
caso
debemos decir que incluso los átomos poseen una conciencia
potencial —una
circunstancia difícil de concebir. O bien tenemos la
creación directa de algo
desde la nada —lo que es también difícil de concebir. Nos
encontramos con una
difícil elección. En 1964 Cyril Ponnomperuma escribió un
artículo acerca de «Evolución química y el
origen de la vida» en el que
razonaba que «la vida es solo una propiedad especial y complicada
de la
materia, y que au fond [en el fondo]
no hay diferencia entre un organismo vivo y la materia inerte
...».[5]
Esto implica que la conciencia, que emergió de la materia viva,
tiene que haber
estado también latente en la materia
inerte. Esto suscitó una correspondencia
interesante en posteriores números de la revista acerca de esta
cuestión. Uno
de los corresponsales, D. F. Lawden (Universidad de Canterbury, Nueva
Zelanda)
observó:[6] Si la conciencia es una característica de este agregado material (el cerebro), entonces, por el principio de continuidad ha de ser también una característica de cada agregado y en último término de las partículas fundamentales. Si no fuese así, en algún nivel de la jerarquía* que se ha mencionado antes, la conciencia surgiría de forma discontinua y sería posible establecer una clara línea de división separando las formas conscientes de materia de las no conscientes. Esto sería solo una forma disfrazada de la línea que anteriormente se suponía que separaba a las formas vivas de las no vivas. Sin duda alguna, las características mentales que puedan poseer las partículas fundamentales deben ser de baja calidad y de débil intensidad, pero a no ser que se postulen tales características, no llego a comprender cómo la conciencia podría jamás surgir en ningún sistema material, por complejo que fuere. Un sistema de partículas, cada uno de los cuales posea las características físicas conocidas de carga eléctrica, spin, etc., podría ser completamente diseñado para comportarse como un ser humano, pero no para experimentar la conciencia como indudablemente lo hacen los seres humanos. ... Podemos quizá abrigar la esperanza de explicar la conducta humana, pero nuestra experiencia de esta conducta quedará sin explicar. [énfasis mío] Así, aquí tenemos el problema:
nuestra
conciencia de nuestra propia conducta. ... ¿dónde y
cómo surgió? Fue la «mente»
introducida como algo completamente nuevo, o emergió simplemente
porque la
materia había llegado al nivel apropiado de organización
y tenía las capacidades
apropiadas? Además, cuando hablamos de llegar al
nivel apropiado de organización, ¿qué es
precisamente lo que esto involucra?
¿Poseen conciencia los átomos de carbono, sea ésta
real o latente? ¿Cuánta
organización se necesita de las sustancias orgánicas para
que sean soporte de
la conciencia? Hay indicios de que algunos de los organismos más
simples
exhiben su presencia. Hace mucho tiempo (1915) que H. S.
Jennings estableció la realidad de la «conciencia»
en los organismos
unicelulares. Fue con tanta claridad que percibió esta
conciencia en las
amebas, por ejemplo, que no vaciló en describirlas exhibiendo atención, deseo, frustración, hábitos
establecidos e incluso inteligencia.
En sus palabras:[7] Generalmente
se sostiene que la inteligencia
consiste en la modificación de la conducta de acuerdo con Así, hasta donde llega la evidencia
objetiva, Jennings mantenía a este respecto una continuidad
completa entre la
conducta [consciente] de los organismos inferiores y superiores.[8]
Y
concluía:[9] Este autor está firmemente convencido, después de un prolongado estudio de la conducta de las amebas, que si se tratase de un animal grande, de modo que cayese dentro de la experiencia cotidiana de los seres humanos, su conducta demandaría en el acto la atribución a las mismas de los estados de placer y dolor, de hambre, deseo, y semejantes, sobre la misma base en que atribuimos todas estas cosas a un perro. J. Boyd Best encontró exactamente el
mismo amplio margen de respuestas conscientes en experimentos con
gusanos
planarios, y concluía así:[10] Uno descubre que la conducta de los gusanos planarios se parece a la conducta que en los animales superiores se designa como aburrimiento, interés, conflicto, decisión, frustración, rebelión, ansiedad, aprendizaje y conciencia cognitiva. ... Todo lo que se conoce de la «mente» de otro organismo se infiere de su conducta y de su semejanza con la propia. ... Si los principales patrones psicológicos no son exclusivos del cerebro vertebrado, sino que pueden producirse incluso en animales tan primitivos como los gusanos planarios, hay dos posibilidades que se sugieren por sí mismas. Estos patrones pueden derivarse de algunas propiedades primordiales de la materia viva, surgiendo de algún nivel celular o subcelular de organización en lugar de surgir de los circuitos nerviosos. ... Una alternativa es que los programas conductuales pueden haber surgido de forma independiente en diversas especies por una especie de evolución convergente. Así, somos conducidos a la
conclusión de
que incluso la sustancia material del
animal unicelular ya tiene una especie de conciencia embrionaria.
¿Acaso toda
la materia tiene por ello alguna clase de conciencia? En su obra La gran cadena del ser,[11]
Arthur O. Lovejoy observó que uno de los principales motivos del
panpsiquismo
es el deseo de evitar cualquier clase de verdadera discontinuidad, es
decir, la
introducción independiente de cualquier nuevo elemento en la
materia tan pronto
como ha alcanzado un cierto nivel de organización capaz de
soportarlo. Esto
puede aplicarse por igual a la vida o a la conciencia. Señalaba
que el filósofo
francés J. -B. -R. Robinet, en su obra magistral De
La Nature (publicada a partir de 1768), arguyó que debemos o
bien atribuir una forma apropiada de la conciencia incluso a las
piedras, algún
nivel de inteligencia incluso al más mínimo de los
átomos de la materia, o bien
deberíamos negar la realidad de la conciencia en su totalidad.[12] Hace veinticinco años, Sir Julian
Huxley,
impulsado por esta clase de lógica, observó:[13] Hubiera sido más correcto hablar de las posibilidades inherentes en el sustrato del mundo* (que en la materia per se); porque la potencialidad más llamativa revelada por la evolución es la mente, y no se puede decir que la mente sea dominada, ni siquiera como potencialidad, en la materia. En la mayoría de organismos —todas las plantas y todos los tipos de animales producto de las primeras etapas de evolución— no hay prueba directa de mente en acción, ni necesidad de postular propiedades mentales. Pero los animales más elevados son evidentemente la sede de procesos mentales parecidos a los nuestros, de procesos de percepción, cognición, voluntad, e incluso comprensión. Debemos concluir que el sustrato del mundo posee no solo propiedades materiales, sino también potencialidades rudimentarias de propiedades mentales, y que estas propiedades, cuando se especializan y emergen de su estado de latencia a uno de realidad, son ventajosas para sus poseedores. ... En la
mayoría de los procesos,
los aspectos mentales De modo que el problema del origen de la
mente desciende ahora hasta el sustrato de las moléculas mismas.
Que las
moléculas sean poseedoras de alguna forma de mente en
embrión parece absurdo,
pero es necesario suponer tales potencialidades a no ser que debamos
aceptar
que la conciencia surge ex nihilo.
Además, esta situación aparece incluso en el
embrión en su desarrollo. Que las
moléculas poseen alguna clase de protoconciencia ha sido
propuesto seriamente
en años recientes por varios autores, entre los que se puede
mencionar a A. N.
Whitehead, C. Hartshorn, Bernard Rensch y L. C. Birch. Estos autores
—Whitehead
y Rensch en particular— atribuyen alguna forma rudimentaria de vida,
sensación
e incluso volición a entidades como las moléculas, los
átomos y las partículas
subatómicas.[14]
Uno de los asociados
principales de Dobzhansky, E. W. Sinnott, con quien estaba en
desacuerdo
(aunque amistosamente), escribió un volumen titulado Cell
and Psyche: The Biology of Purpose. En el mismo, Sinnott
observaba[15] ... que la organización biológica [relacionada con el desarrollo orgánico y la actividad fisiológica] y la actividad psíquica [relacionada con la conducta y conduciendo a la mente] son fundamentalmente lo mismo. Hablar de la mente en una planta de alubias ... es más defendible que intentar de imponer un punto arbitrario en la escala evolutiva donde, de alguna manera misteriosa, apareció la mente. [su énfasis] Desde un punto de vista
lógico, parece enteramente correcto. Ya es
bien lógico si la mente emerge automáticamente del
cerebro en alguna etapa en
la complejificación de Parece que Dobzhansky estaba dispuesto a
admitir que la vida emergería
automáticamente en cuanto la materia alcanzase una etapa
apropiada de
organización, y que la conciencia surgiría
automáticamente, a su vez, cuando la
vida alcanzase una cierta etapa de complejidad. Lo que no estaba
dispuesto a
aceptar era que esta materia ya estuviese viva en cierto sentido, o que
esta
vida fuese ya en algún sentido consciente de sí misma. Su
postura era que no
hubo ninguna fuerza actuando sobre la materia inerte para introducir la
vida;
lo único necesario fue que la materia alcanzase por azar el
grado necesario de
organización. Y no hubo necesidad de que alguna fuerza externa
actuase sobre la
vida para hacerla consciente de sí misma; solo fue necesario que
la vida
llegase a algún nivel superior a fin de volverse
automáticamente consciente. A
lo que objetaba era al concepto de «siempre ahí». La
conciencia es contemplada
como un nuevo fenómeno, pero no se trata de algo introducido
desde fuera, una
creación ex nihilo, que tuviera
que esperar hasta que la materia pudiera proporcionar un
vehículo apropiado
para ella. En otro artículo Dobzhansky reafirmaba
su
evaluación de esta posición de «siempre
ahí»:[17] La materia
inerte, hasta los átomos y electrones, participa supuestamente
de capacidades
vitales y volitivas. En este imponente
sistema
filosófico, Whitehead ha desarrollado este punto de vista hasta
cierto detalle.
... Debo decir que en mi opinión [tales] puntos de vista se
deben rechazar en
base a consideraciones tanto científicas Sin embargo, desde una perspectiva
lógica
parece que estamos entre la espada y C. H. Waddington (de Edimburgo), observa,
en una reseña de la obra de Rensch, Evolution Above the
Species Level (1959),
que este autor[18] ... se encuentra
impelido a
atribuir una capacidad de sensibilidad a los seres organizados
más inferiores
que se pueda constatar que son capaces de aprender, esto es, los
celenterados y
posiblemente incluso a los protozoos. De hecho, parece estar de acuerdo
en
general con la perspectiva de A. N. Whitehead (a quien no hace
referencia) en
el sentido de que se tiene que
atribuir a todos los seres existentes, incluyendo a los inanimados,
algo que
pertenece al mismo ámbito de ser que la conciencia. [énfasis mío] Fue esta misma compulsión lógica
la que
llegó a Sir Charles Sherrington a escribir lo siguiente:[19] Me parece que por cuanto la mente aparece en el soma en desarrollo, esto equivale a demostrar que está potencialmente en el óvulo (y esperma) desde el que el soma surgió. La aparición de una mente reconocible en el soma no sería entonces una creación de novo sino un desarrollo de la mente desde lo irreconocible a lo reconocible. [énfasis mío] Por esta lógica llegamos a la
posición de
Whitehead y Rensch. Entonces uno ha de preguntar: ¿Cuál
era la forma de esta
protoconciencia que pudiera estar potencialmente residente no solo en
las
partículas subatómicas fundamentales sino incluso en
estas partículas en un tiempo en el que
existía en las temperaturas
enormemente elevadas de su estado inicial tal como llegaron a ser al
comienzo?
En algún momento alguien tiene que llamar a un alto, y decir:
Aquí es donde la
protomente comenzó a existir. Pero, entonces, ¿de
dónde procedió para realizar
este comienzo incluso en su forma primigenia? Cuando la conciencia de las células
individuales Cuando la mente o conciencia ha aparecido
en la escena en los animales unicelulares, ¿acaso el resto sigue
automáticamente? Cuando los organismos
unicelulares se unen para formar agregados multicelulares,
¿acaso la protomente
de la ameba deviene la mente corporativa de la masa agregada?
¿Está todavía la
«gran cadena» de Lovejoy sin rotura alguna? Sherrington identificó este problema en
el embrión en desarrollo:[20] El embrión, incluso cuando sus células son solo dos o tres, es una sociedad autocentrada cooperante —una familia organizada de células y con individualidad corporativa. El individuo humano es una familia organizada de células, una familia organizada de tal forma que posee no meramente una unidad corporativa sino una personalidad corporativa. ... Sin embargo cada una de sus células constitutivas está viva, centrada en sí misma, gestionándose a sí misma, alimentándose y respirando por sí misma, nacida por separado, y destinada a morir por separado. Evidentemente, este agregado o sociedad
alcanza una sensación de unificación, y los miles de
millones de yoes devienen un solo Yo.
Edward McCrady escribió hace algún
tiempo:[21] Yo, por ejemplo, tengo desde luego una corriente de conciencia que yo experimento como un todo, y sin embargo incluyo en mi propio interior a millones de leucocitos que proporcionan impresionantes pruebas de experimentar sus propias corrientes de conciencia de la que yo no soy directamente consciente. Es a la vez entretenido e instructivo contemplar leucocitos vivos avanzando dentro de los tejidos transparentes de la cola de un renacuajo vivo. Dan todas las señales de estar escogiendo sus propios caminos, de experimentar incertidumbre, de tomar decisiones, de cambiar de parecer, de sentir contactos, etc., a semejanza de lo que observamos en individuos de mayor tamaño. ... De modo que me siento obligado a aceptar la conclusión de que soy una comunidad de individuos que de alguna manera ha sido integrada a un orden más elevado de individualidad dotada con un orden más elevado de mente que de alguna manera coordina y armoniza las actividades de los individuos inferiores dentro de mí. ¿Cómo se consigue esta
unificación? La
mayoría diría que de una u otra manera se hace por
sí misma. Sir Alister Hardy
cree que es el resultado de alguna clase de mente en grupo, de
telepatía mental
a un nivel muy básico y semi- o subconsciente. Escribía
así:[22] Es posible imaginar algún patrón así de experiencia inconsciente compartida: un tipo de patrón de vida de especie compuesta. Es importante recordar que en el concepto de la mente individual hacemos frente a un misterio no menos extraordinario. La mente no puede estar anclada en este o aquel grupo de células que componen el cerebro. La comunidad de células que constituye el cuerpo tiene una mente más allá de las células individuales —donde la «impresión» que procede de una parte del cerebro que recibe impulsos sensoriales de un ojo y la que procede de otra parte del cerebro desde el otro ojo se funden juntas en la mente (esto es, como un todo), no en algunas células particulares, hasta donde sepamos. Lewis Thomas hace un espléndido
análisis
de esta agregación hasta un tamaño crítico de la
cantidad de componentes
conscientes que luego constituyen un todo plenamente consciente y lleno
de
propósito.[23] Las termitas son
todavía más
extraordinarias en la manera en que parecen acumular inteligencia al
reunirse
juntas. Dos o tres termitas en una cámara comenzarán a
recoger terrones y a
moverlos de lugar en lugar, pero no resultará nada; no
construyen nada. Al irse
juntando más, parecen alcanzar una masa crítica, un
quórum, y comienza el pensamiento.
Sitúan terrones uno encima de otro, y levantan columnas y
hermosos arcos
simétricos, y crean la cristalina arquitectura de cámaras
abovedadas. No se
sabe cómo se comunican entre sí, cómo las cadenas
de termitas que edifican una
columna saben cuándo volverse hacia la brigada de la columna
adyacente, o cómo,
cuando llega el momento, consiguen la unión perfecta de los
arcos. El estímulo
que las puso en marcha al principio, construyendo colectivamente en
lugar de ir
moviendo cosas alrededor, podría ser por acción de
feromonas [aroma que
desprende un animal para señalar a otro] liberadas cuando
alcanzan el tamaño
adecuado de Todavía más estrechamente unidas
en
organización son las células vivas libres aglomeradas que
forman la llamada
«Carabela Portuguesa». Este organismo es realmente una
colonia de pólipos
originalmente idénticos, donde cada uno se especializa para una
función
determinada. Pero, ¿quién o qué decide
cuáles serán los tentáculos, o los
flotadores, o los órganos reproductivos? Y esta Carabela
Portuguesa no es en
absoluto un caso solitario. Recientes experimentos han expuesto que
órganos sanos que han sido separados se volverán a
acoplar y resultarán ser
funcionales, dentro de las limitaciones de su condición aislada.
Se ha
demostrado en el caso de huevos de ranas,[24]
células cerebrales,[25]
células cardíacas,[26]
y
tejidos de riñón.[27]
Incluso se ha comunicado que células que resultan deficientes de
alguna manera
en el proceso de reacoplamiento recibirán ayuda, en caso
necesario, de parte de
células sanas.[28]
Un sistema así de
comunicación y de coordinación de actividad sugiere una
fuerza organizadora o
un «campo» de algún tipo (donde estas palabras se
usan no porque constituyan
una explicación, sino porque parecen encubrir nuestra ignorancia
de lo que está
sucediendo). De modo que vemos la posibilidad de
conciencia en una forma individualista en los órdenes más
inferiores de vida, y
vemos conciencia individualista elaborada en conglomerados de
células que
pueden comunicarse y constituirse en una forma mayor de conciencia. Sin
embargo, el problema fundamental, de dónde surgió la
conciencia, incluso en las
formas unicelulares, sigue manteniéndose tras el fondo de todas
las posteriores
complicaciones. Y así tenemos las tres posibles perspectivas
(véase Figura 1):
la perspectiva panpsíquica, o «siempre ahí»,
la perspectiva de la «emergencia
súbita», y la perspectiva de «la introducción
de la mente por creación ex nihilo» (con
sus dos formas). Ya nos hemos referido a un extraordinario
volumen escrito conjuntamente por Sir Karl Popper y Sir John Eccles.
Juntos han
examinado, en una cierta forma de debate, tanto el origen de la
conciencia como
la naturaleza de la interacción entre la mente y el cerebro. Ambos autores rechazan el panpsiquismo y
están de acuerdo en que el hombre culmina constitucionalmente
como una dualidad
de mente y materia, donde cada una de las cuales tiene una medida de
verdadera
independencia y cada una de las cuales interacciona con la otra. Popper argumenta en contra de la
necesidad de suponer que la mente haya estado «siempre
ahí» en la materia. «No
necesitamos postular», dice Popper, «que el alimento que el
cuerpo ingiere (y
que al final pueda formar su cerebro) tenga cualidades que pueden, ser
descritas, con éxito informativo, como prementales o como de
cualquier manera
ni siquiera lejanamente similares a la mente».[29]
Todo lo que es preciso es que la materia tenga la capacidad de asumir
una forma
que sea adecuada para la conciencia, y que cuando esto ocurra, la
conciencia
aparece de alguna manera. Eccles mantiene que la mente no puede ser
introducida hasta que la materia está suficientemente
organizada. Pero argumenta
que la organización del individuo como yo unitario a partir de
los materiales
del cuerpo se debe a la mente autoconsciente que no está ni en
los materiales
mismos ni surge de ellos, sino que es introducida desde el exterior. El
yo
consciente es un organizador activo que produce la unificación y
que emplea
este sistema unificado para sus propios fines. De modo que ambos autores son dualistas,
aunque mantienen perspectivas diferentes respecto al origen
de la mente. Para Popper, la materia de alguna manera
da origen a la mente; esto es todo lo que se puede
decir acerca de ello. Para Eccles, el origen de la mente parece ser
más como
una creación ex nihilo para cada
individuo. [1] Smythies, J. R., «Some Aspects of Consciousness», en Beyond Reductionism, dirigido por Arthur Koestler y J. R. Smythies. Londres, Hutchinson Publishing Group, 1969, p. 235. [2] Thorpe, W. H., Animal Nature and Human Nature, Londres,
[3] Bidney, David, Theoretical Anthropology, Nueva
York, [4] Cobb, Stanley, citado por A. I. Hallowell, «Self,
Society, and
Culture in Phylogenetic Perspective», en Evolution After
Darwin, editado
por Sol Tax, Chicago, University of Chicago Press, 1960, vol. 2, p.
348. Hay edición en castellano, Un siglo después de Darwin - La Evolución
(Alianza Editorial,
Madrid, 1970). [5] Ponnamperuma, Cyril, «Chemical Evolution and the Origin of Life», Nature, vol. 201,1964, p. 337. [6] Lawden, D. F., en Cartas al Director bajo
Biología, Nature, vol. 202, 1964, p. 412. * es decir: «de
inorgánico a orgánico y a química
biológica». [7] [8] Ibid., p.335. [9] Ibid., p.336. [10] Best, J. Boyd, «Protopsychology», Scientific American, febrero 1963, p. 62. [11] Lovejoy, Arthur O., The Great Chain of Being, [12] Robinet, -J. -B. -R., De La Nature, Paris,
1776, vol. 4, p. 11—12. [13] Huxley, Sir Julian, «Genetics, Evolution and Human Destiny», en Genetics in the Twentieth Century, dirigido por L. C. Dunn, Nueva York, Macmillan, 1951, pp. 604—5. * Aquí
«sustrato»
traduce la expresión «world-stuff», por [14] Dohzhansky, Theodosius, en «Book Reviews», Science, vol. 175, 7 enero 1972, p. 49. [15] Sinnott, E. W., Cell and Psyche: The Biology of
Purpose, Chapel
Hill, University of [16] Dobzhansky, en «Book Reviews», p. 49. [17] Dobzhansky, Theodosius, «Man Consorting with Things Eternal», en Science Ponders Religion, dirigido por H. Shapley, Nueva York. Appleton-Century-Crofts. 1960, pp. 120—21. [18] Waddington, C. H., Book Reviews, Discovery, 1960, p. 453. [19] Sherrington, Sir Charles, Man on His Nature, [20] Ibid., p.65. [21] McCrady, Edward, Religious Perspectives of College Teaching in Biology, New Haven, Connecticut, Edward W. Hazen Foundation, 1950, pp. 19—20. [22] Hardy, Sir Alister, The Living Stream, Londres, Collins, 1965, p. 257. [23] Thomas, Lewis, The Lives of a Cell, Nueva York, Viking, 1974, p. 13. [24] Montagu, Ashley, On Being Human, [25] Seeds, Nicholas y Albert E. Vetter, Proceedings of the National Academy of Science, vol. 68, p. 3219; L. W. Lapham y W. R. Markesbury, «Human Fetal Cerebellar Cortex: Organization and Maturation of Cells in Vitro», Science, vol.173, 27 agosto 1971, p. 829—32. [26] Harary, Isaac, «Heart Cells in Vitro», Scientific American, mayo 1962, pp. 141—52. [27] Weiss, Paul, y A. C. Taylor, «Reconstruction of Complex Organs from Single Cell Suspensions of Chick Embryos in Advanced Stages of Differentiation», Proceedings of the National Academy of Science, vol. 46, septiembre 1960, p. 177—85. [28] Chedd, Graham, «Cellular Samaritans», New
Scientist, [29] Popper, Sir Karl and Sir John Eccles, The Self and
Its Brain,
Springer Verlag International, 1977, p.69. 1980 publicado por Probe Ministries (Texas) con Zondervan Publishing Co. 1997 primera edición en línea en inglés 2001 2ª edición en línea en inglés – corregida y con formato revisado Copyright © 1988 Evelyn White. Todos los derechos reservados Título: La misteriosa materia de la mente Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.
© Copyright 2008, SEDIN - todos los
derechos reservados. SEDIN-Servicio
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