La misteriosa materia de la mente

ARTHUR C. CUSTANCE, M.A., Ph.D.

Miembro de la Afiliación Científica Americana

Miembro de la Asociación Americana de Antropología

Miembro del Real Instituto de Antropología


con una respuesta de

Lee Edward Travis

 

1980

 
Traducción del inglés: Santiago Escuain

Pórtico

Índice


Capítulo 4

 

Una teoría demasiado pequeña


Icona


Un examen del pensamiento dualista en el siglo veinte, con referencia especial a la obra y al pensamiento de Charles Sherrington, el padre de la moderna comprensión de la función del cerebro. Se sigue el desarrollo del planteamiento mecanicista como metodología hasta llevar a ser una persuasiva perspectiva acerca de la totalidad de la vida.


«L

a muerte el 4 de marzo de 1952 de Sir Charles Sherrington a la edad de 94 años señaló la desaparición del hombre genial que estableció las bases de nuestro conocimiento del funcionamiento del cerebro y de la médula espinal. Su clásica obra La acción integradora del sistema nervioso, publicada en 1906, sigue siendo una fuente de inspiración para los fisiólogos de todo el mundo. Fue reimpresa en fecha tan reciente como 1947 para el primer Congreso Internacional de Fisiología de la posguerra [después de la Segunda Guerra Mundial]. Su obra significó para la neurología lo que la teoría atómica para la química. Sigue siendo tan atrayente como en 1906, y no ha necesitado ninguna revisión.»

Así reza parte de la necrológica en The British Medical Journal del 15 de marzo de 1952. Y en cierto modo recapitula la originalidad y la calidad de la investigación de toda una vida. Sherrington no se retiró de la Cátedra de Fisiología en Oxford hasta 1935, a la edad de setenta y ocho años. Poco después fue invitado a pronunciar las Conferencias Gifford sobre Teología Natural en la Universidad de Edimburgo (1937—1938), que fueron posteriormente publicadas con el título de El hombre y su naturaleza (1940).

Y así fue que Sherrington (para entonces ya armado caballero) pasó de los gatos y chimpancés al hombre. El biólogo devino filósofo y abordó la cuestión de la relación mente/cuerpo. Y así fue desplazándose progresivamente hacia una posición dualista, adoptando de hecho el interaccionismo de Descartes.

Tras su jubilación, su obra científica fue continuada durante unos catorce años por un círculo de hombres jóvenes, entre ellos John C. Eccles y Wilder Penfield.

Penfield rindió posteriormente un gran tributo a Sherrington como hombre y como científico en un discurso ante la Sociedad Canadiense de Neurología en Saskatoon, en junio de 1957. Se refirió a Sherrington como «legendario» en las mentes de la mayoría de los que le habían conocido y que habían conocido su obra, y se refirió a él como su propio héroe científico.[1]

Penfield decía que Sherrington encontraba siempre la manera de presentar ambos lados de cada problema fisiológico en la clase, dejando a veces a sus oyentes en un estado de frustración y confusión. Como estudiante, a veces deseó que Sherrington «ocultase sus dudas debajo de un resplandeciente manto de autoridad» y diese a sus alumnos un mayor sentimiento de seguridad. Pero esta no era la forma de actuar de Sherrington. Tenía amplias miras, una mente brillante, y una memoria «que sobrepasaba a la de cualquiera que yo hubiera conocido, en lo que respecta a exactitud y detalle».

En el campo de la fisiología, Sherringon había sido siempre un realista, buscando la verdad de manera abierta y hasta donde fuera posible sin predisposiciones. Stanley Cobb, uno de sus distinguidos estudiantes americanos, lo aclamó como el más destacado proponente del dualismo después de Sócrates y Descartes. Finalmente, adoptó una creencia en la existencia de dos elementos separados —cuerpo y espíritu— en la constitución humana. Pero nunca estuvo dispuesto a comprometerse tan explícitamente como dos de sus más destacados estudiantes han hecho desde entonces. No poseía los datos experimentales a los que ellos pudieron recurrir al adoptar sus decisiones.

Mientras estaba dedicado a la investigación activa, Sherrington se había resistido a la tentación de adoptar una posición dualista en la controversia acerca de la relación mente/cerebro. Su filosofía era muy similar a la de Joseph Needham, que escribió, en 1936:[2]

Los biólogos encuentran que su trabajo es posible sólo si definen la vida como un equilibrio dinámico en un sistema polifásico compuesto de proteínas, grasas, hidratos de carbonos, lípidos, ciclosas y agua.

En resumen, la vida no es «nada sino» física y química. Needham puso de relieve este planteamiento de la investigación científica con estas palabras:[3]

El mecanicismo es la columna vertebral del pensamiento científico en biología, por cuanto en ciencia tenemos que actuar como si la teoría mecanicista de la vida fuese verdad, pero no estamos en forma alguna comprometidos con tal punto de vista como una declaración metafísicamente válida.

El progreso científico sólo lo pueden conseguir aquellos que experimentan como si el mecanicismo fuese cierto.

Desde su comienzo, este punto de vista quedó reforzado no meramente por su atractivo en términos de simplicidad conceptual y facilidad de manejo, sino debido a su inmenso éxito en la extensión de la tecnología y del control del hombre sobre el orden natural (esto es, el ámbito de lo físico). Los científicos, con toda razón para sus propósitos, pasaban por alto toda un área de la realidad en su búsqueda de dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. Y tuvieron tanto éxito que el público dio un paso más y comenzó a negar lo que los científicos se habían limitado a pasar por alto. Posteriormente, los científicos, al formar ellos mismos también parte «del público», cayeron también en la misma trampa, y reforzaron la negación del público. El mecanicismo obtuvo la hegemonía, y el espíritu del «nada-sino-ísmo» aprisionó el pensamiento de muchos investigadores e intelectuales.

Este era el ambiente en el que Sherrington comenzó su larga carrera. En el laboratorio uno se encuentra aprisionado en este «nada-sino-ísmo» y «como-si-ísmo» porque el clima de la opinión científica predispone el pensamiento en esta dirección, y porque nuestros instrumentos y nuestras técnicas se han ideado para proporcionar solo esta clase de respuestas. Nadie quiere ser excomulgado de la red científica por poner en duda las actuales presuposiciones, y no es fácil obtener financiación para investigaciones realizadas con otra clase de actitud.

Así, tras haber concentrado todas las «iniciativas de diseño» sobre el sujeto a ser investigado, sobre las herramientas con las que investigamos y sobre los métodos de investigación, nos vimos encerrados en un planteamiento mecanicista.

Esto nos obligó a suponer que la vida es meramente una extensión a un cierto nivel de organización y que la conciencia es meramente una extensión de la vida a un cierto nivel de complejidad.

Sherrington cambia de opinión

Pero el conocimiento ha seguido haciendo progresos. La ciencia tiene en sí misma un cierto elemento de autocorrección, aunque es lento en su acción. Los que siguen más cordialmente el consejo de Thomas Huxley y «se sientan ante la realidad como un niño pequeño, [y] siguen humildemente adonde y cualesquiera que sean las profundidades a las que lleva la naturaleza», desde luego aprenden y a veces modifican sus puntos de vista de forma radical.

Desafortunadamente, se precisa de una reflexión madura y de un valor considerable de parte de cualquier científico que valora su reputación para apartarse públicamente de la ortodoxia dominante. El resultado es que estos giros suelen darse hacia el final de la carrera de un científico, y su impacto será probablemente débil sobre su propia generación. Max Planck observó: «Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus oponentes y llevándolos a ver la luz, sino porque sus oponentes al fin mueren, y crece una nueva generación que está familiarizada con ella».[4] Por esto mismo, el cambio tiende a ser más bien lento.

Serrington era un hombre genial, pero también era un hombre esencialmente humilde en el sentido propuesto por Huxley. Con razón excluía cualquier recurso a una fuerza no física al tratar de explicar las operaciones del sistema nervioso, especialmente en el hombre. Pero queda claro que, en el curso de medio siglo de investigación, observó una realidad no física generalizada que se expresaba con un evidente propósito. Esto sugería una forma de conciencia que no se podía negar de plano.

La admisión en el laboratorio de estas «fuerzas» no físicas, y por ello no cuantificables, es a menudo fatal para la investigación, porque invita a la pereza. Lo que no pueda explicarse fácilmente en términos de física y de química no se sigue estudiando porque se explica demasiado fácilmente en términos de causas no físicas que no tienen nada que ver con la ciencia. La investigación de causas físicas de estos fenómenos puede resultar abandonada, y se abandona la demostración de la causalidad estricta, incluso en áreas de investigación en las que la persistencia hubiese hecho avanzar nuestro conocimiento de la naturaleza de forma sustancial. De modo que la tentación a admitir una realidad no física se considera como totalmente perjudicial para el avance de la ciencia, como desde luego puede serlo.

En el estudio del hombre esto es a veces causa de tensiones muy perturbadoras para aquel que quiere adoptar una perspectiva total de la realidad. En la discusión con colegas esto puede llevar a un debate totalmente insatisfactorio y a menudo muy perjudicial. En el debate público en una sala de conferencias puede resultar en recriminaciones y descrédito, y esto puede ser muy dañino para la reputación y la carrera de los científicos jóvenes.

Como consecuencia, es casi siempre el científico más mayor, que ya ha establecido su reputación entre sus colegas, y que tiene poco peligro de perderla, que puede permitirse decir lo que realmente piensa acerca de cuestiones tan conflictivas. Sin embargo, aunque era ya un personaje de gran talla, Sherrington, en su obra El hombre en su naturaleza, se mostró todavía muy cauteloso en su admisión pública de dudas que evidentemente habían comenzado a cobrar forma en su mente acerca de si se podía explicar el hombre en términos monistas. A veces parece como disculpándose por su planteamiento dualista.

Pero el dualismo puede adoptar más de una forma. Podría ser, declaró Sherrington, que lo que Eccles llamó posteriormente la «mente autoconsciente» o «alma», y Penfield «el espíritu», fuese una especie de fenómeno emergente surgiendo del cerebro, que en cierto punto consiguiese una especie de independencia. Así, en este volumen de reflexiones, Sherrington admitió de una manera algo provisional: «Que nuestro ser se componga de dos elementos fundamentales no ofrece, me parece, una improbabilidad inherente mayor que el que estuviera constituido solo por uno».[5]

Mantenimiento del rigor científico

En 1968, Penfield, a quien su maestro había hecho esta admisión, comentó que él también pensaba que esta era la mejor manera de dejar la cuestión. Pero a su debido tiempo él mismo se mostró mucho más dispuesto a admitir la independencia de la mente al menos operativamente, incluso si no en su origen independiente. Aunque esto significaba atravesar la frontera del monismo estricto para entrar en una creencia en la realidad no física de la mente, pensaba que tal «confesión» no constituía razón para suponer que se estaba abandonando la razón crítica.

El problema del origen de la mente es desconcertante para el monista, porque la mente tiene que ser identificada en alguna forma primigenia en alguna etapa anterior en el desarrollo de la vida. Como hemos visto, esto es muy díficil de conseguir. Respecto al origen de la mente, Sherrington escribía en 1940:[6]

¿Quién la descubrirá en aquella pequeña masa como una mora [la etapa de la mórula] que para cada uno de nosotros es nuestro todo poco después de la etapa unicelular. ... Pero, ¿quién la negará en el niño en que se convertirá en pocos meses aquel embrión? Y a la inversa, a la muerte parece reemerger al estado de no mente. Pero parece venir de la nada y volver a la nada. La regresión a la nada parece tan difícil como la evolución desde la nada.

En realidad, aquí nos encontramos con dos problemas. ¿Surgió la «mente» de la materia sin mente mediante un proceso de emergencia, o surgió de la nada, mediante una especie de creación? Y, naturalmente, ¿qué sucede con la conciencia en la muerte?

Como hemos visto más arriba, mucho tiempo antes de Sherrington, Claude Bernard (1813—1873) había establecido un credo para los fisiólogos que estableció el espíritu de la investigación en un molde de hierro del que no iba a escapar durante más de un siglo. Así escribió él:[7]

Tanto en los cuerpos vivientes como en los cuerpos inorgánicos, las leyes son inmutables y los fenómenos gobernados por estas leyes están vinculados a las condiciones en los que existen por necesidad y por un determinismo absoluto. ...

El determinismo en las condiciones de los fenómenos vitales debería constituir uno de los axiomas de los médicos experimentales. Si están totalmente imbuidos de la verdad de este principio, excluirán toda intervención sobrenatural de sus explicaciones; tendrán una fe inquebrantable en la idea de que la ciencia biológica está regida por unas leyes fijas. ...

Así, el determinismo deviene el fundamento de todo progreso y crítica científicos. [mi énfasis en todas las citas]

Sherrington se crió en este ambiente intelectual y quizá fue mayormente desconocedor, al menos en sus tiempos de juventud, de la confusión que generaba. Lo aceptó y desde luego prosperó en base al mismo. Pero sus limitaciones se le debieron hacer evidentes más tarde. Sin embargo, por sus hábitos de pensamiento durante tanto tiempo, no pudo (o no quiso) tomar en consideración la idea de que podría haber otro mundo de realidades no sometidas a los instrumentos de medición que estaban diseñados solo para investigar el mundo de lo material. Quizá Sherrington no pudo ni siquiera admitir la existencia de un mundo no material, pero parece que al final se aproximó mucho a la idea de que la mente tenía algún valor trascendental. Incluso si procedía de la «no-mente» no regresaba a la no-mente cuando el cerebro se disolvía. Esta parece ser la implicación de una declaración que hizo a Sir John Eccles cinco días antes de morir. «Para mí, ahora», dijo Sherrington, «la única realidad es el alma humana».[8]

¿Quién sabe qué significado podía tener esto, aparte del hecho manifiesto de que su cuerpo estaba ya casi listo para su disolución, y que él lo sabía? Todo el vigor que le quedaba residía en su mente.

Fuese cual fuese el significado de sus palabras, dos de sus discípulos iban a hacer avanzar su investigación con un espíritu más libre. Sus conclusiones han prestado un enorme peso al argumento dualista con sobretonos de interaccionismo cartesiano. La mente no gobierna completamente la operación del cerebro, ni el cerebro gobierna completamente lo que sucede en la mente.

La gran contribución de Sherrington es que echó los fundamentos para la comprensión de la operación del cerebro, y sin embargo lo hizo de tal manera que sus estudiantes quedaron no obstante libres para dedicarse al estudio todavía más importante de la naturaleza de la interacción en la asociación mente/cerebro.


[1] Reimpreso en Second Career, de Penfield, Toronto, Little, Brown, 1963, pp. 66—75.

[2] Needham, Joseph, citado en Theodore H. Savory, Mechanistic Biology and Animal Behaviour, Londres. Watts, 1936, página introductoria.

[3] Ibid., p.170.

[4] Planck, Max, Scientific Autobiography and Other Papers, Nueva York, Greenwood, 1968, pp. 33—34.

[5] Sir Charles Sherrington: citado por Wilder Penfield, «Engrams in the Human Brain: Mechanisms of Memory», Proceedings of the Royal Society of Medicine, agosto de 1968, reimpresión del Montreal Neurological Institute como Reimpresión No. 934. p. 3.

[6] Sherrington, Sir Charles, Man on His Nature, Cambridge University Press, 1951, 2ª edición, p. 210.

[7] Bernard, Claude, An Introduction to the Study of Experimental Medicine, traducido del francés al inglés por H. C. Greene, Nueva York, Henry Schuman, 1949, p. 69.

[8] Popper, Sir Karl and Sir John Eccles, The Self and Its Brain, Springer Verlag International, 1977, p. 558.



1980 publicado por Probe Ministries (Texas) con Zondervan Publishing Co.

1997 primera edición en línea en inglés

2001 2ª edición en línea en inglés – corregida y con formato revisado

Copyright © 1988 Evelyn White. Todos los derechos reservados


Título: La misteriosa materia de la mente
Título original: The Mysterious Matter of Mind
Autor: Arthur C. Custance, Ph. D., con respuesta de Lee Edward Travis
Fuente: The Mysterious Matter of Mindwww.custance.org
Copyright © 1988 Evelyn White. All rights reserved

Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.


Traducción del inglés: Santiago Escuain

© Copyright 2008, SEDIN - todos los derechos reservados.

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