Doce Diálogos Bíblicos

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Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas Básicas

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Harold P. Barker, con O. Lambert, C. A. Miller, P. Brown,
S. W. Royes, W. E. Powell, E. D. Kinkead, E. C Mais,




    Temas

Número 2

Tema: LA CONVERSIÓN


Preguntas por
C. A. Miller; Respuestas por H. P. Barker


CADA amo de casa de esta ciudad afirma su derecho de decidir quién va a entrar en su casa y quien no. Ahora bien, el derecho que demandamos para nosotros debemos seguramente reconocérselo al Señor Jesucristo. En Mateo 18:3 Él nos dice claramente que algunos no entrarán en Su reino. Excepto que uno se convierta, es inútil que espere tal cosa. Leemos: «si no os convirtiereis, y fuereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (SEV).

Esto nos muestra la inmensa importancia de la conversión. Haremos bien en dedicar una sesión esta noche a este tema. Aparte de la conversión, no puede haber bendición, goce verdadero ni cielo para nadie.

¿Puede explicarnos lo que se quiere decir por Conversión?

No podemos hacer nada mejor que acudir a la Escritura para recibir la respuesta. Miremos primero en 1 Corintios 6. Después de mencionar muchos terribles vicios predominantes entre los paganos, el apóstol dice, en el versículo 11: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados». Esto es una hermosa definición de la conversión. Pasemos ahora a Efesios 2:13: «Ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.» Esto es como el apóstol lo expone a los creyentes en Éfeso. Luego miremos 1 Pedro 2:25: «Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.» Todos estos pasajes muestran con mucha claridad lo que es la conversión, pero no se de ninguno que lo exprese de manera más hermosa que otro versículo en el mismo capítulo en 1 Pedro, versículo 9, «os llamó de las tinieblas a su luz admirable».

Estos pasajes de las Escrituras dejan bien claro que la conversión es un cambio vital y radical que afecta al alma—un traslado desde las tinieblas, el peligro y la distancia a la luz, la salvación y la proximidad con Dios.

La otra noche tuve ocasión de ir a mi dormitorio para cambiarme el abrigo. Era oscuro, pero como sabía donde colgaba el otro abrigo, pude hacer el cambio sin necesidad de luz. Así se logró realizar un cambio externo. Dejé el abrigo viejo para ponerme el nuevo, ¡pero todo este tiempo permanecí en las tinieblas! Algo parecido sucede a menudo en la historia de los hombres. Reciben impresiones religiosas, abandonan sus malas compañías, dejan hábitos pecaminosos y hacen esfuerzos por vivir de mejor manera. En lugar de frecuentar la taberna asisten a un lugar de culto, y se vuelven ciudadanos sobrios y respetables. Todo esto y mucho más es verdad acerca de ellos, pero todo este tiempo permanecen en tinieblas. No amanece en sus almas ninguna luz celestial que revele a un Salvador lleno de amor y de poder. Ha tenido lugar un cambio externo, deseable de todo punto, pero sus almas no han sido llevadas del peligro a la seguridad, de las tinieblas a la luz. No podemos dejar de insistir en que esta reforma no es conversión. Pasar página no es lo mismo que ser llevado a Dios mediante la sangre de Cristo.

Los hay que creen que si han tenido sueños notables o experiencias arrebatadas y sentimientos religiosos, que se trata de la conversión. Pero la conversión es una realidad mucho más profunda que ninguna de estas cosas; es nada menos que pasar de muerte a vida (Juan 5:24).

¿Necesitan la conversión los que han sido bautizados y que nunca han cometido ningún pecado grave?

No hay pecado que no sea grave a los ojos de Dios. Los hombres suelen considerar algunos pecados como repulsivos y otros como triviales, pero cada pecado es aborrecible para Dios. El pecado más insignificante cierra las puertas del cielo de manera tan eficaz contra el que lo comete como el pecado de asesinato, y demanda igual de clamorosamente la expiación mediante la sangre de Cristo.

Pero no es solo a causa de lo que hemos hecho que la conversión es una necesidad tan grande, sino debido a lo que somos. Y a este respecto no hay diferencia; todos somos pecadores, todos debemos declararnos culpables, todos estamos expuestos al juicio. La Escritura declara de la forma más decidida que «no hay diferencia». La dama bautizada, educada, refinada, amable y con inclinaciones religiosas necesita convertirse si quiere ir al cielo, del mismo modo que el blasfemo, el borracho y el ladrón.

¿Podemos convertirnos cuando nos plazca?

Dios nunca da al pecador la elección de la ocasión; Su tiempo es siempre el presente. «He aquí ahora el día de salvación», y, «Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones». Si alguien posterga este asunto, incurre en un terrible peligro. Puede que nunca tenga otra posibilidad. No diré que no la vaya a tener, porque Dios tiene gran longanimidad, y Su gracia se detiene sobre muchos; pero sería más seguro jugar con el rayo que menospreciar Su misericordia o los llamamientos de Su Espíritu.

¿Cuánto tiempo tarda uno en convertirse?

El viernes pasado leímos una nota de una joven amiga que asiste aquí, que dice que en menos de un minuto recibió la bendición que buscaba, siendo culpable pecadora. Muchos podrían hacerse eco de su testimonio. ¿Cuánto tardó el ladrón moribundo de la cruz en convertirse? ¿Cuánto tiempo le llevó a Pablo, el acerbo perseguidor en el camino de Damasco, para caer abatido y que el grito de «¡Señor!» brotase de sus labios? ¿Cuánto tiempo fue necesario para que el corazón endurecido de aquel carcelero de Filipos, que odiaba el evangelio, cuando fue despertado por el terremoto, recibiera una respuesta a su pregunta—«¿Qué debo hacer para ser salvo?»

Sin duda que generalmente hay muchos ejercicios del alma que acompañan a la conversión, y estos ejercicios pueden extenderse semanas o años. Pero creo que hay un momento concreto en que los ejercicios alcanzan su punto culminante, cuando el alma pone de una vez por todas su confianza en el Salvador y en Su preciosa sangre, y es perdonada y purificada. No es un proceso largo, sino un acto instantáneo.

Si alguna persona convertida cae en pecado, ¿tiene que volverse a convertir?

Esta es una pregunta que hacen miles de personas, en una u otra forma. Pero me aventuraré a decir que esta pregunta nunca surgiría si realmente comprendiésemos que cuando un pecador se convierte queda también justificado de todas las cosas, pasa a ser hijo de Dios, y por el don del Espíritu es hecho miembro del cuerpo de Cristo. Si todo esto se tiene que repetir cada vez que un creyente cae en pecado, ¡entonces tendría que repetirse veinte veces al día en el caso de muchos! Pero un pasaje de la Escritura disipará tal concepto. Leemos que «todo lo que Dios hace será perpetuo» (Ec. 3:14). Cuando un alma se salva, es Dios quien la salva, y esto «será perpetuo», para siempre. Cuando un pecador es justificado por la fe en Cristo, «Dios es el que justifica», y «será perpetuo».

Ningún padre terrenal puede romper la relación que existe entre él mismo y su hijo. Así sucede con la relación celestial y eterna que se forma entre Dios y el alma creyente. Si uno de Sus hijos cae en pecado, Él podrá corregirlo y someterlo a diversas formas de disciplina; pero ¿rechazarlo? ¡Jamás! El tal necesita ser restaurado a la comunión y al camino recto, pero no puede volver a ser convertido otra vez.

Al decir esto no me olvido de Lucas 22:32. Pedro era un hombre verdaderamente convertido desde la memorable escena en la que se reconoció como pecador, pero se aferró a los pies del Salvador, si no antes de ello. Pero cayó gravemente, y negó a su Señor con maldiciones. El Señor, sin embargo, le dice que ha orado por él, e incluso antes de su caída ya contempla su restauración. «y tú, una vez vuelto,»  dice, «confirma a tus hermanos». Esto se traduciría mejor como: «una vez restaurado», porque se refiere no a la conversión de un pecador impío, sino a la restauración de un santo recaído.

Voy a presentar una ilustración que tomo de un amigo. Un hombre se alista como soldado. Después de un cierto tiempo se cansa de la vida de soldado, y, aprovechando una oportunidad, huye. Ahora es un desertor, y vive con un temor constante de ser descubierto. Al final resuelve volver al ejército. Su regimiento ha sido enviado al frente, y él quiere volverse a incorporar al mismo. ¿Cómo va a volver a las filas? No puede volver a alistarse como si nunca hubiera vestido el uniforme del rey. No puede volver como un recluta, sino como un desertor. Lo que debe hacer es presentarse ante sus mandos, y someterse a cualquier pena que consideren adecuado imponerle.

Así es con un hijo de Dios que se haya desviado. Es un desertor de las filas, y no puede volver a alistarse como un recluta. Debe volver como uno que se ha ido errante, no para buscar la absolución de un juez, sino el perdón de un Padre. Que los tales recuerden que la gracia restauradora de Dios es tan grande como Su gracia salvadora. Si se da la bienvenida al pecador culpable, también se dará al hijo que se ha ido errante; pero es como hijo que ha de volver, no como quien necesita conversión, sino restauración, y la obtendrá de cierto mediante la intercesión de Cristo.

¿Es la conversión todo lo necesario para hacer a uno cristiano?

Si lo fuera, no hubiera habido necesidad de que Jesús descendiera del cielo y muriera en la cruz. Aquella magna obra fue necesaria antes que nadie pudiera llegar a hacerse cristiano. Pero quizá nuestro amigo está pensando en un concepto extendido en ciertos medios de que nadie puede considerarse cristiano hasta que, al final del curso de su vida, se prepara a pasar de la tierra al cielo. Pregunta a alguien que crea esto, «¿Eres cristiano?», y la respuesta será: «Lo estoy intentando.»

Ahora bien, ninguna cantidad de intentos ha transformado a nadie en cristiano. Nadie se hace soldado tratando de comportarse como uno, sino alistándose. En el momento en que se alista es tan soldado del rey como el comandante general. Aquel nunca habrá puesto el pie en el campo de batalla, y éste puede ser veterano de cien batallas, pero los dos son soldados del rey.

¿Cuáles son los rasgos de una persona convertida?

Los convertidos de Tesalónica manifestaban cuatro rasgos muy evidentes. Los encontraremos en 1 Tesalonicenses 1:9, 10.

(1) Se habían vuelto a Dios. Este es el primer rasgo de una persona convertida. En lugar de tener miedo de Dios, tiene paz con Dios; en lugar de esconderse de Él, dice: «Tú eres mi refugio»; en lugar de considerar a Dios como un duro explotador o un juez severo, lo conoce como su amante Padre.

(2) Se habían vuelto de los ídolos. Otros entre nosotros, además de los paganos que adoran a la madera y a la piedra, tienen ídolos. Cualquier cosa que se permita que tome el lugar de Dios en el alma es un ídolo; cualquier cosa del yo en el que uno fundamente una esperanza de gloria futura es un ídolo. ¿Esperas el favor de Dios debido a tu forma moral de vivir, o por sus oraciones o votos? Entonces estas cosas son tus ídolos. Se levantan entre ti y la bendición de Dios. Un rasgo de una persona convertida es que ha lanzado a los vientos todo aquello sobre lo que antes edificaba sus esperanzas—sus propios esfuerzos y resoluciones, cualquier cosa que se interpusiera entre él y Dios.

(3) Ahora estaban sirviendo al Dios vivo y verdadero. Un inconverso sirve al yo y a Satanás; una persona convertida trata de servir a Dios en todos los detalles de su vida. Todo lo que está bajo su control, por así decirlo, queda convertido. Si es vendedor de tejidos, tiene cuidado en que cada metro sea de cien centímetros; si es lechero, se preocupa de que la leche sea leche, no leche y agua. Todo en él da testimonio de que ahora es siervo de Dios.

(4) Estaban esperando al Hijo de Dios del cielo. La popularidad, la fama, el éxito, las riquezas, no son objetos de ambición del que ha sido verdaderamente convertido. Conoce a Jesús como su Libertador de la ira que ha de venir, y su esperanza está fijada en aquel mundo resplandeciente en el que el Hijo de Dios es el Centro de todo. Lo espera a Él, y su deseo más querido quedará satisfecho cuando se encuentre en Su presencia para siempre. ¡Oh, que estos rasgos fuesen más visibles en cada uno de nosotros!

¿Puede cada persona convertida recordar con exactitud la fecha de su conversión?

Muchos pueden. Pueden señalar con el dedo cierto día en el calendario y decir: «Este es mi cumpleaños espiritual». Pero no todos pueden hacerlo, y no creo que nadie deba inquietarse por ello. Si estás seguro de que estás convertido, de que has sido trasladado de la tierra tenebrosa del pecado al resplandor de la gracia y de la libertad, es suficiente. No hay necesidad de sentir ansiedad por no poder señalar el momento preciso de tu conversión.

¿Va la conversion siempre acompañada de un profundo dolor del pecado?

Tengo graves dudas acerca de cualquier conversión en la que no haya una medida de juicio propio y de dolor por el pecado. No es un espectáculo grato ver a alguien «recibir la palabra con gozo», como sucedió con aquellos de los que leemos en Lucas 8:13. Lo siguiente que se dice de ellos es que «no tienen raíz», solo creen «por un tiempo» y pronto «se apartan». He visto a personas profesar la conversión y de inmediato caer de rodillas y orar por sus amigos, por los predicadores del evangelio, por los soldados en la guerra, por los expuestos a los peligros del mar, por los judíos, y no sé por qué más. Parece que no tienen un sentido de la gravedad de sus pecados, que necesitaron de tal sacrificio como el de Cristo para expiarlos. No hay una pasada profunda del arado por sus conciencias, ningún dolor por su dureza de corazón. Por mi parte, veo bueno que haya lágrimas de contrición en las mejillas de un pecador arrepentido, y que se oiga el clamor contrito del pródigo al volver al Padre. Creo que Dios también lo valora.

Dios gusta de oír el clamor contrito,
Gusta de ver el ojo humedecido,
Leer el profundo suspiro del espíritu.

Pero es verdadero el dicho de que «las aguas mansas son profundas». A menudo los que más sienten son los más parcos en expresar sus sentimientos. Pero uno espera que haya alguna indicación de un estado quebrantado y contrito del alma, y alguna conciencia de la gravedad y maldad del pecado.

¿Por qué vemos tan pocas conversiones hoy en día, en comparación con lo que leemos de tiempos pasados?

Esto puede atribuirse a más de una sola causa. Quizá se deba no en poca medida a que en muchos sectores ya no se considere que la conversión es necesaria. Se pronuncian sermones sin mencionarla para nada. Se exhorta a la gente a «seguir a Cristo» y a «andar en Sus pasos» sin decir que para ello les es necesaria la conversión.

Sin duda, otra causa es la lamentable frialdad e indiferencia entre nosotros los cristianos evangélicos, que creemos en la necesidad de la conversión.

Cuando David se apartó del Señor, dejó de ejercer influencia para bien sobre los demás. En el Salmo 51 le vemos arrepentido. Escuchemos sus palabras. «Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti». Mientras el corazón de David estuvo frío hubo escasez de conversiones. La restauración de su gozo sería el medio de bendición para otros además de para él mismo. Habría pecadores que se convertirían. Hermanos, no tendríamos que lamentar la escasez de conversiones si tan solo nuestros corazones fuesen más cálidos y respondieran mejor al gran amor de Dios.

Si alguien dice: «Quiero ser convertido, pero no sé como lograrlo», ¿qué le aconsejaría?

Lo dirigiría a Hechos 3:19: «Arrepentíos y convertíos». Le apremiaría a que se volviera al Salvador con verdadero arrepentimiento. También le leería Hechos 16:31: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Un pecador arrepentido que verdaderamente cree en Jesús y confía en Él para salvación, se ha convertido. Se ha vuelto de sus pecados al Señor.

Nuestro diálogo ha concluido. Ahora me toca a hacer una pregunta, y quiero que cada uno aquí la conteste honradamente, como en presencia de Dios.

¿Estás TÚ convertido?

Mi ferviente deseo es que busques una entrevista personal con el Salvador. Reconoce tu culpa. No presentes excusas. No retengas nada. Luego confíate a Él. Él te salvará y te bendecirá. Luego podrás decir: «Gracias, Dios, estoy convertido».


Doce Diálogos Bíblicos -

Harold P. Barker y otros.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
© Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados.

SEDIN-Servicio Evangélico
Apartat 2002
08200 SABADELL
(Barcelona) ESPAÑA
Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota.


 

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