Doce Diálogos Bíblicos

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Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas Básicas

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Harold P. Barker, con O. Lambert, C. A. Miller, P. Brown,
S. W. Royes, W. E. Powell, E. D. Kinkead, E. C Mais,




    Temas

Número 6

Tema: EL PERDÓN DE LOS PECADOS


Preguntas por
E. D. Kinkead; Respuestas por H. P. Barker


COMO introducción al tema que nos ocupa, leeré un versículo de las Escrituras: «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7).

Este pasaje muestra muy claramente que hay algunos que podían decir, y a los que Pablo les alentaba a decir: «tenemos el perdón de pecados».

Sin duda alguna hay muchos que están acostumbrados a repetir, domingo tras domingo, las palabras: «Creo en el perdón de los pecados». Por la gracia de Dios, algunos de nosotros podemos ir más allá y decir: «Creo en el perdón de mis propios pecados.» ¿Puedes tú decir esto? Si no, te ruego que prestes gran atención al tema que vamos a considerar.

¿Debe el pecador cargar todos sus pecados sobre Jesús para poder ser perdonado?

Ninguno de nosotros podría recordar todos nuestros pecados. Cuando examinamos el panorama de nuestras vidas pasadas, no cabe duda que hay algunos pecados que se levantan como promontorios, y el recuerdo de los mismos permanecerá con nosotros hasta nuestra última hora en la tierra. Pero multitudes de nuestros pecados, pecados veniales según algunos los designarían, han quedado olvidados. Sin embargo, cada uno de ellos exige la expiación, se debe responder de cada uno de ellos. La obra de Cristo es suficiente para responder por todos ellos, pero si, antes de recibir el beneficio de aquella obra, tuviéramos que tomar nuestros pecados y cargarlos sobre Jesús, estaríamos en un verdadero apuro. El pensamiento de nuestros pecados olvidados estaría siempre acosándonos. «¿Qué haremos acerca de ellos?» sería una pregunta que nos privaría de nuestra paz.

Pero hay otra razón por la que nunca podríamos cargar nuestros pecados sobre Jesús, y es que Jesús está ahora en la gloria. ¿Crees que Él puede cargar sobre Sí ningunos pecados donde Él está? Nada que contamine entrará jamás allá. ¿Cómo pues puede un pecador cargar sus contaminantes pecados sobre Jesús, el Señor exaltado y coronado en gloria? ¡Imposible!

El tiempo para cargar los pecados fue cuando Él estuvo clavado en la cruz. Y fíjate en esto: Si tus pecados no fueron cargados entonces sobre Jesús, nunca lo serán. Ahora bien, es cosa cierta que tú no hubieras podido cargar tus pecados sobre Él en el Calvario. Tú no existías entonces. La verdad es que Dios cargó sobre Él el pecado de todos nosotros. «Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.»

¿Qué debe hacer el pecador para demostrar que es digno de ser perdonado?

Un pecador nunca podría hacer nada para demostrar que es digno de ningún perdón. La base sobre la que Dios perdona pecadores no es que ellos sean dignos de tal perdón, ni nada que ellos puedan hacer o ser. Es totalmente por causa de Cristo, y debido a lo que Él ha hecho. Esto se verá expresado con toda claridad en Efesios 4:32: «Dios también os perdonó a vosotros en Cristo». Igualmente en 1 Juan 2:12, «vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre».

Supongamos que una persona con buena disposición da un cheque a un pobre, y le dice que lo presente para su pago en una determinada sucursal bancaria. Mientras se dirige hacia allí comienza a sentir desconfianza acerca de si le darán el dinero o no. Está vestido de harapos, su pobreza es evidente, y su nombre es totalmente desconocido. Si embargo, haciendo acopio de valor, acude al mostrador y presenta el cheque. El cajero lo toma y mira atentamente—¿qué? ¿Mira acaso a los harapos del hombre? No, sino que mira el nombre en el cheque. Es el de uno de los mejores clientes del banco. Debido a este nombre el cajero entrega el dinero sin hacer una sola pregunta al portador.

Esto es lo que sucede con el pecador que acude a Dios mediante el Señor Jesucristo. Dios no toma en cuenta si el pecador es digno o indigno. No hace ninguna diferencia que el solicitante de la bendición tenga una buena reputación de honradez y respetabilidad, o que sea conocido como un malvado rechazado por todos. Puede que su nombre esté inscrito en el registro de miembros de una iglesia de renombre, o que esté en los ficheros de la policía judicial. Dios no hace diferencias en Su trato al pecador que regresa debido a circunstancias de esta clase. Lo que Él mira es el nombre que el pecador trae como su único alegato. Si es el precioso nombre de Jesús, no hay bendición tan grande que Dios no dé a quien la busque. En el acto perdonará los pecados de toda una vida por causa de este nombre.

Cuando un pecador confía en Cristo, ¿recibe el perdón de todos sus pecados, o solo de sus pecados pasados?

Supongo que es solo natural para la gente contemplar sus pecados como pasados, presentes y futuros, pero es seguro que Dios no los divide así. Él ve nuestra vida, desde sus primeros momentos hasta nuestra última hora en la tierra, extendida delante de Él. Nuestros pecados, los olvidados ya de hace mucho tiempo, y los no todavía cometidos—Él los ve como un todo, como una serie de acciones, palabras y pensamientos de maldad.

Más todavía: Él no solo ve nuestros pecados así, como un todo, sino que los vio así hace diecinueve siglos. Todos nuestros pecados eran futuros entonces, pero Dios los vio todos, y los cargó todos sobre Cristo. Si hay un solo pecado que hayas cometido o que puedas aun cometer, y que no fue cargado sobre Cristo, este pecado debe quedar para siempre sin expiación, y no puede haber cielo para ti. Gracias a Dios, el creyente tiene razón para saber que cada pecado de su vida fue cargado por su Salvador en el Calvario, y que como consecuencia necesaria cada pecado de su vida, desde la cuna hasta la tumba, quedó borrado cuando confió en Cristo. Como hijo de Dios, puede que cometa pecados, y tendrá necesidad de recibir perdón de su Padre por los mismos. Pero nunca más tendrá que acercarse a Dios como quien necesita perdón como un criminal culpable bajo la sentencia de condenación eterna.

¿Es correcto que alguien ore por el perdón de los pecados?

Entiendo que su pregunta no es si jamás fue correcto, sino si es correcto en la actualidad que se ore por perdón.

Alguien ha dicho que las Escrituras son tan elocuentes en aquello que omiten como en aquello que revelan. Desde luego que debemos contar entre sus omisiones cualquier instrucción para orar pidiendo perdón desde que la obra de expiación de Cristo quedó cumplida. Encontramos muchas referencias que muestran que el perdón de los pecados era cosa conocida por los primeros cristianos, y que se había dado provisión en el caso de cristianos que pecasen, pero buscamos en vano por cualquier exhortación a orar por esta gran bendición.

¿Cómo podemos orar por algo que ya tenemos? ¿No sería una oración así la oración de la incredulidad? Si como cristianos pecamos, se nos da la seguridad del perdón si confesamos nuestros pecados; no si oramos pidiendo perdón. Hay una gran diferencia entre confesar nuestros pecados y orar por el perdón, y hablaremos más de esto.

Con respecto a los pecadores no salvos, la cuestión es evidentemente diferente. Pero incluso a los tales nunca se les instruye que oren pidiendo el perdón. Dios se revela como Aquel que lo ofrece a todos gratuitamente por medio de Cristo (Hechos 13:38), y se exhorta a los pecadores a que lo reciban.

Al decir que no se instruye a nadie que ore por el perdón, no olvido que el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar «Perdona nuestras deudas»; pero esto fue antes que se cumpliese la obra de la expiación. Aquellos a los que se enseñó esta oración no estaban en la posición en que estamos nosotros, que vivimos con posterioridad al cumplimiento de aquella magna obra. Aunque ellos tuvieron el privilegio de acompañar al Señor Jesús sobre la tierra, estaban en la posición de los creyentes del Antiguo Testamento hasta que Él murió y resucitó, y el Espíritu Santo acudió para tomar Su residencia aquí. Desde aquel tiempo, no se enseña a nadie a orar en aquella forma que era correcta y apropiada antes.

¿Necesitamos ser perdonados más de una vez?

Supongo que en esta pregunta se refiere usted a los creyentes. Sí, necesitamos el perdón, tantas veces como pecamos. Ya hemos visto que el perdón de los pecados que acompaña a la salvación (véase Lucas 1:77) se recibe una vez por todas. Esta es una bendición que poseemos para siempre. Pero si nosotros, los hijos de Dios, cometemos pecado, nuestra comunión con Él queda interrumpida, y se precisa del perdón, que lleva a la restauración de esta comunión. ¡Y Dios, nuestro Padre, está muy dispuesto a conceder este perdón! Si a nosotros se nos exhorta perdonar a un hermano que haya pecado contra nosotros hasta setenta veces siete, podemos estar seguros de que Él nunca se cansará de perdonarnos hasta setenta mil veces siete.

¿Acaso el hecho de que Dios esté tan dispuesto a perdonar no alentará a la negligencia respecto al pecado?

Si se comprende correctamente, tendrá el efecto exactamente opuesto. Un versículo en el Salmo 130 da una respuesta a esta pregunta: «En ti hay perdón, para que seas reverenciado». Observemos bien estas palabras: «para que seas reverenciado». La gracia perdonadora con la que siempre se recibe la confesión contrita del que ha errado, produce en el alma del perdonado un sentimiento tal de la bondad de Dios, y con ello una conciencia tal de la gravedad del pecado, que teme volver a contristar a un Dios tan amante, paciente y lleno de gracia. Este temor no es el temor que tiene tormento. Es un temor piadoso y sano a pecar. Sin duda que el temor al castigo actúa a menudo como freno sobre los hombres. Pero, ¡qué mejor es cuando se produce un temor al pecado! Y este es el resultado de la gracia perdonadora de nuestro Dios. Hace que sea una delicia andar en Su temor y buscar agradarle en palabra y obra.

¿Qué deberían hacer los cristianos cuando pecan?

Esta pregunta puede responderse con las mismas palabras de las Escrituras: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).

Observemos que no dice: «Si pedimos perdón». Es fácil decir, «Oh Dios, te ruego que me perdones por causa de Jesús», pero confesar el pecado cometido es algo más profundo. Significa que tenemos que derramar la historia de nuestro pecado a oídos de Dios; que tenemos que decir: «Oh, mi Dios y Padre, te he deshonrado mintiendo», o bien, «Oh, mi Dios y Padre, he vuelto a dar paso a mi malvado mal temperamento». Sea cual fuere el pecado en particular, tenemos que confesarlo en verdadero juicio propio. Con ello, recibimos el perdón de Dios en gracia.

Me permito ahora dar una palabra de consejo a mis amados jóvenes hermanos en la fe. Mantened cuentas cortas con Dios. No dejéis los pecados del día para incluirlos en una confesión general por la noche, sino que, tan pronto como os encontréis sorprendidos en una falta, confesadla. Si estás en un lugar donde no puedas estar a solas para arrodillarte, solo eleva tu corazón y di en silencio, «Padre, he pecado, he hecho esto y aquello». El perdón es el resultado seguro.

¿De qué depende nuestro perdón, como hijos de Dios?

De la abogacía del Señor Jesús. Naturalmente, Su obra expiatoria en la cruz es la base de toda nuestra bendición y es el fundamento sobre el que se logra nuestro perdón eterno. Pero Aquel que murió allí vive para siempre. Ya no como el que lleva el pecado, sino como Abogado de Su pueblo, Él vive en la gloria.

Esto es lo que aprendemos de 1 Juan 2:1: «si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo».

Tan pronto como un creyente peca, pasa a ser objeto de la especial preocupación de su bendito Abogado. Como resultado, es inducido a juzgarse por su pecado y a acudir a su Padre en humilde confesión. Como resultado adicional recibe el perdón, y queda purificado de toda iniquidad.

¡Cuán agradecidos deberíamos estar por los servicios de nuestro Abogado! Él es tan por nosotros en la gloria hoy como lo era cuando padecía como nuestro Sustituto en el Calvario, y Él nos mantiene en toda la eficacia permanente de Su maravillosa obra expiatoria. En Él está siempre ante la vista del Padre una base sobre la que Él puede perdonarnos, y cuando confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para con Cristo al perdonarlos.

¿Es lo mismo «purificar de toda iniquidad» que el perdón de nuestros pecados?

Creo que es algo adicional. Un padre dice a su niño que no salga a jugar al jardín. El niño desobedece la prohibición y sale, cae en el fango, y se mancha la ropa. Este niño tiene ahora necesidad de dos cosas. Necesita perdón porque ha sido desobediente, y necesita purificación porque está sucio.

Si de veras siente su desobediencia, y la confiesa, su padre le perdona en el acto. Pero el proceso de purificación toma más tiempo. Demanda la aplicación de jabón y agua.

Esto es precisamente lo que sucede con el creyente. Cuando peca, no es solo desobediente, sino que queda manchado. Al confesar, queda perdonado en el acto, pero antes que su comunión con Dios pueda quedar plenamente restaurada, tiene que quedar limpio de la contaminación que ha contraído. Esto es también un resultado de la abogacía de Cristo.

¿Cómo se realiza esta purificación?

Creo que en el Salmo 119:9 podemos ver los medios que emplea Dios.

«¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra». La Palabra de Dios es lo que tiene poder purificador para el creyente. Recordemos que ahora no estamos hablando de aquella purificación que recibimos cuando acudimos a Cristo como pecadores culpables. En aquella ocasión fuimos purificados de una manera muy diferente, con la preciosa sangre de Cristo. Pero como creyentes necesitamos el continuo lavamiento, no con sangre, sino del «agua por la palabra» (Efesios 5:26).

Alguna preciosa porción de la Palabra de Dios se aplica con poder al alma, y una vez más podemos contemplar con gozo el rostro de nuestro Padre. No se trata de que dudásemos de Él; siempre sabíamos que Él es nuestro Padre, y que al confesar nuestro pecado habíamos recibido Su perdón. Pero, con todo, había una sensación de intranquilidad—una sensación de distancia. La aplicación de la Palabra elimina esto, y la comunión queda plenamente restaurada.

¿A qué se debe que tantos del amado pueblo de Dios vivan sin la certidumbre de haber sido perdonados para siempre?

Supongo que se debe a que no ven que todos sus pecados fueron cargados sobre Jesús, y que Dios es demasiado justo para jamás cargar sobre ellos los pecados con los que cargó al Sustituto de ellos. Y a que ellos no reposan con una simple fe en las preciosas declaraciones de la Palabra de Dios como las que ya hemos mencionado, como que «Dios … os perdonó a vosotros en Cristo».

Parece que muchos están convencidos de que su perdón está de alguna manera relacionado con que ellos sean dignos del mismo, y al encontrarse a sí mismos llenos de indignidad, vacilan acerca de situarse entre los perdonados y salvados. Para los tales, las benditas palabras del Señor Jesús están llenas de consolación: «Tus pecados te son perdonados. … Tu fe te ha salvado, ve en paz» (Lucas 7:48, 50).

Si Jesús murió por todos, y llevó los pecados de todos, ¿no sigue de ello que todos han de ser perdonados y salvados?

Cuando decimos que Jesús «murió por todos», estamos usando las mismas palabras de la Biblia (véase 2 Corintios 5:15). Pero si decimos que Él llevó los pecados de todos, estamos traspasando los límites de las Escrituras.

Es una bendita verdad que Jesús murió por todos. Él murió para abrir el camino al cielo para «todo el que quiera». Su muerte ha proporcionado una base desde la que Dios puede en justicia llamar a todos en gracia, y ofrecer la salvación a todos.

Pero no podemos decir a cada uno con quien hablamos, «Cristo llevó tus pecados en la cruz». Aquellos cuyos pecados Cristo llevó no tendrán que llevarlos ellos mismos, jamás. Pero muchos llevarán sus propios pecados para siempre en el infierno.

La verdad es que en tanto que Cristo pagó un precio infinito, suficiente y sobreabundante para todos, Él fue solo el Sustituto de aquellos que creen. Podemos decir que Él «llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pedro 2:24).

Es desde luego un resultado necesario de que Cristo llevase nuestros pecados que hemos sido perdonados y salvados, pero esto es de aplicación solo a los que creen.

¡Quiera Dios conceder que todos aquí crean en el Señor Jesucristo y reciban la remisión de sus pecados!


Doce Diálogos Bíblicos -

Harold P. Barker y otros.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
© Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados.

SEDIN-Servicio Evangélico
Apartat 2002
08200 SABADELL
(Barcelona) ESPAÑA
Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota.


 

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