Doce Diálogos Bíblicos ___________ Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas Básicas___________
Harold P. Barker, con O.
Lambert, C. A.
Miller, P. Brown, |
Temas
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Preguntas por E. D. Kinkead; Respuestas por H. P. Barker COMO
introducción al tema
que
nos ocupa, leeré un versículo de las Escrituras:
«En quien tenemos redención
por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de
su gracia» (Efesios
1:7). Este
pasaje muestra muy
claramente que hay algunos que podían decir, y a los que Pablo
les alentaba a
decir: «tenemos el perdón de pecados». Sin
duda alguna hay muchos que
están acostumbrados a repetir, domingo tras domingo, las
palabras: «Creo en el
perdón de los pecados». Por la gracia de Dios, algunos de
nosotros podemos ir más
allá y decir: «Creo en el perdón de mis
propios
pecados.» ¿Puedes tú decir esto? Si no,
te ruego que prestes gran
atención al tema que vamos a considerar. ¿Debe el pecador
cargar todos sus pecados sobre Jesús para
poder ser perdonado? Ninguno
de nosotros podría
recordar todos nuestros pecados.
Cuando examinamos el panorama de nuestras vidas pasadas, no cabe duda
que hay
algunos pecados que se levantan como promontorios, y el recuerdo de los
mismos
permanecerá con nosotros hasta nuestra última hora en Pero
hay otra razón por la
que
nunca podríamos cargar nuestros pecados sobre Jesús, y es
que Jesús está ahora en la gloria.
¿Crees
que Él puede cargar sobre Sí ningunos pecados donde
Él está? Nada que contamine
entrará jamás allá. ¿Cómo pues puede
un pecador cargar sus contaminantes
pecados sobre Jesús, el Señor exaltado y coronado en
gloria? ¡Imposible! El
tiempo para cargar los
pecados fue cuando Él estuvo clavado en ¿Qué debe
hacer
el pecador para demostrar que es digno de ser perdonado? Un
pecador nunca podría
hacer
nada para demostrar que es digno de ningún perdón. La
base sobre Supongamos
que una persona con
buena disposición da un cheque a un pobre, y le dice que lo
presente para su
pago en una determinada sucursal bancaria. Mientras se dirige hacia
allí
comienza a sentir desconfianza acerca de si le darán el dinero o
no. Está
vestido de harapos, su pobreza es evidente, y su nombre es totalmente
desconocido. Si embargo, haciendo acopio de valor, acude al mostrador y
presenta el cheque. El cajero lo toma y mira
atentamente—¿qué? ¿Mira acaso a
los harapos del hombre? No, sino que mira el
nombre en el cheque. Es el de uno de los mejores clientes del
banco. Debido a este nombre el cajero entrega
el dinero sin hacer una sola pregunta al portador. Esto
es lo que sucede con el
pecador que acude a Dios mediante el Señor Jesucristo. Dios no
toma en cuenta
si el pecador es digno o indigno. No hace ninguna diferencia que el
solicitante
de la bendición tenga una buena reputación de honradez y
respetabilidad, o que
sea conocido como un malvado rechazado por todos. Puede que su nombre
esté
inscrito en el registro de miembros de una iglesia de renombre, o que
esté en
los ficheros de la policía judicial. Dios no hace diferencias en
Su trato al
pecador que regresa debido a circunstancias de esta clase. Lo que
Él mira es el
nombre que el pecador trae como su único alegato. Si es el
precioso nombre de Jesús, no hay
bendición tan grande que
Dios no dé a quien Cuando un pecador confía en Cristo, ¿recibe el perdón de todos sus pecados, o solo de sus pecados pasados? Supongo
que es solo natural para
la gente contemplar sus pecados como pasados, presentes y futuros, pero
es
seguro que Dios no los divide así. Él ve nuestra vida,
desde sus primeros
momentos hasta nuestra última hora en la tierra, extendida
delante de Él.
Nuestros pecados, los olvidados ya de hace mucho tiempo, y los no
todavía
cometidos—Él los ve como un todo, como una serie de acciones,
palabras y
pensamientos de maldad. Más
todavía:
Él no solo ve nuestros pecados así, como
un todo,
sino que los vio así hace diecinueve
siglos. Todos nuestros pecados eran futuros entonces, pero Dios los vio
todos,
y los cargó todos sobre Cristo. Si hay un solo pecado que hayas
cometido o que
puedas aun cometer, y que no fue cargado sobre Cristo, este pecado debe
quedar
para siempre sin expiación, y no puede haber cielo para ti.
Gracias a Dios, el
creyente tiene razón para saber que cada pecado de su vida fue
cargado por su
Salvador en el Calvario, y que como consecuencia necesaria cada
pecado
de su vida, desde la cuna hasta la tumba, quedó borrado
cuando confió en Cristo. Como hijo de Dios, puede que cometa
pecados, y
tendrá necesidad de recibir perdón de su Padre por los
mismos. Pero nunca más
tendrá que acercarse a Dios como quien necesita perdón
como un criminal
culpable bajo la sentencia de condenación eterna. ¿Es correcto que
alguien ore por el perdón de los pecados? Entiendo que su pregunta no es si jamás fue correcto, sino si es correcto en la actualidad que se ore por perdón. Alguien
ha dicho que las
Escrituras son tan elocuentes en aquello que omiten como en aquello que
revelan. Desde luego que debemos contar entre sus omisiones cualquier
instrucción para orar pidiendo perdón desde que la obra
de expiación de Cristo
quedó cumplida. Encontramos muchas referencias que muestran que
el perdón de
los pecados era cosa conocida por los primeros cristianos, y que se
había dado
provisión en el caso de cristianos que pecasen, pero buscamos en
vano por
cualquier exhortación a orar por esta gran bendición. ¿Cómo
podemos orar
por algo
que ya tenemos? ¿No sería una oración así
la oración de la incredulidad? Si
como cristianos pecamos, se nos da la seguridad del perdón si confesamos nuestros pecados; no si
oramos pidiendo perdón. Hay una gran diferencia entre confesar
nuestros pecados
y orar por el perdón, y hablaremos más de esto. Con
respecto a los pecadores
no salvos, la cuestión es evidentemente diferente. Pero incluso
a los tales
nunca se les instruye que oren pidiendo el perdón. Dios se
revela como Aquel
que lo ofrece a todos gratuitamente por medio de Cristo (Hechos 13:38),
y se exhorta
a los pecadores a que lo reciban. Al
decir que no se instruye a
nadie que ore por el perdón, no olvido que el Señor
Jesús enseñó a Sus
discípulos a orar «Perdona nuestras deudas»; pero
esto fue antes que se
cumpliese la obra de ¿Necesitamos ser
perdonados más de una vez? Supongo
que en esta pregunta
se refiere usted a los creyentes. Sí, necesitamos el
perdón, tantas veces como
pecamos. Ya hemos visto que el perdón de los pecados que
acompaña a la
salvación (véase Lucas 1:77) se recibe una vez por todas.
Esta es una bendición
que poseemos para siempre. Pero si nosotros, los hijos de Dios,
cometemos
pecado, nuestra comunión con Él queda interrumpida, y se
precisa del perdón,
que lleva a la restauración de esta comunión. ¡Y
Dios, nuestro Padre, está muy dispuesto
a conceder este perdón! Si a nosotros
se nos exhorta perdonar a un hermano que haya pecado contra nosotros
hasta
setenta veces siete, podemos estar seguros de que Él
nunca se cansará de perdonarnos hasta setenta mil veces siete. ¿Acaso el hecho de
que Dios esté tan dispuesto a perdonar no alentará a la
negligencia respecto al
pecado? Si
se comprende correctamente,
tendrá el efecto exactamente opuesto. Un versículo en el
Salmo 130 da una
respuesta a esta pregunta: «En ti hay perdón, para que
seas reverenciado».
Observemos bien estas palabras: «para que
seas reverenciado». La gracia perdonadora con la que siempre
se recibe la
confesión contrita del que ha errado, produce en el alma del
perdonado un
sentimiento tal de la bondad de Dios, y con ello una conciencia tal de
la
gravedad del pecado, que teme volver
a contristar a un Dios tan amante, paciente y lleno de gracia. Este
temor no es
el temor que tiene tormento. Es un temor piadoso y sano a pecar. Sin
duda que
el temor al castigo actúa a menudo
como freno sobre los hombres. Pero, ¡qué mejor es cuando
se produce un temor al pecado! Y este es el resultado
de la
gracia perdonadora de nuestro Dios. Hace que sea una delicia andar en
Su temor
y buscar agradarle en palabra y obra. ¿Qué
deberían
hacer los cristianos cuando pecan? Esta pregunta puede responderse con las mismas palabras de las Escrituras: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Observemos
que no dice: «Si
pedimos
perdón». Es fácil decir, «Oh Dios, te ruego
que me perdones por causa de
Jesús», pero confesar el pecado cometido es algo
más profundo. Significa que
tenemos que derramar la historia de nuestro pecado a oídos de
Dios; que tenemos
que decir: «Oh, mi Dios y Padre, te he deshonrado
mintiendo», o bien, «Oh, mi
Dios y Padre, he vuelto a dar paso a mi malvado mal
temperamento». Sea cual
fuere el pecado en particular, tenemos que confesarlo en verdadero
juicio
propio. Con ello, recibimos el perdón de Dios en gracia. Me
permito ahora dar una
palabra de consejo a mis amados jóvenes hermanos en ¿De qué
depende
nuestro perdón, como hijos de Dios? De
la abogacía del
Señor Jesús.
Naturalmente, Su obra expiatoria en la cruz es la base de toda nuestra
bendición y es el fundamento sobre el que se logra nuestro
perdón eterno. Pero
Aquel que murió allí vive para siempre. Ya no como el que
lleva el pecado, sino
como Abogado de Su pueblo, Él vive en la gloria. Esto
es lo que aprendemos de
1 Juan
2:1: «si alguno hubiere pecado, abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo». Tan
pronto como un creyente
peca, pasa a ser objeto de la especial preocupación de su
bendito Abogado. Como
resultado, es inducido a juzgarse por su pecado y a acudir a su Padre
en
humilde confesión. Como resultado adicional recibe el
perdón, y queda
purificado de toda iniquidad. ¡Cuán
agradecidos
deberíamos
estar por los servicios de nuestro Abogado! Él es tan por
nosotros en la gloria
hoy como lo era cuando padecía como nuestro Sustituto en el
Calvario, y Él nos
mantiene en toda la eficacia permanente de Su maravillosa obra
expiatoria. En Él está siempre ante la
vista del Padre
una base sobre la que Él puede perdonarnos, y cuando confesamos
nuestros
pecados, Él es fiel y justo para con
Cristo al perdonarlos. ¿Es lo mismo
«purificar
de toda iniquidad» que el perdón de nuestros pecados? Creo
que es algo adicional. Un
padre dice a su niño que no salga a jugar al jardín. El
niño desobedece la
prohibición y sale, cae en el fango, y se mancha Si
de veras siente su
desobediencia, y la confiesa, su padre le perdona en el acto. Pero el
proceso
de purificación toma más tiempo. Demanda la
aplicación de jabón y agua. Esto
es precisamente lo que
sucede con el creyente. Cuando peca, no es solo desobediente, sino que
queda
manchado. Al confesar, queda perdonado en el acto, pero antes que su
comunión
con Dios pueda quedar plenamente restaurada, tiene que quedar limpio de
la
contaminación que ha contraído. Esto es también un
resultado de la abogacía de
Cristo. ¿Cómo se
realiza
esta purificación? Creo
que en el Salmo 119:9
podemos ver los medios que emplea Dios. «¿Con
qué
limpiará el joven su
camino? Con guardar tu palabra». La
Palabra de Dios es lo que tiene poder purificador para el creyente.
Recordemos
que ahora no estamos hablando de aquella purificación que
recibimos cuando
acudimos a Cristo como pecadores culpables. En aquella ocasión
fuimos
purificados de una manera muy diferente, con la preciosa sangre de
Cristo. Pero
como creyentes necesitamos el continuo lavamiento, no con sangre, sino
del
«agua por la palabra» (Efesios 5:26). Alguna
preciosa porción de
la
Palabra de Dios se aplica con poder al alma, y una vez más
podemos contemplar
con gozo el rostro de nuestro Padre. No se trata de que
dudásemos de Él;
siempre sabíamos que Él es nuestro Padre, y que al
confesar nuestro pecado
habíamos recibido Su perdón. Pero, con todo, había
una sensación de
intranquilidad—una sensación de distancia. La aplicación
de la Palabra elimina
esto, y la comunión queda plenamente restaurada. ¿A qué se debe
que tantos del amado pueblo de Dios vivan sin la certidumbre de haber
sido
perdonados para siempre? Supongo
que se debe a que no
ven que todos sus pecados fueron cargados sobre Jesús, y que
Dios es demasiado
justo para jamás cargar sobre ellos
los pecados con los que cargó al Sustituto de ellos. Y a que
ellos no reposan
con una simple fe en las preciosas declaraciones de la Palabra de Dios
como las
que ya hemos mencionado, como que «Dios … os perdonó a
vosotros en Cristo». Parece
que muchos están
convencidos de que su perdón está de alguna manera
relacionado con que ellos
sean dignos del mismo, y al encontrarse a sí mismos llenos de
indignidad,
vacilan acerca de situarse entre los perdonados y salvados. Para los
tales, las
benditas palabras del Señor Jesús están llenas de
consolación: «Tus pecados te
son perdonados. … Tu fe te ha salvado, ve en paz» (Lucas 7:48,
50). Si Jesús murió
por todos, y llevó los pecados de todos,
¿no sigue de ello que todos han de ser perdonados y salvados? Cuando
decimos que Jesús
«murió por todos», estamos usando las mismas
palabras de la Biblia (véase
2 Corintios 5:15). Pero si decimos que Él llevó los
pecados de todos,
estamos traspasando los límites de las Escrituras. Es
una bendita verdad que
Jesús murió por todos. Él murió para abrir
el camino al cielo para «todo el que
quiera». Su muerte ha proporcionado una base desde Pero
no podemos decir a cada
uno con quien hablamos, «Cristo llevó tus pecados en la
cruz». Aquellos cuyos
pecados Cristo llevó no tendrán que llevarlos ellos
mismos, jamás. Pero muchos llevarán sus
propios pecados para
siempre en el infierno. La
verdad es que en tanto que
Cristo pagó un precio infinito, suficiente y sobreabundante para
todos, Él fue solo el Sustituto de
aquellos que creen. Podemos decir que Él «llevó
él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero» (1 Pedro 2:24). Es
desde luego un resultado
necesario de que Cristo llevase nuestros pecados que hemos sido
perdonados y
salvados, pero esto es de aplicación solo a los que creen. ¡Quiera
Dios conceder que
todos aquí crean en el Señor Jesucristo y reciban la
remisión de sus pecados! Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. SEDIN-Servicio
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