Doce Diálogos Bíblicos ___________ Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas Básicas___________
Harold P. Barker, con O.
Lambert, C. A.
Miller, P. Brown, |
Temas
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Preguntas por P. Brown; Respuestas por H. P. Barker A
VECES, al buscar una
definición correcta, se pierde el significado de Recuerdo
mencionar la visita
que hizo un predicador del evangelio a cierto hombre. «Solo
tengo un mensaje para
usted,» le dijo, «y es que tiene que arrepentirse». «¿Y
qué es
arrepentimiento?» preguntó
su interlocutor. «Bien,»
respondió
el
predicador, «cuando piensa en su vida llena de culpas y en que
inevitablemente
ha de encontrarse con Dios en breve, si
no sabe lo que es el arrepentimiento, ¡no se lo puedo explicar!» Con
todo, trataré de
clarificar su significado. Resumiendo, este término significa un
cambio de
mente, pero se trata de un cambio de mente que afecta al ser moral del
hombre
hasta lo más profundo de su ser. Es un cambio de mente que le
hace apartarse de
sus pecados con repulsión, y que lo lleva a aborrecerse por
haberlos cometido.
Así, un pecador arrepentido se pone del
lado de Dios y contra sí mismo. Supongamos que
alguien no haya cometido ningún pecado muy terrible, ¿hay
alguna necesidad de
arrepentimiento en su caso? Antes
de hablar de lo que
sería
adecuado para tal hombre, ¡encuéntrenlo! Lo cierto es que
todos los pecados son
terribles a los ojos de Dios, y que no hay una sola persona que no haya
pecado.
Por tanto, la necesidad de arrepentimiento es universal. Dios
«ahora
manda a
todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hch. 17:30). Supongo que difícilmente podríamos encontrar a alguien más libre de los más virulentos excesos de pecado que Job. Dios mismo dio testimonio de que «no hay otro como él en la tierra,» y de que era un «varón perfecto y recto» (esto es, en su conducta externa), «temeroso de Dios y apartado del mal». Si
se pudiera suponer de
alguien que no necesitase arrepentimiento, desde luego que este era
Job. Él
podía decir de sí mismo con verdad: «Me
vestía de
justicia, y ella me cubría; como
manto y diadema era mi rectitud. Yo era ojos al ciego, y pies al cojo. A los menesterosos era padre» (Job
29:14-16). ¡Hombre
amado, noble,
bondadoso y caritativo! ¿Acaso necesitaba él
arrepentirse? Dejemos que responda
por sí mismo. Mientras se refería a su vida y
carácter externos, podía con
razón afirmar su preeminencia en bondad, pero cuando contempla
su estado y
condición ante Dios, oigamos sus palabras: «He aquí
que
yo soy vil. … mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco,
y me arrepiento en polvo y ceniza»
(Job 40:4; 42:5, 6). A veces oímos del
«arrepentimiento en el lecho de la muerte».
¿Qué se
quiere decir con esta
expresión? Los
hay que viven toda su vida
descuidada y sin Cristo. Si se les apremia la importancia del bienestar
de sus
almas, dicen que ya considerarán el asunto «algún
día», y con ello lo van
postergando una y otra vez, y siguen con sus pecados y con sus
placeres. Al
final, cuando se encuentran al borde del sepulcro, se sienten alarmados
y
comienzan a clamar a Dios que tenga misericordia de ellos, y hacen
profesión de
fe en Cristo. Esto, supongo, es lo que se conoce como
«arrepentimiento
de lecho
de muerte». Pero
los arrepentimientos de
lecho de muerte son algo muy poco satisfactorio. Lejos de mí
negar que uno,
incluso en el ocaso de su vida, si de verdad se vuelve al Salvador y
pone su
confianza en Su preciosa sangre, encontrará misericordia. La
gracia de Dios es
infinita, y no me cabe ninguna duda de que muchos estarán en el
cielo que
fueron salvos en su lecho de muerte. Pero
en muchos casos ha habido
personas que creían que estaban muriendo, que profesaron
arrepentimiento, y que
se han recuperado. Con la restauración de la salud vino de nuevo
el amor al
pecado. Sus impresiones se desvanecieron, su alarma se calmó, y
su pretendido
arrepentimiento resultó irreal, el mero resultado del terror al
pensar en la
muerte. Es
fácil ver cuán
grande es la
insensatez de dejar el arrepentimiento para la hora de Además,
¿no parece
cosa muy
mezquina dedicar los mejores años al servicio del pecado y del
yo, y luego,
cuando faltan las fuerzas y la vida se apaga, volverse a Dios porque
uno ya no
puede seguir en sus propios caminos? ¿Qué
diferencia
hay entre arrepentimiento y remordimiento? En
el remordimiento no hay un
verdadero aborrecimiento por el pecado. Uno puede estar lleno de
remordimiento
por algo que ha hecho sin sentir demasiado dolor por el pecado mismo.
En tal
caso el alma se vuelve sobre sí misma en amargura. No se acude a
Dios con
juicio propio. Judas se sintió lleno de remordimiento por su sórdida traición cuando contempló su terrible resultado. Pero no hubo un verdadero arrepentimiento, un apartarse del pecado y del yo para volverse a Dios. En la amargura de su alma, se fue y se colgó. El
alma verdaderamente
arrepentida queda afectada por el amor y la bondad de Dios. No se hunde
en la
negrura de la desesperación, sino que se da cuenta de que, a
pesar de su
terrible pecado y corrupción, tiene que aferrarse a Cristo. Lo
mismo que Pedro
en Lucas 5, el pecador verdaderamente arrepentido se da cuenta de su
indignidad
de que el Salvador se fije en él, y exclama,
«Apártate de
mí, Señor, porque soy
hombre pecador», y sin embargo, al mismo tiempo se arroja a los
pies de
Jesús. ¿Cómo
puede uno saber que se ha arrepentido
lo suficiente? Tengo
la fundada sospecha de
que cualquiera que haga esta pregunta está haciendo un Salvador
del
arrepentimiento. Quizá el tal crea que la sinceridad de su
arrepentimiento
inducirá a Dios a mostrarle Su gracia. Ahora bien, se debe
recalcar una y otra
vez que cuando Dios bendice a un pecador, ello no se debe a la
profundidad del
arrepentimiento del pecador, ni a la intensidad de su fe, sino a la obra expiatoria de Cristo en la cruz. El
arrepentimiento nunca es
tan profundo como debiera, pero si un pecador arrepentido se vuelve del
yo a
Cristo, entonces su arrepentimiento ha tomado la buena
dirección. No tiene que
ocuparse ya más con ello, sino que encontrará la paz y la
bendición al
confiarse a Cristo, y al descansar en Su obra consumada para
salvación. Si Dios no quiere
que nadie se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento,
¿por qué permite
que muchos mueran sin arrepentimiento? Dios
nunca fuerza Sus
bendiciones sobre los hombres, ni los trata como meras máquinas.
Él sacia el «alma sedienta». La oferta de
salvación del evangelio se da a
todos, y a todos
se manda que se arrepientan. Pero si alguien cierra los oídos
voluntariosamente, y da la espalda a la misericordia de Dios, no
podrá culpar a
nadie más que a él mismo si perece miserablemente en sus
pecados. Todo lo que
el amor divino podía dar le ha sido dado libremente; todo lo que
la justicia
divina demandaba ha sido aportado gratuitamente; todo lo que se
debía hacer ha
sido cumplido plenamente. ¿Qué más puede esperar
el hombre? ¿Qué
buscaría en
una persona que diga que se ha arrepentido? Esperaría
de tal persona
que «dé frutos dignos de arrepentimiento». Es
inútil que
nadie diga que se
arrepiente de sus pecados mientras persiste en los mismos. Un hombre
verdaderamente arrepentido no solo confiesa sus pecados, sino que los abandona (Pr. 28:13). Entre
otras señales de
verdadero arrepentimiento observaremos una buena disposición a
hacer
restitución a cualquiera que haya sido perjudicado. Vemos
esto en el caso de
Onésimo.
Onésimo había perjudicado a su amo, Filemón, al
huir. Después de su conversión
trata de hacer restitución, hasta donde pueda, volviendo
inmediatamente a su
amo. En Zaqueo tenemos otro ejemplo de esto. Cuando el Señor
Jesús respondió
con tanta gracia a su deseo de verle, y llevó la
salvación a su casa, Zaqueo
dijo: «si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado»
(Lc.
19:8). Este es un caso de dar frutos dignos de arrepentimiento. ¿Hay
alguien a quien hayas
perjudicado? ¿Alguien a quien hayas defraudado durante muchos
años con
prácticas astutas, y que nunca te haya descubierto?
¿Alguien a quien hayas
perjudicado con tu lengua, a quien hayas hecho daño mediante
calumnia y
maledicencia? ¿Existe tal persona? Entonces, no me digas que te
has arrepentido
hasta que estés dispuesto a hacer lo que esté en tu mano
para hacer
restitución. Una
señora que se
convirtió en
una de nuestras reuniones en la carpa había sido dependienta, en
sus años
jóvenes, en una tienda de tejidos. Se había comprado un
sombrero nuevo, y
necesitaba de una cinta para adornarlo. Como no tenía dinero
para ello, se
sintió tentada a sustraer como un metro de dicha cinta de la
tienda de su
patrón. Nadie se enteró; nunca echaron en falta la cinta. Cuando
aquella dama se
convirtió, recordó aquella circunstancia. Tomando la
pluma, escribió a la
encargada de la tienda en este sentido: «QUERIDA––––––,–––
Mientras
trabajaba de dependienta en la tienda del Sr. D. –––, siento decir que
sustraje
un metro de cinta rosa por un valor de –––. Ahora soy cristiana, por la
gracia
de Dios, por lo que incluyo esta cantidad en sellos de correo, y le
ruego que
acepte mi expresión de sincero pesar.» Esta
es la clase de actitud
que esperamos ver en cualquiera que profese arrepentimiento. Si alguien dice:
«Quisiera
arrepentirme, pero siento mi corazón sumamente duro, y no me
duelo por mis
pecados tanto como debiera», ¿cómo le
respondería? Le
diría que es bueno saber
que siente tanto la dureza de su corazón, y que se duele tanto
por no dolerse
como debiera. ¡Cuántas veces nos encontramos con personas
en este estado,
sintiéndolo porque no lo sienten más, doliéndose
porque no se duelen más! Pero
lo que encontramos en el fondo de todo esto es ocupación
con
el yo. Ahora bien, el Salvador nunca ha rechazado a
un pecador porque sus sentimientos acerca
del pecado no fuesen suficientemente intensos. Y tampoco un pecador
ha sido
recibido y salvado porque su corazón
estuviera suficientemente ablandado y su dolor fuera sincero. Si
hay alguno agitado porque
su corazón es tan duro, le diría, «la dureza de tu
corazón es otra razón por la
que debieras ir a Jesús en el acto. Él puede
ablandarlo».
Si tal persona
protesta que su dolor por el pecado no es suficientemente intenso, le
diría, «Mayor razón para que no pierdas el tiempo
en acudir al
Salvador. Confía en Él,
piensa en Su amor hasta la muerte por ti en aquella cruz, y si esto no
te hace
doler por tus pecados, tampoco lo conseguirá ningún
ensimismamiento en tu
propia condición». Cuando el
carcelero de Filipos preguntó: «¿Qué debo
hacer
para ser salvo?», ¿por qué
Pablo y Silas no le dijeron nada sobre que debía arrepentirse? Porque
el que hizo esta
pregunta era un pecador arrepentido. Observemos el cambio que
había tenido
lugar en aquel hombre en el lapso de unas pocas horas. De un hombre
brutal y
endurecido se había transformado en un indagador ansioso en pos
de la
salvación. ¿A qué se debía esta diferencia?
Indudablemente, al terror. Pero
había otra influencia operando, que parece haber tocado su
corazón y producido
una medida de arrepentimiento. ¿Qué influencia era esta? La bondad de Dios. Cuando,
en su
desesperación,
el carcelero estaba a punto de quitarse la vida, una fuerte voz
llegó a sus
oídos: «No te hagas ningún mal». Aquellas
palabras le
revelaron que había alguien que se preocupaba por
él.
El cuidado y la solicitud que Pablo y Silas mostraron por su cruel
carcelero
eran el eco del interés y amor del mismo Dios. Esto fue una
revelación de la bondad de Dios hacia el alma
de aquel
hombre, y lo quebrantó e hizo brotar de sus labios el clamor de
un pecador
arrepentido: «¿Qué debo hacer para ser
salvo?» El
arrepentimiento ya estaba
allí; todo lo que necesitaba entonces era que le
señalasen al Señor Jesucristo
como Aquel en quien podía confiar para salvación. Si alguien muere
no arrepentido, ¿habrá alguna posibilidad de que se
arrepienta después de la
muerte? Es
la bondad de Dios la que
lleva al arrepentimiento (Ro. 2:4). Cuando alguien muere en sus
pecados, sale
para siempre de la esfera en la que está activa la bondad de
Dios. Puede haber
remordimiento en la región de los perdidos, pero no
arrepentimiento. Al
contrario, el lloro y la lamentación van acompañados de
«crujir de dientes»,
cosa muy diferente del arrepentimiento. No hay nada en el infierno para
cambiar
el corazón del hombre. La Escritura muestra claramente que
«ahora es el día de
salvación». Es en
esta vida que quedan fijados nuestros destinos eternos. En
Lucas 16 se nos muestra que
el rico en el infierno desea que sus hermanos sean advertidos. Dice
él: «si
alguno fuere a ellos de entre los muertos, se
arrepentirán». Pero nunca dice nada como «me
arrepentiré». Los perdidos en el infierno se dan
cuenta de
que
su oportunidad para arrepentirse se ha desvanecido para siempre. Usted dice que es
la bondad de Dios la que guía a los hombres al arrepentimiento.
Pero, ¿nunca se
induce a los hombres al arrepentimiento mediante el temor? No
me cabe ninguna duda de que
el temor al juicio venidero ha sido el medio para despertar a muchos.
Algunos
de los siervos más ricamente bendecidos de Dios han visto a
cientos volverse
hacia Él mientras sacudían a sus oyentes con el tema del
infierno. Diferentes
personas quedan afectadas de diferentes formas. Algunos pueden ser
atraídos con
gentileza, otros tienen que ser empujados. Mientras que en el caso de
algunos
la «voz apacible y delicada» tiene más peso, otros
son
más movidos por el
retumbar del trueno y el estallido de ¿Qué significa
la
Escritura en 2 Corintios 7, que dice que «la tristeza que es
según Dios
produce arrepentimiento para salvación»? El
arrepentimiento y
la salvación a la que se hace referencia aquí son el
arrepentimiento y la
salvación de los cristianos. Los creyentes en Corinto
habían errado gravemente,
y el apóstol Pablo les había escrito una carta con una
fiel reprensión. Dicha
carta ( Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. SEDIN-Servicio
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