Doce Diálogos Bíblicos ___________ Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas Básicas___________
Harold P. Barker, con O.
Lambert, C. A.
Miller, P. Brown, |
Temas
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Preguntas por S. W. Royes; Respuestas por H. P. Barker ¿Hay alguna
razón
especial por la que usted haya escogido el tema de la Oración
inmediatamente
después de nuestro diálogo sobre las Sagradas Escrituras? SÍ.
En la vida espiritual
del
creyente, ambas cosas —la Palabra de Dios y la oración— tienen
que ir de la
mano, o el resultado será el naufragio. En Lucas 10:39
encontramos a María
sentada a los pies de Jesús, escuchando Su palabra. Es elogiada
por la buena
parte que escogió, y aprendemos de su caso cuán bueno es
desear conocer la
palabra del Señor. Pero inmediatamente después de esto se
narra un incidente
por el que aprendemos la importancia de la oración; y vemos por
la estrecha
relación en que se ponen ambas escenas en la página
sagrada la íntima relación
que tienen ambas cosas: la Palabra de Dios y la oración. Para
mantener un fuego
encendido, se precisa de una constante aportación de combustible
y de aire.
Privado de cualquiera de ambas cosas, el fuego se apagaría. Del
mismo modo, se
precisa de dos cosas si se quiere mantener ardiendo el fuego del gozo y
de la
comunión en el alma del creyente —una constante
aplicación de la Palabra a su
corazón, y el constante ejercicio de la oración. ¿A quién se
debería dirigir la oración? A
Dios, y solo a Dios. En
ninguna parte de las Escrituras encontramos ni una insinuación
de ninguna
oración dirigida a Naturalmente, cuando se dice que Dios es el Único a quien deberíamos dirigir nuestras oraciones, no niego ni por un momento que debamos orar al Señor Jesús. Él es Dios, igual con el Padre, y le pertenece el mismo honor (Juan 5:23). Encontramos a Esteban orando al Señor Jesús, que reciba su espíritu. Pablo también oró al Señor Jesús respecto a su aguijón en la carne. No
podemos definir con ninguna
receta especial las ocasiones en las que la oración se
debería dirigir al
Padre, y cuándo al Hijo. Por lo general, nos dirigimos a nuestro
Dios y Padre
con referencia a nuestras necesidades como Sus hijos aquí en la
tierra; nos
dirigimos al Señor Jesús en relación con Su
servicio en el que en Su gracia nos
ha permitido dedicarnos. Solo
queda decir que el
Espíritu Santo, ¿Ha prometido Dios
darnos siempre aquello que pedimos? Él
es un Gobernante
demasiado
sabio y un Padre demasiado amante para hacer tal cosa.
¿Qué padre terrenal
concedería cualquier deseo insensato que su hijo pudiera
presentarle? Hay
muchas y preciosas promesas, que resplandecen en las páginas de
las Escrituras,
que dan seguridad al creyente de que su oración será
oída, bajo ciertas
condiciones. Pero tanto si Dios, en Su amor y sabiduría,
considera oportuno
conceder alguna petición en concreto o no, hay algo con lo que
siempre podemos
contar. Pasemos a Filipenses 4:6, 7 y veréis lo que quiero
decir. Dios se
compromete a que en cada caso Su paz misma guardará nuestros
corazones y
nuestras mentes en Cristo Jesús. Puede ser que el infinito amor
nos niegue
aquello que pedimos, pero este
beneficio, la guarda de nuestros corazones en la serena
atmósfera de la propia
paz de Dios, nunca será negado a aquel que lleva sus peticiones
delante de Él. ¿Qué
condiciones
aseguran que la oración reciba respuesta? Consultemos
las Escrituras para
ello. Primero veamos el Salmo 66:18. «Si en mi corazón
hubiese yo mirado a la
iniquidad, el Señor no me habría escuchado.» Si
queremos obtener respuesta a
nuestras oraciones, tenemos que estar a bien con Dios en secreto.
Nuestra vida
privada se tiene que corresponder con nuestra profesión
pública. El pecado
oculto, como una serpiente en el seno, quita toda vitalidad a Ahora
leamos Santiago 4:3.
«Pedís,
y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros
deleites.» Aquí
aprendemos que los que piden algo a Dios con motivos egoístas se
quedarán
totalmente decepcionados. Dios no colaborará en la propia
gratificación. Las
oraciones que se registran en las Escrituras, y que recibieron unas
respuestas
tan maravillosas, fueron oraciones en favor de otros, u oraciones que
tenían en
vista la gloria de Dios en relación con aquellos que las
pronunciaron. Así, una
segunda condición es que haya un motivo
limpio. Luego
veamos Santiago 1:6, 7.
«Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es
semejante a la onda
del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.
No
piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del
Señor.» Así, es
necesaria una confianza inamovible si
queremos obtener respuesta a nuestras oraciones. Dudar es deshonrar a
Dios, y
asestar un golpe de muerte a nuestras propias peticiones. Examinemos
ahora 1 Juan
3:22. «Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de
él, porque guardamos
sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de
él.» Así,
otra condición es que haya obediencia
por nuestra parte. No se nos deja sin saber qué cosas agradan al
Señor. Pero no
es suficiente con saberlas. Tenemos
que hacerlas si deseamos recibir de
Él aquellas cosas que pedimos. Volvamos
de nuevo a Juan
16:23. «Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo
dará.» Aquí tenemos
una quinta condición. Si la oración es en nombre
de
Cristo recibirá respuesta. ¿Qué significa
orar en Su nombre? Desde
luego, no significa orar acerca de cualquier cosa que nos plazca, y
luego
terminar diciendo: «Todo esto te lo pedimos en el nombre y por
causa de nuestro
Señor Jesucristo». Significa que aquello que pedimos debe
ser algo a lo que el
nombre de Cristo pueda ir verdaderamente unido, algo que Él
pediría si estuviera en nuestras circunstancias. Esto demanda
discernimiento espiritual, que solo puede adquirirse andando cerca del
Señor.
De modo que pedir cualquier cosa en Su nombre implica que estamos en
estrecha
comunión con Él. Ya que Dios
conoce todas nuestras necesidades, ¿por qué
deberíamos orar a Él acerca de las
mismas? Desde
luego, es suficiente con
saber que Dios quiere que oremos. Se podrían citar docenas de
pasajes de las
Escrituras que exponen que la oración es aceptable para Dios.
Nadie se imagina
que oramos para informar a Dios de lo que Él no sabe. Tampoco
oramos para
asegurarnos Su interés en nosotros o Su amor. El santo que ora
con inteligencia
se da cuenta de que está hablando con Aquel que conoce cada una
de sus
necesidades mucho mejor que él mismo, que tiene un
interés sin límites en todo
lo que se refiere a Su pueblo, y cuyo amor no podría ser
más grande de lo que
es. El objeto de la oración es que se pueda expresar nuestra
dependencia de
Dios, y que nuestras almas puedan entrar en contacto con Él
acerca de aquello
por lo que oramos; que al esperar en Él aprendamos Su mente; que
se dé
expresión a los deseos que el Espíritu Santo ha originado
en nosotros, y que
cuando la respuesta llegue, seamos conscientes de que es ciertamente de parte de Dios que viene. ¿Deberíamos
orar
más de una vez por cualquier cosa? No
se puede establecer ninguna
norma concreta respecto a algo así. En algunos casos se nos hace
sentir que nuestra
petición, por alguna sabia razón, no nos será
concedida, y nos sentimos sin
libertad para seguir pidiendo. Casos como este pueden ser infrecuentes,
pero
desde luego se dan. A Moisés, cuando oró que le fuera
permitido entrar en
Canaán, se le prohibió repetir su petición (Dt.
3:26). Por
otra parte, a veces,
cuando pedimos al Señor algo especial, viene sobre uno una
sensación abrumadora
de que ha sido oído, y de que la petición está
concedida, y se tiene la
sensación de que volver a pedir sería una
presunción. Pero
estos son casos
excepcionales, y, en general, el Señor querría que persistamos en oración por aquello que está
en nuestros corazones.
A menudo nos mantiene esperando durante meses, e incluso durante
años, antes de
dar una respuesta, con el fin de poner a prueba la realidad de nuestro
deseo, y
de probar nuestra fe. Él quiere que seamos importunos acerca de
lo que queremos
de Él, y así mostrar que somos serios acerca de aquello.
Esta es la lección que
se nos comunica en la parábola del anfitrión de un
viajero, que pidió pan a un
amigo suyo a medianoche (Lucas 11). Fue oído por su
importunidad. Otra parábola —la de la viuda que había
sufrido una injusticia (Lucas 18)— refuerza esta misma verdad, de la
necesidad
de orar siempre, y no desmayar. No
se trata de que Dios sea un
Dador difícil y mal dispuesto, sino de que la importunidad es
una prueba de seriedad
y de fe. ¿Es deseable
apartar momentos concretos para la oración privada? Desde
luego que así es para
la
gran mayoría de los cristianos. Todo lo que se deja para
momentos ocasionales
queda a menudo relegado del todo, y estoy convencido de que la falta de
una
programación regular es la razón de que haya tan poca
oración entre nosotros.
Los santos de la antigüedad tenían horas programadas.
«Tarde y mañana y a
mediodía oraré y clamaré, y él oirá
mi voz» (Salmo 55:17). También
Daniel
cultivó este
mismo hábito, y nada podía impedirle de arrodillarse en
su estancia tres veces
al día, para orar y dar gracias delante de su Dios (Daniel
6:10). ¡Qué pena que
permitamos que cosas triviales nos priven de nuestro tiempo para la
oración! Decid
que se trata de una
práctica «legalista», si queréis, ¡pero
me gustaría ver mucha más de esta clase
de legalidad! Recomiendo a cada joven creyente, con toda intensidad, la
costumbre de reservar una cierta hora cada día para tener una
relación a solas
con Dios. El mejor momento es por la mañana temprano, e
inmediatamente antes de
retirarse por la noche. Pero
además de reservar
momentos regulares para la oración, y de los que no
deberíamos dejar que nada
ni nadie nos privase, deberíamos tratar de estar siempre
en un espíritu de oración y dependencia, listos en
cualquier momento para volvernos al Señor acerca de cualquier
dificultad, o en
cualquier emergencia. En Nehemías tenemos un maravilloso ejemplo
de esto. Él
era el copero del rey, y mientras estaba cumpliendo sus deberes, su
real señor
le hizo de repente una pregunta que él se sintió
totalmente incapaz de
contestar sin consultar con el Señor. Precisaba urgentemente de
la dirección
divina, pero la pregunta del rey tenía que ser contestada de
inmediato.
Nehemías pudo dirigirse al Señor en oración.
«Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al
rey» (Nehemías 2:4,
5). ¡Ojalá estuviéramos siempre tan cerca del
Señor que pudiéramos consultarle
y buscar sabiduría y dirección de Su parte con tanta
presteza como pudo hacerlo
Nehemías! ¿Recomendaría
usted alguna forma especial de oración? No.
El Espíritu Santo
está
aquí para generar nuestros pensamientos y deseos en la
línea de la voluntad de
Dios, y Él pone en nuestros corazones los asuntos adecuados para
la oración, y
nos capacita para presentarlos delante del Señor. Así, se
nos exhorta a orar «en
todo tiempo con toda oración y súplica en
el Espíritu», y a orar «en el
Espíritu Santo» (Efesios 6:18, Judas 20). Es
cierto que, si somos
dejados a nosotros mismos, «qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos»,
pero en el Espíritu Santo tenemos al mejor de los maestros, y
podemos dejarle a
Él, seguros, el controlarnos y dirigirnos en nuestras oraciones ¿Cree usted en
hacer largas oraciones? Sí, siempre y
cuando sean pronunciadas en privado y broten del corazón. No podemos estar demasiado tiempo de rodillas en
secreto. En una ocasión, el Señor Jesús estuvo
toda una noche en oración; pero
el mero hecho de que alguien esté largo tiempo en oración
no asegura que vaya a
ser oído. A nadie se le oye por mucho hablar. La sinceridad y
una profunda
reverencia deberían acompañarnos al dirigirnos a Dios. Pero
me imagino que su
pregunta se refiere a las oraciones públicas. Si consideramos
las oraciones
registradas en la Biblia, encontraremos que la más larga de
ellas —la pronunciada
por Salomón en la dedicación del templo— tomó
menos de diez minutos, incluso en
el caso de que se pronuncie lenta y reverentemente. Se ha dicho con
razón que
cuando uno quiere algo de verdad, podrá comunicar su
petición con pocas
palabras. Es cuando alguien no tiene nada que pedir en particular que
la
oración toma veinte o veinticinco minutos. El Señor Jesús
era omnipotente, y era el Creador de todas las cosas. ¿Por
qué tenía Él ninguna
necesidad de orar? Es
cierto que el Señor
Jesús
era todo lo que usted dice. Él era «Dios sobre todas las
cosas, bendito por los
siglos». Pero Él descendió a la tierra para
recorrer la senda de un Hombre
dependiente, y todo aquello que Dios buscaba en un hombre fue hallado
en Él en
toda perfección. Obediencia, verdad, justicia, confianza,
dependencia —todas
estas cosas se vieron en Cristo. Y fue como Hombre, en el humilde
camino al que
Su gracia le había traído, que le encontramos una y otra
vez en oración. En
todo esto Él nos ha dejado un brillante ejemplo. ¡Que
sigamos fielmente en Sus
pasos! En el Evangelio de Lucas, donde vemos a nuestro Señor de
una manera
especial como Hombre, creo que lo encontramos siete veces en
oración. Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. SEDIN-Servicio
Evangélico |
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